Por Rafael Ielpi
Aquella
verdadera avalancha inmigratoria, sumada a la mucho más módica pero ya
existente migración interna, atraída por las posibilidades de una ciudad que
empezaba a extenderse y a ofrecer posibilidades de trabajo en grandes
industrias como la Refinería
o en los talleres del Central Argentino, iba a poblar, en su búsqueda de
vivienda o del lote para construirla, lo que luego serían algunos de los
barrios populares, cuando no "barrios obreros" del Rosario de los
primeros años del siglo.
Sería el
caso del llamado Barrio Industrial o Barrio Talleres, que en las
últimas décadas del siglo XIX era sólo un vasto reducto de quintas,
que se extendía desde la actual Avda. Alberdi al oeste hasta las vías del
ferrocarril y hacia el norte hasta la calle Juan José Paso, y que iba a variar
abruptamente su fisonomía urbana con la instalación de los enormes talleres del
Ferrocarril Central Argentino.
El predio en el que se emplazarían los
grandes talleres ferroviarios que darían no sólo trabajo sino nombre al barrio
que se conformaría en sus inmediaciones, se ubicaba en lo que la ciudad
conocía como "los suburbios" hacia 1880, al oeste del acopio de
huesos de los hermanos Jewell y al este de lo que sería luego la Avenida Castellanos
(a la altura del inicio de la actual Avenida Alberdi), que por entonces se
conocía simplemente como Camino al Arroyito.
La empresa británica había adquirido los
terrenos delimitados por el antiguo camino a San Lorenzo (el viejo Camino
Real), y las hoy calles Avda. Alberdi, Canning y Junín, sobre los que se
construirían, a partir de 1886, sus vastos talleres de reparación y montaje de
vagones y máquinas a vapor, estos últimos trasladados a la localidad de Pérez
en 1915. Aquellas grandes instalaciones albergaban asimismo una usina eléctrica
que abastecía de energía a los talleres pero también a todas las oficinas y
locales del Central Argentino en la ciudad, y a un aserradero y depósito de
maderas y durmientes.
Al ocupar a un millar y medio de
trabajadores, obreros y operarios, el barrio se vio prontamente poblado por
centenares de familias de ferroviarios, y sus calles, como las de Refinería,
fueron transitadas en forma permanente por trabajadores que iban o regresaban
de los talleres. El barrio, en esencia, se convertiría en una caja de
resonancia, a veces agria, a veces entusiasta, de los conflictos, los
problemas, los desvelos, las quejas y los festejos de los ferroviarios, uno de
los gremios más combativos en la historia del sindicalismo argentino de la
primera mitad del siglo XX.
Algunas
de sus calles tendrían condición de verdaderos ejes del trazado barrial como
Junín, antiguamente denominada Calle de los Hornos, por conducir hacia el oeste
donde se erigían hornos de ladrillos cuyos sufridos trabajadores también
formaban parte de la población más humilde de la zona. Iguazú, por la que
desfilaban en los carnavales barriales las murgas, carruajes y comparsas de
todo upo, era otra de ellas y, como Junín, daba cabida a una activa vida comercial.
Es a
partir de la iniciación de la actividad de los talleres ferroviarios que
comienza a poblarse la hasta entonces agreste zona del norte de la ciudad, con
la construcción, entre otras, de las primeras viviendas destinadas a
residencia de los empleados del escalafón más alto y de los primeros técnicos
contratados por el Central Argentino. Ello daría lugar a dos complejos
habitacionales proyectados "a la inglesa", que han sido felizmente
preservados y son hoy testimonio del pasado ciudadano: el "Batten
Cottage", con sus dos plantas, galerías y jardines, y el "Morrison
Building", de características más modestas, con baños comunes y galerías
que circundaban su planta alta, visibles hoy desde Avenida Alberdi, a pocas
cuadras de su comienzo en calle Salta. A ambos, sin embargo, ya en el primer
lustro del siglo XXI, los acecha la falta de mantenimiento, la desidia de sus
propios moradores y la falta de una política oficial que aliente o directamente
intervenga en pro de la preservación de edificios que, como los mencionados,
forman parte del patrimonio histórico y arquitectónico de la ciudad.
Paralelamente se construye el edificio
que albergaría a la iglesia anglicana, a cuyos oficios concurrían regularmente
los ingleses, y en el que funcionaría asimismo desde 1895 una escuela
particular, la llamada Escuela de los Talleres o del Barrio Inglés, reemplazada
hacia fines del siglo XIX por un almacén y bar en el que se constituiría, en
una improvisada asamblea, el hoy Club Rosario Central, cuyo origen estuvo
ligado íntimamente a los talleres y obreros ferroviarios.
La iglesia había puesto visible empeño en
la instrucción de los hijos del personal jerarquizado del Central Argentino, a
través del reverendo Blair, y la "Escuela de los Talleres"
conservaría su carácter privado bajo la dirección de su primer maestro y
director, Thomas Roberts, a quien sucedería en 1896 Catalina Dodd Cowell, quien
a partir de 1900 pasaría a agregar a su apellido otro de origen también
británico al casarse con Claudio Newell, quien estaba asimismo ligado a la
enseñanza a través del colegio fundado por su padre Isaac.
Los talleres, construidos según el
proyecto de los británicos Nicolls y Donne, verían habilitada su primera etapa
sobre los finales de 1888, reemplazando las monumentales construcciones a los
viejos talleres que se habían levantado veinticuatro años antes, en 1864, en el
predio que sobre la actual calle Wheelwright se extendía desde Balcarce
a España, donde el Central Argentino construyela asimismo una
precaria estación de carga en el Rosario de entonces, luego convertida en el
llamado Galpón N° 10.
Un espejo de agua, la "Laguna
Macedonio", otorgaba fisonomía inconfundible a otro sector del barrio, el
comprendido por la manzana que enmarcan las actuales calles Vélez Sarsfield,
Avda. de la Travesía,
Florida y Bogado. Su nombre se vincula seguramente con Macedonio García, dueño
de un horno de ladrillos del lugar, y por su formación sobre un pozo natural se
constituía en frecuentada piscina para los vecinos, en especial la gente
menuda, aunque esas incursiones refrescantes concluirían a comienzos de la
década del 30, cuando se procedió al rellenado de la misma y a la construcción,
sobre ella, de viviendas.
También
conocida como "Laguna de los perales", por los montes de estos
frutales que la rodeaban y que quedarían en pie finalmente sólo sobre el sector
norte de la misma, estaba poblada porteros y. otras aves, ranas y caracoles. El
monte de perales era utilizado par la vecindad para realizar allí los populares
pic-nics de las primeras tres décadas del siglo XX, hasta llegar a ser escenario
habitual de este tipo de reuniones familiares. •
•
La zona sería asimismo, lugar de actividad de dos experiencias industriales
de distinto sesgo en las dos primeras décadas del siglo pasado: la
"Cooperativa Obrera del Pan" y "Cafés La Virginia". La primera
de ellas se constituyó el 5 de abril de 1904, cuando 65 obreros ferroviarios,
ganados por las ideas solidarias y cooperativas difundidas por el socialismo,
se reunieron en un modesto local lindero al Portón N° 1 de los talleres
ferroviarios, con la idea de constituir una coope-rativa para la elaboración y
comercialización de pan. ; '
La
iniciativa obtuvo rápido consenso, al punto de que ese mismo día nacía la
"Cooperativa Obrera del Pan", cuyos estatutos serían redactados nada menos que por el propio Juan
B. Justo. Un año después en mayo de 1905, aquella cooperativa pionera en
Rosario comenzaba la elaboración del producto; en 1923 se fusionaría con una
cooperativa de consumo,"El Despertar Económico",y tres años más tarde
pasaría a denominarse finalmente "Cooperativa Obrera Limitada".
"Cafés
La Virginia"
se halla también estrechamente, vinculada con el Barrio Industrial desde que
Francisco Rodríguez, un inmigrante asturiano que había probado fortuna en otros
lugares de la Argentina,
instala un pequeño tostadero de café, precursor de una industria rosarina de
enorme prestigio en nuestros días, cuando sus productos han alcanzado difusión
nacional. En 1923, en medio del paulatino crecimiento de la empresa familiar,
Rodríguez, en homenaje a su esposa Virginia, patentaría la marca que, hasta
nuestros días, mantiene una inalterable vigencia comercial.
Sobre la Avenida Alberdi se
erigiría también otro de los establecimientos relevantes de la zona, fuente de
trabajo, como la anterior, para muchos vecinos del barrio: la planta de
distribución de la
Cervecería Quilmes, sólida construcción que permanecería en
ese lugar de la ciudad hasta ya superado el siglo XX y a la que, como ocurriera
con el complejo de edificios de la Refinería Argentina,
se declarara con justicia patrimonio histórico y arquitectónico de la ciudad,
hoy ocupado por una cadena de supermercados.
La primera escuela pública del barrio
obrero de Talleres no tiene año cierto de fundación, aunque es seguro que se
habilitara entre 1895 y 1898, fecha del primer reconocimiento oficial sobre su
funcionamiento. Era conocida popularmente como la "Escuela de la Chimenea" y estaba
ubicada en la entonces denominada calle Sur Talleres entre las vías del
ferrocarril y la
Avda. Castellanos (actual Avda. Alberdi). La chimenea y el
edificio, de típico estilo inglés, con techos de chapas a dos aguas, con cuatro
habitaciones en la planta baja y una en la superior, habían sido ocupados por
la "Farmacopea de Londres y Río de la Plata", desde 1891, aunque por pocos años.
La
primera directora, Aurora del Río de Imbert, la dirigiría hasta su muerte en
1902, año en que la escuela, ya reconocida como establecimiento provincial
bajo la especificación de elemental mixta de suburbios, había sido trasladada a Iriondo 255. Su
vocación por la enseñanza la habían llevado antes, hacia 1886, a acompañar como
asistente a su esposo, el ingeniero francés Eduardo Alfonso Imbert, un
marsellés nacido en 1836 y uno de los tantos inmigrantes del mismo origen que
elegirían a Rosario como su ciudad, quien dirigía una escuela en el barrio San
Francisquito, por entonces un modesto villorrio en los extramuros. Aurora y dos
de sus hijas, Emma y sobre todo Honorina Imbert de Anderson, serían las maestras
pioneras de aquel barrio obrero en el que ingleses y criollos se juntaban
y convivían cotidianamente en los avatares del trabajo y del fútbol.
Estrecho
parentesco con la zona tendría asimismo la propuesta que una
inmobiliaria con oficinas en Corrientes 978 publicaba en La
Capital en 1902,
ofreciendo terrenos grandes y pequeños en el parque más bien ubicado de esta
ciudad, de gran porvenir, los que, aseguraba el aviso, serán solicitados por la aristocracia rosarina y toda la gente de buen
vivir. El loteo
se ubicaba en "la
Gran Avenida Castellanos al Norte y a continuación de la
calle Salta, frente a los Talleres del Ferrocarril Central Argentino", en
lo que los urbanizadores llamaban el nuevo pueblito Victoria, con la línea de tramway que va a Alberdi y pronto con la línea de
tramway eléctrico que se va a construir.
Fuente:
Extraído de Libro Rosario del 900
a la “decada infame”
Tomo I Editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens Ediciones