Escudo de la ciudad

Escudo de la ciudad
El escudo de Rosario fue diseñado por Eudosro Carrasco, autor junto a su hijo Gabriel, de los Anales" de la ciudad. La ordenanza municipal lleva fecha de 4 de mayo de 1862

MONUMENTO A BELGRANO

MONUMENTO A BELGRANO
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martes, 23 de julio de 2013

LA VOCACIÓN SOLIDARIA


Volviendo a la inmigración, italianos y españoles iban a traer, por su parte, algo más: un sentido gregario que iba a ser mantenido a tra­vés de la fundación de una larga serie de instituciones asistenciales, de ayuda rhutua o cooperativas tanto como asociaciones de tipo social y cultural. Relevancia especial en la vida de la ciudad tendrían todas ellas, aunque algunas obtuvieran mayor notoriedad por la dimensión de su obra, como en el caso de la Asociación Española de Socorros Mutuos, cuyo impulsor fuera José María Buyo, arribado a la ciudad en 1857 con el propósito, justamente, de fundar una entidad de estas características al servicio de la colectividad, que sería la primera de ese tipo en el país.
Buyo convocaría a sus compatriotas a reuniones celebradas en la casa de otro connacional, José María Arteaga, hasta obtener el apoyo necesario y fundar, el 27 de junio de 1857, la institución que hallaría luego sede definitiva hasta nuestros días en el monumental edificio de la esquina sureste de Santa Fe y Entre Ríos y tendría decisiva influencia en la concreción de otra institución generada por la colonia hispánica: el Hospital Español.
La Asociación había adquirido un predio con ese objetivo, con sus propios aportes y otros provenientes de españoles generosos, como José Arijón y José Piñeiro, y de un matrimonio de eximios actores. Una donación de terrenos, realizada por Rafael Calzada, haría posible apresurar el proyecto, ya que con la venta del predio original se obtu­vieron los fondos para el comienzo de la construcción del centro de salud, en la manzana comprendida por las calles Gaboto, Garay, Mitre y Sarmiento.

Fue en un bar. Unos españoles apasionados y discutidores, enzarza­dos en fogosa controversia se hallaban en el bar que había en el local que fue de la Bolsa. Eran don José Arijón y don José Piñeiro. El arbitro, don Antonio Ferrer, el cual, usando la cordialidad y amistad que los unía impuso, entre bromas y veras, mil pesos de multa a cada uno, a condición de que dicha suma sirviera para base del capital de la sociedad que se for­mase más tarde para el Hospital Español. Y otros gestos tan simpáticos como éste, el de un beneficio dado por aquellos actores, gloria de nuestro teatro, María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza, unido a la generosidad de los esposos Calzada que cedieron los terrenos y a la libe­ralidad de doña Rosa y doña María Piñeiro, constituyen los cimientos de lo que al correr de los años se transformara en una magnífica institu­ción, honra del núcleo hispánico de Rosario.
(Eduardo Miraglia - Francisco Solari: Los españoles en Rosario de Santa Fe. Su influencia en el progreso de la ciudad,
La Cervantina, 1934)

La idea de la construcción del hospital comenzó a germinar en 1905, en las habituales reuniones que se celebraban en el Centro Español, y la condición solidaria de aquella institución nacida del empuje de los españoles de Rosario se vería reflejada incluso en el dis­curso inaugural de Juan B. Quintana: Al doliente que llame a sus puertas no le será preguntado cuál es su patria ni cuál su religión. Será atendido en la medida de nuestras fuerzas para que alivie sus dolores y refuerce su moral; y si con ello podemos dulcificar horas amargas de la vida de nuestros semejantes, habiónos cumplido con el precepto divino: "Amaos los unos a los otros".
Los italianos contarían asimismo, ya desde el siglo XIX, con instituciones de similar carácter. Sería el caso de la Sociedad de Socorros Mutuos Unione e Benevolenza, cuya fundación data de abril de 1861 y se originó en el espíritu solidario de inmigrantes republicanos, con mayoría de ligures (como Boglione, Questa, Lando, Rivarola y otros), cuyas simpatías se inclinaban por Mazzini. En sus salones se reuniría la colectividad italiana ante los eventos más disímiles, desde las protestas colectivas a los actos patrióticos, y desde su entrada principal solían partir los desfiles y las manifestaciones, según los casos. La sociedad, que en el siglo XX contaría con sus propios servicios de salud, daría origen dos décadas después, a raíz de un desprendimiento de asocia­dos, a otra entidad perdurable: la Mutual Giuseppe Garibaldi, de 1881. En ella se enrolarían, asimismo, italianos provenientes de la Liguria, como los impulsores Ricardone, Pinasco, Castagnino, Recagno, Copello,Tiscornia y otros.
En su seno germinaría, años más tarde, el proyecto de construc­ción de un hospital destinado a la atención de los connacionales, cuya inauguración se produciría el 10 de enero de 1892, bajo la denomina­ción de Hospital Italiano Garibaldi, en el primigenio edificio de calle Virasoro. También en este caso serían importantes apellidos de la bur­guesía rosarina, de origen itálico, quienes contribuirían desde el comienzo con sus aportes económicos y su integración a la conduc­ción inicial del por entonces flamante centro de salud, como Luis Pinasco, José Mangiante, Esteban Frugoni y José Castagnino. El ciclo del hospital, cuyo primer director fuera el médico Agustín De Negri, se mantiene vigente en nuestros días.
El hospital, como su vecino el Hospital Rosario (actual "Clemente Alvarez"), se emplazó en realidad en los terrenos que durante buena parte del siglo XIX correspondieran a la llamada "Quinta de los Ála­mos", un predio de cerca de diez hectáreas que sirvió de lugar de expansión a varias generaciones de rosarinos de esa zona de la ciudad, por entonces escasamente poblada.
Otras instituciones italianas que habían sido constituidas ya en el siglo XIX, se ocupaban de actividades que iban desde la defensa de los derechos de las mujeres trabajadoras, como la Societá degli Operad Italiani, de 1872, a la actividad social y cultural, como el Círcolo Italiano, fun­dado una década después y que en 1901 se fusionó con el Casino Italiano Campidoglio, surgido en 1870, constituyéndose en una de las instituciones relevantes de la ciudad de los primeros treinta años del siglo XX y de cuyo imponente edificio subsiste aún la planta alta (ganada por el abandono) en la esquina sureste de Mitre y Córdoba.
Su primer presidente sería Humberto Guerzoni, gerente del Banco de Italia, y en sus comisiones directivas iniciales pueden hallarse los apellidos de rigor: Copello, Queirolo, Pusterla, etc. El Club Italiano, fundado el 14 de diciembre de 1914, con sede en Buenos Aires 1052 concentraría, desde 1922, las actividades recreativas de la colectividad, y allí recalaría, al fusionarse ambas entidades, la valiosa biblioteca del Círcolo Italiano. También dedicada a la ayuda a los connacionales, ya fuera económica o de trámites ante los poderes públicos, estaría (y lo está hoy, cien años después) la Societá Italiana Umberto Primo, en cuyos salones se celebraron asimismo, en los primeros años del siglo pasado, conferencias y encuentros de diversas características.
Este tipo de asociaciones no sería extraño por cierto a otras colectividades extranjeras de Rosario.Ya en el siglo XIX se habían constituido varias de ellas: como el Stranger's Club, en 1871, que nucleaba a ingleses y alemanes; la Sociedad Austro-Húngara de Socorros Mutuos, fundada en 1882, la Anglo-Norteamericana de Socorros Mutuos, de 1890; la Israelita de Beneficencia, de 1892, la Sociedad de Beneficencia Francesa, de 1854,1a Sociedad Filantrópica Suiza, de 1868, y otras.
Al espectro de la sociabilidad corresponderían, a su vez, las dece­nas de asociaciones y centros recreativos de italianos y españoles, que mantenían vivos en ellos los sentimientos de nacionalidad y el amor al terruño, y servían para que el extranjero encontrara mucha otra gente como él, necesitada de cierto grado de contacto social, ávida de escu­char voces amigas en una lengua común, deseosa de cantar las cancio­nes de su infancia y de bailar las danzas populares nunca olvidadas, desde la tarantela a la jota o la ceremoniosa sardana.
En el caso de los españoles, algunos ejemplos, entre muchos, son los del Centre Cátala, que uniría a lo expresado una intensa tarea en lo cultural, a partir del 2 de marzo de 1901, cuando se funda como el primer "casal" de Cataluña fuera de España, en todo el mundo; el Centro Asturiano, también el primer núcleo institucional de ese ori-gen en América Latina, fundado el 1° de noviembre de 1904 como (¡entro Recreativo Asturiano, con la presidencia honoraria de Rafael ( lalzada y la efectiva de Cornelio Peláez, y constituido definitivamente como Centro Asturiano en septiembre de 1907, con sede inicial en Corrientes 852.
No menos relevante sería la presencia en la ciudad del Centro Vasco, inicialmente nacido como Euzko Batzokija Zazpirak Bat en julio de 1912 y cuya primera sede se emplazaría, al año siguiente, en Córdoba 679; el Centro Navarro, de 1913, instalado entonces en una vivienda de Balcarce al 100, o el Centro Andaluz, que en septiembre de 1915 se constituiría en los altos de Rioja y San Martín. Otra connotación mucho más vinculada a los sentimientos demo­cráticos de buena parte de los españoles de allá y de aquí tendría otra entidad cara a esos sectores: el Centro Republicano Español, nacido simultáneamente con el ascenso del autoritarismo de Miguel Primo de Rivera en 1923. En él, el pensamiento liberal y republicano encon­traría amparo y fuente generadora de actividades de difusión, de la mano de algunos de sus más decididos defensores como J. Daniel Infante, Eugenio Fornells, Agustín Benítez de Castro, Modesto Pujol, Emilio Salvat y muchos otros. Similar tinte "político" tendría su ante­cesora, la Asociación Patriótica Española (1899).
De definida connotación política, como la anterior, serían tam­bién instituciones italianas nacidas la mayoría de ellas ya en las pri­meras décadas del siglo XIX, cuando la división entre republicanos y monárquicos tenía plena y ardorosa vigencia, como la Societá Príncipe di Nápoli o la Societá Fratellenza Repubblicana, contemporá­nea de aquélla.
Fuente: Extraído de Libro Rosario del 900 a la “decada infame”  Tomo I Editado 2005 por la Editorial Homo Sapiens Ediciones