Por Rafael
Ielpi
El
año de la Revolución Rusa iba a tener dos momentos de tensión en Rosario: el
derivado del tema de la neutralidad argentina en la guerra y las consabidas
huelgas obreras, ambos con picos máximos entre agosto y septiembre de 1917.
Aquel año, consigna Hugo del Campo, la
desocupación llegó a afectar a más de 450.000 personas o sea el 19 por ciento
de los trabajadores y, aunque sin alcanzar esos niveles, era una de las
características permanentes del sistema. Si las diversas formas de trabajo se
veían relacionadas con el hilo rojo de la explotación, algo unificaba las
variadas formas de vida de los obreros en todo el país: la miseria. Esta se
manifestaba, aunque con distintos rostros, en todas partes y era la compañera
inseparable de la población trabajadora.
La ola de huelgas en
la ciudad se relacionó, sobre todo, con las quejas de los ferroviarios, en
especial, y de los tranviarios, por mejores salarios. El 12 de agosto, grupos
de obreros del Central Argentino, acompañados por civiles hombres y mujeres, y
en algún caso particular por menores de ambos sexos que se instalaban sobre
las vías para obligar a la detención de los trenes, logran ese propósito con
varios convoyes, destruyendo y quemando
varios vagones, según
la crónica periodística.
La
noticia provoca la consiguiente reacción oficial: el Jefe Político pide al
gobierno provincial el envío de tropas nacionales por ser ello imprescindible. Se le informa que el
Regimiento 11 de Infantería dispone de 400 hombres que pueden ocuparse de
reprimir a los huelguistas mientras circulan rumores de que lo propio haría el
5o de Infantería con asiento en San Nicolás. La continuidad del
movimiento de fuerza de los ferroviarios hace que pocos días después se
movilice este último cuerpo de ejército junto al 8o de Caballería,
que llegan a Rosario para sumarse al escuadrón de seguridad local.
El 16 de agosto, en el
Cruce Alberdi, los policías montados protagonizan un enfrentamiento sangriento.
Sin que mediara provocación alguna, llevando por delante con sus caballos,
atropellan y golpean con sablazos a cualquier persona que encuentran en su camino,
llegando a perseguirlas aun dentro de sus domicilios. Los agentes que, según hemos podido comprobar —-dice La Capital— estaban ebrios, descargaban sus
revólveres y con sus sables apuñaleaban con ensañamiento a obreros indefensos
que huían para ponerse a salvo de las iras de la soldadesca...
La huelga dura sin
embargo casi dos meses, con episodios como el relacionado con el tramo o cruce
de rieles existente a la altura de Bvard. 27 de Febrero, en el encuentro de las
vías del FC. Central Córdoba y Rosario y el Central Argentino. La Capital comentaba el hecho,
que no dejaba de tener su misterio: Dicho
cruce, que debe pesar varias toneladas, fue arrancado de su sitio y no se ha
podido dar con él por más que se buscó en todos los alrededores próximos. Esta
desaparición es tanto más original por cuanto no se concibe que se hayan
entretenido en desarmarlo en el mismo sitio en que se encontraba y no se
alcanza tampoco (a
determinar,) la forma como lo han hecho
desaparecer o lo han transportado. Ardides y medidas de fuerza de un gremio combativo
como pocos que asistiría, el 20 de agosto, a la reapertura de los talleres del
Central Argentino en Rosario y en Pérez, lo que significaba el fin de otra
huelga.
A
mediados de septiembre, se produce otro paro del gremio, esta vez generado por
los obreros del Ferrocarril Provincial a Santa Fe, que tuvo el carácter de
rápido y violento, como lo definiera la prensa. La cesantía de cuatro obreros
fue el detonante de la medida de fuerza, que impidió la salida de los trenes a
la capital provincial y tuvo como colofón el incendio de un gran lote de cerca
de 200 vagones cargados con leña, carbón, algodón y otras mercaderías,
estacionado en Sorrento.
El mismo día, 12 de septiembre, los tranviarios se
constituyen en asociación gremial y redactan el petitorio a la empresa de
tranvías eléctricos; el mismo exigía aumento de salarios, jornada de 8 horas de
trabajo y pago de las horas extras que se trabajasen; pago al obrero de los
días no trabajados por causa de accidentes; un traje cada seis meses para los
guardas y motorman; un sobretodo cada dos años; no expulsar a trabajadores sin
causa justificada y reconocimiento del nuevo gremio.
Como era previsible, la falta de aceptación del
pliego da origen a jornadas tensas y enfrentamientos entre trabajadores y
policías y soldados que tienen en vilo a la ciudad, mientras llegan refuerzos: Los 300 hombres que trajo el 5° de Infantería a las órdenes del comandante Brusa
tomaron posesión de la estación Central Córdoba y diversas dependencias de la
empresa. Los 130 del 12 de Infantería acamparon en el cuartel del Regimiento
11, en Sorrento y fueron comisionados a cuidar la zona norte, donde hay
dependencias del Central Córdoba. Los 100 hombres de marinería que llegaron de
Zarate al mando (lo
que parecía una cruel humorada) de
un mayor de apellido Palizza, fueron destinados a la estación de la Compañía
General de Ferrocarriles de la Provincia de Buenos Aires y sus inmediaciones.
En resumen, hay 700 hombres de línea prestando servicios en las estaciones
ferroviarias donde hay huelga o donde está a punto de producirse, precisa La Capital el día 16.
Los tranviarios, por su parte, no se quedaban de
brazos cruzados: el 14 salen a calle y realizan un raid punitivo contra la
empresa. Un grupo numeroso de
tranviarios salió del local de Brown y Suipacha dando vivas a la huelga y en
tono amenazante, en su mayoría provistos de palos y trozos de hierro. En la
esquina de Jujuy y Ovidio Lagos hallaron su primera víctima: un tranvía que
pasaba fue detenido y destrozado y lo mismo ocurrió con la mayoría de los
coches que circulaban tanto por Avda. Wheelwright, Ovidio Lagos, Presidente
Roca, Sarmiento, Córdoba, Pichincha, Cafferata, Avda. Pellegrini, etc., es el resumen que el
diario fundado por Ovidio Lagos hace de la jornada.
El
saldo de esos días inquieta a todos: paralización del transporte, obreros
detenidos y encarcelados, contusos y heridos. Los obreros del ferrocarril de la
Provincia de Buenos Aires, los del Central Argentino, los del Central Córdoba,
recomienzan sus protestas mientras se suman los de las fábricas de tejidos, de
alpargatas, de la yerbatera de Estévez, pescadores y palanqueros, estibadores.
La ciudad es un hervidero de soldados y trabajadores y los hechos sangrientos
no tardan en producirse.
Entre el 18 de
septiembre y los finales de octubre de 1917, las jornadas fueron de zozobra y
temor en la población. El día mencionado, los tranvías salen de la estación
terminal custodiados cada uno por dos soldados de línea provistos de máuser y
bayoneta calada, mientras en las inmediaciones de la misma se reúnen los
huelguistas y mezclados con ellos, mujeres y niños. Como sucedería cientos de
veces después, no falta el comentario periodístico que intenta desnaturalizar
el movimiento: Parece evidente que en esta
gran agitación obrera hay muchos elementos extraños a los trabajadores, que se
consideran los causantes principales de lo que ocurre: se está investigando...
Una crónica de La Capital del mismo 18 de
septiembre ilustra vividamente el clima de esas jornadas: En el primer vehículo, al salir, iba el Jefe
Político señor Noriega; los huelguistas empezaron a dar gritos hostiles a los
conductores y luego los más exaltados arrojaron algunas piedras, actitud que
dio lugar a que el señor Noriega procediera a despejar ese punto debiendo
sostener, varias veces, una verdadera lucha cuerpo a cuerpo con numerosas mujeres
que gritaban desaforadamente, enarbolando palos de toda clase, de los cuales
se hallaban provistas. En otro caso, las mujeres se situaron en las vías, para
impedir el paso de los coches, pero como notaron resolución por parte de los
conductores, todos guardas y motormans que han quedado fieles a la empresa, y
por parte de los soldados, debieron abandonar sus propósitos, que pudieron
resultar desgraciados...
El coronel Marcilessi, comandante de las tropas
asignadas para reprimir el movimiento, no era ciertamente hombre de andarse por
las ramas: Entiendo que la situación es
relativamente grave. Ya no se trata
de uno o dos gremios; hemos llegado al punto que no podría precisar muy fácilmente
cuántos son los gremios en huelga. Aun cuando las cosas se agraven, con los 380
hombres que llegarán esta noche (200 de marinería y 180 de caballería) tengo
suficiente para responder a cualquier eventualidad. ¿Las instrucciones? Son
como deben ser: primeramente haré uso de toda la benevolencia posible; si no se
me atiende, apretaré un tanto, y si finalmente se atropella con todo, en ese
caso llegaré hasta los extremos durísimos, dice en un reportaje.
Por si fuera poco, los
panaderos entran en conflicto y se producen tiroteos en "La
Europea", la panificadora más importante de la ciudad, al llegar desde
Buenos Aires un contingente de panaderos contratados por los Cabanellas,
dueños de la firma, para trabajar en lugar de los huelguistas: los conocido
"carneros". La
Capital opina:
Puede decirse que estamos en pie de
guerra. Anoche, todas las vigilancias especiales lo han sido con rémington y
máuser. Se vigila en especial las panaderías.
En el
período mencionado, a la huelga iniciada por ferroviarios y tranviarios se suma
la de los metalúrgicos, obreros de aserraderos, portuarios y jaboneros,
mientras esa misma situación se reitera en todo el país, con movimientos
similares en Córdoba, Entre Ríos, San Juan, Tucumán, Santiago del Estero y
Capital Federal. El 21 de septiembre, Bautista Franchini, un soldado de guardia
en Alem y las vías del ferrocarril, que custodiaba un galpón, es apedreado por
seis o siete personas, a las que balea con disparos de máuser que hieren
gravemente a Pascual Pajón, un ferroviario de 36 años. En los portones del
Central Argentino, en Avda. Alberdi, los obreros que iban a ingresar a su trabajo,
apedrean a un tranvía de la línea 5 que hacía el recorrido con conductores
"carneros" custodiados por soldados. Uno de éstos, del 12 de
Infantería, responde a tiros hiriendo a dos trabajadores.
Los
obreros ingresan entonces al Salón Ariossi, ámbito habitual de sus reuniones y
mítines, adonde llega a desalojarlos el escuadrón de seguridad, que es
recibido a balazos. El parte periodístico es suficientemente claro: Resultaron heridos dos obreros: José Ratti, italiano,
y Jacinto Raggi, turco. Los primeros heridos que fueron llevados a la
Asistencia Pública eran Pedro Mena, español de 36 años, con un tiro de máuser
en el estómago con salida por la espalda, fallecido a la 1.15 de la tarde y H. Gaad, inglés de 29
años, con un balazo de máuser que lo atraviesa de hombro a hombro. En otro
enfrentamiento resultó herida de rebote una niña de 13 años mientras por vía fluvial arribaban 100 hombres procedentes
de Paraná.
Mientras la huelga se
extendía pronto por el país y en San Francisco, Córdoba, el ejército y los
obreros se enfrentan a tiros, muriendo uno de estos últimos, Pedro Stuardi, en
Rosario la sangre también llegaba al río: en el cruce de las vías del Central
Argentino con el Ferrocarril de Buenos Aires, un centinela dispara contra el
ferroviario Martín Revecchi, italiano, de 28 años, y lo mata. Los tranviarios,
por su parte, persisten en el movimiento de fuerza y se producen diariamente
choques entre huelguistas y "carneros", en muchos casos a palos, en
otros a tiros y cuchilladas. La intervención de la FORA y el socialismo hace
que el conflicto se propague a otros gremios, como los cocheros.
El 24 de septiembre,
se reciben noticias alarmantes desde Mendoza y Córdoba. La información de La Capital es estremece-dora: Un enfrentamiento entre alrededor de 1000
huelguistas, precedidos por grupos de mujeres, y conscriptos que custodiaban la
estación del Ferrocarril Trasandino, derivó en una tragedia cuando éstos
abrieron fuego sobre la multitud, ocasionando varias muertes... Una confusión
indescriptible siguió a los primeros disparos, pues los huelguistas, a pesar de
la actitud belicosa, no se imaginaban que iban a ser blanco de las balas de los
conscriptos. Tan pronto como el
grupo formado por ellos se desbandó pudieron apreciarse los efectos del
tiroteo: esparcidos por el suelo y debatiéndose en medio de agudos dolores y
grandes manchas de sangre, yacían los cuerpos de varias personas, entre ellas los de tres mujeres, de las que
precedían a los huelguistas, dos de las cuales quedaron muertas en el acto.
Dos días después se
conocen los nombres de las víctimas, Josefina Biandani de Gómez, casada, con dos
balazos en el pecho y uno en la cabeza, y Adela Montana, soltera, con un tiro
en la cabeza. Los heridos son en realidad 19 y no 17, como informaran las
autoridades inicialmente. El secretario de la Federación Ferrocarrilera, Juan
Iglesias, es detenido, y se entregan a los obreros los cuerpos de las dos
mujeres, a los que se agrega el de Doroteo Elortondo, español, uno de los heridos
que falleció poco después del tiroteo. El Centro Socialista mendocino, en un
documento, previene: Se
ha fusilado al pueblo indefenso, que se había reunido en la calle Belgrano sin
propósitos hostiles y lo que ha ocurrido no debe extrañar pues ya estaba
resuelto, toda vez que el Jefe de
Policía había declarado días antes que acribillaría a balazos a los huelguistas
en cuanto empezaran a molestar...
De la
capital cordobesa, simultáneamente, llegan las noticias de otros tiroteos entre
las tropas nacionales y los huelguistas, que arrojan como saldo varios heridos.
En Buenos Aires, por su parte, se ordena que los acorazados "San Martín"
y "Belgrano" permanezcan
con los fuegos encendidos para poder entrar a la dársena a la primera orden y
tener dispuestas sus tripulaciones por si fuera necesario desembarcarlas con
motivo de las huelgas, mientras otros buques de guerra se encuentran en el
antepuerto preparados para entrar en acción.
Entre
el 24 y el 29 de septiembre, los huelguistas, a los que se habían agregado los
obreros de la Refinería, siguen sufriendo una durísima represión: el 26 es
muerto a balazos Paulino Medeiro, en la esquina de Iriondo y 3 de Febrero; el
27,Víctor Ballesteros, un español de 27 años, es detenido en las inmediaciones
de la estación de Barrio Belgrano por un centinela que pretende llevarlo
detenido y
que,
ante la resistencia del obrero, lo mata de un balazo en el pecho. Poco a poco,
cerca de fin de mes, comienzan a prestarse algunos de los servicios paralizados
largo tiempo, como el de los tranvías, mientras vuelve a ser normal la
producción de las panaderías, hasta entonces más que escasa por el conflicto, y
se reanuda el expendio de leche.
Los ferroviarios, por
su parte, negocian con el gobierno nacional, entre conciliadores e
intransigentes, y el servicio de trenes se mantiene semiparalizado hasta casi
los últimos días de octubre, cuando se acuerda el cese de la huelga. El 19, los
obreros del riel regresan al trabajo en las diferentes empresas, mientras el
gobierno autoriza el aumento de las tarifas ferroviarias para compensar a
aquéllas los aumentos de salarios y el costo de las pérdidas producidas por la
paralización de los servicios.
José
Negri, un malagueño que había arribado al país en 1905 portando su carnet de
afiliado al Partido Socialista Obrero Español fundado por Pablo Iglesias y que
bien puede ser incluido en la nómina de los fundadores del gremialismo obrero
en la Argentina, sería uno de los principales dirigentes del movimiento de
protesta de los ferroviarios rosarinos, en los albores de una militancia que
recién concluiría con su muerte en 1971.
A mediados de 191
7 se
declararon en huelga los talleres ferroviarios de Rosario y el movimiento se
propagó a otras regiones. José Negri dirigió el
conflicto oculto en Villa Diego, pueblo cercano a la gran ciudad santafesina,
llegando a paralizar durante veinticuatro días a los trenes y alterando la
vida económica nacional. El gremio tuvo que soportar el sacrificio de
numerosas vidas a causa de la represión, pero luego de laboriosas tramitaciones
con el gobierno, los ferroviarios volvieron al trabajo, con la mayor parte de
sus aspiraciones satisfechas, merced a la huelga de los veinticuatro días como
la denominó el gremio, y la cabal comprobación de que las compañías extranjeras
no iban a manejar más a su arbitrio a ese sector de los trabajadores
argentinos. De esa manera se redujo la inhumana jornada de trabajo de muchos
miles de obreros, se desterró el sistema de multas que habían impuesto las
empresas y, principalmente, se consolidó la solidez del gremio.
(Oscar Troncoso: Fundadores del gremialismo obrero, Centro
Editor de América Latina, 1983)
Fuente:
Extraído de Libro Rosario del 900 a la “decada infame” Tomo II Editado 2005 por la Editorial Homo
Sapiens Ediciones