Por Andrés Bossio
El domingo 28 de enero de 1951 es una fecha trascendental para el club Rosario Central, Convocada su masa societaria —a noviembre de 1950 la totalidad de socios, en todas las categorías, sumaba 6.636— para elegir nuevas autoridades, aquel caluroso domingo de enero se produce una reivindicación histórica; la vuelta de don Federico J. Flynn, quien ya había ejercido el mismo cargo desde 1918 a 1920 y 1933 a 1936. Junto a don Federico, un núcleo de hombres brillantes se coivoca para sacar a Central del difícil trance que le ha tocado protagonizar, El equipo está en el ascenso y el club ccupa un terreno prestado. Los socios son pocos y la curva descendente de su registro indica que alga anda mal, que la familia centralista no está representada auténticamente en esa institución que parece pobre cuando tocos saben que es inmensamente rica.
Don Silvio F. Jou y don Erland N. Ross siguen hoy alimentando su pasión centralista, con el mismo fervor que cuando —junto a Ignacio Rial, Fernando López Randa, Salustiano Alvarez, Joaquín Ripoll, Juan Carlos Iraqui y otros cuantos— se alinearon detrás de don Federico, enarbolando dos banderas fundamentales: el estadio propio y el retorno a la primera división. Veremos en estas páginas que siguen cómo ambos objetivos fueron alcanzados.
La empresa no era fácil. Ocurría que jugar en la 4'B" en 1.951 era poco menos que ser concenado al ostracismo, desaparecer del mapa futbolístico de la ciudad. Al menos así surgiría de una lectura de los diarios de la época, uno de los cuales —y no de los menos importantes, por cierto— dedicaba más cobertura periodística a las actuaciones de Argentino, Central Córdoba y Tiro Federal (que militaban en la 2 de Ascenso de la AFA) que a la de Central. Rara vez aparecía alguna mención a la marcha del equipo auriazul y sólo cuando se vislumbró la posibilidad de obtener el título (o cuando se suspendían los otros partidos) aparecía una foto de Di Loreto convirtiendo un gol o una atajada providencial de Botazzi.
Además, aunque parezca de Perogrullo, no era lo mismo jugar el sábado que el domingo. El domingo era el día del fútbol, compartido con los tradicionales ravioles caseros en la casa de "la vieja", que se servían bien temprano, cosa que el hombre del hogar alcanzara a ver —si no era muy fanático— sólo una parte del' encuentro de tercera, toda la reserva y toda la primera.
Pero los sábados —al menos en Rosario— la cosa era distinta. La muchachada venía desde el día anterior pensando en "la milonga", en el traje bien planchado, en la corbata impecable, en los zapatos brillantes, en la camisa dura de tanto almidón. Eran épocas de gran auge para el "baiable de los sábados". Adviértase este detalle: el mismo día que Central debutaba en Lomas de Zamora —14 de abril. Día de las Américas, por entonces feriado— la purretada centralista tenía la mente en otra cosa. Instituto Tráfico le ofrecía a las orquestas de Raúl Bianchi (con el "Negro" Belusci) y Panamá Jazz; Los Provincianos y Adolfo de los Santos se presentaban en Policial; Los Panameños (con el interminable Ricardo Valdez) y Luis Chera actuaban en el Social Zona Sud; Julio Conti y Casalona animaban la fiesta sabatina en el Centro Asturiano y Juan Antonio Manzur compartía la cartelera de Socorros Mutuos con Rosario Serenaders. En tanto, en el de. saparecido Palacio del Beile —de Salta y San Nicolás—, había un desfile de orquestas y cantores de todos los ritmos, con el fabuloso Antonio Ríos y el maestro Francisco Plano, como cabezas de compañía.
Para los que no gustaban del baile estaba el cine. Era el auge del cine nacional, que produjo por entonces cantidad impresionante de películas. Juan José Míguez y Laura Hidalgo protagonizaban ese día "Derecho viejo" en el Select; el Astral anunciaba "La vida color de rosa", con Virginia Luque y Fidel Pintos y el Córdoba —todos son ya recuerdos— ponía en cartelera "Escuela de campeones", con Georges Rigaud y Silvana Roth.
Y todavía estaba el boxeo, pasión de grandes multitudes en aquel entonces. El mítico Estadio Norte programa por esas semanas a Kid Cachetada y Amelio Picada, a José Casas y a otros muchos excepcionales valores locales. También se anunciaba por entonces la inminente profesionalización de un amateur rosarino que ya daba qué hablar: el recordado y querido Chino Oscar Pita.
Contra todo eso luchaba Central desde aquel infierno que era la "B". Sólo contaba con el fervor incondicional de sus simpatizantes y la inclaudicable voluntad de sus dirigentes que encontraron el símbolo y la esencia de sus nobles ambiciones en la figura de aquel hombre excepcional que fue don Federico J. Flynn.
Fuente: Extraído de la Colección de Rosario Central. De Andrés Bossio