por Juan Carlos Caminos.
Populosas piletas y del arroyo Saladillo en Rosario, construidas
durante el segundo gobierno de Perón. Se hallaban inmediatamente después de las
también concurridas y muy pintorescas Quebradas, y sobre la curva de la calle
Lucero, a metros de la Mandarina, o mejor dicho, el monumento a Eva Duarte de
Perón. Multitudes de familias y jóvenes concurrían a este paseo balneario que
aprovechaba el paso del arroyo en su carrera hacia el Paraná. Tenía vestuarios
masculinos y femeninos, casilleros para la ropa, un importante buffet y daban
la “chapita”, esa especie de salvoconducto piletero que uno se colgaba en la
malla y a la vista de los bañeros. El viejo supo llevarnos de chicos. Tan de
chicos que era la época del gorro de goma obligatorio para las mujeres. Una
anécdota famosa de nuestras juventudes, era la charla de tres aparatos
rosarinos acerca del origen del peronismo. “¿Quién inventó el peronismo?”
preguntó uno. “¡Perón!” le contestaron a coro los otros dos. “¡¡Que Perón, ni
que Perón!! ¡¡Fuimos YO y dos vagos más, con el agua hasta acá (seña en la
pera) en las piletas del Saladillo!!” El paso del tiempo fue deteriorando las
instalaciones de este espacio municipal. Quizás algunas malas administraciones
de la vieja Rambla, la precipitaron a un abandono terminal. Se solían hacer
algunas reuniones políticas que terminaban con alguna parrillada. En 1975 los
amigos de Saladillo, de la “Isleta” para ser más precisos, organizaron la despedida
de soltero de un compañero que se casaba al otro día. Gratarola consiguieron la
Rambla. En los parrilleros, que eran muy grandes, los expertos cocineros del
barrio prepararon una “amarilleada”. Cientos de amarillitos asándose en
hileras. Un verdadero espectáculo. Cuando se los daba vuelta, se les agregaba
una salsa picante con tomates. ¡Que sabroso pescado y que manera de
prepararlos! Todo fue una maravilla, pero al terminar no sabíamos que se iba a
iniciar, al menos para cinco de nosotros, una larga noche. Al terminar la
reunión nos vamos con el novio y varios más en su Citroen 3CV. Tomamos Lucero
hasta Caseros y doblamos (en ese tiempo era mano) como para tomar Tupungato. No
llegamos. En forma sorpresiva un cerrojo policial nos cortó el paso. Eran como
tres móviles y el nutrido personal de “operaciones” estaba muy “enfierrado”.
Nos hicieron bajar del auto y nos pusieron cara a la pared con los brazos
extendidos hacia adelante y con el dedo índice de cada mano apoyado contra la
pared. Las piernas separadas y sin hablar. Un cana, gratuitamente y muy
consustanciado, fue pasando y uno a uno le pegaba un culatazo con el fusil en
los tobillos. En fila india nos llevaron a la comisaría de la trece (once, a
posteriori), que está a dos cuadras. No preguntamos nada porque eran tiempos
bravos y nosotros andábamos en política, así que un operativo no era raro. Pero
igual nos llamaba la atención. Estando en la guardia esperando por averiguación
de antecedentes, más una libretita de “anotaciones” que le encontraron a uno de
los nuestros, solitos nos dimos cuenta de que se trataba. ¡Era la madrugada del
22 de agosto! Aniversario de la masacre de Trelew, fecha conmemorada por los
grupos guerrilleros con todo tipo de acción. Por lo tanto había controles,
rastrillos y cerrojos en todo el país. ¡Pero nosotros cinco, en un Citroen y a
la salida de una comilona que seguramente habían estado vigilanteando!
Obviamente estaban justificando el operativo con unos “perejiles” fáciles y
para nada en “esa joda”, como nosotros. Se ve que no todos los policías
pensaban en hacer mérito con nosotros. Tiempo después y antes que se
desencadenaran los terribles acontecimientos del 24 de marzo del `76, en un
colectivo de línea me encuentro con un cana raso de la “13” que estaba de
guardia esa noche. Al reconocerme se acercó y me dijo que el no había tenido
nada que ver con la detención de “la Rambla” y, es más, hasta le caían
simpáticos los “guerrilleros”. El hombre se estaba cuidando, equivocadamente,
conmigo. Le aseguré y reaseguré que no teníamos nada que ver con eso, y una
suerte de paz inundó su rostro. ¡Qué épocas! De la encanada, terminó todo bien
al otro día. Apareció el viejo rastreándome por la seccional ante mi ausencia y
el aviso de mi mujer. Al tomar estado público las detenciones, el trámite se
aceleró y en horas salimos todos. Salvo una incomodidad, todo fue tranquilo. En
medio de la noche, en la larga espera en la guardia, a uno de los nuestros se
le ocurre decir fuerte “¡hasta cuando vamos a esperar, yo tengo que ir a trabajar,
viejo!” A lo que el oficial le respondió “¿así que vos tenés que ir a trabajar?
Bueno, pero antes ¡todos al calabozo, mierda!”
Juan Carlos Caminos
Foto: Pintura de Ambrosio Gatti
editada por José Straatman
Fuente:
VIÑETAS ARGENTINAS – Editorial Emiliano