Pero entre bromas y piedras fundamentales, la ciudad asistiría ese año
a hechos distintos: huelgas, protestas políticas protagonizadas por la Liga del Sur, mitines obreros
con el claro signo del anarquismo como emblema, aumento de los impuestos
municipales, tragedias familiares tremendas, y audaces hombres con máquinas
voladoras cruzando el cielo rosarino.
El aumento de las gabelas municipales
provoca, a mediados de año, una serie de improvisadas "puebladas",
que culminan por lo general en la
Plaza 25 de Mayo, y en forma bastante pacífica, con portación
de pancartas que apuntan, todas ellas, a los concejales de la ciudad, autores
de la impopular medida. Una de ellas se pregunta y responde en el mismo cartel:
¿Qué ha hecho el
Concejo Deliberante durante el año? ¡Aumentar los impuestos de manera
escandalosa!; otra, no menos indignada, contiene la siguiente admonición: No queremos concejales políticos sino
hombres de orden y defensores honrados de los intereses del pueblo. Frase que, para algunos rosarinos, parece
seguir teniendo la misma vigencia casi un siglo después...
También el 12 de abril de ese año el festejo del cincuentenario de la Municipalidad de
Rosario permitió algún jolgorio oficial acompañado de una dosis de beneficencia
y asistencialismo que Caras y Caretas se encargaría de comentar, en una de sus tantas notas sobre Rosario: El pueblo fue invitado a concurrir a las
6 de la mañana a la Plaza
de Mayo, donde las bandas de música de la policía y del cuerpo de bomberos
tocaron diana y varios empleados distribuyeron medallas y ejemplares de un
folleto que contenía una reseña histórica de la ciudad. A las 8, en los
mercados municipales y en el Mercado Modelo se efectuaron distribuciones de
víveres a los pobres y por la noche hubo una procesión de antorchas que,
partiendo de la Plaza
de Mayo, se dirigió al Parque Independencia. Es decir, reiterando el paseo "de
moda" de los rosarinos de las primeras dos décadas del siglo.
Algunos hechos tenían la decidida impronta del progreso, como la
inauguración de un servicio de trenes rápidos a Buenos Aires, que el
Ferrocarril Central Argentino inauguró el 1o de septiembre. Aquel
viaje inicial demandó 4 horas y 45 minutos y el convoy estuvo constituido por
una locomotora que llevaba el N° 154, un furgón, un salón pullman para
pasajeros de primera clase y dos coches comedores. La partida desde Rosario no
fue la ideal, coincidiendo con una violenta tormenta acompañada de granizo, lo
que sin embargo no retrasaría el arribo a Retiro; por el contrario, el tren
llegó diez minutos antes de la hora prevista, a pesar de una parada en Baradero
para el cambio de máquina.
El Central Argentino era, por entonces, el encargado de conectar en
forma rápida a la ciudad con sus alejados barrios, con algunos de los pueblos
que luego se incorporarían a Rosario y con localidades cercanas, aunque el
costo de los pasajes no estuviera al alcance de todos. Los servicios incluían
viajes a Fisherton en 15 minutos, con pasajes de $12.80 y $8 en 1a.
y 2a. clase respectivamente; a Funes, en 18 minutos, a $17.60 y $11.20; a Roldan, en 40 minutos, a $22.40 y
$12.80. El traslado a los barrios se reducía a Barrio Arroyito, en 15 minutos,
a $6.40 y $ 4 y Sarratea, que érala estación correspondiente a Alberdi, en 23
minutos a $9.60 y $6.40, pudiéndose viajar, en la ruta hacia el sur, a
Paganini, en 30 minutos, a $12.60 y $8 y a San Lorenzo, en 50 minutos a $24.40 y $12.80.
Unos meses antes, La Capital anunciaba otra habilitación que perduraría más en el tiempo que los
trenes rápidos y los trenes a secas: La del nuevo "field" del Club
Atlético Newell's Old Boys, que se inauguraría en abril en los terrenos que la Municipalidad
rosarina le cediera a instancias de Humberto Semino, presidente de la entidad.
El estadio iba contar con tribunas de 40 metros de largo por 8 de ancho, con
capacidad para 1000 espectadores.
Las emocionantes tentativas de los primeros aviadores por domesticar
esas indóciles máquinas voladoras tendrían en vilo a los rosarinos en los años
del Centenario, cuando aquellos intrépidos llegaban a la ciudad para iniciar
vuelos que, la mayoría de las veces, termina-han en fracasos. No sería el caso
de Bartolomé Cattáneo, a mediados de 1911, al convertirse en el ganador del
raid aéreo Rosario-Buenos Aires, organizado por el Aero Club Argentino, que
tenía la tentadora recompensa de 15 mil francos, donados por el diario La Nación.
Cattáneo, uno de los pioneros de la aviación, levantó vuelo en
Rosario, tripulante de su frágil Blériot XI y pudo sostenerse en el espacio
hasta Baradero, donde aterrizó muerto de frío y de cansancio. Un descanso
reparador le permitió reiniciar el raid rumbo a Zarate, pero perdió el rumbo y
terminó descendiendo en la localidad de Zelaya, a unos 40 kms.de Buenos Aires. La posibilidad de seguir viaje y cumplir el recorrido
era tentadora pero Cattáneo estaba hecho de la mulera de los héroes románticos:
pensó que no había cumplido con las
normas del raid, que no
contemplaba tantos descensos, por lo que desarmó el aparato y regresó a Rosario
para volver a intentar la hazaña. En medio del entusiasmo de la gente, el
intrépido aviador volvió a elevarse el 25 de junio de 1911 y luego de un solo
descenso, llegó a Hucnos Aires en 3 horas y 7 minutos. Su hazaña, porque lo
era, lo convirtió en un personaje popular.
El aviador, que había nacido en Grossotto (Milano), obtuvo su brevet
de piloto en la Escuela
de Aviación de Paul (Francia) y arribó a la Argentina en el
Centenario, trayendo en el barco su avión Blériot Gnome de 50 HP con el que
sería el primero en volar sobre la ciudad de Buenos Aires a unos 2000 metros de altura y
en cruzar el Río de la Plata,
en diciembre de 1910, levantando vuelo en Palermo y aterrizando en Uruguay.
Habían existido sin embargo antecesores inmediatos en eso de asumir la
riesgosa aventura de volar. El 30 de abril de 1909, Jorge Newbery, que ya había
ganado la condición de ídolo de los argentinos (o por lo menos de los
porteños), vuela sobre Rosario en el globo "Huracán". Un año más
tarde, el 12 de marzo de 1910, AlfredoValleton logra hacerlo durante un par de
minutos en su endeble aparato H. Farman Gnome de 50 HP, como prolegómeno a las
exhibiciones del día siguiente. El 13 congrega a una multitud de varios miles
de rosarinos, pero la experiencia resulta fallida y lo mismo ocurre tres días
más tarde, con una caída y algunas lesiones. El 24, finalmente, el intrépido
aviador consigue elevarse a unos ciento cincuenta metros de altura y mantenerse
en vuelo durante un cuarto de hora, despertando —ahora sí— los aplausos y la
admiración general.
El 12 de abril de 1914 Cattáneo y el suizo John Domenjoz, un acróbata
del aire, dejan poco menos que pasmada a una multitud que algunos calcularon en
80 mil personas, con las arriesgadas pruebas que los dos realizaron a bordo de
sus monoplanos Blériot. El espíritu sin duda aventurero del menudo italiano lo
llevó a Brasil en 1932 para participar de la frustrada revolución del capitán
Luis Carlos Prestes, una novelesca odisea que merece ser conocida y que su
compatriota y camarada Jorge Amado incluiría en su biografía del legendario
protagonista de aquella sacrificada marcha por la selva brasileña. Al intrépido
Cattáneo, la muerte lo encontraría aún en ese país en 1949, en San Pablo.
Fuente: Extraído de Libro Rosario del 900 a la “década infame” Tomo
II Autor Rafael Ielpi Editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens
Ediciones