Leticia Cossettini, cautivante narradora e inigualable en la elección
de términos, contó alguna vez con sus palabras cómo y por qué surgió el coro:
"El coro de pájaros nació como pequeña célula en 1936. Yo tenía entonces
un grupo de chicos inquietos, nerviosos, inestables. Por ello, con frecuencia,
los sacaba al patio, bajo los árboles, y los distraía de alguna manera: conversando
de las flores, de las hojas, del río. Un día me piden un cuento. Acepté. Como
eran chicos a los que nadie les contaba cuentos en su casa, todos se agruparon
lo más cerquita posible, porque uno cree que acortando las distancias se ve y
se escucha mejor. Se me ocurrió un viejo cuento tradicional donde la
protagonista era una niña cautiva en una torre y que debía hilar una cantidad
inmensa de cáñamo porque si no caería sobre ella un maleficio. La niña llora
desconsolada y comienzan a aparecer pájaros por las ventanas de la torrecilla.
Los pájaros hablaban, como en los buenos tiempos de las fábulas: ¿Por qué lloras? La niña les explica y
ellos responden: No, no, no llores. Te vamos a ayudar.
"Empezaron a trabajar, entre aleteos, bisbiseas y trinos hilaron
todo el cáñamo; todo estuvo listo y la niña se libró del maleficio, gracias al
encanto de los pájaros. Los chicos se quedaron callados. Y en ese momento...
Hay momentos, pocos en la vida, en que uno dice justo lo que hay que decir. No
ocurre siempre, por lo menos en mi experiencia personal. Yo les pregunté: ¿Ustedes
saben imitar el canto de algún pájaro?. "Yo si sé" -dijo alguien-: sé
hacer la paloma". Claro, pensé, era la que oía con más frecuencia. ¿Y cómo
hace esa paloma? El imitaba la paloma y yo lo observaba. Escuché y sugerí la
paloma puede cantar distinto cuando sale el sol, al atardecer, si está triste,
si llama a sus pichones. El sonido cambia de intensidad si está lejos o
cerca. Propuse dirigirlos sin palabras, con mis manos. Yo indicaba quién tenia
que hacer el canto, más alto, más bajo, juntos, en silencio. Surgieron otros
cantos, el gorrión, la pirincho se fueron incorporando. Pero el proceso era
siempre el mismo: afinación y armonización. Lo interesante fue que esas criaturas,
ese grupo de chicos, un poco considerados con cierto alejamiento, porque eran
menos inteligentes, porque eran menos brillantes, porque eran más rudos, se
sintieron personajes. En años sucesivos se fueron abriendo nuevos registros.
Yo entreví que ésto podía alcanzar a ser
una cosa más vasta, más sensible, y abrí la invitación a todos los niños de la
escuela. Se anotaban por año sesenta o setenta chicos y había que elegirlos;
entonces el jurado se hacia con los mejores imitadores de pájaros. Y un día se
citaba: "Mañana, a las nueve de la mañana, en el salón de música se va a
hacer el concurso". Era conmovedor. Porque estaban como los ejecutantes
de las orquestas, afinando el pico cada uno. Algunos estaban tan emocionados
que al principio el canto no les salía... Pero de acuerdo al clima de la
escuela, que era paciente, afectuoso, se les decía: "Bueno, espera un
ratito: ya te va a salir..." Llegó a integrarse ese coro con más de
sesenta chicos. Yo he visto mucha gente emocionada hasta las lágrimas escuchando
este coro. Lástima que no se grabara ninguna actuación: la escuela no tenía
recursos para ello. Las fotografías que yo tengo, estupendas, son por la
generosidad de Hilarión Hernández Larguia. El las hizo tomar...''
Las palabras de Leticia narrando su experiencia lejana, aclaran los
conceptos: un maestro abierto, sin preconceptos, dejándose crecer cada año con
su grupo y tratando de encontrar justo lo que hay que
decir, encuentra tantas posibilidades como
niños tiene a su cargo.
Fuente: Extraído de la
Revista “ Rosario Historias de aquí a la vuelta. Fascículo Nº
19. Autora. Amanda Paccotti de marzo 1992