Escudo de la ciudad

Escudo de la ciudad
El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

MONUMENTO A BELGRANO
Inagurado el 27 de Febrero de 2020 - en la Zona del Monumento

Vistas de página en total

jueves, 13 de julio de 2017

Existe una pintura rosarina

Por Julio Chiappini



Una modesta perplejidad

En pintura Rosario tuvo un gran fu­turo en el pasado. Luego, casi nones. La constelación de talentos se desva­neció y ya ni siquiera quedan galerías de arte. O acaso haya alguna; en cuyo caso mil disculpas. Y desde luego ne­gocios que venden antigüedades que incluyen cuadros.

La cuestión consiste en si se pude hablar de una "pintura rosarina". Si pensamos que sí, ¿cuál sería?: Pintores nacidos en Rosario; pintores no nacidos en Rosa­rio pero que aquí vivieron largo tiem­po como Koek-Koek; escuelas como el Grupo Litoral; pintores nacidos en Rosario pero que se fueron jóvenes y se destacaron tras la partida, como Lucio Fontana y Antonio Berni; pintores que nacieron en Rosario y que vivieron ahicito nomás. Como Cochet en Funes. 

Cuando hablamos con adjetivos gen­tilicios, vg. esto de "pintura rosarina", no es por chauvinismo barato sino para proponer una categoría histórica basada en los lugares. Después de todo la historia así se presenta en socie­dad, a partir de la geografía política: la géographie prepare et commande l'histoire.

Es decir, la frase pintura rosarina care­ce de referencias a una identidad com­partida; o a afinidades en pintura, p. e. el cubismo. El denominador común es un sitio. De todos modos la música y la pintura son más universales que la li­teratura porque es innecesario que las decodifiquemos, podemos prescindir del conocimiento y bastarnos con la emoción, que ya es mucho. En fin: a poco de un batiburrillo. Y claro que podemos preguntarnos cosas afines. El correntino Yelmiro Ayala Gauna por ejemplo lo hizo en ¿Exis­te una literatura nacional?: Colmegna. Santa Fe. 1971.


Contestamos que sí


En efecto, al menos existió una pin­tura rosarina. Y fue prodigiosa. Pese a que es una ciudad, aunque nos due­la, que no solamente desconoce el arte sino que ahora lo niega y hasta repudia. Si observamos su arquitectu­ra, que es la superestructura de una sociedad, aunque con pena debemos coincidir. Rosario es una comunidad promisoria, mercantil, laboriosa, con muchos destellos de cultura. Pero res­pecto al arte asiste a una agonía.

Carecemos ahora de buenos pintores, de galerías, de una "movida" en pin­tura, de más investigaciones y bibliografía; de talento para el dibujo, que es la base de todo. Fuimos pero ya no somos. Bien que esto no nos coarta a que volvamos a ser. Y es mucho más probable que de una explosión en una imprenta surja un diccionario. Pero para colmo Martínez Estrada: "Todo optimismo es culpable".

Y, ¿qué es lo "rosarino"?
Opinamos que lo adelantado: los pin­tores que aquí nacieron o que aquí es­tuvieron y pintaron. Toda una pléyade. Pero hoy en día vivimos de esos bue­nos recuerdos: se esfumaron los colec­cionistas, los conocedores, los even­tos, las exposiciones, los catálogos, los marchands, las crónicas, los tasadores serios, los que pueden certificar la au­tenticidad de alguna obra (¿familia­res?), la comercialización y ¡hasta los falsificadores! Queda, seguramente, una reducida élite que en torno a la Fa­cultad de Humanidades y Artes o en torno al Museo Castagnino o desde el interés individual, mantiene viva una módica llama votiva. Lo rosarino es entonces, y en primer lugar, un territorio. Con eso es sufi­ciente, con la geografía. No importan los estilos ni las cofradías, los éxitos resonantes, las modas (la moda no incomoda) o los altos precios de las obras. Importa la ciudad, que es una topografía. Una ciudad en mucho hija de su propio esfuerzo. Con o sin fundador. Y si no lo tuvo, Augusto Fer­nández Díaz: "Sin fundador. Y ¡qué hay!".
Aparte del misterioso azar, segura­mente influyó en la pintura rosarina la inmigración; que trajo maestros, pin­tores, aceptación y hasta complacencia por el arte. Y hasta mecenazgos. Fue un período que duró añares pero que hacia los años 80 se disipó. Es arduo sino ímprobo conjeturar por qué. Una ciudad que parecía inepta para tantas maravillas y que sin embargo fue un faro de arte pictórico. La realidad, aquí benemérita, tuvimos la fortuna de que se burló de la historia y de la geogra­fía. Desairó una anticultura en arte que forma parte de nuestra sociología urbana.



Los períodos

En una ciudad, y la arquitectura aho­ra al margen, el arte comienza por los decoradores; sobre todo de las iglesias, de algunos edificios públicos y de las casas de la gente adinerada. Tenían es­tilos determinados. Pero ahora se con­sidera de mejor gusto que la decora­ción sea el arte de combinar los estilos. Que son clásicos no por cronologías o por técnicas sino por calidades. Lo clá­sico como lo bueno que perdura y que incluso puede nacer clásico. Es decir, no precisar de la a veces veleidosa re­comendación del tiempo. Y Jan Kott: "lo clásico está muerto o es contempo­ráneo".

Tras los decoradores llegaron los ar­tesanos, los artistas, los escenógrafos, los coleccionistas de pintura europea, los museos, las galerías de arte, los maestros iniciales, los críticos de arte y las primeras academias. Dejando en claro que no es lo mismo un pintor clá­sico que un pintor académico. Cochet, por ejemplo, opinamos fue el mejor pintor académico que dio el país. Bien que cierta vez Vanzo me retó fiero cuando alabé un cuadro de un tercero. Me enseñó que "el gusto no es un jui­cio estético". Y que "quien no es pintor no puede calificar". Pero de esto últi­mo descreo. Mientras, Cochet muy ra­ramente se apartaba de las naturalezas muertas. Vanzo, en cambio, tras unos orígenes más estáticos, tendió al op-art, que sugiere movimientos: mujeres que corren bajo la lluvia, danzarines, músicos ejecutando. Con o sin paleta abigarrada.

El período pionero fue fundacional y de individualidades esporádicas: "el arte sucede" (Whistler). Desde luego que resultó posterior a 1850. Slullitel lo omite en su Cronología del arte en Rosario (1968). Esto motivó comenta­rios, un poco descomedidos, de Wladimir C. Mikielievich (firmó W. C. M.). Pero la verdad es que con notable eru­dición suplió la cancelación de Slullitel respecto a esos comienzos que decía­mos, y también muchas otras falencias y errores relativos a períodos poste­riores: Revista de historia de Rosario Nos. 17-18, 1969, p.183. Esto no quita que la monografía de Slullitel es un meritorio aporte. Recordemos que en la "Historia de Rosario" (1689-1939), el entrerriano Juan Álvarez apenas le dedica unas líneas al arte. En cuanto a "don Wladimiro", como todo gran hombre tuvo muchas flaquezas. 

El segundo período, y Rosario to­davía era Rosario de Santa Fe, es de principios del siglo XX. Pensemos en los catalanes Pedro Blanqué, Enrique Munné y Eugenio Fornells. En Matteo Casella o en Salvador Zaino, un pasa­ble pintor. Y en César Augusto Cag-giano (Larrechea 1894-Rosario 1964), Alfredo Guido (debemos pronunciar Guido), el bávaro Enrique Schwender y el francés Fernand Gaspary. La Bi­blioteca Argentina y El Círculo -en su primera versión- fueron de 1912. Y comenzaron las publicaciones sobre arte, ahora con cierta profusión. 

María Elena Walsh (1930-2010), en tanto, acuñó la palabra "antojolías". Demostró así que no todo retruécano o calembour es un idiotismo. De modo que los pintores que citamos bien pu­dieron ser otros. Sí parece más indis­putable que queda poca obra pese a que algunos pintaron mucho. Hace cincuenta años las familias burgue­sas hospedaban algún pastel de Bertolé u obras de los otros pintores que mencionamos. Hoy ya es más difícil hallarlas. Se prefiere todo lo moderno. Es incluso patético que las revistas de decoración, y está bien que tengan sus negocios con los fabricantes de mue­bles, propinen todo nuevo. Nada de cuadros, de petit muebles antiguos, de buenos relojes de pie, de arañas de al­guna entidad. Un conocido arquitecto que edifica en countries incluso publi­có que "nada de cuadros: mis ventanas son los cuadros". La maldad a veces descansa; pero la estupidez no descan­sa nunca.

En esta etapa a poco de inicial tam­bién los primeros salones. El Museo Castagnino se inauguró en 1937, con la intendencia del progresista (no "pro­gre", que es lo contrario) Miguel Juan Culaciati, que era porteño, y lució ex­celente pintura europea incluso rena­centista y española clásica. Al menos la vi colgada. Pero en las últimas déca­das desapareció como por arte de birli­birloque. Seguramente otra vez que vi mal las cosas.

En este período también las primeras galerías de arte y las exposiciones. Amigos del Arte es de 1944. Y muchas agrupaciones. Y viajes de nuestros jó­venes pintores a Europa: con becas, como Berni o Ouvrard (becas dadas por el Jockey Club de Rosario); o de su peculio. Musto, Schiavoni, Candía (murió en París en 1976) y Caggiano, viajaron por las suyas a Florencia. Con el tiempo regresaron y ya con otros ai­res: Europa, a la postre un ilustre cadá­ver, tenía el abolengo y los caposcuo- las que transmitían en apenas semanas los secretos inmemoriales. Claro qu no todos los secretos: seguramente guardaban algunos ases en las mangas.

Porque no es cuestión de vender todo que los aprendices superen al maestro Además una cosa es saber y otra saber transmitir los conocimientos. Y encima "lo que natura non da...". 

Entretanto, de tantas vertientes armó un mosaico con infinidad de temáticas incluso en un mismo pintor: pintura intimista, descriptiva, retratista, eclecticismo, naturalezas muertas. Y, como opinaremos más adelante poco arte abstracto. Que en general la máscara de los improvisados o aficionados temerosos de pintar la reali- dad visual por carencia de técnica, entonces propinan compases y reglas para colmo casi siempre con una pintura plana que ni siquiera respeta los colores grávidos van abajo y los grávidos arriba. De modo que la mera geometría, salvo algún hallazgo o alguna obra surrealista, no es arte mandarse la parte. Incluso hay gente que tira un balde de pintura contra un lienzo y ya cree que es un artista. 

En 1918 se creó la Comisión municipal de cultura, que comprendía las bellas artes. Y aun entonces los intendentes interesaban más por la municipalidad que por el municipio. Salvo al casos, como el de Carballo, nuestros burgomaestres, alcaldes (hoy mejor alcaides) o lores mayores, desconocieron el urbanismo. Y hasta el ridículo. Lo mismo los concejos deliberantes. 

De 1919 a 1923 funcionó el Círculo Artístico de Rosario, en La Rioja 1376.

Y de 1920 es el Museo Municipal Bellas Artes.

Hay un tercer período, bien que algu­nas cronologías son difusas, con Ma­nuel Musto (malogrado: 1893-1940); Augusto Schiavoni (también malogra­do: 1893-1942), Koek-Koek (de origen holandés, nacido en Londres en 1887 y asesinado en Santiago de Chile en 1934); Cochet (que hasta tiene un par de páginas en la Enciclopedia Espasa), Tito Benvenuto y Domingo Candía. También Emilia Bertolé; había naci­do en El Trébol; con ese nombre, y lo mismo Los Cardos y Las Rosas, por gravitación británica: Argentina Land Investiment Company Limited. 

Esta pléyade conformó un notable olimpo lugareño y, no contentos, fue­ron los directos antecesores de otra "época de oro": Ouvrard, Pedrotti, Lu­cio Fontana, Berni, Julio Carlos Van­zo, Gambartes, Uriarte, Grela, Herrero Miranda (Cañada de Gómez 1918-Rosario 1968). El grupo Nexus había sido de 1936 emulando el del Centenario en Buenos Aires, fundado por Pío Collivadino; y el grupo Litoral de 1949, dividido entre pintura americanista y abstracta. Pintores de caballete, con una u otra paleta, como el nicoleño Ambrosio Gatti (1918-2010) y Bernar­do Miguel Ballesteros (1935), a mi jui­cio, por supuesto irrelevante, están un escalón por debajo. Pero como prolíficos, a tracaladas. Y lo principal es que les ha ido bien: la pintura les significó también a ellos un medio de vida. Vi­vir haciendo lo que a uno le gusta debe ser, me dicen, algo encantador. Algo, dije. Por lo demás uno no es quién para repartir cielos e infiernos respecto a los quilates de los artistas. En gene­ral el tiempo acomoda las cosas. Vg. Schiavoni, que fue una maravilla, re­cién en los últimos años se cotiza bien. Hay otros pintores, en cambio, que quedaron traspapelados. Por ejemplo el italiano Guglielmo Cantalamessa (1884-1962) que vivió buena parte de su vida en Rosario y dejó óleos ruti­lantes. Pasa que en la Argentina care­cemos de meritocracia: no hay corres­pondencia entre el mérito y el destino de las personas.

La mayoría de estos pintores, se aboca­ron al óleo y a técnicas menores como la acuarela, el pastel y la tempera; y la litografía, aguafuertes, xilografías aguatintas, la serigrafía y el grabado. Y "carpetas" con láminas. En tanto, dos pintores rosarinos han sido los de mayores precios que dio la Argentina: Lucio Fontana (u$s 950.000) y Antonio Berni: u$s 550.000. Son números. Y de alguna manera patentizan lo que sugeriamos: el esplendor de nuestra pintu­ra. Lo que sí, ambos "triunfaron", des­agradable palabra, cuando se fueron de Rosario. Esta vez acertó la monserga "nadie es profeta en su tierra". 

Entretanto, la política y el vanguar­dismo carecieron en la ciudad de in­jerencias relevantes, apenas formales. Lo "social", como agitación, era pour la galerie. Estábamos, a lo mejor por suerte, bastante a la buena de Dios. Y con una pintura en general pacata, pocos desnudos. Los de Musto, por ejemplo, eran a veces criticados. En general se pintaba para una sociedad de consumo elitista en cuanto al arte: algunas clases burguesas entendían y adquirían, ahora ya mucho menos, lo que el viento se llevó. Esa pintura aburguesada, que desde ya es la me­jor en cuanto toda cultura es burguesa, nos privó por ejemplo de muralistas: había que pintar para vivir; y primum vivere deindi philosophari. 

Déjenme decir también que los pinto­res que evocamos conocían la "cocina" de la pintura. Manejar la técnica y en­cima con experiencia es una enorme ventaja competitiva. Luego hay que tomar la precaución de tener talento y hasta genio. Y claro que esto ya es más difícil. Casi tanto como que los veci­nos o colegas lo reconozcan.

En cuanto a encuadramientos por fe­chas, ha sido corriente que advirtamos el nacimiento del pintor pero también cuándo murió. Por ello algunos, como Cochet, cabalgan sobre dos períodos. Y a ojos vista que resumimos: tuvimos tiempo para ser breves.

Las protestas


Probablemente, o seguramente, el lector clamará: "¿Por qué fulano y no mengano?". Es que no se puede obviar un juego entre la memoria, el olvido y la ignorancia. El error es posible y has­ta inevitable. Hasta allí, aguardando que lo cometamos. Lo nuestro fue un pantallazo. Con lo cual si nos infligen críticas o jeremiadas las aceptamos de corazón.

En cuanto a los que "se quedaron", la ciudad en buena parte los devoró. Ex­traordinarios talentos como Vanzo (tal vez lo mejor que tuvimos) y Uriarte se adocenaron con caballitos de bata­lla: Uriarte con sus acuarelas costeras y Vanzo con sus bouquets, músicos, puertos, paragüitas y tangos al menos de la guardia vieja y no los de ahora, con coreografía for export y con bai­larines que revolean las patas a la ma­cana. De modo que de artistas pasaron a artesanos repitiendo motivos y pres­cindiendo demasiado del óleo; que es no digo la verdadera pero sí por lejos la más alta pintura: del óleo (sobre todo grueso o con volumen) a los demás materiales hay mucha distancia. Pinta­ban algo todos los días para satisfacer un mercado que reclamaba cualquier cosa e incluso pagaba bastante bien. 

Una acuarela de Uriarte, que se llegó a vender a u$s 2.000 y me temo que por miles, bastaba para el arte de una casa burguesa, que prefería quemar incien­so en otros altares: se colgaba en lo más destacado del living y ¡misión cumpli­da! Hoy esos paisajes playeros yacen desteñidos, con los marcos arruinados y el passe-partout manchado y feo. En las demás paredes, y cuanto mucho, fotografías de familia, diplomas, re­producciones de cuadros de museos enmarcadas con varillitas, grabados, algún tapiz espantoso, quenas, crista­les, imágenes piadosas, dibujos hechos por los nenes y. juro que lo he visto en varios lados, un reloj cucú. En un caso, con una "mesita ratona al pie con una licorera musical, Todo así entre comi­llas. Rosario, dudad púnica, ciudad de gnocchis y tallarines... si son baratos y abundantes. Pero casualmente es así como la querenos. Y si hemos generalizado es porque la sociología no solamente tolera sino que precisa de generalizaciones.

De Modo, y proseguimos, que ya ha­biamos perdido el rumbo, la rosa de los vientos Y condescendido a una pintu­ra sobre todo decorativa, raramente abstracta. Pues los rosarinos "quere­mos ver cosas". La figuración en todos los sentidos.

Pero la pintura no ha muerto. Y, en todo caso, Rosario puede exhibir un pasado hasta rutilante que creo incluso supera Buenos Aires; en la que a mu­chos pintores les fue bien pues no les sobraba inteligencia (por ejemplo Soldi). Bien que desde luego opinamos. Y mal hecho; pues no se debe opinar cuando se puede medir.

De todas formas esos pintores rosari­nos que sucumbieron a la repetición o al ejercicio light, dejaron obras franca­mente portentosas. Y como decía Borges, "a un poeta no se lo debe juzgar por sus peores sino por sus mejores versos".



Los pintores,

¿fueron amigos entre sí?

En la Edad media surgieron las cor­poraciones. Son antecedentes de los actuales sindicatos, clubes y demás cá­filas. Hay beneficio en cuanto la con­gregación permite multiplicar esfuer­zos y logros y entonces el todo resulta más que la suma de las partes. Y hay perjuicio cuando la corporación cree que si le va bien le va bien a la socie­dad. Se convierte incluso en grupo de presión (aspira a partes del poder) o en factor de poder: aspira al poder total; por ejemplo las fuerzas armadas en al­gunos países y épocas. La primera vida gregaria de los pin­tores se dio en las academias, palabra algo pomposa en este caso. A princi­pios de siglo Schwender, el napolitano Casella, Ferruccio Pagni y Gaspary fundaron en Rosario los primeros ta­lleres de dibujo y pintura. A veces ha­brán renegado de lo lindo; pero todo inmigrante tiene que sobrevivir. Con la espada, con la espalda, con la pluma o la palabra.

Luego se organizaron círculos: de pa­trocinadores de la pintura y de pintores solamente.

Naturalmente que las academias de pintura eran centros de reunión. Y los cafés, las exposiciones, las galerías de arte (Witcomb, Renom), los salones de otoño y los nacionales, las revistas de cultura. No había competencia con la fotografía. Y los coleccionistas acau­dalados podían comprar buena pintura europea, incluso clásica, desde Goya hasta renacentista; o impresionista, como el caso del "ruso" Minetti o del padre de Silvina Bullrich en Buenos Aires. Entre estas familias rosarinas, Castagnino (sobre todo Juan Bautista: 1884-1925) y Pinasco, y luego otros coleccionistas; y Odilio Estévez Yá-ñez; bien que en este caso incorporó firmas despampanantes pero las obras, ay, eran en general apócrifas. En 1932 se fundó Refugio, que agrupa­ba artistas. Entre otros, estaba Luis Co­rréale; fuimos vecinos por veinte años en Maipú 1090 y a veces me contaba anécdotas y hasta curiosas intrigas pa­laciegas y celos de aquella época. Y de 1934 la Mutualidad de estudiantes y artistas plásticos de Rosario, encabe­zada por Berni. La Mutualidad se dis­gregó en 1937 cuando Berni, avispado, se fue a vivir a Buenos Aires. En agosto de 1949 y en el Museo Castagnino, se hizo una exposición de pintura francesa que hoy sería im­pensable: 131 cuadros; Manet, Degas, Renoir, Monet, Sisley, Pissarro, Tou-louse-Lautrec, Bonnard, Modigliani, Braque, Derain, Dufy, Léger, Matisse, Picasso, Roualt, Utrillo; y siguen las firmas. La Universidad Nacional del Litoral (Angel Guido era el Rector) confeccionó un precioso catálogo so­bre la muestra. Luce varios prólogos; entre los cuales uno de Rene Huyghe, Conservador en Jefe de las pinturas y dibujos del Museo del Louvre. Altri tempi.

En los años sesenta, Alfredo Teófi­lo Laborde, que fue un señor de gran salón, me contaba que los pintores lo­cales tenían recelos entre sí. Y desde ya las disputas entre Fontana y Vanzo: una vez por una cuestión de faldas y otra, en 1942, cuando ambos fueron talentos; máxime si creen estar rodeados por obtusos. 

Los recelos, en definitiva, que no han de haber sido tantos, derivaban de que Rosario careció de mayores patroci­nadores del arte. Los coleccionistas compraban pero regateaban de lo lin­do. Vanzo me contó, por ejemplo, que muchos médicos, cuando la atendían a Rosa Wernicke, le permutaban ho­norarios no demasiados altos por una obra.

En cuanto a los marchands, y ni hablar de los más recientes, eran bastante gra­nujas. Claro que con las protocolares excepciones del caso. En tanto, en la pintura rosarina hubo mucha rapiña, mucho latrocinio. Pero descuento que esto ocurre en todas partes: en todas partes se cuecen habas (fechorías); aunque en algunas solamente se cue­cen habas. En Rosario es muy lindo comprar arte; pero el asunto es muy triste si uno tiene que vender. Mientras, cuando hay confraternidad entre los pintores, desde ya intercam­bian cuadros entre sí. Cuando en 1946 Vanzo estuvo en Roma, le dio a Giorgio De Chirico unos "músicos" y D Chirico le regaló un autorretrato chic bastante bien logrado. Su secretario, el harto avispado y connaisseur Isaac Fernández Torres, me dijo que vendra la obra en Buenos Aires años antes d la muerte de Vanzo, que fue en 1984. 

En 1975 quise hacerle un reportaje De Chirico y una asistente me dijo po teléfono que sí. Fuimos con un fotógra­fo que trabajaba en la Casa Argentina en Roma y tras vernos unos instantes mirarnos de arriba a abajo nos "sacó bolsazos". Nos compensamos visitan do la tumba de Keats, que estaba a tiro de piedra de ahí, al lado de la escalina ta de la plaza di Spagna; en la que suele le desfilar nuestra bella Valeria Mazza

Vanzo también tenía otras obras aje ñas, como un Fader mediano, firmado F. E, un paisajito. Hace cuarenta años no cotizaba; pero hoy debe valer ba tante. La inversión en pintura, como matrimonio, es casi como una lotería. Acaso los pintores también 

disputado por el mercado local; por los precio y por importarles a los coleccioni tas. Vanzo y Laborde me confiaro que además incidía mucho "el factor humano". Bellas artes y bello sexo. 

Sobre todo alumnas de los maestro que se enamoraban, o cosa parecid de sus mentores; o profesores, si habí Facultad de por medio. En esto Vanz fue creo que un caso único: hasta s setenta años muchas mujeres, inclu jovencitas, lo procuraban con halago Y Vanzo, que era pintón, empilch ba bien (su casi infaltable saco gr de lana) y tenía una envidiable labia además de pesos en el bolsillo que a veces extraía, raramente le hacía ascos a nada. Pero cuando una vez le pedí que formáramos una "hermandad de la costa", como los piratas caribeños, se limitó a sonreír un rato y a echar­me otro poco de whisky O. S. en los cafés que servía a los visitantes en su casa-atelier de Cochabamba 2010. Me quedé un rato más para no llegar a los tribunales medio achispado: los abs­temios (del griego "temium", vino, lo mismo temulento) pisamos un corcho y hacemos más papelones todavía. En estos trances conviene saber que "abs­temio" y "abstención" no comparten etimología. Y tampoco "adolecer" y "adolescente"; aunque algunos psicó­logos crean lo contrario. 

De modo que de lo que he podido de­ducir, que no es mucho, creo que la pintura rosarina fue bastante indivi­dualista, no legó escuelas. Hay sí una tradición de muestras colectivas, de agrupaciones, de publicaciones, de alardes políticos desde luego levógiros cuando no anarquistas. En realidad por suerte carecimos del llamado "arte comprometido". Las reuniones en los cafés, eso sí, me decía Vanzo que es­casamente resultaban entre artistas, los interlocutores eran de distintas actividades:abogados, coleccionistas, médicos, clientes, galeristas, amigos, literatos, "buscas". Acaso había una cierta soledad entre multitudes, fenó­meno que todos sobrellevamos. Y des­pués de todo Nietzsche: "Un hombre se mide por la cantidad de soledad que es capaz de soportar".



Las falsificaciones 

Circulan muchas, algunas burdas. Di­bujos de Gambartes a granel. También óleos de Cochet y de Vanzo. De Koek-Koek ni hablar; sobre todo en Buenos Aires, en donde cotiza muy bien. De Berni tampoco ni hablar. Es que como dijo un crítico norteamericano, "Corot pintó 1500 cuadros. De los cuales 1700 están en los Estados Unidos". En cuanto a las "certificaciones" que expiden algunos galeristas porteños, son poco serias. Vg. autentican, una sola persona, a cuarenta o más pinto­res. ¿Tanto saben? Los herederos de los artistas, por el solo hecho de ser fami­liares, se sienten capacitados para le­gitimar. En general conviene comprar con un buen asesoramiento o en ins­tituciones que dan muchas garantías. Sería el caso de los remates en los ban­cos municipales. Cuentan con buenos comissaires-priseurs.Conservadores de museos sagaces supongo que no hay muchos, y menos martilieros ex­pertos como lo fue Guillermo Ortiz de Guinea. Atilio Chiappori (1880-1947), Director del Museo Nacional de Bellas Artes, fue uno de los paladines en la interminable lucha contra la falsifica­ción de cuadros en la Argentina. En cuanto a los peritos, a veces yerran o "venden" sus dictámenes. En verdad que hay artistas que da la impresión si­guen trabajando desde el más allá. Para colmo el mercado en Rosario es en ge­neral incauto. Cuando Vanzo veía un cuadro apócrifo decía: "Y esto, ¿qué quiere ser?". Vanzo tenía la suficiente inteligencia como para conseguir más inteligencia. Pero se conformó con la que tenía. De modo que si bien hubiera podido llegar mucho más lejos, en ese caso no hubiera sido Vanzo. 

Según Sainte-Beuve, "la última fase del arte es la falsificación". Hay tam­bién pintores que denuncian han sido falsificados. Pero son embusteros: es una trama que urdieron para hacer­se conocer mejor y cotizar más sus obras. Si un pintor difundido nunca fue falsificado, "¡es una vergüenza!". La festejada, por desdicha, picardía criolla. Pero no me preguntéis quiénes, nomina odiosa sunt. Además ignoro también eso.



Excurso: ¿existe 

una pintura argentina? 

Si nos atenemos (no hay obligación) a los anteriores parámetros, pues sí. Pero pasa que como explica Ortega también Gasset, "pese a su etimología una nación no nace, se hace... es un proyecto sugestivo de vida en común". Es decir: una ciudad permite que aco­temos mejor. Y una ciudad es para siempre, no así los heterogéneos países geografía política es voluble incluso en las últimas décadas. Ahora tampoco es acomodado pintar una ciudad. Juan José Sebreli lo delata Cuadernos: "Buenos Aires nunca fácil de pintar, y hoy lo es menos aún ciudad que cambia cada día, que rece de memoria histórica y de to color local, sólo es posible encontrar cierto encanto secreto en algún rincón en alguna casa, pero su realidad parece estar siempre en otra parte y escapa a la visión del artista y también del minador, que debe atravesar la monotonía y la despersonalización de extensas zonas deprimidas" (Sudamerica 2010, p. 195). Y Rosario algo parecí De todos modos también puede hablarse, cómo no, de una pintura argentina. No colonial, luego precursores europeos y consolidándose, como le sucedió a Rosario, en el siglo XX. 

La independencia política se apareó a una originalidad, o al menos a iniciativas, estéticas. Al menos es la tesis que se irriga en "El arte de los argentinos" (1937), la ciclópea obra de José León Pagano, nuestro crítico mayor, quien sí podríamos reprocharle, pero no lo haremos, que en su compendio de 1940 "Historia del arte argentino” dedicó un capítulo a la pintura de Córdoba y ninguno a la rosarina. mismo en una reedición postuma, ahora titulada "El arte de los argentinos Goncourt, 1981". 

Existe entonces una "pintura nacional"; pero otra vez la cantinela: todo tiempo pasado fue mejor. De modo que, aunque parezca mentira, el pasado es por ahora más inagotable que el futuro.
Fuente: Extraído de la Revista “ Rosario su Historia y Región”. Fascículo N.º 98 de Julio 2011