Por Nicolas E. Vita
En momentos en que la República de Alemania del legendario Mariscal Hindenburg, democráticamente lo reelegía por un nuevo período como Presidente con la abrumadora mayoría de más de 6.000.000, —de votos sobre Adolfo Hitler, quien pocos años después habría de asumir, tiránicamente, la conducción de ese país; cuando Guillermo Marconi probaba su nuevo invento consistente en un aparato reflector parabólico instalado a bordo del yate "Elettra" surto en el Puerto de Génova, Italia, por el cual procuraba receptar y transmitir las conversaciones cambiadas desde los teléfonos de hilos; cuando en España su pueblo se aprestaba a festejar jubilosamente el primer aniversario de su proclamación como República; cuando el legendario navegante solitario Vito Dumas, completada la travesía del Atlántico a bordo de su pequeño y frágil "Legh", era esperado con gran impaciencia en Buenos Aires por un pueblo ansioso de testimoniarle sus más caros afectos ante tan temeraria empresa; cuando en nuestra ciudad ocurrían desgraciados hechos de sangre de resultas de una huelga general decretada por los trabajadores panaderos; y cuando, entre otras cosas, se anunciaba el estreno en el cine Palace Theatre de la película "El hijo del destino" protagonizada por Ramón Novarro, entonces ídolo indiscutible de las mujeres, quienes a su vez se engolosinaban con otro galán de su preferencia como lo era José Mojica (de quien nos ocupamos en un capítulo de este libro) con su reciente estrenada película "La ley del harem"; de improviso, el día 11 de abril de 1932, la ciudad amanece cubierta por un manto gris, cuya procedencia, por ser desconocida, hace cundir de inmediato, aparte de diversas conjeturas, una especie de incertidumbre y no disimulado temor.
Evidentemente nuestra población, no acostumbrada a fenómenos ignorados y de imprevisibles consecuencias como lo es habitual en otras latitudes del mundo, ese involuntario y hasta casi justificado temor, de ninguna manera podía catalogársele exagerado.
Pero en realidad ¿qué había ocurrido?. Pues qué, durante el transcurso de la noche anterior, el volcán "El Descabezado", que forma parte del sistema cordillerano, ubicado en los límites de nuestra frontera con Chile, a 20 leguas aproximadamente al S.O. de Malargué, en el Departamento San Rafael, de la Provincia de Mendoza, que desde hacía muchos años se encontraba completamente inactivo, ¡había entrado en erupción!.
La ceniza volátil que al principio lo fuera en forma tenue y de la que no se tenían noticias de otras de similares características de haber ocurrido anteriormente en nuestra ciudad, fue acentuándose con el correr de las horas por efectos del fuerte viento reinante, motivo por el cual el polvo volcánico se esparcía por muchas regiones del país y ello hizo que el día 12 su densidad llegara a ser de tanta intensidad que hasta no le permitía a los rayos solares atravesarla en razón de su pronunciado espesor. Era tanta su magnitud qué, sin serlo, daba la impresión de ser un día completamente nublado.
El día 13 amanece con una intensa y copiosa lluvia que se mantiene dentro de esas características hasta cerca del mediodía; y con ello se agrega una nota más triste al panorama ciudadano, pues el suelo, árboles, vehículos, etc., quedan totalmente cubiertos con un blanquecino manto y la atmósfera de encontrarse empañada por una espesa niebla casi irrespirable; todo lo cual iría a agravarse aún más al caer la tarde, pues el sol, que como consecuencia del mal tiempo existente no había aparecido durante la mayor parte del día, lanza entonces sus rayos sobre esa espesa capa de cenizas volátiles que se extendían sobre la ciudad, coloreándola con matices extraños que gradualmente y con rapidez, pasaban de un descolorido amarillo a un verde obscuro e intenso.
Cábe también agregar, que a tan triste situación y como si ello fuera poco, en horas de la mañana, al cesar la lluvia, se produce un hecho por demás inusitado y al que de inmediato se le quiso asociar con la erupción de "El Descabezado". En esa oportunidad, de repente, la ciudad se vé sacudida por una terrible descarga eléctrica que tuvo la característica de no tener resonancia en las altas capas atmosféricas, pues la detonación, por su importancia, lo fue como si hubiera hecho explosión una fuerza desconocida de la naturaleza u otro elemento de gran destrucción, dado de qúe el fortísimo estampido, precedido de una poderosa luz enceguecedora, dio pie a las más variadas conjeturas y, por lo tanto, ello aumentó aún más el pánico de la población. Pero, felizmente, todo ello no pasó a ser nada más que un momentáneo susto, dado que el motivo real de esa imprevisible circunstancia, lo fue por algo que no tenía relación alguna con la erupción volcánica sino por los efectos de un poderoso rayo que cayó dentro del perímetro del ex-Barrio Tiro Suizo, actual R.S. Peña y qué, lamentablemente, causó una víctima fatal.
Felizmente, con el cambio de la dirección del viento, la ceniza comenzó a dispersarse a partir del día 14, hasta desaparecer totalmente, quedando tan sólo para el recuerdo de los memoriosos, el susto inicial de la población y muy pocos daños materiales, pero más que nada la oportunidad que las entonces amas de casa, con esa innata capacidad imaginativa que es propia en las mujeres, se dedicaran pacientemente a recoger el abundante sedimento depositado en techos, patios y calles, para luego aplicarlo, durante mucho tiempo y con gran aceptación, como un eficiente limpiador. Inesperado regalo que "El Descabezado" les había dejado en retribución de los no polos inconvenientes pasados.
Fuente:
Extraído del Libro ¡Echesortu! ( Ciudad pequeña, metida en la
ciudad) Apuntes para su futura historia ( ensayo) y Segunda Parte
(Miscelaneas de la Ciudad). Editorial Amalevi. Agosto 1994.