Por. Rafael Ielpi
Otra de las grandes
instituciones nacidas al calor del Centenario de Mayo sería la Biblioteca Argentina,
la más importante de la ciudad hasta nuestros días y una de las más importantes
de la Argentina.
Surgida como un proyecto de Juan Álvarez (cuyo nombre se
.sumaría para siempre al de la institución, por decreto municipal de abril de
1956), en julio de 1910 Monos
y Monadas daba
cuenta de la simbólica puesta en marcha de las obras: En un terreno de la cortada de Córdoba entre las de Paraguay e
Independencia, se ha verificado la colocación de h piedra de la Biblioteca Argentina;
la
ceremonia incluyó, junto a la infaltable Banda de Policía, un discurso de
Benjamín Rodríguez de la Torre,
desarrollado en el hermoso castellano que
escribieron Moreno, Rivadavia, Echeverría y Sarmiento.
El 18 de septiembre del
mismo año, en la revista aludida se puede leer la descripción de algo que suena
conocido: la colocación de la piedra fundamental
de la Biblioteca
Argentina, lo que vendría a ser un antecedente de otras
obras "inauguradas" más de una vez en la ciudad. En esta ocasión, el
acto contaría con presencias más relevantes como las del intendente Quiroga,
Fermín Lejarza (un gran impulsor del proyecto) y el secretario de la Intendencia, que no
era otro que Juan Alvarez, en
quien se aúnan —dice
Monos y Monadas— dotes de erudición vastísima,
clara inteligencia y férrea voluntad para ejecutar. El sitio elegido para
levantar el edificio era el que ocupaba todavía en mayo de 1911 una vieja
caballeriza municipal.
Álvarez
recordaría
muchos años después, al hablar desde una tribuna en el acto de un aniversario
de la Biblioteca:
Tribuna, diría, como la que yo mismo hube de esbozar, a falta de mejor dibujante,
cuando en í909 no había libros, ni muebles, ni edificio, ni otra cosa que una
destartalada caballeriza de Obras Públicas, a la que media docena de enamorados
del ideal persistíamos en inaugurar futura biblioteca. Recuerdo que poco
después alcanzaron ya los dineros para adquirir la piedra fundamental, y a fin
de colocarla, junto a una vieja tapia sin revocar, en cuya proximidad 7 u 8
sillas ofrecían insuficiente asiento, nos reunimos el entonces intendente
Quiroga, el doctor Fermín Lejarza, presidente del Concejo Deliberante; Emilio
Ortiz Grognet, Dermidio T. González
y escasas personas. Aún estoy viendo a mi lado a Benjamín Rodríguez de la Torre, eficaz colaborador
desde sus comienzos.
Lo
cierto es que el acto inaugural, el 24 de julio, concretado casi dos meses
después de la habilitación de la
Biblioteca al público (27 de mayo) tuvo repercusiones
notables en la ciudad, aun en aquellos sectores de menor posibilidad de acceso
a la cultura que presentían, sin embargo, la importancia de que Rosario contara
con semejante acopio de libros puestos a disposición de todos. Se le asignó una importancia especial —decía la revista Fray Mocho— en el eje de un período de la vida de la ciudad en que las
actividades del espíritu principian a adquirir un valor notable frente a la
actividad económica, predominante hasta el momento presente.
La afirmación era
certera, ya que en el espíritu de los impulsores de la obra estaba aquel
reconocimiento de las carencias culturales de una sociedad que, en aras de la
acumulación de fortuna, había hecho oídos sordos a toda cosa que no fueran las
transacciones comerciales, salvo el fervor teatral, en el que mucho tenía que
ver sin embargo la necesidad de figuración social.
Algo de eso estaba
presente en el discurso de Nicolás Amuchás-tegui, que habló en representación
de la Municipalidad,
cuando advertía que el
pueblo del Rosario, antes de haber pensado en pulimentarse e instruirse, se ha
ocupado en desarrollarse y hacerse grande, robusto, poderoso, irresistible, con
vida propia, pletórico de vida y de músculos hercúleos. Joaquín V González,
enviado del gobierno nacional, incluyó en sus palabras la frase que aún hoy
puede leerse en la puerta de acceso a la sala de lectura de la Biblioteca Argentina:
"Conocer es amar, ignorar es odiar", aun cuando —según Fray Mocho— lo más destacable fueron las ideas del autor sobre el
método en las lecturas y los beneficios sociales de las bibliotecas,
combatiendo la ignorancia en sus males propios y derivados.
En
julio de ese año, la misma revista porteña se ocupa del acontecimiento, con
minuciosidad e interés: En su
género es una de las instituciones mejor instaladas del país, no obstante lo
económico de su costo, unos 40 mil pesos entre edificio y muebles. Delante
tiene un jardín que la separa del bullicio de la calle; el salón tiene cierto
parecido con el de la
Biblioteca Nacional debido a la disposición interior y está
adornado con la reproducción de clásicos monumentos, entre ellos un león alado,
que reproduce uno de los de la tumba de Khorsaba (Asiría).
Juan Álvarez, designado primer director, encontraría un acompañante
ejemplar en el español Alfredo Lovell, primer bibliotecario y durante
muchísimos años alma mater de la
Biblioteca, que tendría a Camilo Muniagurria, en el período
hasta 1930, como a uno de sus directores más relevantes a la vez que a un
celoso defensor del desarrollo que debía darse a la institución. Álvarez
recordaría: Lovell tuvo a su cargo la parte más
pesada y monótona de las tareas de organización de la Biblioteca. No
obstante las penurias del Tesoro, antes de cumplirse dos años de colocada la
piedra fundamental, teníamos casa y muebles y algunas obras de arte y alrededor
de 12 mil volúmenes...
El
español Lovell, que durante casi cuatro décadas sería bibliotecario principal
de la institución, debió alejarse de ella en diciembre de 1946
por una presunta incompatibilidad, sin que el decreto de la nueva
administración municipal, designada por el gobierno peronista, le reconociera
siquiera su larga trayectoria al servicio de la Biblioteca y de la
cultura de la ciudad.
Dos
años más tarde, el batallador José Guillermo Bertotto, designado Secretario de
Cultura y en esa condición también director ad honorem de la Biblioteca Argentina,
logra que el intendente Simón Sisa, sin retroceder en la cesantía de Lovell,
modifique el contenido del primer decreto consignando lo que antes se omitiera:
que en el desempeño de aquella función demostró
celo, erudición y conciencia, cualidades éstas dignas de destacar, dándosele
las gracias por los eficaces y meritorios servicios prestados en tal carácter. Con lo que el objetivo
reparador del activo polemista que fuera Bertotto, quedaba (aunque tarde)
cumplido.
Rosario, 7
de diciembre de 1948. Señor Intendente Municipal Dr. Simón Sisa. Si no
reconociera en usted elevado espíritu, sereno, justiciero y enérgico temería
desagradarle solicitándole repare el error cometido por otros. Usted tiene el
coraje de amparar a indefensos defendibles y de punir a culpables ocultos. No
se trata, sin embargo, de promover revisiones: le traigo algo sencillo y
humano. Hace dos años, el 31 de diciembre de 1946, un hombre de bien, caballero
intachable, don Alfredo Lovell, fue
despojado de su cargo en la Biblioteca Argentina, decreto 5516. Tenía 36 años
de ejemplar actuación ininterrumpida, fiel, útil, constructiva. Intelectual
orgánico, Licenciado en Filosofía y Letras, Doctor en Geografía e Historia en
España, y en toda parte donde el docto posee personalidad, demostró amor al
libro y respeto al estudioso, sirviendo en sus funciones con celo, erudición y
conciencia. Todo rosarino de alguna mentalidad lo recuerda cordialmente. Y a
ese benemérito óptimo se le declaró su nombramiento "sin
efecto",pretextando cierta incompatibilidad, que a existir no hubiera
sido nunca motivo para que sus instigadores y firmantes olvidaran sus méritos
y esfuerzos. Vengo a solicitarle, señor, que reforme aquella orden grosera,
expresando que la ciudad agradece a don Alfredo Lovell su distinguida
colaboración al progreso cultural del pueblo. No pido se le restituya su
empleo porque no disminuyo una cuestión moral a un asunto subalterno. Ansio que
el señor Lovell visite la Biblioteca Argentina como huésped de honor. Lo
saludo con mi mayor consideración.
(José
Guillermo Bertotto: Informe y réplica, sin pie
editorial, Rosario, 1949
La
flamante Biblioteca iba a ser, a la vez, desde sus mismos orígenes, un ámbito
de actividades culturales, especialmente de la música clásica. Una semana antes
de la inauguración oficial, se realiza un concierto en lo que sería la sala de
lectura y a partir de allí se sucederán, hasta nuestros días, ese tipo de
actos. En 1918, y dirigido por Humberto De Nito, se realiza allí un
"Homenaje a Claude Debussy" y en 1921,Juan Bautista Massa y la
recitadora Berta Singerman colman la sala aludida en un "Homenaje a
Mitre". A partir de esas experiencias iniciales, en la Biblioteca Argentina
actuarían algunos de las instrumentistas y directores más relevantes del siglo
XX, en una nómina que puede incluir, entre a otros, a nombres preclaros como
los de Arturo Rubinstein, Wanda Landowska, Claudio Arrau, Wilhem Kempft,
Alexander Brailowsy, Andrés Segovia, Jan Kubelik y Félix Weintgatner, o al
compositor de Los pinos de Roma, Ottorino Respighi.
Pero
1910 no iba a ser sólo el año del Centenario de Mayo en el Rosario de ese
momento: un permanente entusiasmo cívico, un arranque inusual de patriotismo
hacedor y ejecutivo parecía haberse encarnado en funcionarios, empresarios,
comerciantes, políticos y en la propia ciudadanía. Por eso, se sucederían no
sólo los grandes proyectos y las grandes obras sino otros cambios menores que
tendrían asimismo una larga perduración en el tiempo.
En
julio de 1910, por ejemplo, en conmemoración de la Revolución Francesa, se
impone el nombre de Avenida Francia al antiguo Boulevard Timbúes, que de alguna
manera había sido uno de los límites del Rosario poblado en los primeros años
del siglo. El acto tiene gran representatividad política, como que asisten al
mismo el gobernador santafesino Domingo Crespo, el intendente Isidro Quiroga,
el Jefe Político del Rosario, Julián Paz, y el Cónsul de Francia Charles
Faubert. La fiebre hacedora de 1910 iba a posibilitar también la fundación de
otras instituciones representativas de sectores de peso en la sociedad como el
Colegio de Escribanos, cuyo primer presidente sería Pantaleón Egurvide, y el
Círculo Médico, fundado el 14 de septiembre.
Otra
muestra del poderío económico de la burguesía local y de la "voluntad de
hacer" de ese momento, lo da en junio la respuesta del aludido sector al
proyecto del gobierno santafesino de reorganización del Banco Provincial de
Santa Fe. En cuanto el mismo fue conocido en la ciudad —consigna Monos y Monadas—, se reunieron dos de nuestros Cresos y dijeron que
bien podía el Rosario suscribir totalmente el empréstito en lugar de recurrir
a capitales extranjeros. Unas pocas visitas y tres horas después estaba
suscripto el capital necesario, es decir la friolera de 7 millones de pesos...
La revista incluye una
fotografía donde posan los aportantes rosarinos: Enrique Astengo (que, si bien
era porteño de nacimiento, había consolidado una gran fortuna en Rosario, a
través de su carácter de empresario de obras de pavimentación, en las que
llegaría a ocupar a cerca de 2000 obreros; era dueño además de estancias, había
constituido una empresa colonizadora y se lo consideraba uno de los capitalistas
más importantes de la provincia), Lisandro de la Torre, Ciro Echesortujosé
Castagnino, Alfredo J. Rouillón, Juan Fuentes, Francisco Güeña, Casiano Casas,
Fernando Pessan, José Botto. Juan Protto, Ernesto Brandt, Rufino Escuderojosé
M. Martinoli, Manuel Ordóñez, Quintín de Acevedo Machado y Juan Andino. La
revista afirma que un banquero, al ver la fotografía deslizo; He aquí una reunión que vale mas de 100 millones..., y comenta que el
capital del Hospital del Centenario ya estaba también suscripto con
participación de los mismos Cresos.
De
paso, desliza en la misma semana dos de sus "versitos" dedicados a
los "hombres de peso... y pesos" de la ciudad. Sobre Lisandro de la Torre, se pregunta: El Rosario capital/ es su deseo ferviente. / ¿Lo logrará el
presidente/ de la Liga
y la Rural?, en tanto que a Otto
Grieben lo hace autodefinirse de este modo: Al ver mi gesto marcial/ es fácil la deducción: / yo soy el Napoleón/
de la hueste comercial...
Fuente: Extraido del Libro Rosario del 900 a la “decada infame” Tomo
II editado en octubre 2005 por la Editorial HomoSapiens.