La aparición de Angel Antonio Landucci en la primera división auriazul se produjo en el momento mismo en qué Central se sacudía definitivamente su condición de equipo sin aspiraciones para convertirse en protagonista de cada campeonato. Fue en la segunda fecha del Metropolitano de 1970. Algunos meses después, Landucci estaba firme en Su condición de titular con la casaca Nº 5 aunque tampoco esquivaba el bulto cuando le ponían la 2 o la 6 o la 8. En todos los puestos rindió con la misma capacidad —que era mucha— voy mostrando una voluntad capaz de transmitir y contagiar entusiasmo a todos sus compañeros Y a levantar en vilo a su hinchada.
Desde el comienzo mismo de su carrera, el Flaco Landucci logró una comunicación fluida, cálida, afectuosa, con los simpatizantes canallas. Su cara de chico bueno y noble, su larga figura y su permanente manía de “en darse por vencido ni aún vencido”, conquistaron bien pronto a su parcialidad. Y el “Flaco” Landucci, por presencia, por conducta y por sus innegables condiciones, fue metiéndose más y más en el corazón de los Canallas.
Dotado de una personalidad que se transformaba ni bien pisaba la cancha fue caudillo de un equipo que tenía jugado- res de mucho prestigio y de gran carisma. Allí donde todos pisaban fuerte, la voz del “Flaco” también se hacía oír. Conformó junto a sus compañeros un conjunto pocas veces tres conocidos en su real magnitud, en su valor intrínseco, que lo llevó a ganar dos campeonatos, a pelear otros de igual a igual y a desparramar auspiciosamente el nombre de Rosario Central por todas las canchas de América.
Encuentros por la Copa Libertadores en Perú, Colombia, Brasil y Paraguay, en torneos y amistosos en Guatemala, Méjico, El Salvador y otros países centroamericanos el público admiró la fibra de este jugador nacido en Empalme Graneros y adherido desde pibe al fútbol canalla. En Lima lo apodaron “Obelisco” y el mismísimo Mifflin, ídolo de los peruanos y “hombre malo” de su equipe, llevó las de perder en más de un choque con el “Obelisco”, Fuerte pero noble, ja- más se podrá oír un juicio adverso hacia su persona.
El “Flaco” Landucci es de los tipos que se hacen querer, Y a quien se le respeta. Buen jugador, buen amigo, buena persona, su figura estuvo íntimamente ligada a la racha más brillante de Rosario Central. Su fútbol ——que nunca fue discutido— no siempre tuvo el reconocimiento debido. Su condición de buen defensor lo llevó a lucirse como volante de contención, e, inclusive, cuando fue llamado a jugar como primero o segundo marcador central. Siempre justo, siempre a tiempo, infundiendo seguridad en la contención y asegurando un salida clara, limpia, punzante. Landucci, que tenía habilidad como para contrarrestar el lastre que pa- ra un futbolista significa tener las piernas demasiado largas, usaba mucho más la cabeza que los pies. Y cuando encontró un “socio” que afinaba la misma melodía como Aldo Pedro Poy, llegó a convertirse en volante de gran peso ofensivo, con apreciable presencia en el gol.
Su destino profesional lo alejó de Rosario Central en la plenitud de su rendimiento. El Sporting Gijón, de España, se lo llevó con un montón de dólares. “Fue el fichaje más al- to de su historia” (del Gijón), decían los titulares de una re- vista especializada de la Madre Patria. Y la cara de niño bueno de Angel Landucci apa- reció en todas las portadas, contando una y otra vez sus aspiraciones, sus sueños, sus esperanzas de una buena campaña en el Viejo Mundo. Y recordando, recordando permanentemente a su Rosario Central, contándole a los españo- les cómo era su club, su barrio, su gente.
Landucci se lució como jugador en España y todavía le quedó resto como para seguir luciéndose en la Argentina. Pe. ro mucho más se lució como hombre de bien, afirmando su imagen de buen tipo, de muchacho de barrio, humilde y sencillo, mostrando con su ejemplo una forma, un estilo, propio de la gente de nuestra tierra. Y de Rosario Central. Porque su hinchada —tan cálida pero tan exigente— no reconoce sino a los mejores. Y Landucci, dentro de una constelación de figuras de primer nivel, fue un elegido por la tribuna centralista. Fue la más grande consagración para el Flaco de Empalme Graneros. El le respondió con fútbol, entrega física y goles. Por eso la comunión entre una hinchada y un crack,
Por eso congeniaron el Flaco Landucci y la hinchada auriazul.
Fuente: Extraído del colección de Rosario Centra de Andrés Bossio