EL PAISAJE ACTUAL
A veces mansas, a veces turbulentas,
las aguas del arroyo Saladillo desembocan en el caudaloso Paraná después de
haber recorrido muchos kilómetros desde su nacimiento, en las proximidades de
la localidad de Fuentes, en el departamento San Lorenzo.
Las instalaciones de astilleros que otrora tuvieron intensa actividad,
un destacamento de la Prefectura
Naval Marítima, el atracadero del frigorífico Swift y algunas embarcaciones
de reducido calado pegadas al murallón de protección levantado en las orillas
del arroyo, definen un punto preciso en la cambiante geografía del barrio que
alguna vez fue "atracción turística", por el reconocimiento de sus
aguas supuestamente yodadas, a las que se otorgaban propiedades medicinales.
El curso del arroyo es típicamente de llanura, pero una característica
lo particularizó: su tramo final descubría una formación de toscas sumamente
irregular que determinaba la presencia de pequeñas cascadas, refulgentes bajo
un sol sin atenuantes por la carencia, en el paraje, de vegetación de altura.
Esta circunstancia agregaba un motivo de interés más: bandadas de benteveos se
posaban en las toscas para saltar desde ellas sobre los pequeños peces que se
movían en aguas transparentes por la poca profundidad del agua. Los vecinos
bautizaron al lugar con el nombre de "Las quebradas del Saladillo",
y fue un lugar de atracción porque, efectivamente, constituyó un paisaje insólito
en la geografía del Litoral.
Los proyectos urbanos, sin embargo, le asignaron otro destino. El
curso del Saladillo fue rectificado para proyectarse una absurda cancha de remo
que convirtió en recuerdo a las "quebradas", de las que hoy se
conserva únicamente la cascada mayor en el Parque Sur —un salto de más de tres
metros— que reúne a vecinos, ocasionales pescadores y bulliciosos niños que con
mucha cautela se acercan para ver la "olla" formada por la caída
abrupta del agua.
A pocos metros del actual puente ubicado en el nacimiento de la Avenida del Rosario, sobre
el Saladillo mismo, y por el cual se accede al frigorífico Swift y a Villa
Diego, próximo al antiguo puente llevado por la creciente de 1966. se abre la
cortada El Mangrullo, que salvando el brazo norte del arroyo (en el reducido
trayecto de pocos metros que conserva aún) ingresa al Bajo Saladillo, donde
tienen sus instalaciones el Club del Ministerio de Obras Públicas, el Club de
Pescadores Rosarinos, astilleros, y donde levantan sus precarias viviendas
pescadores que alternan esa actividad con la confección de tramallos y la
reparación de botes y chinchorros.
Se trata de una Granja por el
paredón del Club del Ministerío y el descampado que lo separa del Paseo
Ribereño Sur y que en su tramo inicial trepa una barranca que sabe de árboles
y exhibe la modestia de su «en los carteles que ofertan la magra mercancía que ocupa a los niños de la costa: Se venden caracoles.
Aquí lombrices… Niños. mujeres y hombres habitantes del lugar —típica vüla miserta— saben de
angustias y dolores porque las periódicas crecientes del Saladillo y del
Paraná los castigan por igual.
Aguas arriba, el barrio tiene otra fisonomía. En calles trazadas de
acuerdo a los dameros clásicos, se ubican viviendas de una a dos plantas
prolijamente cuidadas que suelen custodiar antiguas casonas hoy apretadas entre
medianeras. No todas estas añejas construcciones se muestran así ya que algunas
han mantenido los parques originales o parte de ellos, como acontece en la
ubicada en Gral. Paz al 5400 o la que aún muestra su esplendor en Av. del Rosario y Castro Barros. La mayoría
fue construida para albergar a los funcionarios Ingleses del Ferrocarril
Central Argentino, que en las últimas décadas del siglo pasado unió Rosario
con Córdoba; otras estuvieron destinadas a los prósperos hombres de negocios
que en esa época fundaban la burguesía local. Sus descendientes —mucho más
impiadosos que el tiempo mismo— las demolieron y son muy pocas las que se
conservan.
Fuente: extraído de la revista
“Rosario, Historia de aquí a la vuelta Fascículo Nº 15 . De Julio 1991. Autores: Sandra A: Bembo –
Nelly I. Sander de Foster – Marisa Rocha