Al comenzar la década del inevitable medida comparativa '40 jugar centrodelantero para juzgar a quienes se atreen una primera división del viesen a aparecer en medio de fútbol argentino era toda una frustración. Arrieta en Lanús, Masantonio en Huracán, Marvazi en Tigre, Sarlanga en Boca, Laferrera en Estudiantes, Pedernera en River, Benítez Cáceres en Rácing, Lángara en San Lorenzo y el fabuloso En co- en Independiente, eran la inevitable medida comparativa para juzgar a quienes se atreviesen a aparecer en medio de los dos "insiders". En Central seguía brillando un hombre que, además de aptitudes re levantes, llevaba nombre y apellido de auténtico crack centralista: Harry Hayes hijo). Parecía por entonces que na da se podía inventar en mate. ría de centrodelanteros.
Pero avanzando la década comenzaron a aparecer las figuras de recambio: Pontoni en Newell's, Di Stéfano en River y Huracán —que también tuvo a Mellone—, Infante en Estudiantes, D'Alessandro en Racing, Agnolín en Atlanta. Lijé en Boca. Ferraro en Vélez.
Parecía imDosible destacarse entre aquellos fenómenos.
Pero para un chico aparecido en la primera de Central la tarde del 27 de abril de 1941 no hubo tal imposible. Ese día los auriazules fueron hasta Victoria y perdieron con Tigre: 4 a 2. allí empe4zó la historia de un jugador excepcional.
Se llamó Rubén Bravo. Con el tiempo le dirían el Maetro, porque cada acción suya era como una lección sobre la forma en que se debe jugar al fútbol. Con decisión, con fineza, con precisión, con elegancia. Desde el comienzo mismo del debut comenzó a destacarse; apenas llevaba jugados dos minutos en primera división cuando logró su primer gol y poco antes de terminar el encuentro conquistó el segundo.Tampoco lo achicó a la fecha siguiente el viaje a Avellaneda donde Central volvió a perder con Independiente (3 a 2); esta vez su "colega" era nada menos que Erico; tampoco se achicó y conquistó uno de los dos goles centralistas. Fueron 13 partidos los que llegó a jugar en Central, que culminaría en el descenso. El pibe conquistó 6 goles en sus entreveros con los grandes. En Primera "B", junto al inolvidable "Torito" Aguirre, hizo 18 goles. De vuelta en primera siguió jugando, gustando y goleando, anotando 16 tantos. Peleó la tabla de goleadores en el año '44, cuando llegó a anotar 19. Se despidió de Central en el '45, con pocos partidos jugados y 8 tantos en su haber. La historia estadística dice que en los 104 partidos en que vistió la casaca auriazul Rubén Bravo logró 67 tantos. De por sí es mas aue suficiente mérito para entrar en cualquier antología.
Pero Rubén Bravo fue mucho, muchísimo más que los goles que anoté. Era una delicia verlo cómo se desplazaba en el área, su habilidad y su natural facilidad para explotar las condiciones de sus compañeros. En un concierto de eximios solistas —Vilaniño, Funes, el "Torito". Vidal o Marracino— era capaz de hacer el mejor solo, pero fundamentalmente era capaz de amalgamar las mejores cualidades de cada uno de ellos. Lo mismo pasó después cuando se fue a Rácing; al lacio de un talentoso y batallador excepcional como Tucho Méndez, de un goleador insaciable como el cordobés Sirnes y de dos punteros hábiles y veloces como Salvini o Boyé y Sued, la estrella de Bravo refulgía con más fuerza. Jugaba y hacía jugar. Tal vez por eso le bautizaron "el Maestro". Porque adonde fuera daba cátedra. Inclusive en la Selección Nacional, donde debía disputar permanentemente el puesto de titular con Pontoni, Di Stéfano, Infante o Ferraro.
Con las pocas camisetas que lució, en cualquier cancha que pisé. su calidad era la misma: inalterable, excepcional. Alguna vez supo decirnos —cuando nadie imaginaba su tan prematura e injusta partida hacia el viaje sin retorno—que jamás vivió en el fútbol momentos tan lucidos como los que protagonizó en Rosario Central. Y alejado totalmente de la actividad, solía emocionarse con cada triunfo de Central.
Con una emoción sincera, cabal, como sólo pueden experimentar los hombres que realmente se identificaron con la camiseta aue defendieron.
Bravo fue famoso con la de Rácing y alcanzó prestigio internacional con la blanquiceleste de la selección Nacional. Pero nunca vibré tanto como cuando lució el azul y amarillo de Rosario Central.
La hinchada lo sabía aún antes de que se fuera. Por eso lo hizo ídolo y no lo olvida. Por eso el Maestro jamás olvidó a Central y a su hinchada y gustaba repetirlo cada vez que hablamos con él.
Fue un jugador excepcional.
Era un hombre reconocido.
Fuente:
extraído del libro de historia de Rosario Central . Autor Andrés
Bossio