Por Rafael Ielpi
Dos
menciones relacionadas con la cultura corresponden a aquellos años iniciales de
la década del 20. La primera, la fundación de El Mangruyo, el 24 de febrero de
1921, como institución destinada a la difusión de la música y la literatura indo
americana, según
rezaban los estatutos originales, redactados por un rosarino conspicuo:
Estanislao Zeballos. La institución se encargaría, años más tarde, de la
edición de los primeros discos de Roberto Chavero, un desconocido entonces que
luego pasaría a ser Atahualpa Yupanqui. Se trataba de tres discos de pasta,
que contarían con el auspicio de una yerba mate local e incluían los temas Apariencia, ha vidala
del adiós, Cumbres siempre lejos, Paso de los Andes y su famoso Caminito del indio. El que luego sería
creador fundamental de la música folklórica argentina actuó más de una vez en
la ciudad presentado como el músico cuzqueño...
El
Mangruyo editaría
asimismo libros de uno de los poetas gauchescos más conocidos, el uruguayo
Romildo Risso, autor de los versos de Los ejes de mi carreta,
que
vivió algunos años en Rosario, trabajando en una empresa yerbatera en la que
ocuparía incluso un alto cargo administrativo. La entidad nativista tenía una
especie de "escuela criolla" en Alberdi, en la que se enseñaba
equitación y donde, en épocas difíciles y según testimonios de contemporáneos
de esos hechos, se llegó a dar de comer a cerca de 1000 personas.
La segunda está
vinculada a quien es reconocido como nombre de inevitable mención en la
historia de la literatura rioplatense: el uruguayo Horacio Quiroga.
Testimonios como los de su biógrafo Pedro Orgambide señalan la presencia del
autor de Los
desterrados en
las calles rosarinas entre 1920 y 1922 —año de la publicación de El salvaje, Las sacrificadas
y Anaconda— pero no precisamente
como turista. Entre
tus aventuras amorosas, escribió Orgambide, hay una que se
complementa con sus hazañas deportivas como motociclista. Por un tiempo, viajó
a Rosario para
encontrarse
con una chica que había conocido en Buenos Aires. Su raid incluye
rutas de tierra, caminos barrosos, barrancas, senderos poceados que él recorre a
gran velocidad. Hace en el día, entre ida y vuelta, unos 800 kms. Usa saco
de cuero, bufanda, anteojos protectores. Un amigo lo encuentra después dee un viaje. Cansado, manchado de barro, la barba
mojada por la lluvia, hecho una lástima...
Otros
testimonios insisten en señalar el interés que una rosarina, la pintora y escritora
Emilia Bertolé, una bellísima mujer, por lo demás, despertara en el ambiente
intelectual de Buenos Aires en los mismos años, impactando tanto a Quiroga
y a otros personajes de la cultura porteña como al poeta mendocino Alfredo R.
Búfano, con quien mantendria una relación sentimental.
Por la misma época había conocido a una
muchacha, que sus biógrafos no identifican. Vivía en Rosario y Quiroga, para
visitarla, solía recorrer en motocicleta los ochocientos kilómetros del viaje
de ida y vuelta. Había comprado una máquina de segunda mano hacia 1918. Hasta
1924, esa máquina fue su pasión... Sus viajes a Rosario eran la ocasión de
heroicas hazañas. "El aparato, a cada hoyo (siguen contando sus
biógrafos), pegaba brincos que lo arrojaban de la montura, el barro le
salpicaba las barbas, se le introducía en la boca y le ensuciaba los anteojos
protectores hasta impedirle la visión, pero él no dejaba de apretar el
acelerador, siendo sólo por tener un dios aparte que máquina y maquinista no
quedaron por allí con las entrañas al aire... Era casi imposible reconocerlo a
la vuelta bajo la capa de polvo y lodo que traía en el saco de cuero, en la
bufanda, en el jockey de orejeras, en las crenchas desgreñadas... " No se
sabe qué pensaría la joven de Rosario de este Romeo mecanizado, todo cubierto
de barro y agotado como un atleta de la voluntad. Lo cierto es que la relación
no continuó, aunque años más tarde Quiroga utilizaría tal vez algunos elementos
de la misma para un cuento, "Silvina y Montt" (1921), que contiene
interesantes notas autobiográficas.
(Emir Rodríguez Monegal: Genio y figura de Horacio Quiroga, Eudeba, 1969)
Lo cierto es que, más allá de esa historia
verídica, no quedaron otros rastros del paso de Quiroga por la ciudad
(reuniones con otros escritores, actividades públicas más o menos notorias,
colaboraciones contemporáneas en diarios y revistas rosarinas) que los
testimonios de sus biógrafos Orgambide, Rodríguez Monegal, entre otros, y una
recreación literaria de Miguel Ángel Roig en la revista Vasto Mundo, medio
siglo largo después de aquel episodio de los románticos viajes del narrador.
El clamor mecánico que llega de la calle
se detiene y minutos después, Horacio Quiroga entra una vez más al boliche de la Calle del Puerto. Una figura
menuda y espigada, con las crenchas desgreñadas, se descubre con no poco esfuerzo
detrás de la capa de lodo seco y polvo. Desde el fondo de este espantapájaros
ridículo, su sonrisa triunfal y benévola avanza hada mi mesa. Quiroga lleva
varias visitas a la ciudad motivadas por una muchacha (cuyo nombre la
discreción me hace evitar) y desde su primer viaje ha tomado la costumbre de
recalar aquí para acicalarse y reponerse con un trago... Francisco aparece
junto a nosotros y palmea a Quiroga. A instancias del gallego salimos los tres
a la calle para admirar la motocicleta del visitante. Es una máquina enorme,
que mantiene el equilibrio apoyada en un sidecar. Igual que el conductor, está
completamente cubierta de barro calcinado por el sol, tan fuerte a esa hora que
nos obliga a regresar al salón... Pienso en la joven dama que lo aguarda: debe
tener hace tiempo un ala cortada. Pienso más y recuerdo el desdén de su porte
afectado en el último baile del Germania
Park. Me reservo la sonrisa. En el interior del
boliche, Quiroga se despide. El ronco sonido de la máquina conmociona la
soledad de la siesta; comienza a subir en su motocicleta, lentamente, la calle
hacia el sur. Tipo loco, dice el gallego. Fue la última vez que lo vi. Dos años después,
Glusberg me trajo de Buenos Aires una edición de Los desterrados...
(Miguel
Angel Roig: "Horacio Quiroga va en motocicleta al muere", en revista Vasto
Aquel
año 1921 sería también el de la pavimentación asfáltica de la calle Corrientes
hacia el sur, lo que la convertiría en una de las arterias importantes para el
tránsito vehicular, entre el que se contaban los tranvías. Esa novedad atraería
a los rosarinos casi tanto como otras dos noticias diferentes: la nueva
intervención a la provincia de San Juan decretada por el presidente Yrigoyen,
como consecuencia inmediata del asesinato del gobernador Amable Jones en el mes
de noviembre, y el
epílogo
de un debate en el Senado Nacional que culmina con el desafuero del legislador
socialista Del Valle Ibarlucea, quien moriría el 30 de agosto.
Dos acontecimientos
menos dramáticos despertarían masivo interés Rosario como en todo el mundo: la hazaña de un
joven ajedrecista cubano llamado José Raúl Capablanca, quien el 16 de marzo se
consagra campeón mundial de ajedrez derrotando a Emanuel Lasker, que había reinado en el
juego ciencia durante más de un cuarto de siglo, y la conquista, por primera
vez, del Campeonato Sudamericano de Futbol por la selección nacional, el 30 de
octubre.
Tres meses antes, el 3 de agosto, la ciudad
se conmueve hondamente ante un cable de la víspera: en el "HotelVesuve"
de Ñapóles, su ciudad natal, ha muerto
Enrico Caruso, a quien los amantes de la lírica recordarían cantando en La
Ópera rosarina apenas cuatro años antes, cuando su llegada a la ciudad provocó admiración,
entusiasmo nostalgia en sus compatriotas. El año iba a culminar con el telón
también final para un caso que concitó interés y polémicas en todo el mundo: el del múltiple
asesino Landrú, una especie de moderno Barba Azul cuya condena a muerte dio
término a una saga folletinesca que |los rosarinos habían seguido con la
curiosidad, muchas veces morbosa, que despiertan este tipo de casos policiales.
Otra noticia, en mayo del año siguiente
señalaría el crecimiento cultural de la ciudad, en especial en el ámbito
musical. El 17 de ese mes. los rosarinos se enteran de que el conocido maestro de música José de Nito, hijo del Rosario, ha sido nombrado maestro director sustituto de la
orquesta del Teatro Constanzi de Roma, considerado
por entonces uno de los mayores coliseos lírico-musicales de la península y el
más importante de la capital italiana.
Las intendencias
sucesivas, las de Juano y Rouillón, iban a contribuir al progreso ciudadano a
través de algunas obras públicas que, en algunos
casos, perdurarían hasta la actualidad, como la Plaza Santos Dumont,
sobre las barrancas que enfrentan al Paraná en Alberdi. La construcción de un
balneario municipal en la zona norte de la ciudad, ensanche de la Avenida Belgrano
y el embellecimiento de la avenida costanera en la zona
del actual Parque Nacional a la
Bandera, y el proyecto de concreción
del Jardín Botánico, se contarían entre emprendimientos oficiales más notorios de esas dos administraciones.
Una fiebre constructora
que, en todo caso, se correspondería con el proyecto nacional de Marcelo T. de Alvear que promovía ese mismo año la
concreción de grandes obras públicas, y con otras realizaciones surgidas del
ámbito de las inversiones privadas de la magnitud del "Estadio
Monumental", levantado en el barrio porteño de Núñez.
En
febrero de 1922, sobre el final del primer mandato de Hipólito Yrigoyen, asume
como gobernador mendocino Carlos Washington Lencinas. Su apellido volvería a
ser más tarde otra señal de luto para el "Peludo".
Algunos
avances, mientras tanto, se producían en relación con la infancia y la
educación ese mismo año. El 2 de agosto, en la Escuela del Banco de
Préstamos se implementa la llamada "copa de leche", que se distribuye
a 250 alumnos, que de ese
modo no deben esperar la hora de salida para reponer sus fuerzas por cuanto
hallarán en el mismo establecimiento donde se educan el alimento
imprescindible para sus débiles cuerpos. El 15 de ese mismo mes,
se habilita la
Escuela Independencia para niños retardados, con la finalidad de adaptar a los niños
anormales a la vida social y valorizar en lo que sea posible su capacidad
individual.
Contemporáneamente, los
rosarinos comienzan a recibir un sano y promocionado consejo: el de evitar el
consumo de leche "recién ordeñada". Un aviso publicado en la revista
de la Sociedad Rural
de Rosario en 1923 muestra a la
Muerte (un esqueleto vestido con una túnica) sosteniendo un
frasco del que van cayendo insectos a un recipiente con la inscripción
"Impure milk". En realidad lo que no existía era la costumbre de
consumir leche pasteurizada ya que a comienzos de siglo Fernando Jacobsen
había sido uno de los pioneros en utilizar ese procedimiento en su usina
pasteurizadora de Catamarca 1158; la producción del establecimiento, hacia
1905, se vendía a una decena de lecherías, aunque la difusión masiva del
consumo tardaría muchos años en producirse.
Junto a avisos de ese tenor, reiterados
durante buena parte de aquel año, la prensa rosarina consignaría una
información que acongojaría a los amantes del teatro, muchos de los cuales
habían sido privilegiados espectadores de sus actuaciones en la ciudad a comienzos
del siglo XX: la desaparición de Sarah Bernhardt, luego de la amputación de una
pierna. La misma difusión alcanzaría en 1923 la muerte de otra figura
carismática, la del mexicano Pancho Villa, cuyo verdadero nombre de Doroteo
Arango sería eclipsado para siempre por el otro, que identificaría a uno de los
líderes de la Revolución
iniciada en 1910
contra el régimen de Porfirio Díaz.
Mientras tanto, un
match de box que luego sería considerado por los críticos como "el combate
del siglo" lograría galvanizar la atención de los rosarinos, muchos de
ellos pendientes de lo que relataba la precaria radio a galena y de la suerte
de ese compatriota llamado Luis Angel Firpo, empeñado desde su condición de
"toro salvaje de las pampas en destronar al campeón Jack Dempsey.
También
en 1923, los trabajadores tendrían motivo de regocijo Con la aprobación de la Ley 11289, que determinaba la
jubilación “universal y obligatoria". La
norma, sin embargo, se suspendería dos años mediante la Ley 11358, por la fuerte
presión de la Unión
Industrial y las propias
reticencias de los obreros al descuento del 5 por ciento de sus salarios,
en concepto de descuento jubilatorio. Consagrada más tarde, aquella legislación se uniría a las
varias que el aportara a los sectores
populares, como la Ley
10505, que reglamentaba el trabajo domiciliario, de 1918; la 11317, referida a
los contratos de trabajo a menores de edad, de 1924, y la 11318 de trabajo
nocturno en las panaderías
Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame” tomo III
editado 2005 por la
Editorial homo Sapiens Ediciones