El educador santafesino Ovide Menin fue reconocido como “Ciudadano distinguido” por el Concejo municipal de Rosario. En 2009 fue uno de los destacados de La Capital y en 2008 fue nombrado “Maestro de la vida” junto al ex director técnico de Rosario Central Angel Tulio Zof.
EDITORIAL
Homenaje a Ovide Menin (1927-2015)
Fernando Avendaño*
* Doctor en Humanidades y Artes (mención Ciencias de la Educación). Profesor titular ordinario del Departamento de Formación Docente de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR. E-mail:autor1@arnet.com.ar
El 3 de enero de este año falleció el Dr. Ovide Menin, a los 87 años. Muchas veces la vida nos regala la presencia de un ser irrepetible, la presencia de "gente que es así, tan necesaria", como dice Hamlet Lima Quintana. Vayan estas palabras como homenaje a nuestro necesario Ovide.
Se formó como maestro en la Escuela Normal de Coronda e integró el destacado grupo de los primeros graduados de la carrera de Psicología de la entonces Universidad Nacional del Litoral. Desarrolló su labor docente a través de su aguda y productiva crítica, no sólo en nuestro país sino también en Chile, Costa Rica y Canadá.
Fue declarado Ciudadano distinguido por el Concejo Municipal de Rosario, en reconocimiento de su labor académica centrada en una educación popular y democrática; nombrado Maestro de /a vida en 2008 por el Ministerio de Educación y Cultura de la Nación, donde ocupó el cargo de Director Nacional de Enseñanza Superior, durante la gestión del ex presidente Ricardo Alfonsín; maestro y director de distintos niveles de la enseñanza, institutos de investigación así como programas y proyectos de trascendencia nacional e internacional; destacado en el ámbito de la psicología de la educación. En 2002 fue distinguido como Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional de Rosario.
Se contó entre los protagonistas de la construcción de una nueva disciplina, la Pedagogía Universitaria impulsada en los años 60 en el marco de procesos de modernización institucional. Desde una perspectiva que cuestionaba las estructuras atrasadas, injustas y dependientes en América Latina, pensaba que las universidades tenían que ser motores de desarrollo y se interrogaba por el aporte que esta nueva disciplina podía efectuar para perfilar una institución transformadora. Comprometido en la búsqueda de respuestas, esbozó las líneas sobre las cuales podía desarrollarse un enfoque pedagógico de este nivel de la enseñanza asignando a la Pedagogía Universitaria la función específica de dilucidar el sentido educativo de las clásicas funciones de docencia, investigación y extensión.
En 1987 impulsó desde el Ministerio de Educación de la Nación una reformulación del currículum de la formación de maestros a través del proyecto denominado Maestros de Enseñanza Básica (MEB) que se extendió como experiencia piloto a 60 institutos del país, produjo dos promociones de egresados y fue cancelado abruptamente en 1990. Esta experiencia resultó impactante para la formación de los maestros pues se fundaba en principios que años más tarde atravesarían todos los discursos pedagógicos progresistas: regionalización del currículum, acercamiento entre teoría y práctica, abordaje interdisciplinario de los contenidos y una concepción del aprendizaje basado en la significación y la resolución de problemas. Además, se trabajó sobre una nueva forma de organización institucional centrada en la participación de los alumnos, que hasta ese momento estaba restringida.
Era sencillo en el trato, dialogante, reflexivo y elegante en la expresión; siempre amable, querido por sus amigos, respetado por los colegas. Sin embargo, no fue de palabras a medias, ni entredichas; sabía decir sus verdades con valentía, sin temer consecuencias. Eso lo llevó, muchas veces, a ser políticamente incorrecto.
Sus numerosas publicaciones han sido reconocidas a nivel nacional e internacional. Sería imperdonable olvidar que, además de un intelectual, fue un hombre de letras sensible, inquieto, inteligente, con una vocación poética profunda. Huérfanas quedaron "Filomena" y "Rosa Pirosa" que, sin duda, estarán extrañando a quien las escribiera.
Su nombre sugiere, para todos quienes lo conocimos, muchos recuerdos, muchos calificativos, pero quiero destacar muy especialmente uno: MAESTRO.
Maestro no es sólo quien enseña, sino quien lo hace con el ejemplo, con ese estilo tan personal para pelear el día a día por las propias convicciones, aún a costa de su propio sufrimiento. Y ese fue Ovide: un maestro.
Ésa era la madera de este republicano combatiente de la vida, que sufrió persecución, cárcel y exilio, cesanteado por las dictaduras militares en 1968 y 1976, siempre luchando, en más de 60 años de labor docente, por un mundo más humano y fraternal, a contracorriente de la historia.
Ése también fue Ovide: alguien a quien nada de lo humano le fue ajeno, según palabras de Terencio.
César Vallejo decía: "no es grato morir, Señor, si en la vida nada se deja y en la muerte ya nada es posible". Ovide deja, y mucho. A sus amigos nos queda un hueco, tanto en los aspectos emotivos de la nostalgia y el afecto, como en los de la vida profesional. Pero su gravitación personal perdurará, sin duda, pues más allá de su muerte corporal queda nuestra memoria y más allá de nuestra memoria quedan la trascendencia de sus actos, el altruismo de sus hechos, lo creativo de su obra y la ética de sus actitudes. Todo eso es nuestro, de cada uno, y de él también, y contra eso nada puede el olvido. Lo auténtico permanece a pesar del tiempo
Por eso, por sus actos, por sus hechos, por su obra y por sus actitudes, Ovide, Maestro, no ha muerto. Ha pasado por la tierra y la ha dejado cálida por mucho tiempo.
Se formó como maestro en la Escuela Normal de Coronda e integró el destacado grupo de los primeros graduados de la carrera de Psicología de la entonces Universidad Nacional del Litoral. Desarrolló su labor docente a través de su aguda y productiva crítica, no sólo en nuestro país sino también en Chile, Costa Rica y Canadá.
Fue declarado Ciudadano distinguido por el Concejo Municipal de Rosario, en reconocimiento de su labor académica centrada en una educación popular y democrática; nombrado Maestro de /a vida en 2008 por el Ministerio de Educación y Cultura de la Nación, donde ocupó el cargo de Director Nacional de Enseñanza Superior, durante la gestión del ex presidente Ricardo Alfonsín; maestro y director de distintos niveles de la enseñanza, institutos de investigación así como programas y proyectos de trascendencia nacional e internacional; destacado en el ámbito de la psicología de la educación. En 2002 fue distinguido como Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional de Rosario.
Se contó entre los protagonistas de la construcción de una nueva disciplina, la Pedagogía Universitaria impulsada en los años 60 en el marco de procesos de modernización institucional. Desde una perspectiva que cuestionaba las estructuras atrasadas, injustas y dependientes en América Latina, pensaba que las universidades tenían que ser motores de desarrollo y se interrogaba por el aporte que esta nueva disciplina podía efectuar para perfilar una institución transformadora. Comprometido en la búsqueda de respuestas, esbozó las líneas sobre las cuales podía desarrollarse un enfoque pedagógico de este nivel de la enseñanza asignando a la Pedagogía Universitaria la función específica de dilucidar el sentido educativo de las clásicas funciones de docencia, investigación y extensión.
En 1987 impulsó desde el Ministerio de Educación de la Nación una reformulación del currículum de la formación de maestros a través del proyecto denominado Maestros de Enseñanza Básica (MEB) que se extendió como experiencia piloto a 60 institutos del país, produjo dos promociones de egresados y fue cancelado abruptamente en 1990. Esta experiencia resultó impactante para la formación de los maestros pues se fundaba en principios que años más tarde atravesarían todos los discursos pedagógicos progresistas: regionalización del currículum, acercamiento entre teoría y práctica, abordaje interdisciplinario de los contenidos y una concepción del aprendizaje basado en la significación y la resolución de problemas. Además, se trabajó sobre una nueva forma de organización institucional centrada en la participación de los alumnos, que hasta ese momento estaba restringida.
Era sencillo en el trato, dialogante, reflexivo y elegante en la expresión; siempre amable, querido por sus amigos, respetado por los colegas. Sin embargo, no fue de palabras a medias, ni entredichas; sabía decir sus verdades con valentía, sin temer consecuencias. Eso lo llevó, muchas veces, a ser políticamente incorrecto.
Sus numerosas publicaciones han sido reconocidas a nivel nacional e internacional. Sería imperdonable olvidar que, además de un intelectual, fue un hombre de letras sensible, inquieto, inteligente, con una vocación poética profunda. Huérfanas quedaron "Filomena" y "Rosa Pirosa" que, sin duda, estarán extrañando a quien las escribiera.
Su nombre sugiere, para todos quienes lo conocimos, muchos recuerdos, muchos calificativos, pero quiero destacar muy especialmente uno: MAESTRO.
Maestro no es sólo quien enseña, sino quien lo hace con el ejemplo, con ese estilo tan personal para pelear el día a día por las propias convicciones, aún a costa de su propio sufrimiento. Y ese fue Ovide: un maestro.
Ésa era la madera de este republicano combatiente de la vida, que sufrió persecución, cárcel y exilio, cesanteado por las dictaduras militares en 1968 y 1976, siempre luchando, en más de 60 años de labor docente, por un mundo más humano y fraternal, a contracorriente de la historia.
Ése también fue Ovide: alguien a quien nada de lo humano le fue ajeno, según palabras de Terencio.
César Vallejo decía: "no es grato morir, Señor, si en la vida nada se deja y en la muerte ya nada es posible". Ovide deja, y mucho. A sus amigos nos queda un hueco, tanto en los aspectos emotivos de la nostalgia y el afecto, como en los de la vida profesional. Pero su gravitación personal perdurará, sin duda, pues más allá de su muerte corporal queda nuestra memoria y más allá de nuestra memoria quedan la trascendencia de sus actos, el altruismo de sus hechos, lo creativo de su obra y la ética de sus actitudes. Todo eso es nuestro, de cada uno, y de él también, y contra eso nada puede el olvido. Lo auténtico permanece a pesar del tiempo
Por eso, por sus actos, por sus hechos, por su obra y por sus actitudes, Ovide, Maestro, no ha muerto. Ha pasado por la tierra y la ha dejado cálida por mucho tiempo.