Por
Andrés Bossio
Explicamos en nuestra crónica centralista que el primer éxodo de futbolistas argentinos al exterior se produjo hacia 1944 cuando José Manuel Moreno abrió el camino hacia México. Rosario Central sufrió en aquella ocasión una baja de gran importancia: un jugador de rendimiento parejo, de gran eficacia, se fue al país azteca: Antonio Funes. Pero también dijimos que esa circunstancia negativa otorgó la oportunidad a un jovencito que Central tenía en sus divisiones interiores: el muchacho, llamado a cumplir un camino es. plendorose en la entidad de Arroyito, se encontró con una gratísima sorpresa cuando el 18 de junio de 1944 fue convocado para integrar el elenco que debía enfrentar nada menos que a Independiente en Avellaneda.
Allá fue Benjamín César Santos. Se trataba de reemplazar nada menos que al "Torito" Aguirre, que estaba lesionado; tampoco estaba ya Funes Y al lado de Rubén Bravo y de Marracino, con Fogel, Casal!ni y Enrique Maffei apuntalándolo y el "Negro" Ricardo en el arco, salió Santos a enfrentar al Independiente de Fernando Bello, Erico, Maril, Sastre, Leguizamón, Batagliero. Central logró la hazaña de ganar por dos a cero. Para Benjamín Santos fue su bautismo de fuego. De allí en más se convirtió en figura durante los quince partidos que jugó ese año y los once en que actuó como titular (sufrió varias lesiones ese año) en 1945.
Asentado definitivamente en la temporada siguiente va plasmando un estilo de juego que suscita .a adhesión incondicional de su hinchada. Alejado el "Torito" Aguirre de la primera centralista, su capacidad goleadora —junto a las relevantes condiciones de Osvaldo Pérez, el Tato Mur, Luisito Bravo, Juan Eduardo Hohberg y el rusito Vilariño— logra atemperar el impacto provocado por la ausencia de tan notable jugador. La campaña sobresaliente de Santos se anota en la alocada temporada del '48, cuando Rácing pierde un campeonato que tenía ganado, se suspenden los descensos por decreto y por decreto también se asciende a un par de clubes; cuando los jugadores decretan una huelga y Newell's no encuentra mejor ocurrencia que importar a tres ridículos escoceses. Fue ese año el año de Benjamín Santos. Al lado de esos excelentes jugadores que se han mencionado, se convierte en el máximo goleador en el torneo superior al lograr 21 tantos en sólo 20 partidos, ya que una seria lesión sufrida ante Tigre lo deja fuera del equipo por casi dos me. ses. Precede en esa tabla a goleadores notables como Ricardc Infante, Angel Labruna, Llamil Simes, Mario Fernández, Rubén Bravo, Alfredo Di Stéfano y Norberto Méndez.
Recurrimos aquí a la siempre invalorable colección de la revista "Central", del 23 de julio de 1949, en la que su director Alfredo O'Shea, define a Benjamín Santos de esta manera: fue escalando posiciones paso a paso hasta constituirse en uno de los elementos más codiciados de nuestro fútbol. No lo habrá sido seguramente porque Santos fuese lo que comúnmente se tiene como un crack indiscutido por la habilidad de su juego, por su dribling o por otras virtudes que configuran la estampa del ¡dolo popular. Santos no tenía en abundancia esas cualidades, pero en cambio poseía una, la más fundamental para la era profesional en que vivimos: la de su mortífero shot, que lo constituyera en verdugo implacable de cuanto guardavallas se colocara al alcance de la arrasa-dora potencia de su tiro al arco,,.
Tal la semblanza del destacado colega y centralista de ley, que todavía recuerda a sus lectores que "él solo (Santos) ganó con sus goles espectaculares muchos encuentros que no podríamos decir que Central los podía inclinar a su favor. Por eso en 1949, cuando llegó la fabulosa oferta del Torno ($a 275.000 m/n) para lograr el pase del formidable goleador, muchos dudaron. Dirigentes y simpatizantes. Una vez más la masa auriazul se movilizó. Ante el deseo de no perder a tan estupendo jugador estaba la necesidad imperiosa del club de hacerse de semejante dinero; y la posibilidad que se le abría a Santos de ganar sumas que jamás había imaginado. Y la hinchada centralista, el socio auriazul, dejó que primara el reconocimiento, la gratitud —que es patrimonio de la gente bien nacida— y permitió que Santos se fuera. Había pasado antes con Enrique García, ocurriría más tarde con Oscar Alberto Massei y con Mario Alberto Kempes.
Paseó su capacidad goleadora en el Viejo Mundo con la misma humildad con que lo hiciera mientras jugaba para Central. Desde la lejana y bella Turín mandaba frecuentes cartas a sus amigos de Rosario en las que inevitablemente dedicaba largas parrafadas a su vieja institución. Un día de 1964 llegó un cable que daba cuenta de su muerte. Aquel día los centralistas lloraron. Habían perdido a un ídolo auténtico. Se había ido para siempre Benjamín César Santos. Se quedó para siempre, sin embargo, en el corazón de la hinchada auriazul.
Fuente:
Bibliografía de la colección Rosario Central Autor : Andrés Bossio