La Zwi Migdal era una
sociedad de rufianes o caftens que había sido constituida el 1 ro. de mayo de 1906
con
In denominación de "Sociedad de Ayuda Mutua Varsovia", los fines
estaban implícitos en su misma denominación y de tal suerte procuraban estar a
cubierto de cualquier sobresalto. Se ocupaban
de financiar la trata
de
blancas, resolver los innumerables problemas propios, del comercio
prostibulario
y otros negocios afines y de mantener "comprada" a la autoridad:
jueces, funcionarios públicos, policías y otros, de manera de facilitar su
modo de operar impunemente.
Por desacuerdos
internos en su momento, se produjo un cisma con la separación de los judíos
rusos y rumanos que constituyeron a su vez la Sociedad Asquenasum, de iguales
características. Por su lado, la Varsovia, integrada por judíos polacos, ante
presiones del cónsul de Polonia en nuestro país, pronto se vio forzada a
cambiar su nombre en 1919, adoptando entonces el
apellido de su fundador, ya fallecido, Migdal, al que antepusieron el
calificativo Zwi, con lo cual su nueva denominación: Zwi Migdal
pasaba a significar en idish: "Gran Fuerza".
Entre los procedimientos preferidos por los
rufianes para procurarse jóvenes estaba la seducción, validos de la
inexperiencia de las víctimas, buscadas generalmente entre las clases sociales
con necesidades económicas más apremiantes y donde, por lo frecuente, el nivel
de instrucción resultaba escaso. Los pueblos del centro-norte de Europa fueron
los elegidos: Polonia, Rusia, Alemania, Francia, etc.
En algunos casos
hombres jóvenes al servicio de los rufianes o directamente ellos mismos, se
trasladaban a Europa donde pasaban por adinerados hacendados que, fingiendo
enamoramiento, realizaban casamientos con bellas jóvenes, las que creían haber
alcanzado el cielo con las manos. La realidad sería muy amarga; después de la
"luna de miel" ¡rían a parar al prostíbulo previa venta, claro está,
en subasta, donde se pagarían altos precios. La Zwi Migdal se encargaría de
ello. La lista de esclavas blancas también se engrosaría con la participación
de la mujer criolla: unas por seducción, otras por ambición y las más por
desamparo social.
Las jóvenes víctimas eran sometidas de variadas
formas, por encierro, falta de alimentación directamente
por la violencia. Valiéndose del castigo físico, el rufián conseguiría
finalmente sus propósitos. Este cruel sometimiento, unido al desconocimiento
del ambiente, las costumbres y el idioma - en el caso de las extranjeras -,
colocaban a estas pobres infelices en una situación de total indefensión.
Las ventas o remates se
realizaban por lo general en Buenos Aires, en casas preparadas para tal fin.
Disponían de una habitación con una tarima o tablado donde las jóvenes eran expuestas
desnudas a la vista de los probables compradores. En cuanto se presentaba la
mercadería a la venta, fuera koschere, es decir judía o treifene, vale decir,
cristiana, los interesados ascendían al tablado donde concentraban su atención
en palpar la dureza de sus carnes, en particular de sus pechos, y en observar
tan detenidamente como la brevedad de este acto se lo permitía, la belleza y
gracia física de sus formas. Terminada esta evaluación y tan pronto el subastador
lo disponía, se iniciaban las ofertas. El precio alcanzado debía abonarse en el
acto y en libras esterlinas. Los valores más altos alcanzaban entre 40 y 50 libras.
Al comienzo de la
década del 30, los prostíbulos controlados por la Zwi Migdal en
nuestro país se encontraban distribuidos en las principales ciudades, tales
como Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Mendoza, Tucumán, San Juan, Bahía Blanca,
etc. Otro tanto ocurría con la Asquenasum, a los que se agregaban los
clandestinos, totalizando anualmente, referente a las ganancias, una cifra que
superaba largamente los 200 millones de pesos.
Por aquellos años el
sueldo de un empleado medio no alcanzaba los 100 pesos
mensuales: un juego de muebles de mediana calidad se cotizaba entre los
doscientos y trescientos pesos y una casa corriente entre 2 y 4 mil pesos. El comercio
sexual en la Argentina ostentaba la nada envidiable fama de encontrarse entre
los primeros del mundo en orden de importancia.
Dos mil pesos era, por
otra parte, la garantía con que debía responder el dueño de un prostíbulo ante
el rufián, en caso de la pérdida de una de sus mujeres, por lo que en
prevención de una probable fuga o rapto de mano de otro individuo, el dueño del
prostíbulo disponía de custodios y guardias permanentemente.
Fuente: Fragmento extraído de Libro
“Rosario era un espectáculo” “¡ arriba el
Telón ¡” de Héctor Nicolás Zinni . Ediciones Del Viejo Almacén . Año 1997.