Por
Rafael lelpi
GUITARRA
LUMINOSA
Notable instrumentista y sensible poeta, creó clásicos inolvidables del folklore en el marco de una época marcada a fuego por el amor a lo nacional. Tan ajena al pintoresquismo como a la ingenuidad lírica, su obra tiene ganado para siempre un lugar en la música popular argentina.
Sin embargo, la humildad y la sencillez fueron su impronta inmodificable
Miles, cientos de miles, tal vez millones de argentinos cantaron, sin conocer a su autor, esa melodiosa zamba cuyos versos iniciales: "La noche me está envolviendo/ con su luna color de plata./ De lejos me trae el río/ un rumor, suave de agüita clara. /¡Qué noche, vieras que noche!! La cordillera toda nevada;/ la luna se hace pedazos/ sobre las cumbres de la montaña" traían consigo un refrescante viento poético que los alejaba del pintoresquismo y las metáforas ingenuas de buena parte del folklore tradicional.
Eso ocurría en aquellas noches en las que el folklore convocaba a lo largo de este extenso territorio a hombres y mujeres alrededor de una mesa, en un patio, en las peñas que por entonces (finales de los años 50 del siglo XX) se habían convertido en una especie de santuarios donde homenajear, con voces y guitarras, a esa resurrección de "lo nacional" bajo el ropaje de canciones que esa generación sintió como propias.
La irrupción del folklore del Noroeste de la mano de grupos que, como Los Chalchaleros o Los Fronterizos, traían consigo la de poetas notables como Castilla, Dávalos o Perdiguero y la sensibilidad de músicos como Falú, "Cuchi" Leguizanión o el "Chivo" Valladares, hizo posible que creadores. valiosos como el autor de aquella zamba llamada "Guitarra trasnochada" encontraran por fin la posibilidad de que sus canciones se conocieran y se valoraran. Ese fue el caso de u talentoso rosarino adoptivo llamado Arsenio Aguirre.
El boom folklórico de esas dos décadas hizo que temas suyos como "El quiaqueno" o zambas como "La dejé partir" integraran el repertorio de los artistas más notorios del género, se grabaran en múltiples ocasiones incluso en el y se corearan en festivales y encuentros populares que son hoy parte de un pasado irrecuperable. Pero él había comenzado bastante antes a crear músicas y letras de valía, de la mano de su condición de notable guitarrista y compositor y de sensible poeta popular, y lo seguiría haciendo luego del decaimiento de aquella fulguración folklórica hoy por la modernidad.
Ese hombre sencillo, cortés, atildado en el vestir, convertido en artista trashumante no sólo por sus compromisos profesionales sino por las demandas una salud frágil que lo llevó a vivir por años en geografías de climas más benignos y menos húmedos que el Litoral, La Rioja, Jujuy, Bolivia o Mendoza, había acompañado con su guitarra a grandes voces como las de la peruana Ima Sumaj o las tangueras de Héctor Mauré y Edmundo Rivero; había llevado el bordado siempre delicado de sus zambas, milongas, bailecitos, tonadas y cuecas por buena parte de América latina, como un embajador más humilde pero mucho más representativo que los que ocupan las embajadas; había dejado, en escasas e inhallables grabaciones, muestras de su inspiración y talento; y había regresado, finalmente, a esa ciudad a orillas del Paraná que eligiera como Propia para seguir creando, enseñando y difundiendo ese legado musical al que él —callada, humildemente— había aportado tanto.
Eso ocurría en aquellas noches en las que el folklore convocaba a lo largo de este extenso territorio a hombres y mujeres alrededor de una mesa, en un patio, en las peñas que por entonces (finales de los años 50 del siglo XX) se habían convertido en una especie de santuarios donde homenajear, con voces y guitarras, a esa resurrección de "lo nacional" bajo el ropaje de canciones que esa generación sintió como propias.
La irrupción del folklore del Noroeste de la mano de grupos que, como Los Chalchaleros o Los Fronterizos, traían consigo la de poetas notables como Castilla, Dávalos o Perdiguero y la sensibilidad de músicos como Falú, "Cuchi" Leguizanión o el "Chivo" Valladares, hizo posible que creadores. valiosos como el autor de aquella zamba llamada "Guitarra trasnochada" encontraran por fin la posibilidad de que sus canciones se conocieran y se valoraran. Ese fue el caso de u talentoso rosarino adoptivo llamado Arsenio Aguirre.
El boom folklórico de esas dos décadas hizo que temas suyos como "El quiaqueno" o zambas como "La dejé partir" integraran el repertorio de los artistas más notorios del género, se grabaran en múltiples ocasiones incluso en el y se corearan en festivales y encuentros populares que son hoy parte de un pasado irrecuperable. Pero él había comenzado bastante antes a crear músicas y letras de valía, de la mano de su condición de notable guitarrista y compositor y de sensible poeta popular, y lo seguiría haciendo luego del decaimiento de aquella fulguración folklórica hoy por la modernidad.
Ese hombre sencillo, cortés, atildado en el vestir, convertido en artista trashumante no sólo por sus compromisos profesionales sino por las demandas una salud frágil que lo llevó a vivir por años en geografías de climas más benignos y menos húmedos que el Litoral, La Rioja, Jujuy, Bolivia o Mendoza, había acompañado con su guitarra a grandes voces como las de la peruana Ima Sumaj o las tangueras de Héctor Mauré y Edmundo Rivero; había llevado el bordado siempre delicado de sus zambas, milongas, bailecitos, tonadas y cuecas por buena parte de América latina, como un embajador más humilde pero mucho más representativo que los que ocupan las embajadas; había dejado, en escasas e inhallables grabaciones, muestras de su inspiración y talento; y había regresado, finalmente, a esa ciudad a orillas del Paraná que eligiera como Propia para seguir creando, enseñando y difundiendo ese legado musical al que él —callada, humildemente— había aportado tanto.
Fuente:
Extraído de la Revista del diario “ La Capital 140 años” de
2007.