"—Hela allí —exclamó el capitán
Gray, con triste y grave voz-. La
Isla del Tesoro, de la cual tan a menudo habéis oído hablar.
Jamás creí que la volvería a ver, a no ser en mis malos sueños. Quisiera que
así hubiese sido. Porque mucho me temo, Jamie, que mis penurias y las tuyas no
hayan hecho más que comenzar".
John Connel. De vuelta a la Isla del Tesoro. Ed. ZigZag. Santiago de
Chile. 1955
El oficio mas antiguo del mundo, reglamentado con
todas las de la ley por la
Municipalidad, tuvo su paraíso en el internacionalizado
barrio llamado Pichincha. Rosario, ciudad portuaria por excelencia, no podía
dejar de blasonar las características que tal privilegio concede a casi todos
los conglomerados de significación que se asoman al mar o a los ríos mas o
menos caudalosos. Aquí, los primitivos quilombos habían estado en la zona del
puerto —como es costumbre aún en muchos países del mundo— oero, la situación
económica favorable del país y la prosperidad creciente del estado santafesino,
aumentada con el arribo de sucesivas oleadas inmigratorias, hizo avizorar un
negocio mucho más próspero que dio para sostener largos años al erario
municipal y de vivir a gandules y prostitutas, así como al¡ ¡nfaltable, venal y
oportunista puñado de funcionarios públicos de todo pelo.
El
comercio sexual, legalizado por primera vez en Rosario merced a una ordenanza
que data del 14 de abril de 1874, cuenta hacia 1900 con un instrumento de 45
artículos, por el que se reglamenta hasta en los más mínimos detalles el ejercicio
de la prostitución. Hacia 1902, los primitivos lenocinios comienzan a
movilizarse desde el puerto hacia el interior de la ciudad siempre con el
auspicio municipal, organismo que en el mes de octubre de aquel año fija a los
quilombos el radio comprendido por la calle Italia al Este; la calle Urquiza al
Sud; el río Paraná al Norte y los límites del municipio al Oeste. Poco se
tarda en comprobar lo bien que andan las cosas: el 15 de diciembre de 1903,
vuelve a modificarse la ubicación de los prostíbulos. Los de primera categoría
(porque ya hay de primera y
dé segunda) se establecen fuera de la calle Tucumán al Norte, 9 de Julio al
Sud, 25 de Diciembre al Este ¿¡Independencia (Presidente Roca) al Oeste. Los de
segunda categoría, tendrán que estar fuera del radio siguiente: por el Norte,
la av.,Wheelwright; por el Sur, la calle Montevideo; 1o de Mayo al
Este y Balcarce al Oeste.
A cada traslado
corresponde, generalmente, una modificación en la reglamentación favorable a
los dueños de prostíbulos, quienes aumentan el número de sus pupilas en forma
gradual. Resulta llamativo que los traslados se verifiquen siempre tras las
protestas del "vecindario decente", y más llamativo es aún el hecho
de que los lupanares se adentren, tras esas protestas, hacia sectores
ciudadanos mas amplios y, aunque aledaños, de gran importancia estratégica en
el ejido urbano para la captación de clientes.
En
1906 sobreviene un nuevo desplazamiento. Esta vez hacia el radio limitado por
las calles Jujuy y Dorrego hacia el Norte y Oeste, y por las de 1o
de Mayo y Cochabamba hacia el Este y Sud del municipio. A pesar de existir
lenocinios en otros lugares, el centro prostibulario se establece desde este
momento dentro de la seccional 4ta., en las calles comprendidas por las de
Alvear o Santiago y Presidente Roca, y las laterales de Ur-quiza o Tucumán
hasta el paredón del Ferrocarril Central Argentino por av. Wheelwright. Hacia
1911, vuelven a fijarse nuevos radios: al SE, en la extensión comprendida por
las calles Pichincha y Suipacha, a partir de Salta y con exclusión de la misma,
hasta los paredones del Ferrocarril Central Argentino.
Así,
Cruzando la ciudad desde el puerto hacia adentro —pero en dirección Norte y en
forma paralela y muy cercana al trazado ferroviario—, los prostíbulos terminan
su no tan casual peregrinaje en una importante zona cercana a la estación
Rosario Norte. Con todos los recursos disponibles (legales y monetarios) se
levanta Pichincha, en cuyas casas públicas edificadas unas al lado de otras no
se escatima ni el lujo ni la renovación mas o menos periódica de la
"mercadería", constituida por una legión de prostitutas cuyo número
permanente oscila entre cuatrocientas y quinientas. Estas mujeres,
curiosamente, no proceden, como muchos creen, de Francia —país considerado como
el centro refinado del placer—, sino en escaso número. Dice José González
Castillo!: "Los buscadores de trufas".
"El viejo prejuicio burgués ha cedido, en Europa, su lugar a un
tolerante y generoso raciocinio. Y nadie se atrevería hoy a malpensar o a
maldecir a una mujer que ha amado plenamente a un hombre. Y, especialmente, si
esa mujer sabe ganarse la vida. Se besan un hombre y una mujer en el café, en
la calle, en el templo. Y el río humano sigue corriendo indiferente, como ante
un accidente callejero de la más absoluta vulgaridad. Un eminente periodista
francés, que había vivido en Buenos Aires, deci'a a propósito de la
estupefacción criolla ante esa indiferencia: "Ustedes, los sudamericanos,
se sorprenden cuando ven a una pareja besarse en París tan libremente, por una
simple razón: porque vienen de países onanis-tas . . . En Europa, y
especialmente en París, los hombres y las mujeres tienen ya "medio
resuelto" el problema sexual. Y de ahí porque a nadie llame la atención
una función tan natural y lógica como es la de amarse ... Y de ahí porque la prostitución, como negocio, no sea negocio
en la ciudad de la prostitución . . .". Tan sabia observación explica
también el secreto de esa rápida y fecunda floración de conquistadores criollos
en París. Por eso los "rendez — vouz" de "middinettes" y
los "bals" populares son los sitios preferidos por el "buscador
de trufas" para sus fáciles conquistas".2
Pueblan los lupanares
del famoso barrio una apreciable cantidad de mujeres judías polacas. Para
conocer el origen de este tipo de desventu rada inmigración tenemos que remontarnos
en el tiempo y en la historia, hacia sus lejanas tierras de procedencia. El
testimonio de Julio L. Alsoga-ray impreso en su libro Trilogía de la trata de blancas es
esclarecedor en este sentido:
"El hecho de la
prostitución y el proxenetismo entre judíos, tiene ubicación en la Europa Oriental,
en los grandes centros de población industrial, como Polonia, o portuarios como
Odessa, donde luchan por la vida con resignada perseverancia y en situación de
miseria.3 Si a esto se agregan los padecimientos físicos y sufrimientos de
orden afectivo que sobrevinieron con el despojo, quedan bosquejados los factores
constríbuyentes a la aparición de núcleos, motivos del presente estudio y
causa de sinsabor y repugnancia para sus connacionales. Aquellos que en
condiciones de inferioridad orgánica eran capaces de sobrellevar el embate de
su destino, al iniciar en condiciones miserables la emigración hacia países
nuevos, fueron perdiendo el resto de su pudor y honestidad, para entregarse al
ejercicio de menesteres que la sociedad califica con desprecio y repulsión.
Por fortuna, en nuestro
país es ínfima la cantidad de judíos que ejerce el rufianismo, puesto que los
más reaccionaron con entereza y alcanzan la consideración del pueblo a cuyo
seno se incorporan; pero exaspera que ios primeros pretendan confundirse con la
sana colectividad hebraica. Esta, no sólo los repudia, sino que les impide toda
participación en sus actos y festividades" 4
Circunscriptos a su medio, los rufianes forman
por su parte un estrecho grupo para el mantenimiento de su culto, porque, a
pesar de sus actividades denigrantes, mantiénense aferrados al dogma de la ley
mosaica. "Así es como aparece inexplicable —señala Alsogaray—, que esta
canalla envilecida construya de su peculio una sinagoga, donde cumple religiosamente
los deberes para con Dios, a quien recurre
todos
los años en busca del perdón". Por aquella época, los rufianes manejan no
sólo la sinagoga que apunta Alsogaray en Buenos Aires, también en Rosario han
establecido otra en la calle Güemes entre Pichincha y Suipacha y, además, dos
cementerios particulares: uno en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, y el otro dentro de la misma necrópolis de Paganini (hoy
Granadero Bai-gorria), localidad cercana a Rosario. En los dos casos, los
muertos de ambos sexos descansan en medio de un ambiente bucólico, dentro de
tumbas selladas por la soledad y los yuyos, custodiadas por una tupida fronda
de cipreses y ocultas tras paredones llenos de musgo.
No
es fácil descorrer el velo que guarda los secretos de un turbulento y febril
ayer, especialmente con respecto a la identidad de las madamas cuyos nombres
en muchos casos han caído en el olvido cómplice o en la complicidad del olvido.
Comencemos diciendo con Tulio Carella que: "La madama cobraba el precio
estipulado, entregando una-ficha. La figura de esta mujer era típica: Cuerpo
grueso y fofo, pelo teñido de rubio, y cargada de alhajas no siempre falsas.
Por lo general se trataba de una puta vieja retirada de las actividades, dueña
de un marido más o menos legíti mo.
Fumaba en largas boquillas de ámbar o de marfil, de acuerdo con la moda
implantada por las vampiresas de la pantalla cinematográfica; o se entregaba a la
doméstica tarea de hacer crochet o calceta, para no aburrirse.
"Fumar
y tejer le permitían estar con el ojo alerta. Por lo demás el ca-ralisa nunca
andaba lejos y colaboraba en esa vigilancia sorda e incesante. La madama
vigilaba el movimiento desde su sitio: una silla, un estrado, un mostradorcito,
un escritorio, una mesa. La madán, o madama, como se decía a la rectora de las
casas de prostitución con falsa ceremonia, acaso con auténtico deseo
subconciente de que esos monstruos fueran de verdad francesas. Casi siempre lo
eran. (También se llamó madama, acaso por similitud ginecológica, a la partera
o comadrona). Estaba en su lugar como en una cátedra, y desde allí, con una
frialdad repulsiva, manejaba el negocio. Si veía que alguna perdida se demoraba
en la conquista de un individuo, la amonestaba. El hacer relaciones, el
intimar, el intercambio de pareceres, le estaba vedado a la profesional. La voz
de la regente sonaba como campana rajada: "— iChicas, menos amor y más
lata!". Y el estribillo repicaba toda la noche. Solía golpear la puerta
con los nudillos para activar el filote y evitar que los aprovechadores gozaran
más de lo que pagaban. Con hipócrita blandura llamaba la atención a los
barulleros y a los curdelas.
"En
tanto que el hombre y la mujer de esos ambientes tuvieron muchos nombres, la
madama muy pocos y prestados: mayorengo,
se
le dijo, como al mayoral del tranvía o a todo individuo que detentaba algún mando;
botona, como al chaferóla; patrona
y
el vesre tronapa; dueña; encargada;
con
bastante posterioridad se la llamó cabrona,
mote
que perdura hasta la época actual"5.
Por
su parte, acota Alsogaray:
"La proxeneta mayor, o sea la dueña, está instalada en
departamento aparte, con excesivo lujo. Una habitación, destinada a la
administración comercial, tiene escritorio, caja
de hierro, libros,papeles, archivos y demás accesorios, y a su cargo actúa un
escribiente con obligación de mantenerla al día, 'principalmente en el renglón
"ganancia" de cada mujer. En otra habitación funciona el consultorio
médico, con mesas para examen y buen instrumental, que es sostenido por el
mismo prostíbulo, y las restantes dependencias se destinan al privado de la
dueña, con regio dormitorio, cuarto de vestir, baño, etc. El acceso a este
departamento es sólo permitido a los señores influyentes: comisionado o
intendente municipal, diputados nacionales y políticos amigos. Allí se1
comentan en tertulia las novedades políticas del día, asuntos financieros y
hasta se incuban candidaturas, como ocurrió en Mendoza, donde los nombres de
los candidatos que después triunfaron, se eligieron, antes de su proclamación,
en el prostíbulo de Federico Glik".6
Luis Soler Cañas7 cita los siguientes trozos de la novela
de Antonio Argerich ¿Inocentes o culpables?
"La que dirigía la
casa se llamaba Luisa, pero todos la designaban imprO' píamente con el nombre
de Madama" (Pág. 177).
". . . en el haber
de cada prostituta, sólo se acreditaba la mitad del dinero que ganaba; la otra
parte ingresaba directamente a la caja de la madama por gastos de alojamiento y
comida" (Pág. 177).
"—Vamos, dijo Juan
Diego dirigiéndose a Guillermo, haz sonar el dientudo.
"—Tienes razón,
contestó éste, y fue a sentarse al piano" (Pág. 178).
"—A ver franelas,
dijo, ¿a eso vienen acá? —y se dirigió fríamente al piano, apartó a Juan
Diego, el cual rogaba los dejara bailar— y haciéndose sorda a todas las
súplicas, cerró el instrumento y se guardó la llave, diciendo:
"—Esta noche no hay música. "— ¡Pero, madama!.
"—No, no puedo
consentir que vengan a pasar el rato aquí sin hacer nada: ya saben que no
quiero franelas, y si no van al cuarto a pasar visita, no les voy a permitir
que vuelvan a entrar" (Pág. 178).
Las madamas regentean los lupanares desparramados en todos los barrios
de la ciudad, los clandestinos que también abundan y casi la veintena de
prostíbulos que trabajan activamente en Pichincha, cuyos nombres y ubicación son los siguientes: En la calle
Suipacha, entre las de Salta y Jujuy: el Marconi
ó Garios Drago;
Royal y Tormo, este último llamado después, Gato
Negro, todos de un peso. El Moulin
Rouge, de dos pesos y el Internacional
de tres pesos entre Suipacha y Pichincha. Frente
a estos dos, el España, de dos pesos.
"Sin embargo, es
en la calle Pichincha donde se concentran los más renombrados. Así, en la
esquina de Jujuy y Pichincha El Elegante, de dos pesos, hace cruz con el Teatro Casino, por
cuya vereda el Armenonville también de dos pesos y más conocido por El 90, junto al Norteamericano cuyo derecho al placer
era de un nacional, luchan desesperadamente contra los del frente: Italia; Mina de Oro;
Petit Trianón; Chantecler; Victoria; Gloria y Chavannes que, en materia de
precios, están al alcance de todos los bolsillos: el Petit Trianón resulta ser el más caro
—tres pesos—, luego le siguen el Italia y el Chavannes —dos pesos cada uno—; el resto cobra solamente
un peso. No falta el solitario lupanar cuya presencia se advierte de lejos: el Venecia, de un peso, que en
Brown entre Pichincha y Suipacha, levanta aún hoy su vetusta mole de dos
plantas, cerradas sus puertas con gruesas cadenas en las que se advierte la
carcoma del tiempo"8 (sic).
—La primera vez que entré a un prostíbulo fui al del ruso Mucchi, que
era el 90. Era de un mango, un peso por barba, igual que el Carlos
Drago.
¿Sintió nombrar el Carlos Drago?
-Si.
—¿Usted no sabía a que
se le decía "Carlos Drago"? -No.
-Ah, ¿no sabía?. A los billetes de un peso se les llamaban
"Carlos Drago", leso si que lo puede escribirl. Como el Carlos Drago era un prostíbulo muy popular que cobraba un peso, la gente, en vez
de decir "Toma un peso", decía "Toma un Carlos Drago" o
"Dame un Carlos Drago".9
Por la misma calle Pichincha, entre las de Brown
y Güemes, frente a un modesto prostíbulo de un peso denominado Sevilla está el mas renombrado
de todos y cuya fama internacional permanece aún indemne entre las antiguas
generaciones, así como permanece intacto y en funcionamiento su edificio,
convertido hoy en hotel por horas: el Madame Safo, nombre
trocado hace mas de cuarenta años por el de ídeaJ, que aún conserva en la
actualidad.
"—A mi no me dejaban entrar porque era chico y resulta que un día
me hicieron entrar de prepo. Lo conocí.. ., era una cosa hermosa el Madame Safo, con su fuente de perfume al medio. — ¿Tenía una fuente?
—Siii, una fuente de perfume. Y me quedé como
cinco o diez minutos parado ahí. Me hizo entrar un señor que ya falleció y que
después, de grande, fui amigo de él: Rafael Di Cesare se llamaba. Sabía caer
ahí con mucha gente pudiente y, a veces, hacían cerrar el prostíbulo. Hablaban
con la madama, la arreglaban y hacían cerrar el Safo para hacer sus orgías allí. Entonces, cuando me hizo entrar al Madame Safo, yo, parado ahí, pude ver a esas mujeres todas parejas, todas iguales,
viera usted que elegancia che, que lindas mujeres ... ¡la madonna! . . . Dentro de lo malo que puede ser un
prostíbulo, porque, lógicamente, un prostíbulo nunca puede ser una cosa buena
¿no?, era extraordinario. Tenía una organización pavorosa que lo distinguía de
todos los demás. Los demás si que eran un verdadero quilombo. El Madame Safo era diez pesos aparte".10
"—Para entrar al Safo, no solamente uno tenía
que ir de cuello duro, sino que en una de esas no entraba. —¿Cómo era eso?
— ¡Claro!. Muchas veces
se juntaba una barra y el único que estaba bien vestido llamaba a la puerta. El
portero cuando se daba cuenta de que había una persona de cimbel, no dejaba
entrar ni a ese ni a los demás".11
"—¿Así que el Madame Safo tenía una calesita? . .. Ese era un dato que no conocía .. .
—. . . Tenía una calesita a la que tenían acceso los intendentes
municipales, los jefes de Policía y hasta, en ciertas ocasiones, algún
gobernador. Y entonces, estas mujeres que eran todas francesas jóvenes y
hermosas, daban vueltas en la calesita con un vestido automáticamente de tul.
Ellos llamaban a la que les gustaba y la invitaban con una bebida carísima en
aquel tiempo: la malta. Era una bebida cara, valía cuarenta y cinco centavos la
botellita, no se si la conoció.
—Si, la conocí ... Me acuerdo que una de las más famosas
marcas era la Malta
Palermo que venía en un estuche de dos botellitas. En casa
todavía hay una caja de esas que se usa para guardar fotografías ... —Bueno,
muchas mujeres tomaban malta cuando estaban por tener familia, para
fortificarse.
-En cuanto al asunto de
la calesita: ¿Usted la vio alguna vez?
—Si. Yo la conocí. Las mujeres iban dando vueltas
desnudas pero vestidas
(sic) con un
tul".12
"—Me acuerdo del Madame Safo. Valía cinco pesos pero yo no iba . . . bah, habrá ido dos o tres veces
con los Sánchez. No es que me faltaran los cinco mangos, pero yo corría en
otras canchas más baratas ... (Había dada mina de un pésol . . ."13
La evanescente figura de madame Safo, la que
habría dado el nombre al famoso prostíbulo, o al revés, la regenta que podría
haber llevado como apelativo el nombre del Madame Safo, aparece de pronto en
una evocación:
"—¿Madame Safo?. Si. Yo la conocí. En aquel entonces yo vivía en
Gálvez y había un tren que salía a la mañana para Rosario y volvía a la noche.
Yo tomaba ese tren, me bajaba en Rosario Norte y cuando llegaba al Safo estaba
como en mi casa porque como soy francés . . . Imagínese, ¡Hablaba en francés
con todo el mundo allí!. Las chicas eran una cosa bárbara, vea. Usted deseaba
una que era linda, y por ahí se abría una puerta y aparecía otra más linda, y
una tercera más linda aún. Entonces yo pensaba: "¿Cómo habrán hecho estas
chicas para venir a parar aquí?", y no sabía con cual quedarme ... La madama de ese prostíbulo, o sea
madame Safo me quería mucho .. . —Safo, ¿era un nombre supuesto?
—No, no, era el nombre de ella. El verdadero. Yo
en ese entonces usaba en el chaleco un reloj con cadena enganchado a una
cortaplumas para que no se me cayera. Un día que me voy a la pieza con una de
las chicas, me olvido el reloj sobre la cómoda. Cuando me acordé, ya estaba en
el tren de vuelta. Al sábado siguiente volví . . . ¿Y quiere creer usted que
madame Safo va y me dice "Yo tengo tu reloj"?. En francés me lo decía
. .. "Yo tengo tu reloj". ¡Y me lo devolvió!", 14
Una segunda referencia a la existencia física de
madame Safo es evocada por un ubicuo testigo de aquella época:
"—Pichincha había cerrado a principios del 33. En el año 1947,
mas o menos, yo tocaba en una confitería que estaba en la esquina de las calles
Maipú y Rioja, "City Bar" se llamaba, con la orquesta que mas me
ensanchó el alma . . ., porque hacíamos clásicos: "Rigoletto",
"Aída", "II Pagliacci". . . y cantaba una soprano que ahora
vive en Méjico: Garita Bravo se llamaba la piba. En el conventillo del manco
Mazza, que estaba en la calle Rioja entre Maipú y Laprida, al lado de donde
estaba el Banco Hipotecario, vivía Amour Naya, un tipo que cantó con Chevalier
y con la orquesta de Pizarro en Francia . . .
—Yo lo conocí a Amour Naya, tenía una pinta
bárbara cuando joven .. .
lo supe oír cantar de viejo, ya estaba venido a
menos. —Era alto, de ojos grandes y era puto. Buen amigo, por lo demás. Solía
decirme: "Mantequita, quiero cantar el "Tabernero", que era el
punto fuerte de él.
Bueno, volviendo al tema, esa era una orquesta húngara internacional.
Conneman Lluch era el director y todos los músicos eran extranjeros a excepción
de Luis Belmonte, el acordeonista y yo que tocaba la batería. Eran musicazos:
Fundherete, descendiente del emperador Francisco José, era el segundo violín.
Ya te digo, lo más barato que tocábamos ahí eran esas cosas . . . Una viejita
con boina, por la vidriera de una ventana que daba por la calle Rioja se
asomaba todas las noches y se sonreía conmigo. Era una viejita que me hacía
acordar a mamá y yo buscaba de no hablarla. No por mí, sino porque ... bueno,
me traía ese recuerdo. —Te comprendo.
—Me dice un día: "Pegdón . . . usted ... me podgía haceg un gran favog . . .?"; tenía un
batoncito todo raído . .. bajita, chiquita, parecía mi mamá . . . "¿Qué
favor, señora?. Acá no podemos hacer ningún favor". Como yo tenía la
batería V miraba por la ventana, tenía que cuidarme del director que no me
cafeteara, ¿imaginate!, una orquesta de esas daba mucha categoría . . .
"¿Me podgía tocag .. . "Bajo los puentes de Paguís?". Le digo,
"Señora . . . ¿me perdona?, esas cositas no . .., acá tocamos cosas
grandes . . . "Cavallería Rusticana";: "La Traviata";
"Sueño de Amor", de Liszt; "Malagueña", de Lecuona . .
."Madame Butterfly". "Mon petit . . .", dice, "pog
favog . . . ¿podgía tocag lo que le pido?". Entonces le digo a Belmonte:
"Mira, no voy a ir a tomar una copa en el intervalo, vos me vas a hacer un
favor ... te acompaño yo".
Tocamos "Bajo los puentes de París", y ella miraba desde aquel balcón
.. . era chiquitlta así y quería Subir para abrazarme. Entonces yo salí para
afuera y me abrazó. Y me dice: "¿Sabe quién soy yo, maestro?".
"No". "Yo soy . . . madame Safo". Después fue y le dijo a
Amour Naya: "Que hom-bge bueno es ese que toca el tambog . . .",
porque madame Safo y el vivían en el mismo conventillo. —Es un lindo recuerdo
.. .
—Mira, esa misma noche vino
Amour Naya con dos álbumes. Mira, pobre como soy, si a mí me dijeran: "usted tiene que hipotecar la
casa y le damos los dos álbumes de Amour Naya por un millón de pesos o dos
millones, yo los compro . . . Ahí estaban los mejores cantantes de la época,
desde Chevalier a Lily Pons, fotografías de cuando Naya cantaba con la orquesta
de Manuel Pizarra ... todo el mundo artístico, y el fotografiado con los
grandes . . . Pensar que murió entre los ratones". 15
NOTAS
1 José González Castillo. Autor teatral n. en
Rosario el 25 de enero de 1885. Siendo niño y encontrándose lejos de su ciudad
natal quedó huérfano sin poder regresar a la misma, sufriendo los rigores de
la miseria y del hambre durante su desvalida infancia. Con sus obras, de
extraordinaria factura, apuntaló el teatro argentino, recordándose entre las
mismas a las siguientes, algunas escritas en colaboración con otros autores:
"Los dientes del perro"; "Dios"; "El hombre que se
volvió cuerdo"; "La mala reputación"; "Hermana mía";
"La santa madre"; "El grillete"; "La serenata";
"Del fango", esta última, su primera obra estrenada en 1907. Durante
varios períodos presidió el Círculo Argentino de Autores y en 1935 fundó el
"Boletín Oficial de Argentores", que dirigió hasta ocurrir su muerte
el 22 de octubre de 1937. "Mi padre, José González Castillo, fue un
hombre que quedó huérfano a los diez años. Desde entonces tuvo que ganarse la
vida de las más diversas maneras. Fue marinero, pintor,
vigilante, inspector de justicia, secretario del gremio de los
carreros (el primero que llegó a organizarse en el país). Fue un anarquista que
convivió con los hombres que iniciaron —un poco románticamente—, los
movimientos de tipo social. Tenía, además, una forma lírica de vivir, quizás
adquirida de los payadores del barrio de Almagro, donde vivió su adolescencia y
también su madurez. Fue un hombre apasionado y contradictorio porque también
quiso ser sacerdote y Hegó a ingresar a un seminario en Oran, provincia de
Salta". VJievis-ta de Historia de Rosario. Año XI. No 25. 1973; y "Catulo Castillo es como el tango en revista "Gente". Año 9. No 479. Bs.Aires. 26.9.1974.
2
José González Castillo.
El
camino de París. Pág. 28. Edit.
Universal. Bs.Aires. 1939.
3
V. testimonio de Moisés
Farbman en el capítulo 4 correspondiente a la Ira. parte de esta obra.
4
Julio L. Alsogaray. Trilogía de la trata de
blancas. Págs. 17/18. Edit. TOR.
Bs. Aires. 1933.
5
Tullo Carella. Picaresca Porteño. Págs. 11, 12 y 18. Edic.Siglo Veinte. Bs.Aires. 1966.
6
Julio L. Alsogaray.
op.cit., pág. 139.
7
Luis Soler Cañas. Orígenes de la
literatura lunfarda. Pág. 32. Ed. Siglo XX.
Bs. Aires. 1965.
8
V. Prostitución y
Rufianismo, op.cit., págs. 141 a 151.
Fuente: Extraído del
Libro “El Rosario de Satanás del Autor Héctor Nicolás Zinni, el Capitulo 2, del
Tomo II . Editorial Fundación Ross. Año 2000.