Por Rafael Ielpi
Los finales de la década del 60 y en especial los años 80 -los del surgimiento de la Troya Rosarina y de consolidación de algunos de los nombres del movimiento Canto Popular Rosario- iban a propiciar la aparición de otros lugares nocturnos, dedicados a algunas de esas propuestas musicales tanto como al jazz y a otros géneros, con una impronta renovada respecto a la que ostentaban las peñas y reductos del tango y el folklore.
En esa nómina, siempre pasible de omisiones deben consignarse entre 1960 y 1970 locales como El Canal, que en 1968 funcionaba en San Lorenzo 982, que al tango y al folklore agregaba un género hoy popular: el flamenco; el Café del Arte, en Tucumán 961; la Pequeña Sala de Bolsillo, en San Lorenzo 1057 y el local de Canto Popular Rosario, en Corrientes 1518, que a partir de 1976 tendría sus días contados y por cuyo escenario pasaron los solistas y grupos de este heterogéneo, pero valioso movimiento.
Ya en los 80, la oferta se incrementaría con una numerosa serie de estos recintos en los que la presencia de la música urbana, el rock y propuestas que eran antecedentes inmediatos de los contenidos y formas de la Troya Rosarina, iban desplazando lentamente al tango y el folklore, que se reducirían a sus peñas tradicionales. En ese espectro se incluyen Pasaje San Telmo, en Tucumán 971; Viejo Oeste, en Mitre 528, donde solía agregarse a la música el espectáculo teatral; Meridien, en Santa Fe 1581, que incluía los "martes de folklore", conducidos por Ernesto Mariano, y El Aljibe, de Córdoba 2549.
En la misma década, la mayor sofisticación y cuidado por el espectáculo tendría algunos ejemplos notorios como el Bar Latino, de Víctor Ramírez, en Corrientes 521, por el que pasaría buena parte de la música rosarina de nuevo cuño; el Café de Abalorios, en Rioja 1450, que a su condición inicial de café-pub agregaría luego el espectáculo musical, o el Morgan Pub, de Gurruchaga 498, en Alberdi.
Los 80 iban a ser años signados por la recuperación democrática, que promovería un resurgimiento cultural visible, con la apetencia participativa de un país amordazado por casi siete años de dictadura. Aquellos boliches nocturnos fueron una abierta posibilidad de comunicación entre los artistas y la gente. De ese período son, con diferencias de géneros y de climas, La Casa del Artista de Variedades, en Callao 326; La Placa Bar, en Rioja 571; Almacén El Porvenir, en Necochea y Zeballos; el Café del Este, de 3 de Febrero 2417, de Carlos Berrini y "Chelo" Molina; Casagrande, en la misma calle entre San Martín y Maipú; Pago de los Arroyos, en Avda. Beigrano y Sargento Cabral; El Solar, de Necochea y Zeballos; Culture Club, en San Luis 2117 y La Casa del Bajo, en Avda. Beigrano al 400, de Horacio Colovini y Eduardo Mastrogiuseppe, donde actuarían artistas tan diversos como Carlos Barocela y Antonio Tarragó Ros, y más de un rosarino consagrado.
En los 90, El Martillo de Entre Ríos 228 inaugura con Leo Masliah la última década del siglo XX. En ella, nuevos locales mezclarían exitosamente el café-bar con el espectáculo y en algunos casos con la librería, como La Puerta, en Entre Ríos al 600 -a la que sucedería fugazmente La Compuerta-, agregando recitales de poesía y música a las exposiciones plásticas, como La Muestra, de San Luis y Juan Manuel de Rosas, o el teatro, como el Café Berlín, en Pje. Zavalla 1128. O el Café de la Opera, de Laprida y Mendoza, en la esquina del teatro inaugurado en 1904 como "La Opera", en el apogeo teatral de la ciudad de comienzos del siglo XX.
También propician la poesía, la presentación de libros y los mini-recitales de música, otros locales como el remozado El Postal, en Buenos Aires 829, y Floreal, en Corrientes al 700. Otros, como Cherie, en Urquiza y Dorrego o Fausto, en Tucumán 1287, sirven -del mismo modo que lo hacen decenas de pequeños "boliches" en distintos sectores de la ciudad- de escenario para que las nuevas bandas de rock de Rosario hagan conocer un repertorio que bien parece anunciar una segunda Troya seguramente más confrontadora y ácida.
En todo caso, ya sumergida en las novedades del tercer milenio, la ciudad parece haber perdido acaso definitivamente aquella envidiable posibilidad de reunirse para cantar, compartiendo un vaso de vino, alguna de las canciones que hoy se rememoran, también, como parte de un pasado que no retorna.
Fuente; Extraído de la revista de vida cotidiana (1960-2000)