Escudo de la ciudad

Escudo de la ciudad
El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

MONUMENTO A BELGRANO
Inagurado el 27 de Febrero de 2020 - en la Zona del Monumento

Vistas de página en total

miércoles, 22 de julio de 2020

Federico Flynn, de soldado a comandante



Por Jorge Brisaboa 


"La forma sabia, prudente y honesta de conducir", con la que el Círculo Auriazul justificaba una nueva reelección de Federico José Flynn como presidente de Rosario Central no alcanzó. El "irlandés" que había llegado al club cincuenta y cuatro años atrás para jugar como wing derecho y que, tras una irreversible lesión en la rodilla, fue protagonista directo de los grandes hitos de la entidad, debió ceder el cargo a los impulsos renovadores de una nueva generación de dirigentes. 

Flynn, con su historia, sus canas, y sus acostumbradas pocas palabras, leyó la hora en su Bacheron Constantin de triple tapa, en la aciaga tarde del 31 de enero de 1965, y se retiró de la sede de calle Mitre. No volvería nunca más. 

Había nacido en Rosario en 1894, pero su personalidad tenía que ver con sus orígenes: tercero de los cuatro hijos de un matrimonio arribado al país desde Monster, ciudad de la actual zona libre de Irlanda. Su padre Guillermo criaba ovejeros y —sin pasaporte, sólo con el carné que atestiguaba ese oficio— entró el país y se instaló en San Pedro para seguir criando ovejas. Al tiempo, subió a Rosario pues el ferrocarril de los ingleses le daría trabajo: ' fue "catanga", es decir, obrero de vías y obras. 

Los "suburbios del norte" de la ciudad cobijaron a la familia Flynn, y desde una modesta vivienda del barrio Las Latas —en lo que hoy sería la zona de French y avenida Alberdi— Federico y su hermano Tomás empezaron a jugarle a la vida. 

Tras finalizar la escuela primaria, a los 14 años, ingresó al ferrocarril. Otro tanto sucedió con Tomás. Y juntos despuntaron los primeros años de la juventud, saliendo con traje y zapatillas desde su casa para ir a bailar, con los zapatos en las manos, y cambiando de calzado después de cruzar los cañaverales. No era cuestión de llegar a la fiesta con los zaptos embarrados. Las zapatillas quedaban escondidas entre las cañas, y,, al regreso, la ceremonia sería a la inversa. 

Juntos también, llegaron a Central. Los dos eran delanteros. Antes habían pasado por Belgrano, el Rosario Celtic y Provincial. Tomás jugaba de insider y a veces de wing. Federico era wing. Wing derecho. Aunque en el debut contraAlumni, en Casilda, lo pusieron de wing izquierdo y marcó seis de los nueve goles. 

"La casaca de Rosario Central la vestí por primera vez a fines de 1911, tenía 17 años. Jugué en la izquierda pero como accionaba mejor por la derecha allí fui a parar", recordaría décadas después sentado en el sillón de la presidencia. 

Y en el gran equipo del 14, campeón invicto, formó parte de la famosa delantera: Flynn, Antonio Blanco, Harry y Ennis Hayes, y Fidel Ramírez: "Fue el conjunto de mayor capacidad en el que yo jugara" dijo y no pudo olvidarse de un clásico de ese año: "le ganamos 6 a 2 a Newell's, y obtuve tres tantos". 

En Córdoba le llamaron "Cañón 42": "Me bautizaron así porque de un remate rompí la lona colocada detrás del arco". 

La rodilla lo alejó de las canchas y no dudó en ponerse a trabajar para el club, más conocido como Talleres que como Central Argentine. Primero como secretario de su hermano Tomás (presidente en 1916-17), y después como presidente, puesto al que accedió por primera vez en 1918, con apenas 23 años, yen el que permaneció durante distintos períodos. 

"De soldado pasé a comandante" repetiría Federico Flynn cuando de rememorar su tránsito de jugador a presidente se trataba. 

Con los Sarasívar, Gorostiza, Indaco y Blanco, y su hermano, —entre otros— empezó a darle forma a la institución en el almacén de Fuggim, sede formal durante bastante tiempo. Y sus horas las fue dividiendo entre Central y el ferrocarril, donde llegó a ser jefe de Personal, teniendo a su cargo el departamento Mecánico con 11.000 trabajadores de la región. 

"Salían del ferrocarril y se iban a trabajar a Central. Siempre me contaba como prepararon la cancha de Castellanos, iban y ponían los panes de césped que traían de otro terreno, después agarraban el asno que tenía Fuggini, le ataban una bolsas de arpillera en las patas, y lo hacían caminar para afirmar los panes", recuerda su hijo Federico Alberto, para quien su padre era un cacique. 

"Cacique se puede ser por elección o por mandato, mi padre era por elección, porque a él lo elegían", explica. Y aclara: "Eso sí, era un irlandés cabezadura". 

De sus posturas sin dobleces vale la promesa, asumida pero no transmitida explícitamente, de no volver a la sede una vez que se hastió por lo que entendía eran conductas de fraude. Abandonó la presidencia en 1935 y no regresó a la sede de calle Mitre hasta que varios amigos —Cingolani, Babbini, Lanzarotta, Arnestoy— lo convencieron en su casa de Alberdi, en una charla que duró hasta la madrugada, que se presentara a las elecciones de 1951. Federico Flynn aceptó, ganó los comicios y retornó a la presidencia. Tuvo que hacer frente a 150 juicios que tenía Central y a algo crucial: pelear el ascenso a primera. Fue el año de la Reconquista. 

Ya para entonces se había jubilado en el ferrocarril. 

Perón había nacionalizado la empresa y, el peronismo en el poder, pretendía los puestos clave. El interventor, coronel Castro, lo mandó a llamar y le solicitó la renuncia. 

—Mire, el 15 de marzo de 1949 cumpliré 55 años y ya estaré en condiciones de jubilarme. Ese día me jubilo, pero renunciar, no— fue la seca y contundente respuesta de Federico Flynn. Y así fue. 

No participaba en política. Las ideas a las que más próximo se sentía eran las pregonadas por Lisandro de la Torre. Sin embargo, tuvo amigos peronistas que lo ayudaron a conseguir apoyo del gobierno de Perón para que Central tenga su cancha propia: el senador Alejandro Giavarini, que había sido guinchero del ferrocarril, y el diputado Fighiera, entre otros. 

Su hijo Federico Alberto, encargado de "tareas ocultas" en el duro año de la Reconquista del 51, donde jugar en algunas canchas de Buenos Aires no era nada saludable, contó lo que pintaba a Flynn tal cual era. 

"Habíamos perdido un partido en Arroyito y la gente tenía mucha bronca. Como siempre, se la agarró con los dirigentes. Mi padre caminó unos veinte metros por el 

pasillo que daba a la tribuna. Le tiraban monedas, lo escupían, lo insultaban.., pero al viejo no se le movía un pelo, no hablaba una palabra". 

Federico Flynn hizo el club a pulmón. Durante sus años de presidente Rosario Central se independizó del ferrocarril de los ingleses (1925), obtuvo la personería jurídica (1926), alcanzó el sueño de la cancha propia con una tribuna oficial de cemento para 7.000 personas (1927) y una popular para 35.000 (1928), inauguró las seis torres de luz (1934), permutó los terrenos de Pellegrini e Iriondo por los de Génova y Cordiviola (1952). Y obtuvo otros logros institucionales: adquirir la sede de calle Mitre, por ejemplo, construir el balneario sobre el río Paraná. 

Además, fue el primer presidente de la Asociación Rosarina de Fútbol, llegó a tener el carné número 2 de la AFA (el 1 le correspondía al titular de Vélez, José Amalfitani). 

Cuando arribó a la presidencia en 1918, el Central Argentine —o Talleres— era un club de amigos: tenía 180 socios. Cuando lo dejó en 1965, con casi treinta años como dirigente, tenía unos 40.000. 

Introvertido, sin poder esconder su ascendencia sajona, este "irlandés cabezadura" que se deleitaba con los Player o Craven A importados que fumaba uno tras otro, en la presidencia, mientras intercambiaba-las labores cotidianas con su gerente Alberto Errico —al que había ingresado como cadete, y también corno él saltó de soldado .a comandante— terminó tildado como conservador. 

Es que, en el esplendor de los sesenta, ya se vivían tiempos de audacia. Y en Rosario Central se aspiraba a ser campeón del fútbol argentino. 

Federico Flynn leyó nuevamente la hora en su Bacheron Constantin de triple tapa. Marchó al exilio en su casa de Alberdi, en la calle José C. Paz. Buscó devolverles horas a su esposa Alicia Paladini, a su hija Amanda, a su hijo Federico, a sus nietos. Le faltó tiempo. El 10 de diciembre de ese mismo 1965, muy enfermo, no volvería nunca más, o sí, vuelve cada día en más de un rincón de Arroyito. Eso sí, a pulmón.



Fuente: Artículo Publicado en el libro “ De Rosario y de Central , Autor: Jorge Brisaboa Impreso en Noviembre 1996 por la Editorial Homo Sapiens.