Augusto Schiavoni fue, sin duda, el otro de los grandes pintores
rosarinos de los primeros treinta años del siglo XX. Había nacido el 18 de
julio de 1893, el mismo año que su entrañable amigo Musto, y tuvo una temprana
vocación por el dibujo, que pudo encaminar al incorporarse como alumno al
"Instituto de Bellas Artes Doménico Morelli", fundado por el italiano
Mateo Casella en 1906, y al que concurrirían otros destacados artistas
rosarinos; su aprendizaje, como el de Musto, proseguiría luego en la
"Academia Fomento de las Bellas Artes", que tenía como maestro a
Pagni.
Con poco más de veinte años, en 1914, año de la guerra, Schiavoni
decide intentar la aventura europea para perfeccionarse. Es en el Viejo Mundo donde
convive y comparte experiencias artísticas pero sobre todo humanas con otros
dos rosarinos: Musto y Candía, entonces un muchacho menor que ellos, y el
porteño Emilio Pettoruti, quien sería uno de los primeros y más firmes defensores de la obra
incomprendida de Schiavoni, envuelta en la indiferencia y en la miopía de sus
conciudadanos.
Vivió establecido en Florencia, entre 1914 y 1917, donde tuvo como
maestro a Giovanni Costetti, sobre cuyas cualidades como pintor el ácido Pettoruti
no tenía justamente un juicio de alabanza; no obstante contaría en su taller
con otros
alumnos de Rosario que también alcanzarían notorios valores plásticos: nuestro extraño y versátil César Caggiano y el austero y reconcentrado
Domingo Candía, como los define Rubén Echagüe.
De regreso a la ciudad, después de muchas aventuras, algunas sentimentales
que forman parte de la cuasi leyenda que rodea la vida de Schiavoni, se recluye
en el barrio de Saladillo, en una casona que lo tenía prácticamente como único
morador y en la que va dando forma a una obra única en la pintura rosarina. Protagonizando,
como escribiría su amigo Alfredo Guido, un viaje alrededor de las formas y del claroscuro, hasta llegar a situarse ante el objeto completamente
iluminado de frente...
La incomprensión del
medio hacia ese artista que despreciaba tanto los"ismos" en boga como
las estricteces del academicismo, y su propia naturaleza, sensible y proclive a
las depresiones y estallidos por igual, le ganaron el desfavor de muchos de los
críticos que juzgaban las obras en los salones oficiales. Ello explica la marginación
de Schiavoni de los premios y distinciones, obtenidos por la mayoría de
sus colegas y amigos, algunos incluso muy inferiores a él.
La muerte de su madre, la lucha contra los
prejuicios artísticos y algunos desórdenes de vida, fueron llevándolo en forma
paulatina a la locura. En 1934 dejaría de pintar y sólo la muerte ocurrida el
22 de mayo de 1942 terminaría con sus desdichas, pero no con la incomprensión
y la injusticia, visibles en las escasas notas sobre su fallecimiento,
carentes de toda profundidad e incluso (como señala Echagüe) de juicio crítico
alguno. Gustavo Cochet sería una excepción a tanta miopía al escribir en 1932: Pintores como Schiavoni, que son tan profundamente humanos, son cada
vez más incomprendidos y lo serán cada vez más mientras la sociedad de las
gentes no tome otro rumbo...
Era desde su casa en
Saladillo donde los tres amigos (Musto, Schiavoni y Ouvrard), tranvía y
traqueteo mediante, iniciaban el largo y movido itinerario hasta el centro; más
precisamente hasta la esquina de Córdoba y Entre Ríos, donde el café
"Social" los esperaba con su fauna que mezclaba a pintores,
dramaturgos, poetas y escritores junto a los anarquistas y socialistas que enarbolaban vehemencias
y consignas libertarias.
Ouvrard y Musto, y
también Schiavoni, coincidieron en muchos de los hechos relevantes relacionados
con las artes plásticas en esos años iniciales del siglo XX, además de los
primeros salones, como la experiencia del Grupo Nexus, fundado en 1926, y cuya
primera muestra se realizara en la SalaWitcomb de San Martín entre Córdoba y Rioja,
con la participación, además, de Julio Vanzo, los hermanos Alfredo y Ángel
Guido, Demetrio Antoniadis, Antonio Berni, Manuel Ferrer Dodero, Nicolás Melfi
y varios más.
Tanto Berni como Vanzo,
en realidad, consolidarían lo mayor de su obra plástica a partir de 1930 en
adelante, en el caso del primero con la constitución de la Mutualidad Popular
de Estudiantes y Artistas Plásticos (1932), luego de su viaje a Europa en 1918,
becado por el Jockey Club y el desarrollo de su notable obra pictórica que
atravesaría los "ismos" de moda; y en el segundo, nacido en Rosario
en 1901, a
través de su polifacética tarea como pintor, dibujante, grabador,
seri-grafista, escenógrafo, muralista e ilustrador, iniciada con sus primeras
exposiciones individuales en 1920.
El crítico Cayetano
Córdoba Iturburu valoraría el aporte de Vanzo a partir de los años finales del
período 1900-1930: Cuando en la década de los años 20 la joven
generación congregada en tomo de la revista Martín Fierro desencadenó el avasallante movimiento innovador que actualizó nuestras letras y nuestras artes, por entonces en considerable atraso con
respecto a cuanto se hacía en el resto del mundo, un artista rosarino, de lúcida inteligencia, de sensibilidad
despierta, de ávida curiosidad intelectual, percibió esa inquietud que rodaba
por el mundo, la incorporó a la médula de sus preocupaciones especulativas y
creadoras y vitalizó su obra con la vibración de fascinantes experiencias inéditas. La
historia de la pintura argentina moderna no ha podido dejar de registrar en sus
páginas ese episodio y subrayar en la obra y la acción proselitista de Julio
Vanzo, su significado precursor. Mientras Martín Fierro libraba en Buenos Aires, encabezada por la audacia y la sabiduría de
Emilio Pettoruti, su
batalla renovadora,Julio Vanzo, en el Litoral, precedía la actualización de
las artes.
Todos o casi todo ellos
habían estudiado con los primeros maestros, mayoritariamente italianos y
españoles que se habían radicado en la ciudad, a la que arribaran como parte de
las sucesivas oleadas inmigratorias. Es que los primeros artistas plásticos de
la ciudad fueron en realidad, en su mayoría, decoradores que realizaron sus
trabajos (en muchos casos una alianza de artesanía y arte) en ámbitos tan
diversos como capillas e iglesias del Rosario finisecular, los teatros que
desde fines del siglo XIX a comienzo del XX eran centro de la vida
socio-cultural de la ciudad y algunas de las muchas mansiones de la burguesía
adinerada.
Ese sector social, consigna Rafael Sendra, erige en jerarquizados sitios de la ciudad casas de familia (algunas
con planta baja dedicada a negocios), hoteles, teatros, clubes, escuelas,
edificios comerciales y de liga de comerciantes, sin olvidar sus contribuciones
en las obras de la administración pública y la iglesia. También algunas de
estas familias comienzan a atesorar obras de artistas plásticos, aunque
preferentemente europeos, objetos suntuarios y ricos mobiliarios
Aquellos frescos, murales y pinturas decoraron, por ejemplo, la
residencia de Entre Ríos 1100, donde se emplazara primero una clínica médica, la de los
doctores Copello y Ferreyra, y luego el hotel "Internacional", en
cuyas paredes y en algunos de cuyos techos se entrelazaban los proverbiales
ángeles con figuras alegóricas, pintados por distintos artistas, alguno de los
cuales entrarían en la cronología del arte de la ciudad, como Salvador Zaino,
nacido en un pequeño pueblo de los Abruzzos en 1863.
Su arribo a Rosario se produciría en 1889, cuando ya aquilataba una
sólida formación por la vinculación con artistas como Francesco Paolo Michetti
y Antonio Mancini, quienes a su vez habían integrado el grupo de artistas
italianos que, como señala
agudamente Sendra, abandona, por lo menos en su convicción
interior, los inciertos mitos por la palpitante realidad y entre cuyos exponentes
más destacados deben ser incluidos Doménico Morelli y Filippo Palizzi. En su
nueva ciudad, en la que su hermano Luis había consolidado una sastrería en cuya
clientela se contaban muchos de los apellidos notorios de la burguesía
comercial, Zaino iba a sumarse al grupo de artistas que, previo a la
consolidación de una obra plástica individual, dedicarían parte de su talento y
esfuerzos a la pintura decorativa.
Actualmente muchas de
estas obras han desaparecido, aunque restan algunos notables exponentes. Un
buen número de ellas fue pintado por Salvador Zaino. De
éstas se han perdido las sedes de los clubes Fénix y Social, y está muy
deteriorado el antiguo Círculo Italiano. La voraz piqueta se llevó, junto a las
residencias demolidas, las pinturas que efectuó por encargo de Luis y Santiago
Pinasco, en ¡as dos esquinas de
bulevar Oroño y Córdoba, las cuales se mantuvieron hasta la década del 60.
Fatalmente parecen seguir el mismo destino las de las familias Benvenuto y Astengo en
calle Córdoba al 1300 y 1800 respectivamente. Por fortuna aún se mantienen las
del foyer de "El Círculo" y la residencia que en Maipú y San Juan
mandó erigir el fundador de la familia Castagnino.
(Rafael
Sendra: Rosario: ciudad y artes plásticas, Dirección de Publicaciones de la U.N.R.,1990)
Mateo Casella, escenógrafo y pintor, se contaría asimismo entre los
pioneros de la enseñanza de las bellas artes en Rosario, a la que había
arribado con la experiencia italiana de la decoración del Teatro San Carlos de Ñapóles y, ya en el país, del Teatro Argentino porteño. En 1905 inaugura en la
ciudad una filial de la "Academia Doménico Morelli", que funcionaba
en Buenos Aires desde el inicio del siglo XX y el mismo año realiza la primera
muestra de obras de sus alumnos. Algunos de éstos ingresarían legítimamente en
la historia del arte rosarino,
como Schiavoni y Tito Benvenuto, radicado en la ciudad desde 1900 y muerto en
ella en diciembre de 1957. Nacido en Sori (Genova) en febrero de 1886, se
contaría entre los fundadores del grupo de artistas plásticos
"Refugio" y participaría en innumerables salones, como un sensible
paisajista.
César Augusto Caggiano, nacido en 1894 y muerto en 1954 sería otro de
los muy jóvenes discípulos en la academia fundada por Casella, estudios
continuados en su caso en Italia con Juan Castelli. Laureado con premios en
distintos salones rosarinos (Otoño, Rosario y Nacional) entre 1914 y la década
del 40, debe ser incluido entre los artistas plásticos más interesantes de las
primeras tres décadas del siglo pasado. En la misma academia recibieron su
diploma de profesores de dibujo y pintura, en 1911, con acto académico y
noticia en el diario, dos alumnos llamados Emilia Bertolé y Alfredo Guido. Ese
mismo año La Capital informaba del ritual
viaje a Italia del joven pintor César Caggiano, a continuar sus
estudios y perfeccionarse.
Aunque nacida en El Trébol (Santa Fe), Emilia Bertolé estudió inicialmente
en Rosario y con su traslado a Buenos Aires hacia el Centenario inició una
trayectoria como pintora y escritora que le depararía elogios y
admiración; fue galardonada con premios oficiales y algunas de sus pinturas
fueron adquiridas por coleccionistas como el presidente Marcelo T. de Alvear y
figuran en el patrimonio de varios museos argentinos. En abril de 1911, La Capital elogia sus condiciones de verdadera "niña prodigio", aun
cuando el juicio ulterior de Gustavo Cochet sea, sin duda, el más cercano a la
real valoración de su legado artístico: No se puede exagerar la
trascendencia de su obra de pintora o de poetisa frente al mundo, pero fue una
exponente en Rosario del empeño y el sacrificio por hacer nacer y vivir entre
las gentes un halago espiritual que les eleve un poco por sobre su craso
materialismo...
Alfredo Guido sería otro de los artistas plásticos que deben ser
consignados como relevantes en los primeros treinta años del siglo XX. Rosarino
nacido en noviembre de 1892, prosiguió su aprendizaje después de haberlo
iniciado con Casella en la
Academia Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, donde
contaría entre sus maestros a los reconocidos Pío Collivadino y Carlos
Ripamonte, dos exponentes ilustres de la plástica argentina.
Desarrolló una polifacética actividad que
incluiría la docencia como director de la Escuela de Bellas Artes "Ernesto de la Cárcova", a partir de
los primeros años de la década del 30, la escenografía teatral y la realización
de frescos y murales, como el que presentara en la Exposición Internacional
de Sevilla
de 1929 y que se encuentra actualmente en una sala de la Escuela Normal N°
2, como ejemplo de sus inclinaciones por la cultura americana que compartiera
con su hermano Ángel Guido, arquitecto y plástico. Alfredo Guido, que obtendría
el primer premio del Salón Nacional de 1924, sería galardonado asimismo con
distinciones en Nueva York, Madrid, Sevilla, París y Madrid, y moriría en Buenos
Aires el 25 de diciembre de 1967.
La misma dedicación y amor por la
enseñanza que Zaino y Casella tendrían Ferruccio Pagni, uno de cuyos
alumnos más perdurables, como se dijera, fuera Manuel Musto; Dante
Veratti, que lo reemplazaría en la academia que ambos dirigían frente a la Plaza Santa Rosa, en
Entre Paos al 1000; Enrique Schwender, oriundo de Karlsberg (Alemania), donde
naciera el 7 de enero de 1877, quien estudió en Munich.se radicó en
Rosario en 1904, abrió su academia dos años más tarde y, como otros colegas,
ejerció la enseñanza secundaria en distintos establecimientos hasta poco antes
de su muerte, el 11 de abril de 1963; Fernando Gaspary, un francés nacido en
Espinal en octubre de 1877, que se radicaría en la ciudad en 1886 y cuya
academia, que funcionó a partir de 1908 en los altos del edificio conocido como
"El Palomar" en Rioja 1394, gozaría de reconocimiento. Gaspary
ejercería asimismo como profesor de dibujo en el antiguo Colegio Nacional,
entre 1914 y 1945, año de su muerte.
Eugenio Fornells, oriundo de Reus (Tarragona), donde naciera en 1882,
luego de su aprendizaje español con el prestigioso Ramón Cajal y de su primera
exposición en Barcelona, llega a Rosario en 1908 y se convierte, por más de
medio siglo, en uno de los maestros de formación clásica más reconocidos en la
ciudad, hasta su muerte en 1961.También lo fue Isidoro Mognol, en las primeras
décadas del siglo XX. Mognol, nacido en Brasil en 1880, residiría en la ciudad
desde sus años de infancia y estudiaría primero en la Academia Estímulo
a las Artes de Buenos Aires y luego con Ferruccio Pagni. A su muerte, en 1956,
acreditaba una larga trayectoria como pintor y maestro de más de una generación
de artistas rosarinos, en las horas que le dejaban libres sus tareas cotidianas
como pintor letrista del Ferrocarril Central Argentino.
A esa generación pertenecería asimismo
Juan de los Ángeles Naranjo, nacido en Rosario en 1897 y
muerto en 1952, quien luego de estudiar en la academia de Pedro Blanqué hace
también su "viaje europeo" radicándose muy joven en Madrid, donde
estudia en la Academia
de San Fernando de Madrid y luego, durante 1917 y 1918, con Mancini, en Milán,
para trabajar después en el Metropolitan Museum de Nueva York como restaurador
y copista, entre 1921 y 1929. Regresa a la Argentina en 1930 y cuatro años después se radica
definitivamente en Rosario, donde fue director del Museo de Bellas Artes
"Juan B. Castagnino".
Finalmente, para
terminar con este dichoso tema de la pintura, fui a la Academia Gaspary
y a la Universidad
Popular para aprender dibujo y pintura. En la primera abonaba
una pequeña cuota mensual, la segunda era gratis. Las clases en la U. P.
las daba uno de los hermanos Munné. Las clases creo que fueron las que nos
dieron una idea de las reglas fundamentales que se aplican en dibujo: las
proporciones, los movimientos del cuerpo y de la cabeza, las manos, el tamaño
de las orejas, del cuello, la ubicación de los ojos, los esquemas, esbozos y
otros elementos fundamentales para avanzar. Insistiendo permanentemente:
"Dibujen, dibujen siempre sin cansarse. Dibujen sobre papel de estraza, de
diario, sobre lo que sea más económico. Ejerzan una permanente práctica de cada
parte anatómica del cuerpo o de un lugar, pero no abandonen jamás el
dibujo". Nos incitó a estudiar a los grandes maestros.
(Grunfeld:
Op.
Cit.)
De esos años iniciales son asimismo pintores como
Juan Augusto Olivé, alumno de Zaino, que luego del viaje de rigor a Europa se
radicó en Madrid, donde falleciera en plena juventud y que fue, junto a Enrique
Munné, artista destacado de esa época, más allá de los juicios críticos que hoy
merezcan sus obras. Munné, catalán como muchos de sus colegas radicados en esos
años en Rosario, había nacido en Barcelona en 1880 y fue traído muy niño a
Buenos Aires, donde trabajaría como escultor mientras estudiaba pintura con
Ángel Della Valle.
En 1907 se radica en
Rosario y abre su academia de enseñanza de bellas artes, a la que concurrirían
dos
alumnos luego igualmente reconocidos, el primero en mucho mayor medida, sin
duda, que el segundo:
Antonio Berni y Ambrosio Gatti. En 1918, se
produce en el Salón Witcomb la primera muestra de otro joven pintor que, tras
una larga y prolífica obra, integraría el grupo de plásticos notables de la
ciudad: Julio Vanzo. La
enseñanza de las bellas artes había tenido algunos antecedentes valiosos en
las últimas dos décadas del siglo XIX como el mencionado Pedro Blanqué, un
catalán nacido en 1849 y arribado a la Argentina en 1874, al tomar el camino del exilio luego de la
restauración de los Borbones, con la entrada de Alfonso XII luego del levantamiento del general
Arsenio Martínez Campos. Blanqué, que había tenido a su cargo una cátedra en la Escuela de Bellas Artes de
Barcelona, funda en 1881 una academia en Rosario, la que reabre en 1887, luego
de una prolongada ausencia de la ciudad, en los altos de la zapatería de García
Hermanos.
Enrolado en el más estricto clasicismo, pintaría
cuadros de evocación histórica, como los del combate de San Lorenzo y el
izamiento de la bandera por Manuel Belgrano en 1812, y sus trabajos serían
reproducidos en revistas de arte de la época como La Ilustración
Artística y La Ilustración
Sudamericana, editadas en Barcelona y
Buenos Aires, respectivamente. Murió en Rosario el 23 de julio de 1928.
Rafael Barone sería otro de los pioneros de la
enseñanza artística en la ciudad desde su radicación definitiva en 1891, al
llegar procedente de Santa Fe, donde había dictado clases en el Colegio de la Inmaculada Concepción.
Nacido en Cosenza el 18 de octubre de 1866, y muerto en Rosario el 15 de
diciembre de 1953, estudió en la
Academia de Bellas Artes de Florencia y su primera residencia
había sido en la capital santafesina, desde donde viaja a Rosario en 1891.
Dicho año, junto a su colega Zaino, abre una academia de dibujo y pintura en
Laprida y Rioja. A partir de 1913 se desempeña como profesor de enseñanza
artística en la
Escuela Industrial de la Nación hasta su jubilación en 1945. Mikielievich
señala: A través de las cátedras de modelado, dibujo a
pulso, arquitectura, dibujo industrial, estética, etc., que ejerciera en ese
periodo, resultó ser el maestro de una buena parte de los arquitectos rosarinos
de las primeras promociones.
Los artistas, que tendrían su aliciente de prestigio e incluso de
venta de su obra en los salones municipales ulteriores, se alternaban en las
salas de arte y galerías rosarinas pioneras. Entre 1905 y 1920 se exponía en ámbitos como
"La Casa Blanca",
de Mary y Compañía, en Córdoba 911, anterior a 1910. Allí, en octubre de 1916, son admiradas por el
público, afirma
La Capital, las pinturas del artista
inglés Stephen Koek-Koek; el "Salón Castellani", de Córdoba 1365,
donde en 1 916 expone el valenciano Valls y en 1919, Francisco Malinverno; el
ya citado "Salón Witcomb"; los salones del Club Español, que ese
último año alberga las pinturas de Blanqué, otro pionero.
Mientras tanto, los meses finales del año 1910,
entre septiembre y diciembre, traerían a la ciudad otra noticia luctuosa, en
especial, para sus pares sociales: la muerte, en Italia, adonde había regresado
unos años antes por problemas de salud, de Luis Castagnino. Había sido uno de
los integrantes de la sociedad familiar que lograría holgada posición económica con la
importación de mercaderías, y con su hermano Antonio fundaría el "Almacén
de la Luna",
que a su fallecimiento pertenecía a este último en sociedad con Juan Mosto.
También en esos meses se publicitaba profusamente
la inminente inauguración de la gran tienda que Roque Cassini hacía levantar en
la esquina de San Martín y Rioja, todo un establecimiento. En octubre de ese
año Monos y Monadas anunciaba: Siguen llegando mercaderías de Europa para
la firma, en varios vapores arribados al
puerto rosarino:"Amiral Ponty",
"Harmonides", "Loewenburg", "Malte",
"Morazán", "Riva"y "Santa Elena". Toda una verdadera
flotilla...
Fuente: Extraído de Libro Rosario del 900 a la “década infame” Tomo
II Autor Rafael Ielpi Editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens
Ediciones