Escudo de la ciudad

Escudo de la ciudad
El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

MONUMENTO A BELGRANO
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jueves, 25 de abril de 2013

La fiebre de hacer


Por. Rafael Ielpi
Algunos de aquellos actos oficiales rosarinos tuvieron un inte­rés adicional: señalaron el inicio de varias de las grandes obras e instituciones de la ciudad. Fue durante la Semana de Mayo, por ejemplo, cuando se coloca la piedra fundamental del proyectado gran centro de salud que Rosario demandaba por entonces: el que luego sería el imponente Hospital Nacional del Centenario y la Escuela de Medicina. La idea fue sugerida a un puñado de hombres de la llamada "clase principal" por el gerente del Banco Español, Cornelio Casablanca, a media­dos de abril de 1910, en uno de los salones del aristocrático Jockey Club. II capital inicial, estimado por él mismo en 800 mil pesos, no parecía imposible de lograr con el aporte de los miembros de la burguesía rosarina, integrada en su mayoría por políticos, profesionales, comerciantes e industriales.
Según él mismo lo reconocería hidalgamente en más de una ocasión en forma pública, Casablanca había sido sólo uno de los importantes propulsores para la concreción del ambicioso proyecto: El honor de haber iniciado y auspiciado esta obra no me corresponde en un todo, pues la idea de hacer una Escuela de Medicina corresponde al doctor Lisandro de la Torre, quien la hizo conocer al doctor Corbellini y a mí un año antes del Centenario. Planeada la Escuela por el doctor Corbellini, que fue siempre un entusiasta partidario de ella, fui consultado sobre la posibili­dad de llevar a cabo el proyecto, conviniendo que no había ambiente favora­ble si no se asociaba con la construcción de un hospital, y que debía esperarse un momento más oportuno. Ese momento llegó con el Centenario y la idea del policlínico lanzada por mí en la noche del 18 de abril de 1910, ante un reducido grupo de amigos no fue sino el complemento, mejor dicho la base, de la Escuela de Medicina postergada. Fue, pues, una idea de largo tiempo madurada, aun cuando casi todos la creyeron una improvisación de las circunstancias, diría en 1924.
Casablanca contaría inicialmente también con el consejo y la ayuda de tres médicos prestigiosos de la ciudad: Clemente Álvarez, José S. Sempé y el ya citado Enrique J. Corbellini; el primero de ellos, reconocido por sus constantes luchas en pro del control de la tuberculosis en la ciudad, en especial a través de la "Liga Argentina contra la tuberculosis", fundada en 1901, que presidió, y en la que trabajaría tesoneramente contra la enfermedad junto a Casablanca y el más tarde intendente Isidro Quiroga; el segundo, director por entonces de la Asistencia Pública, además de un estudioso del tema hospitalario, capaz de señalar las deficiencias del sistema en el Rosario de comienzos de siglo y firme promotor de la construcción de un hospital adecuado a los tiempos y al avance general del sanitarismo; el último, que estaba a cargo entonces del Hospital Rosario (había sido designado en 1907), era uno de los más entusiastas propulsores de la creación de una Escuela Médica, cuya concreción había impulsado sin éxito un año antes junto con Lisandro de la Torre, que había comprobado en Estados Unidos, adonde viajara más de una vez, el funcionamiento positivo de este tipo de centros de enseñanza médica privados, algunos de ellos muy prestigiosos.
Sería otro recinto exclusivo, el del Club Social, el ámbito para la asamblea de notables promovida por Casablanca con el aval de más de setenta firmas "de pro" y la asistencia de más de un centenar de adherentes al ambicioso proyecto. En ella se leería el manifiesto "Al Pueblo del Rosario", cuya redacción se atribuye a Francisco Correa; se elegiría la primera comisión directiva, para cuya presidencia se designó por abrumadora mayoría al entonces gerente del Banco Español; se excluiría de aquélla a los médicos y se iniciaría finalmente la suscripción inicial entre los presentes. Esa noche, para asombro de muchos, se había recaudado una suma que rondó los 440 mil pesos.
La suscripción popular inmediata, abierta en algunos bancos de la ciudad y promovida en especial por Casablanca, Fernando Pessan y De la Torre, iba a demostrar el entusiasmo que la idea (y el fervor del Centenario, sin duda) había despertado en los rosarinos, pertenecieran o no a la clase adinerada. En menos de una semana, lo depositado alcanzaría casi a un millón de pesos, que subirían a $ 1.231.750 el 24 de mayo, al colocarse la piedra fundamental de las obras. Monos y Monadas detalla los pormenores de la ceremonia, que incluyó discursos del intendente Quiroga y Casablanca, bendición del párroco de la Catedral, presbítero Nicolás Grenón, y un coro de 5 mil niños que cantaron el Himno Nacional, con una orquesta dirigida por el italiano Santángelo. El entusiasmo contagiaría incluso al periodismo: ese barrio de suyo tan apartado y solitario se transformó ese día antes de recibir los beneficios del altruismo popular, pudo leerse al día siguiente.
La idea encontraría, sin embargo, no sólo auspiciantes económicos sino también voces sensatas que se preocupaban por el futuro de semejante edificio, una vez construido el mismo: La magna idea de conmemorar deforma perenne nuestro centenario con la construcción de un Hospital-Modelo, que debe ser la aspiración de los iniciadores y del pueblo en general, aloca sobre el tapete una cuestión de actualidad. Debe tenerse en cuenta —decía La Capital ese mismo año— la construcción, conservación y mantenimiento del futuro hospital, indicando un cuadro de conjunto y recordando los elementos que deben concurrir para el bienestar de los enfermos que a la enfermedad unen la pobreza, entendiendo que la idea dominante es levantar un hospital para pobres...
Agregaba el diario fundado por Ovidio Lagos: Dicho hospital ten­drá un programa de aproximadamente 300 camas divididas en dos servicios (hombres y mujeres); dos servicios de cirugía, un servicio de medicina para niños, uno de oftalmología, uno de piel, sífilis y venéreas, uno de laringología y uno de vías urinarias. Si el terreno se prestase, por su extensión, podría construirse un pabellón aislado, para tuberculosos. Honraría a la ciudad este hospital.
Mientras tanto, la Comisión, que era una verdadera constelación de apellidos reconocidos de la alta burguesía mercantil: Lisandro de la Torre y Martín de Sarratea como vicepresidentes; José Castagnino y Angel Muzzio como tesorero y protesorero, Osvaldo Rodríguez y Luis Colombo como secretarios y Ciro Echesortu, Santiago Pinasco, Juan B. Quintana, Emilio D. Ortiz, José García González, Fernando Pessan, Enrique Astengo y Eduardo Rosemberg como vocales, avanzaba hacia el inicio de las obras, preparando los pliegos para el con­curso de proyectos, convencidos sus miembros, como lo refrendaran por escrito, de que los ricos tienen una función que legitima las diferencias de fortuna y deben demostrar que son dignos del envidiado lugar que ocupan. Entre una obra puramente artística y otra que, sin excluir el arte, fuere a la vez de beneficencia, enseñanza científica y utilidad inmediata, nos quedamos con lo segundo...
Al poco tiempo, Monos y Monadas consignaría que es increíble el éxito de ¡a suscripción pública para levantar el gran hospital, comen­tando a la vez la designación de una comisión asesora de médicos, "distinguidos e ilustrados", encargados de informar sobre los aspec­tos técnicos de la colosal obra, y también ellos portadores de apellidos de prestigio en la ciudad: Bartolomé Vasallo, Camilo Aldao, Clemente Alvarez, José Sempé (ex Director de la Casa de Aislamiento por entonces),JerónimoVaquié, Saturnino Albarracín, Rafael Araya, Camilo Muniagurria, Domingo del Campo, Eduardo Carrasco, Enrique Corbellini, Cayetano Zampettini, Domingo Mangiante, LuisVila, Federico Schleisinger, José Agneta y Enrique P. Marc.
La revista dejaba constancia de que, tratándose de un hospital de cuatro manzanas, vienen ahora los puntos más complicados, como deter­minar cómo se distribuirán los numerosos pabellones aislados, además del edificio de la Escuela de Medicina anexa que se creará. A la suscripción (exitosa pero insuficiente para semejante obra) se sumarían los apor­tes de la Municipalidad de Rosario, que a la donación, en mayo de 1910, de las cuatro manzanas contenidas por las calles Urquiza al norte, Santa Fe al Sur, Suipacha al este y las vías del Ferrocarril Buenos Aires-Rosario, al oeste, agregaría un subsidio de 300 mil pesos pagaderos en tres cuotas a partir del año siguiente Una cifra similar, de acuerdo con los documentos publicados por la Comisión del Centenario, fue aportada por el gobierno santafesino, mientras que la Ley 7031 del 2 de junio de 1910 estableció un subsidio del gobierno nacional de 250 mil pesos para dicho año y de una suma igual para 1911, que fueron aportados no sin las demoras previsibles. El monto estimado para la construcción del Hospital Centenario y la Escuela de Medicina quedó fijado en $1.700.000 La relevancia del proyecto hizo que se decidiera un concurso internacional, cuyo llamado se produjo en octubre de 1911, con un plazo de seis meses para la recepción de trabajos, y un jurado que incluía el doble de técnicos que de médicos, de acuerdo al expreso pedido de la Sociedad Central de Arquitectos de la Argentina. Por los primeros, lo integraron dos ingenieros arquitectos de la colegiación pro­fesional de Buenos Aires: Carlos Nordmann y John J. Doyer, y dos locales, el ingeniero arquitecto Italo Meliga, uno de los profesiona­les reconocidos del Rosario de finales del siglo XIX y comienzos del XX, y el ingeniero civil Manuel Sugasti. Sólo dos médicos, como se había exigido, pudieron juzgar las propuestas: Clemente Álvarez y LuisVila, a los que se sumaría Casablanca, que no era ni médico, ni ingeniero ni arquitecto pero sí el alma mater de aquello que parecía una utopía.
En abril de 1912, cumplido el plazo de recepción, los trece proyectos recibidos fueron exhibidos en el local del Jockey Club, en Córdoba y Maipú, ante el consiguiente revuelo de los habituales paseantes. El jurado, el 8 de mayo, declaró desierto el primer premio, que tenía una recompensa de 12 mil pesos y otorgó en cambio dos segundos, de 10 mil pesos cada uno, a los denominados "Ciencia y Arte",del ingeniero francés Rene Barba y el doctor Varzi, y "Paraná", cuyos autores eran el ingeniero Walter Molí y los arquitectos Ernesto Froliorg y Marcel Daxelfohofer, y un tercero de 5 mil pesos a "Salud", de los ingenieros Taurel y Distasio.
La Comisión iba a demorar sin embargo hasta el 4 de noviembre para determinar el proyecto finalmente elegido, lapso consumido en reuniones con los autores de las tres propuestas premiadas y en discusiones sobre las reformas propuestas por el equipo de médicos y arquitectos e ingenieros designados, entre los que estarían los ex jurados Meliga, Sugasti, Álvarez y Vila, a los que se sumaría invitado
Rezzara, otro de los prestigiosos del período finisecular, y finalmente Martín de Sarratea y Osvaldo Rodríguez, integrantes de la Comisión pro Hospital. Corbellini, pese a su digna renuencia a integrar las comi­siones vinculadas al Hospital y la Escuela que tanto impulsara, se sumaría como asesor permanente en ese período de febriles actividades. El 4 de noviembre de 1912, el proyecto de Barba-Varzi quedaba por fin consagrado como el elegido.
Ya bastante antes tampoco se privarían de hacer conocer su opi­nión los médicos de la ciudad, aun apelando al anonimato como un "Doctor X" que en La Capital del 15 de mayo de 1910 proponía: Deben construirse pabellones separados y ventilados, aireados, con buena luz y sol, separados unos de otros por una distancia doble a su altura, señalando como modelos a los policlínicos San Mauriziano de Turín, Boucart de París y los de Berlín y Roma, por entonces los más renombrados de Europa.
Las obras, en rigor de verdad, comenzaron en 1913 y La Capital dedicó un largo artículo al asunto, con una fotografía de las mismas, pero la crisis que devino como corolario de la Primera Guerra Mundial provocó cada vez mayores retrasos en su marcha. Fueron subsidios pro­vinciales y nacionales los que posibilitaron que el proyecto terminara finalmente, a lo que debe sumarse una importante donación de Adolfo Rueda (que fallecería en 1918), la que permitió completar los fondos necesarios para la construcción de la mayor parte de los pabellones planificados.

Fuente: Extraído de Libro Rosario del 900 a la “decada infame”  Tomo II Editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens Ediciones