Por Héctor N . Zinni
Mientras en Buenos Aires se precipitan los sucesos políticos y Perón hace el recorrido de océano a océano a través del itsmo, desde la ciudad de Panamá hasta Colón en un Cadillac, en Rosario hay un tema que desvela a los nativos: los túneles.
Poseedores de un natural ingrediente de misterio, los túneles de Rosario ostentan, sin embargo, una equívoca inocuidad, mal que pese a los reiterados intentos por encontrarles móviles secretos.
"Las mil y una variantes sediciosas sobre el origen, utilidad y porvenir de los túneles, han sido analizadas escasísimas veces. Tampoco se concretaron nunca relevamientos ni crónicas sobre los mismos, por lo menos en el ámbito rosarino donde luchan, contra la perseverancia de los años, por alargar una tradición, no por modesta menos efectiva.
"Yo del túnel del cine no sé nada. Tiene que hablar con el dueño, el señor Emanuele, que él le puede informar mejor. Ahora, de túneles, del que tengo noticias es el que va de la iglesia al colegio de monjas en bulevar Oroño".
El boletero del Cine Rea/recala así en la antigua y socorrida historia de los túneles rosarinos, verdadera saga de misterio, fabulación y hümorismo que ha adquirido, con el correr del tiempo los caracteres de la leyenda y el folklore.
Ninguno de los más jóvenes entre los rosarinos conoce, tal vez, la existencia de los túneles que alimentaron, durante decenios, la imaginación y el candor de sus hoy maduros conciudadanos. Pero lo cierto es que los túneles existen, que tienen vida concreta desde muy antiguo y que, por el hecho de existir, posibilitaron el tejido de toda esa confabulación memoriosa, acaso impregnada de ciudadana malicia.
Supuestos subterráneos para facilitar el contrabando en la época dorada del Rosario portuario; improbables "aguantaderos" de delincuentes mafiosos, caftens y menores exponentes de la fauna carcelaria, al uso y estilo de los escondites del gangsterismo americano; secretos pasajes que acortaban las distancias entre comunidades religiosas (por supuesto de distinto sexo), los túneles ofrecen hoy la derruída o decadente imágen de una época, disfrutando solamente del desuso, el olvido o la indiferencia.
Frente al edificio de la Aduana, el galpón de David Rosental resguarda todavía, bloqueados a una profundidad de treinta metros, los tres túneles originales que la firma Pinasco, primitiva propietaria de los galpones, poseía en el mismo edificio. Dos de ellos corrían, en el período de la familia Pinasco, desde la pared del Oeste hasta la antigua calle Del Puerto —hoy San Martín— y el otro, desde la pared Norte hasta el río Paraná completado infaltable decauville destinado al transporte de mercaderías el procedentes del puerto.
Todavía hoy es posible adentrarse en la historia de los "túneles de pnasco" con sus entradas en un semiarco de ladrillos envejecidos, apenas dignificados en sus tres metros de altura por una pudorosa blanqueada de cal.
Las inquietantes conjeturas sobre la utilidad nos sancta de los famosos túneles la misma liviandad de las veladas insinuaciones, hicieron que los nasales subterráneos pasaran a engrosar también la lista de los olvidados, parte de que su visible utilidad, en todo caso, era la de mero vehículo de traslado de mercaderías de la firma propietaria.
En la misma zona, perímetro del antaño puerto más importante del país, conservando aún un resto orgulloso de su tenebrosa apariencia original, sobrevive el túnel que une el puerto con la vieja estación de trenes Rosario Central, a propósito de lo cual se recuerda jocosamente aún el incidente relacionado con la filmación de una película nacional. Los diarios dedicaron entonces no pocas gacetas al hecho de que se eligiese Rosario y precisamente a su antigua estación, para ejemplificar los naturalistas vaivenes de La bestia humana de Emilio Zola.
Hasta una reina de belleza local fue convocada para un insignificante bolo en la escena. La causa de la elección decepcionó, tiempo después, a los hasta entonces orgullosos rosarinos: "Era realmente el lugar más deprimente y sórdido que encontré en toda la búsqueda", confesó el entonces publicitado director Tinayre.
Al túnel Rosario Central-Puerto se accede por uno de los costados de la estación a la altura del antiguo cementerio de Rosario, sobre el tramo inicial de la avenida Corrientes. Su salida coincide con las últimas estribaciones de.calle Sarmiento, frente a la Misión de los Marineros, remodelada después de un incendio que amenazó con destruir por completo las pintorescas estructuras de la construcción, refugio de ocasionales y escasos marinos ahora y verdadera congregación de rostros, idiomas, uniformes en los años de ebullición del movimiento portuario.
"El tunel es de los trenes. Siempre fue de los trenes; antes andaban muchos linyeras por acá, pero fueron desapareciendo poco apoco" musita hoscamente Miguel Schiulk ex ferroviario y habitual contemplador de atardeceres desde las verdes plazoletas de la avenida Costanera. El tunel de los trenes mantiene solamente su actividad de campo de Marte de las peleas, cada vez más escasas, entre los estudiantes del Colegio Nacional Nro. 2 cercano, como la tuvo de campo de rabonas en la legendaria época en que Newell`s presidía el viejo colegio original cuyo patio llegaba hasta las barrancas.
Más siniestros recuerdos guarda, en cambio, el túnel del sembrador, vinculado por la tradición al delito y al crímen: se narran las supuestas reuniones celebradas en el lugar por las huestes de Galiffi, Pendino, Chicho Chico y otros espectables de la Honorable Sociedad, el otro momento de gloria sangrienta soportada por la ciudad y sus hijos.
Bajando por la empinada barranca, al costado del monumento al Sembrador, entre el bar Munich y el postergado Anfiteatro Municipal de Rosario, se puede ver un orificio de unos sesenta centímetros, en la pared que enmarca la figura del perpetuo lanzador de simientes. Es la modesta entrada actual del famoso túnel de la Mafia, que puede ser recorrido en sus escasos doce metros de largo, sobresaltados tan sólo por las bandas de chicos, que repiten en él persecusiones cinematográficas o interminables tiroteos en un imaginario y casero Far West.
Sin embargo, hay túneles que superan el grado de misterioso origen que la mentalidad ciudadana endilgara a la mayoría de estos inocentes subterráneos urbanos. Por Ovidio Lagos al fondo, en las proximidades de un antiguo apeadero del ferrocarril se levanta aún una construcción orgullosa de sus años (verdadero palacio, según la respetuosa definición de los vecinos del barrio) y que guarda uno de los túneles menos conocidos: el que transcurre desde la casa hasta las proximidades de la estación en unos doscientos metros de largo.
La función de este sosterrado pasaje es hoy todavía oculta para los habitantes de las cercanías, quienes cuentan únicamente que "la casa fue construida por un señor que era empleado de banco, con el monto de un desfalco". La inexplicable aparición del túnel en esa zona, alejada del mayor movimiento ciudadano, hace que el mismo resguarde del tiempo —y del olvido— los destellos de una cierta inocultable majestad.1
Más concreta vida, pero no menos inocencia y utilidad, poseen los túneles que se construyen en algunas instituciones deportivas enclavadas en la ribera del río. Regatas Rosario y Remeros Alberdi, entidades obviamente deportivas, tienen pasajes destinados a la circulación de sus botes de carrera. Al de Remeros Alberdi puede vérselo desde la calle, en su entrada por la vereda del club y en su salida, a la altura de la playa por debajo de la rambla.
Mayor historia anecdótica y rosarina cubre, en cambio, el mentado túnel del Cine Real, una de las mayores salas rosarinas, centro de los más concurridos bailes de Carnaval de que se tenía memoria entonces, con su enorme araña giratoria que modificaba constantemente el aspecto de luz, otorgando un aliciente más a los bailarines entusiasmados, en aquella época, por los vaivenes del tango.
Enrique Assanelli, parado frente al todavía resistente mostrador de estaño —o el estaño, como se lo conoce vulgarmente— del antiguo almacén ubicado en la calle Salta entre Pueyrredón y Rodríguez, se complace en aclarar: "El mismo en persona, pero observe que no estoy tomando nada". Assanelli, con 85 años a cuestas, ya no puede concretar sino memoriosos apuntes sobre túneles en el Cine Real. Vendida hace cuatro años la parte de propiedad donde está ubicado el túnel al señor Silvaslian, "para su negocio de gomería", aconsejó recurrir a este último para poder observar el pasaje subterráneo "Creo que han puesto ahí las máquinas de vulcanización y el depósito porque el túnel es un lugar bien fresco' aclaró. Accede, no obstante, a desarrollar morosamente pequeños datos sobre el túnel famoso: "Lo construyó un señor Jacometo, allá por el 80. Era el fundador de las bodegas El Globo y ahí donde ahora está el cine se encontraba la fábrica de "Vermouth Jacometo". El fue el primer dueño, además".
El túnel tenía su entrada por el sótano del cine; en la torre pueden sorprenderse todavía las borrosas pero legibles inscripciones que identifican: Jacometo, 1884. Aproximándose en diagonal a bulevar Oroño, corría desde allí en línea recta hasta desembocar en la entonces zona portuaria, a la altura del galpón colorado, con sus sólidos tres metros de altura y cinco de ancho, que permitían la circulación del infaltable decauville o zorra destinado a transportar las mercancías provenientes del negocio.
Sin embargo, pese a estar interrumpido hoy a pocos metros de bulevar Oroño y Salta, el viejo túnel de Jacometo cumple todavía funciones útiles: parte de sus instalaciones que corrían por debajo del bulevar hasta el río, fueron aprovechadas por Obras Sanitarias para una cañería de aguas servidas que desemboca en el Paraná. Degradado así de túnel a cloaca, mantiene entera parte de la capacidad que lo hizo nacer en los años postrimeros del siglo XIX.
El viejo galpón colorado de la mención, apenas conserva hoy el rojizo sedimento del óxido que lo recubre. A su costado, puede verse la desembocadura de la cloaca de agua servida aunque remontando ésta unos metros, junto al elevador Norte, la arcada de ladrillos del antiguo túnel de Jacometo testifica silenciosamente su voluntad de pervivencia.
Si la última parte del túnel es accesible al curioso habitante de Rosario, no lo es tanto, en cambio, la entrada del mismo. En el negocio de gomería de Sivaslian Garabad, al 2200 de la calle Salta, lo más probable es que se reciba una rotunda negativa si se recaban detalles e informes menores sobre el túnel. "El túnel está cubierto de escombros y no se puede ver nada, ni siquiera la entrada. Tampoco se pueden sacar fotos", expresa el encargado del negocio. La inflexible decisión de los nuevos detentadores U túnel deja otra vez flotando el aire de ocultamiento y misterioso destino.
Las diligentes averiguaciones, las discretas preguntas, la observación concreta de los túneles, permiten conjeturar por lo menos dos variantes últimas sobre su realidad: por un lado, y aunque sea la menos heterodoxa de las posibilidades, mantener la historia de incógnita y secreto de los famosos pasajes, ya que la mayoría de ellos no consiguen un historiador veraz, que explique su primer uso, las razones de sus nacimientos.
La otra variante, y quizás la más realista, parecería indicar la absoluta honorabilidad de los túneles, ya que el aspecto más socorrido (el que asegura su utilización como meros vehículos de contrabando) parece ser fácilmente destruido por la evidencia. "En aquel entonces era mucho más fácil hacer contrabando por arriba que por abajo", asevera Assanelli La altísima inversión que demandaban las instalaciones, con el correspondiente decauville, y el tamaño sumamente visible de los mismos los hacían muy pocos recomendables para las tareas al márgen de la ley: Lo más juicioso es condenarlos a su condición seguramente primigenia: la de medios para una mayor comodidad en el desenvolvimiento de las entonces florecientes tareas comerciales de algunas firmas de la urbe.
Los otros dudosos destinos dados a los hoy envejecidos túneles, pueblan solamente la voluminosa tradición oral rosarina, aumentada de cuando en cuando, por historias y fábulas de parecida originalidad.
Observado desde la altura de la plazoleta de la Avenida Costanera, el túnel de trenes Rosario Central-Puerto mantiene, el único, mucho de su antiguo misterio. Apenas iluminado por el sol de diciembre, que se empeña en mantenerse sobre la ciudad a las ocho de la noche, cubierto en parte por las malezas, ennegrecido por el humo y el fuego, insiste en guardar para los rosarinos, las dos variantes primeras de todos ellos: la fantasía empobrecida pero pertinaz de la memoria y la inocente realidad.2
Notas
1. Se trata del poeta murciano Vicente Medina, cuya casa todavía se levanta en terrenos aledaños a la Parada El Gaucho ex Hume.
2. Boom. Rosario. Nro. 6
Fuente: Extraído del Libro “ El Rosario de Satanas Tomo III . Editorial Fundación Ross.