E1 conglomerado urbano conocido como
Barrio Belgrano se extiende en límites precisos: al oeste, la Avda. de Circunvalación; al
norte, las vías del Ferrocarril Mitre; al este, la calle Solís y al sur, la
calle Pasco. Pero el centro del mismo está en otro sitio, entrañable para el
vecindario.
Las cuatro plazas, en el cruce de
Mendoza y Avda. Provincias Unidas, son para los belgranenses algo más que un
paseo y un espacio verde tradicionalmente poblado de flores de estación. Son el
símbolo del barrio, su referencia obligada, su historia misma. Es el lugar en
cuyo entorno fueron surgiendo quintas, campos de alfalfa y humildes viviendas
que, a fines del siglo pasado, conformaron el modesto Pueblo Eloy Palacios
Sus primeros habitantes, en su
mayoría quinteros, poblaron el terreno de 91 hectáreas adquirido
en 1889 por María Echagüe de Vila. La acelerada transformación de ese predio en
pueblo hizo que muy pronto Nicasio Vila le diera nombre y presencia física a
través del acto de fundación. Eloy Palacios pasó pronto a ser un nombre
histórico y el pueblo fue integrándose cada vez más a la ciudad hasta formar
parte de la misma, primero como Barrio Vila y más tarde con su actual
denominación.
La actual Provincias Unidas y calle
Mendoza fueron, de principio, las principales; centros comerciales, y de
intersección el barrio fue abriéndose paso. En esa esquina, las cuatro manzanas
que en el génesis barrial eran el Parque Mitre o "cuatro plazas”.'San Antonio de Papua, en 1891. El templo,
construido arquitecto Micheletti y el constructor Luis Badini, estuvo acompañado
al poco tiempo por el Colegio de la Inmaculada Concepción,
levantado en 1903. Ya en 1892, la escuela municipal Nº 8, hoy Escuela
Provincial Nº 91. había pasado a convertirse en la primera del barrio.
Por aquel entonces, Belgrano era para
los rosarinos sólo el barrio por el que se accedía al nuevo cementerio La Piedad, todavía conocido
como el enterratorio municipal. La llegada del tranvía eléctrico, en 1906, y el
adoquinamiento de las principales avenidas en 1913, facilitarían el ingreso a
aquel lejano suburbio, que hoy cubre una importante superficie de Rosario.
Muchos viejos vecinos recuerdan aún
hoy con nostalgia lo descampado del barrio no hace muchas décadas y cómo,
desde cualquier lugar, se podían ver las quintas y sus frutales. O añoran los
tradicionales corsos del Club Nueva Era. los bailes del Salón Cosmopolita o
los picnics de la
Quinta Luciani. De los antecesores —los primeros vecinos— se
recuerdan también algunos nombres, entre muchos: Bartolo Rocca. que fue
propietario de la panadería más famosa de comienzos de siglo; el genovés
Esteban Ferrari, a cargo de la primera estafeta postal en 1894; el ejemplo
moral del padre Domingo Pettinara.
Otros reivindican el crecimiento
poblacional de la zona alrededor de la estación ferroviaria de Barrio Vila
parada obligada de los trenes obreros que trasladaban diaria- mente a cientos
de trabajadores ferroviarios hacia los talleres de Pérez. Fueron esos obreros y
empleados del ferrocarril los que construyeron sus viviendas rodeando a la
estación, y a ellos se sumarían luego obreros artesana-les, comerciantes y
empleados de algunas de las industrias que comenzaron a surgir en la zona, como
la del tabaco ("Toscanitos Genova", de Fernández y Sust, en Felipe
Moré y Marcos Paz, de los que se recuerda aún su rotundo dístico publicitario:
"Genova Toscanitos: / buenos y parejitos"), y más tarde GEMA,
industria metalúrgica de gran proyección en calle Córdoba y vías del antiguo
Ferrocarril Central Argentino.
De esos nombres, varios quedaron
—sin duda injustamente— en el olvido. Los artos borraron la mención de muchos
de aquellos pioneros que plantaron las semillas generosas de una inmensa
quinta que hoy tiene 70 mil habitantes... La fisonomía de Barrio Belgrano mantiene,
entretanto, aún con su progreso, algo de aquella naturaleza silvestre, de
grandes manchas verdes y espacios abiertos, que fuera su característica inicial
y parte de su historia...
Fuente: extraído de la revista
“Rosario, Historia de aquí a la vuelta Fascículo Nº 18 . De Enero 1992. Autor: Alberto Campazas