El oeste rosarino se incorporó tardíamente a la urbanización de aquella originaria Villa del Rosario que asentara sus reales, Inicialmente, en lo que hoy es el radio céntrico de la ciudad, alrededor de la capilla mencionada en forma reiterada como el núcleo de aquellas primeras viviendas
precarias, ranchos en realidad, en las que se
instalarían, como protagonistas de una gesta nacida en pleno desierto,
españoles y criollos.
Hacia finales del siglo
XIX todavía esa zona del oeste era un
despoblado con las características cerriles de todo ámbito parecido, pero donde ya se habían producido parcelamientos, donde existían propietarios de la tierra y donde, también, ya
algunos verdaderos pioneros, cuando no visionarios, avizoraban en aquellos
predios desolados una futura concentración urbana que el transcurrir del tiempo
tomaría tan cierta como inevitable.
Quien recorra hoy el
viejo barrio Echesortu —que conserva orgullosamente su antigua nomenclatura,
hoy modificada por una reglamentación municipal pero no por uso de la gente—,
Belgrano o Fisherton que son los tres grandes conglomerados del oeste
rosarino, no imaginará seguramente que detrás del movimiento comercial del
primero, del lento progreso y del paulatino aumento demográfico del segundo y
de la apariencia residencial aún visible del último, se esconde una parte poco
conocida de la historia del crecimiento de la ciudad.
Es que, en esencia, en aquellos barrios del Oeste faltó el protagonismo
que sólo se concede, generalmente, a determinados lugares, a determinados
períodos de tiempo y a determinados personajes. La historia de Rosario, o por
lo menos lo que de ella han recogido puntualmente los cronistas e historiadores,
desde Tuella a Juan Álvarez o Mikielevlch, ocurrió fuera de ese ámbito:
revoluciones, grandes mítines, construcciones oficiales relevantes (el
Correo, el Palacio Municipal, la
Jefatura política, la Asistencia Pública),
el puerto, los parques, los boulevares "a la francesa", se
concretaron lejos del oeste.
Por la zona quedó, sin embargo, la otra
historia: la de su propio nacimiento, la del desenvolvimiento de barriadas
populares, de pequeñas industrias a veces artesanales, de comercio, de clubes
mucho más modestos que los que se levantarían en otros barrios rosarinos: de
vida de trabajo...
En esa historia es que
entran, entonces, todos los hechos de una larga crónica que relata la formación de esos barrios, de los primeros
pobladores, de los olvidados paisajes iniciales ahora convertídos en memoria por el tiempo. Una parte
todavía considerable de todo eso puede advertirse aún en muchos rincones del oeste rosarino: en calles que se mantienen como hace treinta, cuarenta años; en
construcciones que exhiben orgullosamente criterios avanzados para su época y
en otras que sólo pueden mostrar —con humildad— cómo los anos han deteriorado
sus muros pero no su encanto, palpable en una enredadera, en un tejado, en
una ventana solitaria.
La periferia, el allá lejos de una ciudad que
empezaba a crecer con ritmo sostenido de la mano de su puerto y de su propia
pujanza comercial e inmigrante, tal vez hubieran sido los arrabales de una novelada
relación urbana que nadie escribió hasta ahora. Sin embargo, quedaron sólo en
nuevos barrios, surgidos cuando ya Rosario había consolidado su condición de
ciudad, aportando a su progreso nuevos paisajes, mayor desarrollo y la
posibilidad de una expansión que. en los planos sucesivos que dibujaba el mapa
rosarino, aparecía como indetenible.
Baldíos interminables, vizcacheras que convertían en peligrosa la
travesía de caballos y carruajes, altos yuyales, constituían hacia 1880 el
paisaje de ese sector de la ciudad.
Alguna curtiembre, algún almacén de ramos
generales, alguna antigua capilla como la de San Francisquito —en el actual
barrio Bella Vista— y alguno que otro adelantado que plantara allí su vivienda,
completaban una escenografía que, en apenas medio siglo, se tornaría como casi
inimaginable por lo distinta.
Pero eso ocurriría
después de la conquista del oeste. Cuyas tierras, por lo demás, tenían también una historia común...
Fuente: extraído de la revista
“Rosario, Historia de aquí a la vuelta Fascículo Nº 18 . De Enero 1992. Autor: Alberto Campazas