Escudo de la ciudad

Escudo de la ciudad
El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

MONUMENTO A BELGRANO
Inagurado el 27 de Febrero de 2020 - en la Zona del Monumento

Vistas de página en total

jueves, 10 de diciembre de 2015

Folletines de aquí (y de allá)

por Rafael Ielpi

    Aquellos folletines que se incluían en diarios y revistas como Monos y Monadas, Leoplán, Caras y Caretas y otras, fueron pronto publi­caciones independientes que los desgajaron de aquéllos, en los que se habían publicado desde un comienzo, entre 1880 y 1900, aun cuando en muchos casos una que otra de esas novelas subsistiría en sus páginas. Estos libros "folletinescos" llegaban desde España, sobre todo, conteniendo obras de autores absolutamente desconocidos o muy poco conocidos entre los que se mezclaban, a veces, otros nombres mucho menos oscuros como los de Martínez Sierra, Benavente o el propio Pérez Galdós, cuya Fortunata y Jacinta, por ejemplo, podría haber enca­jado perfectamente en una de esas colecciones de novelas por entre­gas, levantando de paso la calidad literaria del género.
De aquellos autores menores pero populares, ninguno alcanza­ría la fama de la florentina Carolina Invernizzio, la "folletinera" más renombrada. En febrero de 1914, La Capital publica un aviso de la "Imprenta Inglesa", de Santa Fe 1176, en el que junto a la promoción de una oferta de librería y papelería y venta de figurines europeos, se ofrecen como novedades Amores trágicos, Maridos infieles, Las esclavas blancas y La resurrección del ángel, entre otras, algunas de ellas en dos tomos, añadiendo: Está de más que recomendemos a esta insigne escritora pues ya se sabe que cada obra de ella es un éxito resonante. Lo que era, por lo demás, rigurosamente cierto.
Entre 1910 y 1915, la librería "Cantaclaro", de la porteña Avenida Corrientes al 1200, aún angosta, servía de puntual proveedora de los seguidores de la Invernizzio cuando sus nuevos libros no llegaban prestamente a Rosario. En esas estanterías de Buenos Aires se acu­mulaban folletines del tipo de El calvario de una madre, La hija de la portera, La mujer fatal, El tren de la muerte, Los 60 millones de la condesa Delga o La amante del ladrón, todos ellos con la habitual cuota de sacri­ficios, amores castos, traiciones, infamias y redenciones propias del género en especial y de la autora italiana en particular.

¿Las novelas por entregas? Había gente que vendía eso por semana. En mi casa éramos seis personas: cinco leíamos. Menos mi mamá, los demás leíamos todos, mi papa leía. Había revistas que compraba mi papá que no
sólo traían ilustraciones, sino también cuentos, novelas: eso leíamos. Los cuatro hermanos éramos muy de leer. Yo fui hasta cuarto grado nomás. Si no hubiera leído, no podría estar hablándole como le hablo...
(Smaldone: Testimonio citado)


Las librerías rosarinas se poblaban semanalmente con toda una serie de colecciones de novelas por entrega, cuando ya la moda del género se había impuesto definitivamente entre nosotros. Series diver­sas como La novela semanal, iniciada en 1917; El cuento ilustrado, La novela de hoy, La novela para todos y La novela del día, las cuatro de 1918; La novela de la juventud y La novela nacional, ambas de 1920; La novela argentina y La novela universitaria, las dos de 1921; La novela porteña, de 1922 o El cuento semanal, entre otras, albergaban gran cantidad de (ítulos que tenían suspensas a sus lectoras (y lectores) durante sema­nas enteras, como Fueros de la carne, La maldita culpa o Cómo delinquen los viejos, al lado de los cuales, de cuando en cuando, se colaban algu­nas firmas notorias, con mayor nivel literario.
La inclusión simultánea de muestras de este género como "sepa­rata" de alguno de los grandes diarios de distribución nacional de entonces, daría lugar a la instauración del "magazine" como un pro­ducto de consumo masivo, lo que se facilitaba por el hecho de que su adquisición no demandaba la frecuentación de las librerías, ámbi­tos no habituales para vastos sectores de la sociedad rosarina entre 1910 y 1930.
Estos magazines contenían, junto a una información heterogé­nea que iba desde notas sociales referidas tanto a la nobleza europea como a la "high life" argentina, relatos de corte gauchesco, viñetas de "color local", fotografías y avisos de publicidad, etc., junto a algunos de los folletines que entre 1910 y 1930 gozarían de su momento de esplendor y popularidad.
Beatriz Sarlo apunta en El imperio de los sentimientos, publicado en 1970: El circuito del magazine puede prescindir del aparato intimidatorio de la librería tradicional. El nuevo lector podía, cobijado en la necesidad que da el anonimato o la familiaridad con el vendedor, adquirir su material de lectura semanal en el kiosco, junto con el diario. El sistema misceláneo del magazine, por su variedad retórica y temática, podía combinarse de manera múltiple con las necesidades de consumidores medios y populares. Su precio, por otra parte, era entre diez y quince veces inferior al del libro (considerados los precios de catálogo de una editorial tan masiva como Tor); en consecuencia, por el número de páginas y la variedad de la oferta, significaban una opción tan atractiva que el magazine, de "Caras y Caretas" a "Leoplán", diseña uno de los perfiles literario-periodísticos de la primera mitad del siglo XX.
El folletín posibilitó, de todas maneras, una enorme populari­dad a un puñado de escritores argentinos, algunos de los cuales son recordados hoy con valoraciones dispares por la crítica literaria, desde César Duayen a Hugo Wast, dos seudónimos famosos de la literatura nacional, pasando por Héctor Pedro Blomberg, Eduardo Zamacois o Juan José de Soiza Reilly, este último un periodista que alcanzaría insospechada popularidad con sus crónicas en Caras y Caretas y tam­bién con novelas como La muerte blanca sobre la droga en Buenos Aires entre la "gente bien". Sarlo recuerda que en las listas de auto­res se mezclan escritores que pertenecen al registro de la literatura alta con profesionales de estas ficciones. En este último grupo, pue­den señalarse un conjunto de firmas de individuos relativamente exi­tosos, a juzgar por el número de reediciones de sus relatos. Los prín­cipes de esta cofradía son Josué Quesada, Alejo Peyret y el triunfal Hugo Wast.
Tampoco, como se ha dicho, se libraban del folletín de consumo semanal las revistas masivas de las décadas iniciales del siglo como Caras y Caretas, Fray Mocho e incluso la rosarina Monos y Monadas, El Hogar y Para Ti, en todas las cuales el género ingresó para radicarse largo tiempo. Por los años del Centenario, personajes folletinescos como Raffles,"el rey de los ladrones", iban a alcanzar asimismo altos picos de popularidad y de lectores.
En agosto de ese año, por ejemplo, la librería de Hoyos, en Santa Fe al 1100, ofrecía cuadernos con los emocionantes episodios de Raffles, enu­merando una larga serie de títulos de la serie como Los cuatro padres, El presidente de las colonias, Raffles y el jefe de la policía china, Entre los apaches de París, El misterio de los niños mutilados, etcétera. El negocio, establecido como "The English Book Exchangue", tenía además una importante clientela, atraída tanto por las publicaciones en lengua inglesa como por las novedades en materia de revistas de modas.
Otro de los grandes personajes de ese género por entregas iba a tener su cuarto de hora en los mismos años. En 1911, "El siglo ilustrado", la librería de SerapioVidaurreta, en Córdoba 1272, publi­citaba las aventuras de Sherlock Holmes, en una revista semanal de literatura policial del mismo nombre, cuya suscripción trimestral era ofertada a $3.50 el ejemplar. Antecesores en el tiempo de Holmes, también Arsenio Lupin y Fantomas se convertirían en grandes prota­gonistas de verdaderas sagas folletinescas que se leían en Rosario a comienzos del siglo pasado.
El folletín iba a tener también (como no podía ser de otro modo tratándose de una moda) sus cultores locales, como Carlota Garrido de la Peña, una mendocina que viviría en Rosario a partir de la década del 20 y que había publicado ya sus primeros libros del género en los últimos años del siglo XIX, en La Unión Provincial, de Santa Fe, y La Capital, de Rosario. Aquellos títulos: Mar sin riberas, Entre dos amores, Un momento de locura y otros, se matizaban de cuando en cuando con títulos como Corazón argentino, un libro de lectura muy ameno y muy nacional, infaltable en las escuelas de la República, según aseguraba un aviso de 1918, que agregaba: La autora atiende los pedidos de la obra en Coronda, Santa Fe. De la Peña, que era docente, vivía efectivamente en esa ciudad, desde la que se trasladaría a Rosario en 1920.
Otro de aquellos escritores incursos en esa popular "literatura del folletín" es Dermidio T. González, ensayista sobre temas históri­cos, poeta y periodista que dirigiera la revista Rosario Ilustrado en 1913, nacido en Corrientes y que vivió en Rosario hasta su prematura muerte en 1919. Aunque siguiendo las inevitables huellas naturalis­tas del género, la mayor parte de sus novelas no tenían sin embargo por escenario al Rosario de entonces sino a otras ciudades argenti­nas como Mar del Plata, Córdoba o las sierras, que eran por otra parte, como se ha visto, lugares predilectos para los veraneos de las clases acomodadas de la ciudad.
El peso de los criterios morales de la burguesía local, que se su­maba al decisivo peso de su poderío económico, provocó en Der­midio González lo que Eduardo D'Anna en su valiosa Historia de la literatura de Rosario llama acertadamente la degradación obligatoria del modelo. Que se vuelve más notoria —afirma— cuando Rosario aparece como referente. En Iris, de 1908, subtitulada "novela de costumbres rosarinas", la acción nos pasea por el Parque Independencia, los salones particulares y el Jockey Club, sin dar señal de ninguna particularidad especial.
Aunque las escabrosas relaciones sentimentales de los persona­jes de González suelen tener un final feliz, aquí en Iris, por acaecer en Rosario, exigen uno trágico: el autOl comprende que las nuevas cla­ses medias no se resignarán a ver tenidas de inmoralidad las trincheras tan recientemente ocupadas, señala D'Anna: a diferencia entonces de los natura­listas porteños, González debe desincriminar a la sociedad que describe y por ello las causas del adulterio de Iris (una mujer casada con un hombre mucho mayor que ella) con el aristocrático y joven abogado Fuentes Olmos, no cons­tituyen ninguna imputación a las costumbres locales...
Dermidio no era solamente un urdidor de historias folletinescas. También la poesía lo tentaría muchas veces y publicaría poemas muy al gusto modernista de esos años augúrales del siglo XX, como aquel "A la luna", que Monos y Monadas incluyera en sus páginas: Blanca luna, cuando asciendes triunfadora por la esfera, / en tu barca plateada de divina mensajera, / saludando a las estrellas con tu luz crepuscular, / los espíritus, las hadas, los misterios de la noche, / los encantos de las flores que a esa hora abren su broche, / con los ángeles se unen, tus bellezas a cantar.
Los folletines constituirían una real costumbre para un vasto número de lectores de los sectores populares y de clase media. Eran efectivamente, como lo señala Beatriz Sarlo, literatura de barrio y también literatura predominantemente para mujeres o adolescentes y jóvenes de secto­res medios y populares. La prestigiosa crítica e investigadora argentina destaca en el folletín y la novela por entregas su economía discursiva y narrativa ajustada a la trama sentimental; claras y económicas, demandaban muy poco de su lector y le dieron en cambio bastante: el placer de la repetición, del reconocimiento, del trabajo sobre matrices conocidas.
Aquellas historias centradas casi exclusivamente en los senti­mientos, con predominio del amor, el deseo y la pasión, que presen­taban a un ideal femenino grato a miles de mujeres que vivían una existencia diametralmente opuesta, cercada por los parámetros del trabajo, la familia, la rutina, iban a constituirse en infaltables en los modestos hogares populares o de la clase media de Rosario (como ocurría en Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Santa Fe,Tucumán, Bahía Blanca, Paraná, La Plata o Salta, ciudades donde se distribuía, por ejemplo, La novela semanal), en los que amas de casa, costureras, empleadas de tiendas y comercios, madres e hijas, compartían la periódica llegada de aquellas publicaciones que reiteraban una trama
que iba desde el flechazo a la consumación del amor o su frustración, señala Sarlo: fueron textos de la felicidad (aunque narraran la desdicha) y les dieron felicidad a sus lectores.
Esa literatura "folletinesca" iba a merecer sin embargo el juicio despiadado cuando no el desprecio de la crítica de su tiempo y de los representantes de la literatura "culta" de Buenos Aires. La recordada revista Martin Fierro, expresión del grupo de Florida, la llamaría lite­ratura de barrio, de pizzería y de milonguitas y un columnista del diario La Razón sostendría ácidamente: Bastante sentimentalismo mórbido, bas­tante dramón y truculencia y adulterio y escatología nos ha venido de Europa como para desear ahora que también aquí progrese y se desarrolle la explota­ción sistemática del gusto plebeyo...
En la misma década del 20, algunas publicaciones rosarinas "cul­tas", como la Revista de El Círculo, dirigida por Lemmerich Muñoz y Guido, se sumaban también al coro de los detractores de esas his­torias semanales, con una contundente comparación: El género se está explotando de manera escandalosa para indigesto alimento de modistillas, esco­lares, adolescentes ávidos de escenas filmadas en papel de imprenta por 0.10. Pequeña literatura, ironiza la publicación, con un poder análogo al de las diastasas, que produce morbosas fermentaciones en los espíritus despreveni­dos, vírgenes de cultura, intoxicando en sus fuentes el alma colectiva...
Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo III  editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones

domingo, 6 de diciembre de 2015

El almacenero de la esquina



Por Rafael Ielpi
Aquella gastronomía familiar, ejercida tanto en las pensiones como en las casas de familia que no ostentaban aquella condición, deman­daba una serie de Aquellos almacenes y "baratillos", con su surtido a veces impre­sionante de mercaderías de todo tipo, desde bebidas a comestibles, conservas, frutas desecadas, implementos de limpieza, etcétera, no eran sino versiones menores de los grandes almacenes mayoristas, con los que muchos inmigrantes hicieron enormes fortunas en la ciudad. Pero las familias de la zona céntrica o casi céntrica de entonces, a pesar de contar con muchas de esas grandes casas mayoristas, como la de "Campodónico Hermanos", también podían surtirse en muchos almacenes, algunos instalados en pleno corazón de la ciudad.
Era el caso, por ejemplo, del "Almacén de la Luna", fundado por Benito Castagnino, un inmigrante nacido en Liguria en 1848 y muerto en Rosario en 1903. Llegado a la ciudad a los 12 años, se asociaría más tarde con su paisano Mosto para habilitar el aludido comercio en la esquina suroeste de Córdoba y Mitre, en el mismo solar que ocupara anteriormente la cajonería funeraria de Loreto Correas; era considerada una casa de prestigio por la calidad de los productos que poblaban sus estanterías y sus avisos en los programas iniciales del Teatro Colón en 1904 prueban su popularidad e inser­ción en la clase pudiente rosarina.
Muy antiguos eran asimismo otros dos, con reparto a domicilio: "El Peninsular", con anexo de bar, en la esquina de Sarmiento y Santa Fe, en 1902, y "El Pingo", de Cortés y Fernández, en San Lorenzo y Mitre, que garantizaban en sus envíos esmero y prontitud. El primero, instalado en 1891 por Francisco García y Juan Gayol en Urquiza y Corrientes, se trasladaría en 1898, a la muerte de García, a su esquina definitiva y sería uno de los almacenes importantes del centro rosa-rino, con especialidades como las conservas españolas "La Amistad", los cigarros de Manuel López, traídos de La Habana, el aceite de oliva "J.G.", la sidra "El Pastor Asturiano", vinos de La Rioja, etcétera. Una publicidad de los primeros años del siglo decía de su despacho de bebidas: Posee un amplio y ventilado patio, adornado con profusión de plan­tas, dedicado al servicio de bar, que nada tiene que envidiar al de las mejores casas del ramo...
De los años finales del siglo XIX, subsistiendo en los primeros del siglo XX, eran el "Almacén del Politeama", en Entre Ríos y Urquiza;"Al Buen Mosto", de Maipú y Mendoza, cuyo remate anun­ciaba La Capital en 1914; el "Almacén de la Bolsa", de 1869, de Antonio Escalona, en Santa Fe esquina Maipú, y "Los Dos Amigos", en Mendoza y 1o de Mayo, frente al Mercado Urquiza, donde funcio­naba hacia 1902.
Una nómina arbitraria y seguramente incompleta podría incluir asimismo, en los años entre 1900 y 1920, a "El Económico", de Brun Hermanos, en San Juan y Io de Mayo; "El Perú", de Rioja y Entre Ríos;"La Estrella", de Paraguay y Mendoza;"Blanco y Negro", de Andrés Agulló, en San Martín 1174;"El Diluvio", en San Martín 1055; "Santa Rosa", en Mendoza y Entre Ríos; "El Tevere", en San Juan 1025;"E1 Movimiento Continuo", de Independencia y 9 de Julio;"La Economía" en 9 de Julio al 1600; el "Florentia", en Balcarce y Rioja; el "Independencia", en Rioja y Pte. Roca; el "Guipúzcoa", de San Lorenzo y Moreno; el "Gulín", de Santa Fe esquina Alvear; el "Saturno", de Güemes y Alvear; el almacén de Leo Ullman, que hacia el Centenario publicitaba los oister eier (huevos de Pascua) de mazapán y azúcar, importados, o el "Almacén de Sarasate", en Mitre y Rioja, que en 1911 publicitaba su mercadería en la prensa local.
En 1925 se podían señalar muchos almacenes céntricos cuya acti­vidad se prolongaría en algunos casos hasta la década del 80, como en el caso del "Almacén Pompeo" de Arturo Ballocco, instalado ese año en San Juan 1201 y luego en la esquina noreste de Rioja y Paraguay, hasta su clausura, aun cuando sobrevive su nombre en el hermoso edificio que lo albergara. Pueden agregarse a él otros como el "Al­macén del Cabotaje", de Pedro Díaz, en Avenida Belgrano al 400 esquina Laprida;"La Aurora" (Córdoba 599); el"Victoria" (Mitre 296); el "Roma", de Antonio Curto (Rioja 799); el "Europeo", de Díaz y Cía. (San Luis 1099), y "El Pampa", de Fernández Hermanos, en la esquina noreste de Córdoba y Paraguay, que luego se convertiría en bar hacia los inicios de la década del 50 y se haría legendario por sus picadas servidas sobre papel en las mesas de madera.
Pueden sumarse a los anteriores el almacén "El Favorito", de José Fernández, en Laprida esquina 3 de Febrero; "El Fénix", de José G. Del Río, en Rioja y Sarmiento; "España", de José Llabrés, en Maipú y 3 de Febrero; "La Primavera", de J. Fernández, en Rioja 1401 esquina Corrientes; el "Almacén del Correo", de A. Bustinza, ubicado en 1925 en la esquina de Santa Fe y Mitre, y "El Ibérico", fundado por José María Avalle y de propiedad en 1925, de López y García, en la esquina sureste de San Lorenzo y Sarmiento, también luego famoso por los ingredientes del cotidiano vermouth.
Para los amantes de los platos de pescado, que desconfiaban de los ambulantes vendedores callejeros del producto, portadores de pesa­dos canastos, la "Bacaladería Catalana" ofrecía siempre la posibilidad de mercadería más segura. Instalada en la ciudad en 1885, sus avisos se publicaban ya en los diarios de la ciudad en los primeros años del siglo; en 1917 era propiedad de Camilo Domingo, mientras que en febrero de 1930 anunciaba que por terminación de contrato en el local de San Luís y Pje. Colón, se instalaría en la cercana esquina de San Martín casi San Luis, uno de los locales del abigarrado Mercado Central. Por enton­ces contaba con otros dos, en Ovidio Lagos casi esquina 27 de Febrero y en 25 de Diciembre 1926, que era su local propio. En 1925, se publi­citaba como especialista semillas, frutas secas, legumbres y cereales.
Otra salida para ciertos gustos, sobre todo hispánicos, la ofrecía la casa de Pedro Feu, en Santa Fe 1320, proveedor de conservas espa­ñolas de pescado de todo tipo y procedencia regional, a lo que sumaba, para acompañarlas seguramente, vinos finos de Jerez y manzanilla de Sanlúcar.Todo con fondo de peteneras, sevillanas y bulerías


Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo III  editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones
 

viernes, 6 de noviembre de 2015

SI, SI SEÑORES... YO SOY CANALLA!..



¿Y Por qué "canalla': Imposible develar la razón del mote con el que se ufana la parcialidad centralista. Vanas son 'as versiones sobre e! particular. Las más sólidas vincu­lan su nacimiento al de "leprosos", atribuida a los hinchas de Newell's Old Boys. Veamos.
Según aIgunos, la cosa empezó liare muchos años, en ocasión de un cotejo que debían disputar a beneficio del Patronato de Leprosos. Central no quería jugar aquel par­tido y sus rivales pretendieron estigmatizar aquella nega­tiva con ese terrible insulto: ¡Canallas! Los centralistas se mofaron y 'es endilgaron a los ñulistas el calificativo de "leprosos''.
Otros atribuyen el mutuo calificativo a un lío desco­munal registrado en un partido jugado alrededor de 1925. cuando ambas hinchadas se trenzaron en una lucha feroz.
Héctor N. Zinni, escritor rosar i no. dice en su libro: "El Rosario de Satanás", que el apodo de “canallas” nació en un bar de la avenida Alberdi cuando un parroquiano se refirió en esos términos a los hinchas centralistas que habían generado un incidente jugando el equipo contra el desaparecido Aprendices Rosarinos. La versión del escritor fue tomada de su propio padre, Nicolás Zinni. también poeta.
Algunos memoriosos aseguran que la calidad de "ca­nallas'' fue ganada en buena ley por la hinchada auriazul Cuando, tras un discutido gol de Belgrano en la vieja can­cha de Rueda e Italia, éstos casi incendian el estadio.
Per último, una versión recogida el descendiente de una antigua y acreditada familia rosarina, ñulista, ase­gura que la cosa viene de mucho más lejos. Cuando existía el viejo colegio Newell, cuna de la institución que tomó el nombre de su fundador, en la calle Entre Ríos al 100. Se­gún este testimonio, los baldíos que circundaban la actual estación Rosario Central eran escenario de picados en los que tomaban parte la muchachada del barrio, la mayoría hijos de obreros ferroviarios. Antes y después de cada pi­cado, debían pasar por el Colegio Newell, cubierto por al­tos muros. La gritería del alumnado decía que también allí florecía la pasión por el fútbol. Los que pasaban por la calle comenzaron un día a trepar los altos muros que resguardaban el ámbito del colegio. Vaya a saber en la imaginación de quién nació la idea de que aquel recinto parecía un leprosario. Y la "cargada" no tardó en llegar ¡Leprosos!, gritaban desde afuera. Y los de adentro res­pondían: ¡Canallas!
Como todo lo que nace espontáneamente, producto de una pasión popular, difícil calificar la verosimilitud de ta­les versiones. Quizás una aproximación a la "real realidad” imponga la necesidad de enhebrar cada una de las versiones narradas. Que tal vez no se contraponen, sino que por el contrario, bien podrían complementarse. Lo real es que algo que nació como un terrible insulto es hoy canto de orgullo en las enfervorizadas gargantas de "canallas” y”  leprosos'' . . .
Fuente: Bibliografía de Historia de Rosario Central de autor Andrés Bossio

miércoles, 4 de noviembre de 2015

BIBLIOTECA "LEOPOLDO A. LAGOS" DEL CÍRCULO DE COMUNICADORES DE ROSARIO



Por Néstor Matar*



La Historia de la Biblioteca Leopoldo Lagos del Círculo de la Prensa de Ro­sario y la Región (hoy Círculo de Co­municadores) se enmarca, hacia afuera de la Institución, con el auge que tomó la lectura al momento de su creación, ya que desde 1870 las bibliotecas po­pulares se multiplicaron como conse­cuencia de la reducción gradual de la jornada laboral, lo que incrementó las posibilidades de acceder al placer de la lectura, las mismas beneficiaron a todas las clases sociales y en especial a la clase trabajadora, situación ésta que se profundizó durante el siglo XX Hacia adentro de la institución, la Bi­blioteca Leopoldo Lagos, se encuadra dentro del proceso de formación del Círculo de la Prensa de Rosario, que comenzó su verdadera etapa de organi­zación el 14 de marzo de 1920 cuando fue elegido presidente don Alejandro Berrutti y reemplazado después por don Julio Cabañero, quien había par­ticipado de la fundación registrada en 1894 y que presidió la institución hasta el año 1927. "Periodista eximio y lite­rato fecundo en sus ideas, centralizó la madurez de la observación y reflejó la capacidad singular del que ha es­carbado hondo en las cosas". (Revista anual del Círculo de la Prensa Rosario 1930. Pág. 39). Es, durante su exten­sa y fructífera administración que se fundó la Biblioteca del Círculo de la Prensa de Rosario. La misma surgió como necesidad de dar respuesta a uno de los requerimientos de sus socios y de la comunidad toda, como era la de profundizar los temas de interés de los periodistas y de los ciudadanos.
Entre los documentos más antiguos que dan cuenta de la existencia de la Biblio­teca Leopoldo Lagos se encuentra un ejemplar del Álbum Enciclopédico de la Provincia de Santa Fe que data del año 1925, dedicado a la misma, por su Director Miguel Carvi y el libro diario de entradas y salidas del Círculo de la Prensa del año 1930 donde se consig­nan, el 31 de octubre, rubros y gastos: "Biblioteca... 2008 pesos". Funcionó en la primera sede del Círcu­lo de la Prensa, en Catamarca 1367 de nuestra ciudad y en la segunda: la casa que perteneció a la familia Uranga La­gos, en Santa Fe 620. Desde 30 de oc­tubre de 1946 allí funcionó el Círculo y su biblioteca, la que dada su condición de Biblioteca Pública ocupó la sala ubi­cada a la derecha de la entrada y luego en la planta baja de la citada residencia. En un artículo publicado en el diario "La Capital" (1970) titulado "Círculo de la Prensa de Rosario: Más de Medio Siglo de Acción Generosa y Eficaz", se expresa: " Entre los principales ser­vicios que el Círculo de la Prensa de Rosario ofrece no sólo a sus socios sino también a distintos sectores de la ciu­dad, se encuentra su biblioteca pública que lleva el nombre de Leopoldo Ama­deo Lagos en justo homenaje a la me­moria de quien fue director de La Ca­pital y se contó en todo instante entre los que más amplio apoyo ofrecieron a la prestigiosa Institución". Presidía entonces el Círculo de la Prensa don Enrique Carné.
En la década del 80 y en los 90, durante las presidencias de don Carlos Ovidio Lagos y Francisco Ferioli, fueron incre­mentándose el número de volúmenes. Con el cierre del Instituto Superior de Periodismo hacia el 2005 el Círculo de la Prensa de Rosario profundizó su cri­sis, y la Biblioteca en consecuencia dejó de funcionar. Al asumir la presidencia el periodista Darío Maruco el 16 de di­ciembre de 2009, uno de los principales objetivos de la Comisión Directiva fue recuperar la Biblioteca de la institución y ponerla en funcionamiento La refundación de la Biblioteca Leopoldo Lagos, contenida en el pro­yecto presentado ante el Círculo de la Prensa, por quien escribe este artículo y aprobado por su Consejo Directivo comenzó a ejecutarse en enero de 2010 y culminó con la apertura de la misma el 1 de agosto del mismo año. En ese espacio de tiempo se lograron los principales objetivos y metas pro­puestos en el proyecto.
Fueron limpiados uno a uno y clasifi­cados los libros y los tomos que com­ponen la Hemeroteca del diario "Cró­nica" de Rosario, tan importante para comprender su rica historia, también los diarios de sesiones de la Cámara de Diputados y Senadores de la Nación desde los inicios de nuestra Organi­zación Nacional hasta el año 1935, e importante material jurídico que puede ser consultado por los investigadores de la Historia y del Derecho. Se resca­tó también material literario e histórico compuesto por novelas, poemas, cuen­tos, obras de teatro, biografías, obras de pensadores nacionales e interna­cionales. Innumerables libros dedica­dos por sus autores a los directores  de los diarios "Crónica" y "La Capital", como uno de Alfredo Palacios, primer diputado Socialista de América, que contiene su firma auténtica, son patrimonio de esta Biblioteca.
Se reconstruyó la Historia del Círculo de la Prensa a través del material encontrado en la Biblioteca. Esto permitió conocer el espíritu que guió en s origen a los hombres que condujeron esta Institución centenaria.
Al disolverse el Círculo de la Prensa en noviembre, algunos de los integrantes de su última Comisión Directiva junto a otras personas constituyeron  una Asociación Civil sin Fines de Lu­cro que denominaron Círculo de Comunicadores de Rosario y la Región, que recibió en donación la Biblioteca Leopoldo Lagos. Todos sus libros y la Hemeroteca del diario "Crónica" fue­ron trasladados a su domicilio actual situado en San Juan 1192.
En esta nueva etapa la Comisión Directiva del Círculo de Comunicadores Rosario y la Región contó con el apoyo -yo espiritual y material del Secretario General del Sindicato de la Prensa Rosario Edgardo Carmona y de El Orlando y Mónica López que cedieron el local para que la Biblioteca Leopoldo Lagos pueda seguir funcionando.
Durante más de tres meses (de junto agosto de 2012) se acondicionó el espacio físico, se limpiaron nuevamente libros y se colocaron en sus anaqueles.
El lunes 3 de septiembre de 2012, el Secretario de la Juventud del Círculo Nicolás Fogliato realizó un Seminario se "Desarrollo de Proyecto Audiovisual” destinado a los estudiantes y profesionales relacionados con la comunicación social; en dicho evento se abrió por mera vez la Biblioteca a los jóvenes: participantes y el 25 de septiembre, en un emotivo acto, al público en general.
Actualmente el valioso material recuperado será trasladado a la nueva sede de la Biblioteca en Galería Córdoba, ubicada sobre la peatonal del nombre, entre las calles Sarmiento y  San Martín; local cedido por la Asociación Mutual Siciliana "Alcara Li Fusi” a través de uno de sus miembros Os­car Chiappini, que es también socio de nuestra Institución, y a quien estamos profundamente agradecidos. La direc­ción es Córdoba 1080, primer piso, local 11. También en esta nueva etapa contamos con la colaboración del Sin­dicato de la Prensa de Rosario.
Hoy nos encontramos en una nueva eta­pa, pues con el avance de la tecnología y la aparición de Internet, vivimos la ela­boración electrónica de la palabra a tra­vés de los medios masivos de comunica­ción. Esto nos ha permitido diferenciar oralidad de escritura. La lectura nunca podrá ser reemplazada por las nuevas tecnologías sino que deberá integrarse a ellas ya que es una de las estrategias más valiosas para socializar y personalizar al ser humano y permitirle que desarrolle sus potencialidades y logre su autono­mía y libertad de pensamiento. Es por ello que la actual Comisión Directiva del Círculo de Comunicadores de Rosa­rio y la Región se propone la informatización de la Biblioteca Leopoldo A. Lagos a la vez que aumentar el número de sus volúmenes, teniendo en cuenta, lo aconsejado por los profesores de la carrera de Comunicación Social y de Periodismo de la ciudad de Rosario y de la Región y también la de incentivar a los alumnos de estas carreras mediante cursos y seminarios.

DEL PATRONO DE LA BIBLI0TECA
Leopoldo Amadeo Lagos nació el 13 de abril de 1891 en la ciudad de Rosario. Era hijo de Ovidio Amadeo Lagos y de Isaura Corvalán y nieto del fundador del diario "La Capi­tal" Ovidio Lagos. Casado con Irma Tomasa Carné tuvo un hijo: Carlos Leopoldo. Fue director del diario "La Capital" de Rosario entre los años 1916 y 1947 y dueño del es­tablecimiento de campo "Don Ovi­dio" en Las Rosas, además poseía numerosas propiedades en la ciudad de Rosario y Buenos Aires. (Álbum Argentina. Pág. 223, Editorial Mon­te Domecq, Buenos Aires, 1945).


2  
FUENTES INÉDITAS
3                     
Revista Anual del Círculo de la Prensa de Rosario. 1930
Enciclopédico de la Provincia de Santa Fe. 1925
•Diario "La Capital" de Rosario. 1970 ' Suplemento del Centenario del Diario "La Capital" de Rosario. 1967.
Album Argentina. 1945.MATAR, Néstor. "Proyecto Biblioteca". 20JO
MATAR, Néstor. Trabajo de Investigación so­bre "La Lectura en nuestros tiempos ", para la Cátedra de Antropología de la Tecnicatura en Gestión y Administración de la Cultura " de la Universidad Nacional del Litoral. 2003.
Libros de Actas del Círculo de la Prensa de Rosario.
Libros Contables del Círculo de la Prensa de Rosario.

* Profesor, director de la Biblioteca

Fuente: Extraído de la Revista “ Rosario, su Historia y Región”. Fascículo Nº 125 . Diciembre de 2013

lunes, 2 de noviembre de 2015

La cofradía de los polacos



Aquel floreciente negocio iniciado por la Sociedad Varsovia de Trauman a comienzos del siglo XX y que tenía al comercio sexual como ingrediente esencial, iba a sufrir otros sobresaltos además de la escisión de rusos y rumanos. En 1927, la ya mencionada sociedad israe­lita encargada de la protección de las muchachas de ese origen, presi­dida para entonces por Selig Ganopol y creada para amparar a las jóve­nes en peligro de caer en las redes prostibularias, deja oir su indignada voz de protesta acerca de las actividades de la cofradía de rufianes comandada primeramente por el ex anarquista Trauman (definitiva­mente olvidado a esa altura de un pasado que lo vinculara a Plejanov y a otros teóricos semejantes), por Luis Migdal luego y por Simón Brutkevich entonces.
La denuncia de Ganopol motoriza una investigación oficial que no pasa de una ficción: los sólidos contactos de Trauman diluyen las inspecciones y allanamientos previstos (de los que por otra parte recibe avisos anticipados de los propios funcionarios comisionados para llevarlos  a cabo) y la sociedad de tratantes sigue teniendo, por lo menos por algunos años, la impunidad habitual.
Sin embargo, algunas de las voces condenatorias del mundo prostibulario venían incluso de antes. En 1913, por ejemplo, la misma organización judía describía en una publicación el escarnio a que eran sometidas las jóvenes mujeres en los "quilombos" argentinos: Las mucha­chas laminan entre la multitud de hombres, en distintos grados de desnudez.  Si se  tiene en cuenta que en uno de esos locales caben entre 50 y 150 hombres puede imaginarse cuántas veces por noche las muchachas tienen que someterse a ese  contacto inmoral.
Poco antes, en 1911, el denominado "Comité Argentino de Moralidad Pública", que propulsaba la lucha contra la trata de blan­cas, denunciaba a través de su revista Luz y Sombras, dirigida por Joaquín Fontenla, la condición de sometimiento de miles de mujeres que ejercían el comercio sexual en la Argentina bajo el férreo control de las organizaciones de rufianes.
También en 1927,1a protesta por la existencia de la Varsovia pro­cede de alguien mucho más representativo en lo institucional, el ministro de la República de Polonia en la Argentina, Ladislao Mazurckiewicz, quien el 30 de agosto aprovecha una conferencia para señalar a las autoridades el desprestigio que significaba para su país el hecho de que semejante organización delictiva llevara el nombre de la capital polaca...
La reacción de Trauman y sus socios no se demoró: la Varsovia solicitó autorización para el cambio de denominación de la misma por la de "Zwi Migdal", nombre con el que enfrentaría el ocaso di I negocio prostibulario en el país después de 1930, y con el que seria conocida como símbolo de poder económico y de influencia en los más altos niveles oficiales, desde los despachos ministeriales o el Congreso a la justicia y desde la policía a las autoridades de inmigración. Dos años después, en agosto de 1929, el gobierno bonaerense  (debe recordarse que la organización tenía su sede administrativa de Avellaneda) autorizó formalmente un cambio que ya se había producido en los hechos.
El Migdal que daría nombre a la nueva sociedad era Luis Migdal quien como se señalara la presidiera en uno de sus períodos, y a quien Jozami sindica como el jefe indiscutido de la Sociedad Varsovia, a quien se  debió que la sociedad quedara en manos de todos los individuos que buscando amparo no veían otra finalidad que explotar víctimas incautas; fue grana: a u visión comercial, podría decirse, el primero que planteó la internacional de trantantes de blancas. Un mérito por cierto dudoso que otros asignan en exclusividad al ex ácrata Trauman.
No es menos difundida la opinión de que "zwi migdal" no se sino la definición en  iddish de "gran fuerza", calificativo que cabía perfectamente también a aquella aceitada organización de tratantes de blancas. El mismo Jozami, en su novela ¡Vendida!, título  que se vincula con los remates de mujeres, lo retrata como una persona carácter excepcional; su rostro, de una palidez aristocrática delataba al hombre de rasgos suaves pero enérgicos. Migdal, cuyo espíritu se agrandaba frente a las dificultades, era ya en aquel tiempo el jefe indiscutido dentro del ambiente corrom­pido de la Sociedad Varsovia y su palabra era escuchada y obedecida.
La Varsovia, como luego la Zwi Migdal, era esencialmente "la sociedad de los polacos" y no por ser reiterada su mención cuando se habla de prostitución en el país deben omitirse las páginas que el fran­cés Albert Londres dedicara a la trata de blancas, en forma contempo­ránea con el apogeo de la misma, en las que a despecho de una prosa a veces hiperbólica se denuncia la actividad de esas asociaciones disi­muladas bajo fachadas de respetabilidad.
En El camino de Buenos Aires, escrito en 1927, el periodista nacido en Vichy en 1884, apuntaba: No hay un solo polaco en Buenos Aires que no tenga cinco o seis mujeres. O siete u ocho. Oficialmente, se dicen comercian­tes de pieles. La piel, es verdad, es también pellejo, pellejos humanos son sus negocios; como comerciantes, desembarcan en Varsovia. En Varsovia, en Cracovia, en Lodz, algunas viejas que ellos pagan todo el año, no tienen otra profesión que señalarles la buena mercancía: "Esta casa no vale nada: las hijas no tienen buena salud. Desconfiad de esta familia: los padres tienen la intención de pedir caro. Pero allí y allí y más allá encontrarás lo que te conviene. Llévate a la menor, la mayor es perezosa. Te la vigilé como si fuese una fruta en el árbol: solamente hay que recogerla..."
Horacio Vázquez Rial indica que en su visita a la Argentina Londres no se introdujo demasiado en los laberintos de la Varsovia y la Zwi Migdal, conviviendo en cambio con los rufianes franceses y sus mujeres: Iba a comer con ellas, a veces en las mismas casas en que las damas recibían a sus clientes; no en los grandes burdeles sino en las casas en que atiende una sola mujer. Son las francesas las más caras: los hombres pagan i meo pesos por unos minutos en su compañía. Bordeando la condición paria islán las putas criollas: un peso. Las de clase simplemente inferior, la gran mayoría, las populares, las razonables, son las polacas: dos pesos. Albert Londres menta sus historias: la seducción o la compra o la boda amañada. Es el sexo ni la era industrial, lo que Barthes incluye en la sodomización en serie del discurso de Sade.
Londres describiría en su libro, ya constituido en un clásico, la existencia de una red prostibularia francesa,"Le Milieu", que operaba desde la ciudad-puerto de Marsella: formada por un grupo de hombres que negocia con mujeres en forma bastante abierta: es una corporación. Más aún ¡es un Estado! Trabajan con mujeres que, por alguna razón, están deses­peradas. Las mandan vía Santander, Bilbao, La Carogne, Vigo y Lisboa. Ese es "el camino de Buenos Aires". Guy destaca empero que a pesar de los informes de Londres, o más precisamente por sus tendencias chauvinistas y tole­rantes, el papel de los franceses en la trata de blancas rara vez fue tan conde­nado como el de los traficantes judíos.
La propia Sociedad de las Naciones publicaría un informe, en 1909, en el que se señalaba que las investigaciones en el submundo de París mostraron un constante ir y venir de sosteneurs en busca de mujeres a quie­nes resultaba ventajoso llevar al extranjero para ejercer la prostitución. Muy a menudo se procuran mujeres que ya son prostitutas y mayores de edad y que dan su beneplácito, pero algunas veces consiguen menores y mujeres inexper­tas. Están en contacto con traficantes en muchos otros países como Polonia, Egipto y la Argentina, y actúan como intermediarios y agentes para asistir y facilitar este tráfico internacional.
Londres, al entrevistarse con los rufianes franceses de Buenos Aires, da a éstos la oportunidad de mostrarse como comprensivos guardia­nes de sus pupilas, evitándoles las tentaciones de vicios diversos y pro­tegiéndolas de un modo mucho más humanitarios que los tratantes de origen judío: Tenemos que ser administradores, instructores, expertos en higiene y sostenes, testimonian ante su compatriota, impidiendo que las mujeres Caigan en el vicio. ¿Qué hacen sin nosotros? Fuman, beben, bailan, toman cocaína, flirtean y hasta tienen asuntos entre sí. El mismo Goldar insiste así mismo en la diferenciación entre los rufianes franceses y sus colegas criollos y polacos: Los franceses no sólo comerciaban entre ellos; constituían un nucleamiento profesional prestigiado. Algo liberales por herencia cultural, no tenían la brutal rigidez autocrática de los polacos ni el anarquismo doméstico de los criollos.
No excluiría el periodista y escritor a Rosario de su mención como centro prostibulario en la Argentina. En su libro, Londres con signa un viaje a la ciudad acompañando a uno de los tantos rufianes franceses con negocios en Buenos Aires, Robert Le Bleu, y su visita .a un prostíbulo rosarino que no es difícil identificar como el Madaim Safo, si se tiene en cuenta que era el único (o por lo menos el que mayor proporción de pupilas de esa nacionalidad contaba entre sus Mujeres) que se preciaba de su "mercadería" francesa: Abrimos la punid ¡Cuan dulce es, estando lejos de casa, encontrar una pequeña patria. Ahí dentro todo el mundo hablaba francés, escribe, para agregar un dato no menor, que abona la leyenda de una madame Safo: La patrona era de Montmartre. Londres es también meticuloso al señalar que en el plan­tel se contaban muchachas provenientes de la Bretaña, la Alsacia fran­cesa, París, Niza y Compiégne.
El libro de Londres, más allá de sus buenas intenciones, resultó una versión parcial de la explotación prostibularia y su énfasis en las actividades de tratantes y prostitutas de origen judío, y la omisión de que buena parte de ambas actividades eran ejercidas por rufianes y pupilas criollas serían comunes a otros libros posteriores, como el men­cionado de Alsogaray y los de Victorio Luis Bessero, Los tratantes de blancas en Buenos Aires, y Ernesto M. Pareja, La prostitución en Buenos Aires, que, como señala Guy, se concentraban en la prostitución judía por­que el antisemitismo surgía con facilidad en la Argentina católica y creciente­mente nacionalista. Mientras se criticaba a los inmigrantes judíos, se defendía de manera implícita la moral de los nativos, aun cuando los rufianes, mada­mas y prostitutas locales, durante mucho tiempo, hubieran sido parte de la pros­titución tanto autorizada como clandestina. Más allá de los motivos persona­les, estos libros reforzaban un estereotipo del tratante de blancas y de la prostituta como típicamente judíos...
Pese a lo compartible de la opinión de Guy aludiendo a la par­cialidad del escritor francés en este tema, el hoy injustamente olvidado Albert Londres fue uno de los más notables reporteros de la primera mitad del siglo XX: enviado especial a la Primera Guerra Mundial des­pués de la batalla del Marne; investigador de las injusticias y condi­ciones de vida de los confinados en el penal de la Isla del Diablo, en Cayena, y de los encarcelados en las colonias penitenciarias de Beribi, en el norte africano; testigo y buceador del apogeo de la "mala vida" en la Argentina; denunciante de la situación de las aldeas de los judíos salvajes en Rumania y Bulgaria y del tráfico de negros en África y el Caribe poco tiempo después.
Fue asimismo visitante de la China en 1925 y 1932, en el inicio de la guerra chino-japonesa, cuando se vincula con el ejército revolu­cionario y conoce y dialoga con un dirigente llamado Mao Zedong, luego conocido como Mao Tse Tung. Es precisamente al regreso de su aventura china cuando muere en forma trágica en el incendio y posterior hundimiento del paquebote "Georges Phillipar", en la noche del 15 de mayo de 1932.
El buque se incendió. Los pasajeros tenían esperanza, la tierra no estaba lejos; con prisa buscaron asiento en los botes y Londres encontró lugar en uno de ellos. De pronto, recordó sus sagradas posesiones, sus papeles: habían quedado en el camarote, en el barco que se hundía. El periodista se echó al agua. Nunca más lo volvieron a ver. Con él, debe de haberse perdido un libro intenso, como todos los demás, pleno de contrastes, inclusive algo tremendista. Ese era su estilo. Sus críticos, envidiosos quizás, acuñaron el término londrismo para referirse a él. Lo de londrista tiene algo de vio­lento, mucho de veraz, un toque de ingenuo asombro ante las cosas de la vida, cierta pompa retórica y una filosofa, suma de sentido común y moral vulgar, llamada a ganar público, una enorme fe en el trabajo periodístico como factor de reforma de la sociedad y de la historia.
(Gustavo González Toro: "El camino de Buenos Aires", en revista Co&Co, Barcelona, septiembre de 1993)

Lo cierto es que los polacos de la Varsovia y de la Zwi habían con­seguido, entre 1910 y 1930, regentear cientos de prostíbulos en la Capital Federal, la provincia de Buenos Aires y el interior del país. Jozami enumera, con alguna exageración en el caso rosarino: En Bahía Blanca gobernaba Kloter Leille, dueño de alrededor de 20 establecimientos diseminados por las poblaciones de fuárez, González Catán, Tres Arroyos y Olavarría. En Rosario, en el barrio de Súnchales, había 80 prostíbulos de pola­cos. La zona de Ensenada era el terror para las mujeres. En su calle principal, la calle Industria, poco iluminada, abren sus puertas "Le chat noir", "Le lion  d'or", "Au bon ami", etc. La calle Industria es el centro de un pequeño mundo; tiene peregrinos que vienen de Buenos Aires sin contar con el prestigio que ha adquirido en el extranjero.
Hacia los años del Centenario, los polacos eran propietarios de muchos prostíbulos en el país, incluidos los que regenteaban en Rosario, y habían copado prácticamente el porteño barrio de la Boca . En los cafetines, consigna Jozami en su novela citada, las polacas hacían  la  pareja para el baile, ocupaban los burdeles de dos pesos y la semioscuridad de los palcos del cinematógrafo donde se daban películas pornográficas.
No hay dudas acerca de que tanto Rubinstein como otros miembros de la Asquenasum y la Migdal fueron también dueños di "quilombos" rosarinos entre 1920 y 1930 o tenían a muchas de SUI pupilas trabajando en algunos de los establecimientos de la sociedad rufianesca o los controlaban a través de testaferros también de origen judío. La imposibilidad de constatarlo, a tantos años de distancia, no radica solamente en la ausencia de documentación sobre el particular sino también en el hecho de que muchos de ellos delegaban el manejo de esos negocios a una madama, que pasaba a ser vista como dueña, como ocurriera en el caso del legendario "Madame Safo".
Lo cierto es que los rufianes polacos, los "caftens",y la prostitu­ción denominada polaca, que era procedente de Polonia, Lituania, Rumania u otras tierras del Oriente europeo, era la más ínfima, la más baja, la más ruin,, si es posible aplicar ese adjetivo a un ser humano. Además, los proxenetas pola­cos fueron los últimos en llegar, luego que en los Estados Unidos fue abolida la prostitución. Aquí, para competir, tuvieron que recurrir a los precios más bajos. De otra manera, nada podían con los criollos y, menos, con los  franceses, impor­tadores de mercadería fina, a la que cuidaban y presentaban con lujo, afirma Suárez Dañero.

Toda la repelencia se vuelca sobre el caften, al cual, séalo o no, se le asigna la nacionalidad polaca. Constituían tribu aparte. Los separaba hasta el origen. En el proxenetismo, durante años, se hizo racismo. No isposi­ble desconocer el hecho; incurrieron en él todos: los cafishios criollos y los macrós franceses. Rivales entre sí, uníanse para arremeter contra el repe­lente caften. Lo cierto es que detrás de esa rivalidad, existían motivos esen­cialmente mercantiles. Cuestión de precios. Hacían trabajar a sus mujeres por una miseria, a veces por uno o dos pesos. Arruinaban la industria y las arruinaban a ellas. La ordenanza municipal porteña de 1909, que implantó las famosas casitas, los prostíbulos individuales, fe la cace les abrió el mercado. Afortunadamente, por contados años.
(E. M. Suárez Dañero:Eleafishio, Colección Hoy Días, Bueno
Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la “década infame”  tomo VI  editado 2005 por la Editorial homo Sapiens Ediciones