Por
Rafael Ielpi
Uno de los grandes nombres vinculados al folklore tendría asimismo una entrañable vinculación con Rosario, pese a no ser oriundo de ella, y su obra lo ubicaría, sin discusión, entre los grandes autores de ese vasto género cuya mayor popularidad se daría a partir de la década del 50: Arsenio Aguirre.
Nacido en Juncal, provincia de Santa Fe, en agosto de 1923, su familia se radicaría en Rosario un año más tarde y en ella viviría los años de infancia y juventud, en una casa de inquilinato de la calle Virasoro al 1400. De su padre —talabartero y panadero- heredaría la afición por el canto y la guitarra, pero su muerte en 1936 lo obligó a ejercer trabajos y oficios diversos: vendedor de diarios en la esquina de San Martín y Córdoba; de pastillas en Virasoro y Entre Ríos, vecino al Hospital Rosario, actual Clemente Alvarez; fabricante con sus hermanos de pequeñas jaulas para pájaros. Un empleo como chocalatinero en el legendario Cine Sol de Mayo y luego como dependiente en el Bazar Manavella serían algunas de sus ocupaciones de esos años.
El estudio autodidacta de la guitarra que perfeccionaría luego con maestros rosarinos de la talla de María Luisa Anido, le permitiría ya a los 15 años acompañar a cantores populares conocidos de esos años como Héctor Mauré y Oscar Alonso y dos años después a concretar sus primeras giras por Sudamérica. Un asma crónica que lo obligaría a la búsqueda de climas propicios lo llevó sucesivamente, entre 1930 y 1980, a Mendoza, Jujuy, Bolivia y La Rioja, hasta su regrero a Rosario, donde moriría el 18 de octubre de 1990.
En Mendoza actuaría junto a grandes músicos del folklore como Hilario Cuadros y Tito Francia; en Jujuy y La Paz reafirmaría su amor por los instrumentos y la música andina, puesto de manifiesto en su etapa como músico de la folklorista Margarita Palacios, a comienzos de la década del 50, con la que accede a la radiofonía en Buenos Aires y a las grabaciones. Algunos de sus temas iniciales, como el yaraví Quena, llegan entonces a conocimiento de la gran cantante y soprano peruana Ima Sumac, que lo integra a su elenco en una gira por Argentina, Uruguay, Chile, Perú y Ecuador.
Sería sin embargo en la década del 50 y comienzos de la siguiente cuando su obra autoral y sus personalísimas cualidades de inobra autoral está vinculada de modo estrecho a la temática de la región y, en especial, a elementos arquetípicos de la misma: el río, las islas, los oficios vinculados a ambos, el paisaje distintivo del Litoral. A esas vivencias y escenografía, Muller ha dedicado algunos de los temas más personales del repertorio litoraleño, desde La isla o Mujer de la isla a Creciente de nueve lunas, Corazón de curupí y otros, aunque no son menos innovadores algunos de sus temas de raíz pampeana.
Del período 1930-1960 son asimismo algunos otros artistas vinculados con el folklore, como Alfredo Santos Bustamante, esforzado continuador de una tradición de hondas raíces populares. En radios, en peñas, en el cierre de muchas presentaciones de las compañías de radioteatro, el Payador Bustamante sostendría hasta muy avanzada la década del 60 el ingenio y la rima de viejos maestros de ese arte.
Similar fidelidad a las tradiciones vernáculas tendrían los Hermanos Forcat, de larga trayectoria, Víctor Villamayor y Lily Ortiz, dedicados a la difusión de la música paraguaya y Leonidas Montero, uno de los pioneros en la formación de orquestas folklóricas.
Igualmente recordables, a mediados de los años 50, serían grupos como Los Huayra Rupa, también formado por estudiantes universitarios de Arquitectura e Ingeniería en 1956, —habitantes de pensiones legendarias como "El Fortín", en Alem 2160 o "El Infierno" en Alem 1731-, entre cuyos integrantes pueden mencionarse a Rubén Pinazo, Rubén Hernández, Angel Moukarzel, José Oveja Montoya, este último un relevante autor y compositor de música santiagueña, Román Sturn y el Moto Hoffman y el Pata Suarez, cuyos apodos borrarían casi del todo a sus nombres, aunque no el recuerdo de su autenticidad. También estudiantes secundarios serían Los Cuimbaé,
(Codaglio, Berbel, Kanner, Dorín), primer grupo vocal dedicado a la música del Litoral, con un repertorio que la jerarquizaba, y cuyos escasos discos, casi inhallables, son testimonios de la calidad de aquel grupo, como su versión de Viejo Caá Caatí.
Extraido de la Revista la Vida Cotidiana Rosario 1930-1960