Escudo de la ciudad

Escudo de la ciudad
El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

MONUMENTO A BELGRANO
Inagurado el 27 de Febrero de 2020 - en la Zona del Monumento

Vistas de página en total

viernes, 9 de noviembre de 2012

COLEGAS Y MAESTROS



Augusto Schiavoni fue, sin duda, el otro de los grandes pintores rosarinos de los primeros treinta años del siglo XX. Había nacido el 18 de julio de 1893, el mismo año que su entrañable amigo Musto, y tuvo una temprana vocación por el dibujo, que pudo encaminar al incorporarse como alumno al "Instituto de Bellas Artes Doménico Morelli", fundado por el italiano Mateo Casella en 1906, y al que concurrirían otros destacados artistas rosarinos; su aprendizaje, como el de Musto, proseguiría luego en la "Academia Fomento de las Bellas Artes", que tenía como maestro a Pagni.
Con poco más de veinte años, en 1914, año de la guerra, Schiavoni decide intentar la aventura europea para perfeccionarse. Es en el Viejo Mundo donde convive y comparte experiencias artísticas pero sobre todo humanas con otros dos rosarinos: Musto y Candía, entonces un muchacho menor que ellos, y el porteño Emilio Pettoruti, quien sería uno de los primeros y más firmes defensores de la obra incomprendida de Schiavoni, envuelta en la indiferencia y en la miopía de sus conciudadanos.
Vivió establecido en Florencia, entre 1914 y 1917, donde tuvo como maestro a Giovanni Costetti, sobre cuyas cualidades como pintor el ácido Pettoruti no tenía justamente un juicio de alabanza; no obstante contaría en su taller con otros alumnos de Rosario que también alcanzarían notorios valores plásticos: nuestro extraño y versátil César Caggiano y el austero y reconcentrado Domingo Candía, como los define Rubén Echagüe.
De regreso a la ciudad, después de muchas aventuras, algunas sen­timentales que forman parte de la cuasi leyenda que rodea la vida de Schiavoni, se recluye en el barrio de Saladillo, en una casona que lo tenía prácticamente como único morador y en la que va dando forma a una obra única en la pintura rosarina. Protagonizando, como escribiría su amigo Alfredo Guido, un viaje alrededor de las formas y del claroscuro, hasta llegar a situarse ante el objeto completamente iluminado de frente...
La incomprensión del medio hacia ese artista que despreciaba tanto los"ismos" en boga como las estricteces del academicismo, y su propia naturaleza, sensible y proclive a las depresiones y estallidos por igual, le ganaron el desfavor de muchos de los críticos que juzgaban las obras en los salones oficiales. Ello explica la marginación de Schiavoni de los premios y distinciones, obtenidos por la mayoría de sus colegas y amigos, algunos incluso muy inferiores a él.
La muerte de su madre, la lucha contra los prejuicios artísticos y algunos desórdenes de vida, fueron llevándolo en forma paulatina a la locura. En 1934 dejaría de pintar y sólo la muerte ocurrida el 22 de mayo de 1942 terminaría con sus desdichas, pero no con la incom­prensión y la injusticia, visibles en las escasas notas sobre su falleci­miento, carentes de toda profundidad e incluso (como señala Echagüe) de juicio crítico alguno. Gustavo Cochet sería una excepción a tanta miopía al escribir en 1932: Pintores como Schiavoni, que son tan profun­damente humanos, son cada vez más incomprendidos y lo serán cada vez más mientras la sociedad de las gentes no tome otro rumbo...
Era desde su casa en Saladillo donde los tres amigos (Musto, Schiavoni y Ouvrard), tranvía y traqueteo mediante, iniciaban el largo y movido itinerario hasta el centro; más precisamente hasta la esquina de Córdoba y Entre Ríos, donde el café "Social" los esperaba con su fauna que mezclaba a pintores, dramaturgos, poetas y escritores junto a los anarquistas y socialistas que enarbolaban vehemencias y consignas libertarias.
Ouvrard y Musto, y también Schiavoni, coincidieron en muchos de los hechos relevantes relacionados con las artes plásticas en esos años iniciales del siglo XX, además de los primeros salones, como la experiencia del Grupo Nexus, fundado en 1926, y cuya primera muestra se realizara en la SalaWitcomb de San Martín entre Cór­doba y Rioja, con la participación, además, de Julio Vanzo, los herma­nos Alfredo y Ángel Guido, Demetrio Antoniadis, Antonio Berni, Manuel Ferrer Dodero, Nicolás Melfi y varios más.
Tanto Berni como Vanzo, en realidad, consolidarían lo mayor de su obra plástica a partir de 1930 en adelante, en el caso del primero con la constitución de la Mutualidad Popular de Estudiantes y Artistas Plásticos (1932), luego de su viaje a Europa en 1918, becado por el Jockey Club y el desarrollo de su notable obra pictórica que atravesaría los "ismos" de moda; y en el segundo, nacido en Rosario en 1901, a través de su polifacética tarea como pintor, dibujante, grabador, seri-grafista, escenógrafo, muralista e ilustrador, iniciada con sus primeras exposiciones individuales en 1920.
El crítico Cayetano Córdoba Iturburu valoraría el aporte de Vanzo a partir de los años finales del período 1900-1930: Cuando en la década de los años 20 la joven generación congregada en tomo de la revista Martín Fierro desencadenó el avasallante movimiento innovador que actualizó nuestras letras y nuestras artes, por entonces en considerable atraso con respecto a cuanto se hacía en el resto del mundo, un artista rosarino, de lúcida inteligencia, de sensibilidad despierta, de ávida curiosidad intelectual, percibió esa inquie­tud que rodaba por el mundo, la incorporó a la médula de sus preocupaciones especulativas y creadoras y vitalizó su obra con la vibración de fascinantes experiencias inéditas. La historia de la pintura argentina moderna no ha podido dejar de registrar en sus páginas ese episodio y subrayar en la obra y la acción proselitista de Julio Vanzo, su significado precursor. Mientras Martín Fierro libraba en Buenos Aires, encabezada por la audacia y la sabiduría de Emilio Pettoruti, su batalla renovadora,Julio Vanzo, en el Litoral, precedía la actua­lización de las artes.
Todos o casi todo ellos habían estudiado con los primeros maes­tros, mayoritariamente italianos y españoles que se habían radicado en la ciudad, a la que arribaran como parte de las sucesivas oleadas inmi­gratorias. Es que los primeros artistas plásticos de la ciudad fueron en realidad, en su mayoría, decoradores que realizaron sus trabajos (en muchos casos una alianza de artesanía y arte) en ámbitos tan diversos como capillas e iglesias del Rosario finisecular, los teatros que desde fines del siglo XIX a comienzo del XX eran centro de la vida socio-cultural de la ciudad y algunas de las muchas mansiones de la burguesía adinerada.
Ese sector social, consigna Rafael Sendra, erige en jerarquizados sitios de la ciudad casas de familia (algunas con planta baja dedicada a negocios), hoteles, teatros, clubes, escuelas, edificios comerciales y de liga de comerciantes, sin olvidar sus contribuciones en las obras de la administración pública y la iglesia. También algunas de estas familias comienzan a atesorar obras de artistas plásticos, aunque preferentemente europeos, objetos suntuarios y ricos mobiliarios
Aquellos frescos, murales y pinturas decoraron, por ejemplo, la residencia de Entre Ríos 1100, donde se emplazara primero una clínica médica, la de los doctores Copello y Ferreyra, y luego el hotel "Internacional", en cuyas paredes y en algunos de cuyos techos se entrelazaban los proverbiales ángeles con figuras alegóricas, pintados por distintos artistas, alguno de los cuales entrarían en la cronología del arte de la ciudad, como Salvador Zaino, nacido en un pequeño pueblo de los Abruzzos en 1863.
Su arribo a Rosario se produciría en 1889, cuando ya aquilataba una sólida formación por la vinculación con artistas como Francesco Paolo Michetti y Antonio Mancini, quienes a su vez habían integrado el grupo de artistas italianos que, como señala agudamente Sendra, abandona, por lo menos en su convicción interior, los inciertos mitos por la palpitante realidad y entre cuyos exponentes más destacados deben ser incluidos Doménico Morelli y Filippo Palizzi. En su nueva ciudad, en la que su hermano Luis había consolidado una sastrería en cuya clientela se contaban muchos de los apellidos notorios de la burgue­sía comercial, Zaino iba a sumarse al grupo de artistas que, previo a la consolidación de una obra plástica individual, dedicarían parte de su talento y esfuerzos a la pintura decorativa.

Actualmente muchas de estas obras han desaparecido, aunque restan algunos notables exponentes. Un buen número de ellas fue pintado por Salvador Zaino. De éstas se han perdido las sedes de los clubes Fénix y Social, y está muy deteriorado el antiguo Círculo Italiano. La voraz piqueta se llevó, junto a las residencias demolidas, las pinturas que efec­tuó por encargo de Luis y Santiago Pinasco, en ¡as dos esquinas de bulevar Oroño y Córdoba, las cuales se mantuvieron hasta la década del 60. Fatalmente parecen seguir el mismo destino las de las familias Benvenuto y Astengo en calle Córdoba al 1300 y 1800 respectiva­mente. Por fortuna aún se mantienen las del foyer de "El Círculo" y la residencia que en Maipú y San Juan mandó erigir el fundador de la familia Castagnino.
(Rafael Sendra: Rosario: ciudad y artes plásticas, Dirección de Publicaciones de la U.N.R.,1990)

Mateo Casella, escenógrafo y pintor, se contaría asimismo entre los pioneros de la enseñanza de las bellas artes en Rosario, a la que había arribado con la experiencia italiana de la decoración del Teatro San Carlos de Ñapóles y, ya en el país, del Teatro Argentino porteño. En 1905 inaugura en la ciudad una filial de la "Academia Doménico Morelli", que funcionaba en Buenos Aires desde el inicio del siglo XX y el mismo año realiza la primera muestra de obras de sus alumnos. Algunos de éstos ingresarían legítimamente en la historia del arte rosarino, como Schiavoni y Tito Benvenuto, radicado en la ciudad desde 1900 y muerto en ella en diciembre de 1957. Nacido en Sori (Genova) en febrero de 1886, se contaría entre los fundadores del grupo de artistas plásticos "Refugio" y participaría en innumerables salones, como un sensible paisajista.
César Augusto Caggiano, nacido en 1894 y muerto en 1954 sería otro de los muy jóvenes discípulos en la academia fundada por Casella, estudios continuados en su caso en Italia con Juan Castelli. Laureado con premios en distintos salones rosarinos (Otoño, Rosario y Nacional) entre 1914 y la década del 40, debe ser incluido entre los artistas plásticos más interesantes de las primeras tres décadas del siglo pasado. En la misma academia recibieron su diploma de profesores de dibujo y pintura, en 1911, con acto académico y noticia en el diario, dos alumnos llamados Emilia Bertolé y Alfredo Guido. Ese mismo año La Capital informaba del ritual viaje a Italia del joven pintor César Caggiano, a continuar sus estudios y perfeccionarse.
Aunque nacida en El Trébol (Santa Fe), Emilia Bertolé estudió inicialmente en Rosario y con su traslado a Buenos Aires hacia el Centenario inició una trayectoria como pintora y escritora que le depararía elogios y admiración; fue galardonada con premios oficiales y algunas de sus pinturas fueron adquiridas por coleccionistas como el presidente Marcelo T. de Alvear y figuran en el patrimonio de varios museos argentinos. En abril de 1911, La Capital elogia sus condicio­nes de verdadera "niña prodigio", aun cuando el juicio ulterior de Gustavo Cochet sea, sin duda, el más cercano a la real valoración de su legado artístico: No se puede exagerar la trascendencia de su obra de pintora o de poetisa frente al mundo, pero fue una exponente en Rosario del empeño y el sacrificio por hacer nacer y vivir entre las gentes un halago espiritual que les eleve un poco por sobre su craso materialismo...
Alfredo Guido sería otro de los artistas plásticos que deben ser consignados como relevantes en los primeros treinta años del siglo XX. Rosarino nacido en noviembre de 1892, prosiguió su aprendi­zaje después de haberlo iniciado con Casella en la Academia Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, donde contaría entre sus maestros a los reconocidos Pío Collivadino y Carlos Ripamonte, dos exponen­tes ilustres de la plástica argentina.
Desarrolló una polifacética actividad que incluiría la docencia como director de la Escuela de Bellas Artes "Ernesto de la Cárcova", a partir de los primeros años de la década del 30, la escenografía teatral y la realización de frescos y murales, como el que presentara en la Exposición Internacional de Sevilla de 1929 y que se encuentra actualmente en una sala de la Escuela Normal N° 2, como ejem­plo de sus inclinaciones por la cultura americana que compartiera con su hermano Ángel Guido, arquitecto y plástico. Alfredo Guido, que obtendría el primer premio del Salón Nacional de 1924, sería galardonado asimismo con distinciones en Nueva York, Madrid, Sevilla, París y Madrid, y moriría en Buenos Aires el 25 de diciembre de 1967.
La misma dedicación y amor por la enseñanza que Zaino y Casella tendrían Ferruccio Pagni, uno de cuyos alumnos más perdurables, como se dijera, fuera Manuel Musto; Dante Veratti, que lo reemplazaría en la academia que ambos dirigían frente a la Plaza Santa Rosa, en Entre Paos al 1000; Enrique Schwender, oriundo de Karlsberg (Alemania), donde naciera el 7 de enero de 1877, quien estudió en Munich.se radicó en Rosario en 1904, abrió su academia dos años más tarde y, como otros colegas, ejerció la enseñanza secundaria en distin­tos establecimientos hasta poco antes de su muerte, el 11 de abril de 1963; Fernando Gaspary, un francés nacido en Espinal en octubre de 1877, que se radicaría en la ciudad en 1886 y cuya academia, que funcionó a partir de 1908 en los altos del edificio conocido como "El Palomar" en Rioja 1394, gozaría de reconocimiento. Gaspary ejercería asimismo como profesor de dibujo en el antiguo Colegio Nacional, entre 1914 y 1945, año de su muerte.
Eugenio Fornells, oriundo de Reus (Tarragona), donde naciera en 1882, luego de su aprendizaje español con el prestigioso Ramón Cajal y de su primera exposición en Barcelona, llega a Rosario en 1908 y se convierte, por más de medio siglo, en uno de los maestros de formación clásica más reconocidos en la ciudad, hasta su muerte en 1961.También lo fue Isidoro Mognol, en las primeras décadas del siglo XX. Mognol, nacido en Brasil en 1880, residiría en la ciudad desde sus años de infancia y estudiaría primero en la Academia Estímulo a las Artes de Buenos Aires y luego con Ferruccio Pagni. A su muerte, en 1956, acreditaba una larga trayectoria como pintor y maestro de más de una generación de artistas rosarinos, en las horas que le dejaban libres sus tareas cotidianas como pintor letrista del Ferrocarril Central Argentino.
A esa generación pertenecería asimismo Juan de los Ángeles Naranjo, nacido en Rosario en 1897 y muerto en 1952, quien luego de estudiar en la academia de Pedro Blanqué hace también su "viaje europeo" radicándose muy joven en Madrid, donde estudia en la Academia de San Fernando de Madrid y luego, durante 1917 y 1918, con Mancini, en Milán, para trabajar después en el Metropolitan Museum de Nueva York como restaurador y copista, entre 1921 y 1929. Regresa a la Argentina en 1930 y cuatro años después se radica definitivamente en Rosario, donde fue director del Museo de Bellas Artes "Juan B. Castagnino".

Finalmente, para terminar con este dichoso tema de la pintura, fui a la Academia Gaspary y a la Universidad Popular para aprender dibujo y pintura. En la primera abonaba una pequeña cuota mensual, la segunda era gratis. Las clases en la U. P. las daba uno de los hermanos Munné. Las clases creo que fueron las que nos dieron una idea de las reglas fun­damentales que se aplican en dibujo: las proporciones, los movimientos del cuerpo y de la cabeza, las manos, el tamaño de las orejas, del cuello, la ubicación de los ojos, los esquemas, esbozos y otros elementos funda­mentales para avanzar. Insistiendo permanentemente: "Dibujen, dibujen siempre sin cansarse. Dibujen sobre papel de estraza, de diario, sobre lo que sea más económico. Ejerzan una permanente práctica de cada parte anatómica del cuerpo o de un lugar, pero no abandonen jamás el dibujo". Nos incitó a estudiar a los grandes maestros.
(Grunfeld: Op. Cit.)

De esos años iniciales son asimismo pintores como Juan Augusto Olivé, alumno de Zaino, que luego del viaje de rigor a Europa se radicó en Madrid, donde falleciera en plena juventud y que fue, junto a Enrique Munné, artista destacado de esa época, más allá de los juicios críticos que hoy merezcan sus obras. Munné, catalán como muchos de sus colegas radicados en esos años en Rosario, había nacido en Barcelona en 1880 y fue traído muy niño a Buenos Aires, donde trabajaría como escultor mientras estudiaba pintura con Ángel Della Valle.
En 1907 se radica en Rosario y abre su academia de enseñanza de bellas artes, a la que concurrirían dos alumnos luego igualmente reconocidos, el primero en mucho mayor medida, sin duda, que el segundo:
Antonio Berni y Ambrosio Gatti. En 1918, se produce en el Salón Witcomb la primera muestra de otro joven pintor que, tras una larga y prolífica obra, integraría el grupo de plásticos notables de la ciudad: Julio Vanzo. La enseñanza de las bellas artes había tenido algunos antece­dentes valiosos en las últimas dos décadas del siglo XIX como el men­cionado Pedro Blanqué, un catalán nacido en 1849 y arribado a la Argentina en 1874, al tomar el camino del exilio luego de la restauración de los Borbones, con la entrada de Alfonso XII luego del levantamiento del general Arsenio Martínez Campos. Blanqué, que había tenido a su cargo una cátedra en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, funda en 1881 una academia en Rosario, la que reabre en 1887, luego de una prolongada ausencia de la ciudad, en los altos de la zapatería de García Hermanos.
Enrolado en el más estricto clasicismo, pintaría cuadros de evo­cación histórica, como los del combate de San Lorenzo y el izamiento de la bandera por Manuel Belgrano en 1812, y sus trabajos serían repro­ducidos en revistas de arte de la época como La Ilustración Artística y La Ilustración Sudamericana, editadas en Barcelona y Buenos Aires, respectivamente. Murió en Rosario el 23 de julio de 1928.
Rafael Barone sería otro de los pioneros de la enseñanza artística en la ciudad desde su radicación definitiva en 1891, al llegar proce­dente de Santa Fe, donde había dictado clases en el Colegio de la Inmaculada Concepción. Nacido en Cosenza el 18 de octubre de 1866, y muerto en Rosario el 15 de diciembre de 1953, estudió en la Academia de Bellas Artes de Florencia y su primera residencia había sido en la capital santafesina, desde donde viaja a Rosario en 1891. Dicho año, junto a su colega Zaino, abre una academia de dibujo y pintura en Laprida y Rioja. A partir de 1913 se desempeña como pro­fesor de enseñanza artística en la Escuela Industrial de la Nación hasta su jubilación en 1945. Mikielievich señala: A través de las cátedras de modelado, dibujo a pulso, arquitectura, dibujo industrial, estética, etc., que ejerciera en ese periodo, resultó ser el maestro de una buena parte de los arquitectos rosarinos de las primeras promociones.
Los artistas, que tendrían su aliciente de prestigio e incluso de venta de su obra en los salones municipales ulteriores, se alternaban en las salas de arte y galerías rosarinas pioneras. Entre 1905 y 1920 se exponía en ámbitos como "La Casa Blanca", de Mary y Compañía, en Córdoba 911, anterior a 1910. Allí, en octubre de 1916, son admi­radas por el público, afirma La Capital, las pinturas del artista inglés Stephen Koek-Koek; el "Salón Castellani", de Córdoba 1365, donde en 1 916 expone el valenciano Valls y en 1919, Francisco Malinverno; el ya citado "Salón Witcomb"; los salones del Club Español, que ese último año alberga las pinturas de Blanqué, otro pionero.
Mientras tanto, los meses finales del año 1910, entre septiembre y diciembre, traerían a la ciudad otra noticia luctuosa, en especial, para sus pares sociales: la muerte, en Italia, adonde había regresado unos años antes por problemas de salud, de Luis Castagnino. Había sido uno de los integrantes de la sociedad familiar que lograría holgada posición económica con la importación de mercaderías, y con su hermano Antonio fundaría el "Almacén de la Luna", que a su fallecimiento pertenecía a este último en sociedad con Juan Mosto.
También en esos meses se publicitaba profusamente la inminente inauguración de la gran tienda que Roque Cassini hacía levantar en la esquina de San Martín y Rioja, todo un establecimiento. En octubre de ese año Monos y Monadas anunciaba: Siguen llegando mercaderías de Europa para la firma, en varios vapores arribados al puerto rosarino:"Amiral Ponty", "Harmonides", "Loewenburg", "Malte", "Morazán", "Riva"y "Santa Elena". Toda una verdadera flotilla...

Fuente: Extraído de Libro Rosario del 900 a la “década infame” Tomo II  Autor Rafael Ielpi Editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens Ediciones