Por
Rafael Ielpi
Entre 1930 y 1960, la ciudad asistiría a la aparición de obras que la tendrían como protagonista en algunos casos o como fondo escenográfico, pero sobre todo vería intensificarse una actividad literaria que se tornaría sin duda más importante desde el último año en adelante, con la aparición de nuevos creadores como Angélica Gorodischer, Ada Donato o Alberto Lagunas, y la culminación creadora de los que provenían del período transcurrido entre las décadas aludidas, como el narrador Jorge Riestra.
En ese período, se producirían aportes literarios significativos como los de Miguel Angel Correa (1881), cuyo nombre quedaría oscurecido por su seudónimo literario Mateo Booz. Sería en "La ciudad cambió de voz", de 1938, donde Rosario aparece por primera vez como protagonista de una obra narrativa, si se exceptúa el casi desconocido antecedente de "La novela social" de Suríguez y Acha, de 1904. Booz se radicaría en Santa Fe hasta su muerte y trabajaría como funcionario público, tarea en la que se jubilaría.
Similar vocación por el reflejo de temáticas entrañablemente vinculadas a personajes e historias santafesinas tendría Alcides Greca (1889-1956), quien alternaría la literatura con la política (sería diputado y senador provincial y diputado nacional por Santa Fe), la docencia universitaria y el periodismo. Sus "Cuentos del comité" son un pintoresco fresco de costumbres y prácticas políticas provincianas, del mismo modo que "Viento norte" (1927) y "La Pampa Gringa" (1936) intentan una descripción realista de dos problemáticas diferentes pero igualmente relevantes: el problema indígena en el norte y la colonización inmigrante en el sur de la provincia. En el primero y el último de esos libros, Rosario aparece como una mención necesaria pero no protagónica.
Sin desconocer la presencia de muchos narradores del período como Hernán Gómez y Abel Rodríguez (en el caso del primero, también con obra poética), sería Rosa Wernicke, en 1943, quien con "Las colinas del hambre" introduciría -aun en una novela imperfecta- el tema social contemporáneo a su tiempo, con la irrupción de las "villas miseria" en la ciudad y el consecuente drama de la marginación social
Jorge Riestra (1926), ya en los finales de los años 50, sería quien incorporaría a la narrativa el paisaje urbano, sus personajes y el ámbito inconfundible de los cafés y los cafés con billares, luego de su primer libro "El espantapájaros", con influencia faulkneriana, en la que el contraste es la antinomia ciudad-campo. Eduardo D'Anna, en su imprescindible trabajo "La literatura de Rosario", apunta respecto de "Salón de billares" (1960) y "El taco de abano" (1962), el "ejercicio de narrar" que Riestra elige para sus novelas y relatos iniciales, convencido - según el propio narrador- de que "cuando el novelista se afinca en la vida del ambiente que lo rodea, sólo el idioma puede describir con la misma realidad y simbolismo el paisaje vital que elige".
"No es entonces en los diálogos donde -como se había hecho basta el momento- se localiza lo particular de un ámbito, sino en el ejercicio de narrar: en el estilo un tanto pachorriento y reiterativo, de humorismo agrio, del relato oral del rosarino de clase media, traído al texto por Riestra a través de algún personaje salido de un topos, si no típico, al menos tan característico como un condado sureño: el «salón de billares» de la novela homónima; del primer cuento de «El taco de Ébano» y de otros relatos” sostiene D'Anna.
Fuente:
Extraído de la Revista del diario “La Capital” “ Vida
Cotidiana” 1930/1960