"Costumbre popular arraigada, festejo para los chicos del barrio, rito de antiguas resonancias, la fiesta de San Pedro y San Pablo, celebrada el 29 de junio, tuvo hasta entrada la década del 50 una notoria permanencia en la ciudad.
"El atractivo principal eran —naturalmente— las fogatas que se encendían a la llegada de la noche, preparadas con madera, ramas secas, trapos viejos, cartones y papeles, y que concitaban la atención, la curiosidad y el entusiasmo de una infancia barrial y bullanguera. En sus cenizas se asaban batatas, papas y alguna que otra castaña, y el milenario espectáculo del fuego convertía a algunas esquinas de Echesortu, de barrio Belgrano, de barrio Mendoza, en escenarios que atraían al vecindario. Al final, las chispas en el aire, el humo, las cenizas voladoras culminaban la ceremonia anual mientras los grandes reunían a los pequeños para retornarlos a la casa y al descanso...
"Algunos baldíos, la propia canchita de San Pedro y uno que otro cruce de calles poco transitadas fueron ámbitos propicios para las fogatas de San Pedro y San Pablo. La acelerada vida contemporánea, la penetración cultural que prioriza otras costumbres y otros ritos, dejó también en el olvido todo aquello. Pero, como en las inolvidables imágenes del Amarcord de Fellini, aquellas fulgurantes llamas sobre la oscuridad de la noche, aquellas hogueras del recuerdo, no se apagarán nunca Nunca". (Rafael Oscar Ielpi, en Democracia, 29 de junio de 1983).
Fuente. Extraído de revista “ Rosario aquí a la vuelta” Fascículo Nº 18. Autor: Alberto Campazas . De Enero 1992