En Rosario, todos aquellos sucesos
tendrían una repercusión tan inmediata como colectiva. El 9 de enero, La Capital informa que la FORA ha declarado la huelga
general desde las 2 de la mañana del día anterior, agregando inquietantes
detalles: Desde las 12 del día, los huelguistas
asaltan los tranvías, obligando a descender a los pasajeros y colgando banderas rojas. Mientras la prensa rosarina comenta la continuidad de la agitación
obrera en la Capital
Federal, con
choques sangrientos con la policía y la tropa de línea, los
empleados y obreros municipales rosarinos que habían ido también a la huelga se
encuentran con una novedad alarmante al pretender reintegrarse al trabajo: el
intendente Arribillaga declara que no tomará represalias contra quienes deseen
retomar sus tareas, pero que no despedirá a los "rompehuelgas" contratados.
Por lo que aquéllos sólo podrían ingresar si se produjese alguna vacante...
El paro de marítimos, ferroviarios y
municipales convirtió a la ciudad en un escenario inusual, recorrido por
contingentes policiales y militares y por grupos de trabajadores intentando
concretar reuniones y mítines. El 13 de enero, se produce un enfrentamiento de
sangriento saldo en uno de los locales ferroviarios, lo que hace prever jornadas
difíciles.
Un día después los rosarinos se hallaron,
al despertar, ante una ciudad que había amanecido silenciosa, aun con sus
calles recorridas por los tranvías, cuyo servicio sería normal, y algunos
coches particulares custodiados por agentes armados, mientras se advertía la
ausencia de coches de plaza y de carros, que habitualmente eran una presencia
nutrida en el centro rosarino. La excepción eran algunas jardineras de reparto
y los carros de varias cervecerías, encargados del reparto de hielo, una
costumbre habitual en el verano. Por la
tarde —informa La Capital—, se vieron algunos automóviles y carruajes y el famoso automóvil de la Federación Ferroviaria,
con la bandera negra con iniciales de oro F.O.F.
Los
comerciantes, en una ciudad todavía sin incidentes, decidieron pese a ello
cerrar sus puertas por precaución, y lo mismo ocurriría con los bancos. El
temor cundiría más allá de la zona céntrica: Fuera ¡le los bulevares, en el radio comprendido por las calles Salta,
Rivadavia y Güemes,
hasta la Estación
Rosario Norte, los pequeños comercios estaban también
cerrados, dando la impresión de que se trataba de un día domingo, comentaba el mismo diario, mientras todas las dependencias nacionales
eran ocupadas por fuerzas del ejército, en previsión de posibles desórdenes, ocurriendo lo mismo con el local de la sección Tráfico de la Federación Ferroviaria,
donde ya se habían producido algunos enfren-tamientos menores.
La impresión de que se apelaría a la
represión si fuere necesario se fortaleció con la llegada a Rosario de unos
200 soldados provenientes de los regimientos 6 de Infantería, 3 y 9 de
Caballería. No eran sin embargo los únicos armados. El diario fundado por
Ovidio Lagos se alarmaba: Ha
llamado la atención de los empleados del Banco Municipal de Préstamos la gran
cantidad de personas que fueron a retirar armas de fuego que tenían empeñadas.
Se calcula que se han retirado cerca de 300 revólveres y se registraron
distintas agresiones a tiros contra trenes en varios puntos de la ciudad, con
un saldo de heridos de diversa consideración. A mediados de enero, con la llegada de los regimientos 5, 8 y 2 del
ejército, las tropas nacionales enviadas a la ciudad suman ya 1100 hombres.
El Jefe Político Lagos, encargado de
garantizar el orden en el Rosario, tuvo tiempo entre tanto revuelo y
preocupación ciudadana para otorgar una entrevista al diario de sus antepasados
e intentar desactivar cualquier temormanifestándonos
que la población podía descansar tranquila porque no sólo se contaba con
elementos para mantener el orden, sino que éste no sería alterado por los
obreros sensatos a quienes la policía no iba a hostilizar.
El abogado devenido en funcionario del gobierno provincial demostraría
rápidos reflejos ante la escalada de protestas obreras: Desde que estalló la huelga ordené que todas las fuerzas de la policía
se concentraran en el Departamento, a fin de evitar que estando dispersas en
las comisarías pudieran ser batidas en detalle. Concentradas todas las fuerzas
policiales en la jefatura, estamos listos para acudir al primer llamado de
auxilio que se nos haga desde cualquier punto de la ciudad. De paso, señala la diferencia existente, a su juicio, entre la situación
rosarina y los hechos ocurridos en la Capital Federal: Contra los obreros no tengo ninguna prevención y así pueden
comprobarlo ellos mismos al ver cómo la jefatura de esta ciudad no ha adoptado
las medidas de fuerza que pone en práctica la policía de Buenos Aires. Allí, a
pesar de no haberse decretado el estado de sitio, es suficiente que se acerque
a una fuerza armada un grupo de personas para que se le intime a disolverse
bajo amenaza de proceder de inmediato.
Como
demostración de buena disposición, el Jefe Político autoriza una reunión de
los obreros ferroviarios en el tradicional "Salón Ariosi", del Barrio
Talleres, centro de reunión habitual del gremio. Esto es una demostración de que la policía no trata de presionar al
elemento obrero sino de proceder contra los agitadores de profesión, que tratan
de dar carácter revolucionario a una huelga del elemento proletario, que vela
simplemente por sus intereses particulares, se ufana Lagos en el reportaje de La Capital.
La
prensa rosarina, como aporte y desde su punto de vista, responsabiliza al
gobierno radical santafesino de la falta de soluciones integrales a los
conflictos obreros, en años en los que se reiterarían hechos de enorme gravedad
como las huelgas de la
Patagonia, con su secuela de fusilamientos y represión, y las
de La Forestal,
en el norte de la provincia, también resueltos con la presencia de las tropas
militares: Es tiempo ya de que el gobierno de la
provincia se resuelva a encarar con un criterio inteligente los conflictos
obreros que con harta frecuencia se vienen produciendo en todo el territorio.
La despreocupación más absoluta en cuanto se refiere a las cuestiones obreras y
a los conflictos ha sido y es la característica de nuestro gobierno, cuyos
hombres parecen no darse cuenta de los grandes intereses que entran en juego en
tales movimientos, dice La Capital el 14 de enero de 1919, aportando un
grano de arena más a una campaña enderezada, por elevación, contra el gobierno
popular iniciado el 12 de octubre de 1916.
Los conflictos se desgastan sin embargo en la negociación infructuosa
cuando no en la dura represión policial o militar, y la ciudad se dispone a
entrar en los años 20, los llamados "años locos", cuyo término iba a
significar el comienzo de la "década infame", iniciada con el
derrocamiento de Yrigoyen por un golpe de Estado, el primero de una larga serie
de interrupciones del sistema democrático en la Argentina.
Pero si 1919 no fue año propicio para el
presidente por los altísimos costos políticos que pagó su gobierno, pese al
innegable apoyo de vastos sectores populares, tampoco lo serían los dos
anteriores, signados por las intervenciones decretadas por el Poder Ejecutivo nacional
estaban generados sin embargo en la necesidad
de “normalizar “provincias en las que el radicalismo Haba dividido o con
graves disensos internos, para accionar de ese en busca de condiciones que
posibilitaran su triunfo en elecciones posteriores.
Así y con dichos objetivos se concretaron
veinte intervenciones en el transcurso de la primera presidencia de Yrigoyen, sólo cinco de los
cuales fueron aprobadas por el Congreso. La más importante fue '' Buenos Aires,
en abril de 1917, por tratarse de la primera decisión de este tipo, en la principal provincia
argentina y por concretar ''"loción del gobernador Marcelino Ugarte, por
entonces el dirigente conservador de
mayor peso en el país. La intervención, encomendada a José Luis Cantilo,
concretó la necesaria reorganización , institucional del Estado bonaerense y
llamó a las elecciones que constaron el triunfo de la UCR
con José Camilo Crotto como candidato a gobernador.
[ Se sucedieron luego medidas similares en Corrientes, en noviembre del
mismo año, con un resultado final adverso al yrigoyenismo por el triunfo final
del Pacto Autonomista Liberal, favorecido por la repentina fuerte del caudillo radical, coronel
Angel Blanco, aunque el presidente aceptó sin embargo el resultado del Colegio Electoral y la asunción del liberal Adolfo Contte; en
Mendoza, donde el proceso de normalización permitiría el triunfo de José Néstor
Lencinas en las daciones del 1º de enero de 1918; en la Legislatura de la
provincia de Córdoba, en busca de la unión del radicalismo que, pese a las
gestiones del interventor Daniel Frías, volvió a dividirse en vísperas de
defecciones del 17 de noviembre de 1918,permitiendo el triunfo de los conservadores.
También en 1917 se produjo la intervención a Tucumán, en
procura terminar con las divisiones partidarias en esa provincia, gobernada por
el radical Juan B. Bascarya quien jaqueaban conservadores y radicales
opositores en el Congreso. Esta intervención terminaría con Posición de Bascary
en su cargo, por decisión del propio Yrigoyen. En diciembre de 1917, por
último, se produce la de la provincia de Jujuy, gobernada desde 1916 por el
conservador Mariano Valle. La eficacia de la gestión del interventor Justo P. Luna se comprobaría en las elecciones
de marzo de 1918, en las que triunfó el radical Horacio Carrillo.
Ya iniciado 1918, el vendaval
intervencionista no se detuvo, continuando en La Rioja, en el mes de abril,
con un proceso "reparador" que recién terminaría dos años después
con la elección del yrigoyenista Benjamín Rincón, y en Salta el 27 del mismo
mes, intervención federal que culminaría, en este caso, con la elección de
Joaquín Castellanos el 15 de diciembre de 1918.
A esta última seguiría paralelamente la
de la provincia de Cata-marca, gestión atravesada por renuncias de los enviados
del Poder Ejecutivo Nacional, acuerdos de la UCR (de exiguo caudal electoral en la provincia)
con un sector del conservadurismo, división de los radicales en
"orgánicos" o yrigoyenistas y "reaccionarios", como motejaban
estos últimos a los partidarios del vicepresidente Pelagio Luna, y acusaciones
de parcialidad de la policía hacia la oposición. Todo ello hasta concretarse
las elecciones del 30 de noviembre y sus complementarias del 21 de diciembre,
que permitieron finalmente la elección de Ramón Cleto Ahumada, que había sido
reciente gobernador del régimen conservador, y a quien se convenció de
afiliarse a la UCR
para garantizar los votos que permitieran el triunfo de un gobierno afín al
presidente...
Acallados aunque no del todo los ecos de la Semana Trágica, el
gobierno había continuado en los primeros meses de 1919 con las intervenciones.
El 26 de mayo se decreta la del Poder Legislativo de San Luis, esta vez por la
división de los radicales púntanos, que gobernaban desde el 18 de agosto de 1918 con
Carlos Alric como primer mandatario provincial, sucediéndose funcionarios nacionales desde ese mes de mayo de 1919 a noviembre de 1922,
cuando asume el con servador León Guillot, triunfador en las elecciones de
julio de dicho año. El 17 de octubre es el turno de Santiago del Estero, gobernada a través
del fraude por la conservadora Unión Democrática. Allí tambien la
intervención mostró su habilidad para restañar los disensos entre radicales y posibilitar el triunfo de Manuel Cáceres en las elecciones del 7 de marzo de 1920.
Serían sin embargo los conflictos con
sanjuaninos y mcndocinos los que provocarían los episodios más graves. En San
Juan, cuyo gobierno
ejercían los conservadores, la presencia y liderazgo del radical Federico
Cantoni, un caudillo popular indudable, capaz de reacciones y procedimientos
extremos, constituyó siempre un problema para el presidente Yrigoyen, y lo
mismo ocurría en Mendoza
José
Néstor Lencinas.
Las medidas federales en San Juan iban a
culminar de modo trágico, dos años más tarde, con el asesinato del gobernador Amable Jones que
había asumido la conducción provincial tras el triunfo del radicalismo
sanjuanino unido, en mayo de 1920, y cuya muerte a balazos en una emboscada en la Rinconada del Pocito, el
20 de noviembre de 1921, fue el desenlace de una larga serie de enfrentamientos entre el
yrigoyenismo y el sector "bloquista" liderado por Cantoni, a quien se acusó de ser instigador del asesinato. Nuevas intervenciones, que se prolongaron hasta el gobierno de Alvear,
culminarían con las elecciones de enero de 1923, que determinaron el triunfo del cantonismo la
ulterior asunción de su caudillo, quien había estado encarcelado hasta el 31 de
mayo de 1922 acusado del asesinato de Jones y fin liberado en esa fecha a
través de un recurso de amparo al que se hizo lugar por su
condición, entonces, de senador nacional.
Con Lencinas, las relaciones tampoco
fueron tranquilas, pese a que ambos (Yrigoyen y él) se encontraron y dialogaron aún en los momentos más rispidos, como en 1920,
cuando el presidente le hizo llegar una carta personal, alertándolo de la ingrata impresión que tiene de que
elementos de corrupción empiezan a infiltrarse en su gobierno. La misiva recibe una respuesta
durísima, que expone claramente las diferencias que enfrentaban a los dos caudillos populares, ya que el
“Gaucho” Lencinas también lo era, al punto de ser poco menos que venerado por
las clases populares de su provincia, históricamente gobernada hasta su
elección por los conservadores de rancia estirpe. Su carácter fuerte y su personalidad lo llevaban muchas
veces a actitudes sin regreso o de difícil solución.
Mendoza, enero 3 de 1920. Mi estimado
doctorYrigoyen: He querido
dejar
pasar unos días después del regreso de mi ministro Puebla, quien
ha venido un tanto alarmado con motivo de un anatema sentencioso
ha venido un tanto alarmado con motivo de un anatema sentencioso
de su parte de que la
situación de Mendoza está en el aire
y hay que liquidarla. Esto dicho por usted,
me agravia y me molesta en sumo grado. Ya le he manifestado muchas veces que a
mí los puestos públicos no me mueven, no me llaman la atención, ni me enferman
de importancia; no me producen intranquilidad alguna y de la verdad de ese
aserto está Dios de por medio que me ayuda y me protege. No le tengo miedo a
nadie y menos a usted, que desde luego está vencido, si piensa un poco y medita
más, porque no es con actos de injusticia con los que se fundamenta nada
estable en la creación, sean las cosas grandes o chicas y de la naturaleza que
fuesen.
(Dardo Olguín: Dos políticos y dos
políticas. Emilio Civit y José Néstor Lencinas, Edición del autor,
Talleres Gráficos D'Accurzio, Mendoza, 1956)
Lencinas, que había asumido en marzo de 1918, tuvo que abandonarmar
temporariamente la gobernación por enfermedad para reasumir en julio de 1919, aun cuando debió
enfrentar en forma permanente la dura
oposición de los sectores económicos poderosos, como los bodegueros, y la de un
sector del radicalismo. Su muerte el 20 de de 1920, pareció librar a Yrigoyen,
quien sentía en verdad respeto por el viejo caudillo mendocino pese a sus
desplantes al gobierno
Central, de un serio problema. Pero no
sería así: el apellido Lencinas volvería
cruzarse amargamente en su camino.
La
toma del poder por el radicalismo entraña una verdadera revolución.Y como tal,
debe ser inexorable para todo aquello que se le oponga. Pero en este caso la
revolución se queda en amago. Con una política blanda, legalista y conservadora
de muchas cosas que debía destruir,Yrigoyen malogra la misión revolucionaria
que el pueblo le ha confiado. Vista con ese espíritu moderado y cauto, la
decidida actitud del lencinismo se aprecia desde Buenos Aires como un
"atropello" o un "desmán", reñido contra las leyes y
reglamentos. Pero el lencinismo asume en ese momento el verdadero papel
revolucionario. Representa la decisión "radical" de terminar de una
vez por todas con el "régimen".
(Olguín: Op.
cit.)
Fuente:
Extraído de Libro Rosario del 900
a la “decada infame”
Tomo II Editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens Ediciones.