Ya
entrado el siglo XX, ciertos sectores cultos de la burguesía empezaron a
advertir con creciente alarma la invasión del área céntrica por parte de
extraños edificios que inmediatamente fueron calificados de “adefesios
urbanos”. Se trataba de una nueva corriente que rompía los acuerdos tácitos en
torno al vocabulario del lenguaje clásico que compartían la ciudad de los
artesanos y la de los palacios comerciales y de renta. Estas nuevas y
extravagantes construcciones se prodigaban en motivos florales o geométricos,
insólitas piruetas de hierro forjado y un uso desenfadado de mayólicas y
grandes paños vidriados que, destacándose sobre el zócalo regular de la urbe,
proclamaban su indiscutible condición cosmopolita. En su mayoría eran
promovidas por los nuevos grupos de inmigrantes enriquecidos y consolidados
socialmente, los que envolvían sus instituciones, negocios y residencias con
los arreglos innovadores del art nouveau primero y el art déco después. En el marco de estas incursiones se destacó,
por ser la más prolífica, la relación establecida por el rico empresario del plan
Juan Cabanellas y el arquitecto mallorquín graduado en Barcelona Francisco Roca
Simón. De este vínculo han quedado para la ciudad cinco edificios de una
calidad que acreditaría su inclusión en los inventarios del modernismo catalán,
movimiento que Roca conocía perfectamente y cuyos principios tuvo ocasión de
aplicar en estas obras. La más notoria, sin dudas, es la sede del Club Español
(1912-16). Mediante la réplica de los leones y el escudo, se incorporan
elementos
simbólicos a un imponente volumen compacto
que contrasta con una galería superior que, además de provocar abruptos juegos
de luces y sombras, se eleva etérea con sus vanos enmarcando una porción del
cielo. Su interior, festivo, tiene como eje la escalera.
Anónimo
Anónimo