Por Rafael Ielpi
Una versión de otro clásico gauchesco, Hormiga
Negra, dirigida por Antonio Defranza en 1927,
que no logró perduración por su calidad artística, antecedió a un intento de
mayor suceso, también basado en temas gauchescos: La
leyenda del mojón, cuyo argumento glosaba
un largo poema narrativo del payador uruguayo Juan Pedro López, texto que
gozaba de enorme popularidad entre el nutrido público adicto a la poesía
nativista y que incluso llegara hasta nuestros días convertido en una parodia
plagada de obscenidades sobre el texto ori-l'.mal que comenzaba con la conocida
décima introductoria: Llovía torrencialmente
/ y en la estancia del Mojón, I como
adorando al fogón/ estaba tinta ¡agente. I Dijo un viejo de repente: / Les voy a contar un
cuento / aura que el agua y el viento/ tráin a la memoria mía/ cosas que naipes
sabía/ y que yo
diré al momento.
La película tuvo como directora Camilo Zacarías
Soprani, al que debe reconocerse con justicia entre los pioneros del cine en la
ciudad, y como intérpretes, a una serie de noveles actores encabezados por
Antonio Calabria, quien había fundado en Rosario la primera academia
de actores cinematográficos, que funcionó primero en
un local de Rioja entre Paraguay y Presidente Roca, luego en otro de Córdoba y
Dorrego y finalmente en San Luis 3322. Allí llegó a matricularse la nada
desdeñable cifra de 150 alumnos, que abonaban una inscripción de 10 pesos,
suma también importante para la época.
Superado un duro enfrentamiento con el payador
López, que enterado de que se iba a utilizar su texto sin su consentimiento
llegó a amenazar de muerte a Soprani, hasta acordar el pago de 1.500 pesos por
derechos de autor, aquel dramón gauchesco (porque eso era) fue filmado con la
precariedad que imponían la carencia de productores solventes y de equipamiento
adecuado. Con una pesada cámara que cargaba 120 metros de película, cubriendo
paneles de cartón con papel de estaño para aumentar la intensidad lumínica o
filmando cuando había sol, Soprani se las ingenió sin embargo para avanzar en
su obra.
La ya anteriormente mencionada "Ranchada de
Vélez" en Alberdi fue utilizada como el escenario casi excluyente, aunque
algunas escenas de la película fueron rodadas en una estancia cordobesa de
Isla Verde, incluida una lluvia generada a fuerza de mangueras y regaderas, y
otras en los terrenos del viejo Matadero municipal, como las escenas de una
doma; mientras tanto las anécdotas y avatares del rodaje se asemejaban a las
peripecias que debieron protagonizar Queirolo y su equipo con su Moreira
fílmico, tres años antes.
Lo cierto es que, superado el enojo de Juan Pedro
López, que accedería incluso a presentarse "en vivo" en el estreno,
las duras estrecheces presupuestarias y la inexperiencia de gran parte del
elenco, Soprani pudo terminar la filmación y La
leyenda del mojón estuvo lista para su
exhibición. Antonio Calabria, que asumiría el nombre artístico de Armando Dix,
encarnó al protagonista en su juventud y en la vejez mientras que Estela
Bertana tuvo a su cargo el papel de la esposa, seducida por el malvado de turno
a cargo de Juan Tenorio, que en este caso no era seudónimo sino nombre real.
Norma Carretero, tiznada convenientemente para hacer de negra, y Alejandro
Arguello, como el capataz de la estancia, se contarían entre los acto res principales.
El resto de los personajes estaría a
cargo de los alumnos de la academia de Calabria: un grupo de gente empeñosa
entre los que había peones de albañil, pintores de brocha gorda, pantaloneras,
ferroviarios, modistas, mecánicos, todos ilusionados con la posibilidad de
entrar triunfalmente en el mundo mágico del cine. Poco antes del estreno, un
parte de prensa daba un adelanto del tenor de la historia filmada, una mezcla
de pintoresquismo gauchesco, con un drama que incluía dos asesinatos, traiciones
y venganzas y música, bailes y destreza criolla en abundancia: Riñas
de gallo, juegos de taba, carreras en pelo y a pura lonja; pericón nacional, el
gato, el malambo, carreras de sortijas, doma de potros, etc., son las
características pintorescas de esta película cuyo argumento dramático tiene el
tinte de una verdadera tragedia gaucha, doblemente impresionante por
desarrollarse esos hechos en plena pampa y durante una noche tormentosa y de
viento huracanado...
El estreno ocurriría el 16 de noviembre
de 1929 en el "Gran Cine La Bolsa", luego devenido en cine
"Broadway", en San Lorenzo 1223, ante una sala totalmente colmada por
un público que a poco estuvo de provocar un escándalo mayúsculo en procura de
las entradas, que resultaron insuficientes para el gentío convocado por la
novedad cinematográfica y por el agregado de una
gran orquesta típica criolla compuesta de 10 bandoneones, con asistencia del
autor Juan Pedro López, celebrado poeta y payador, como anunciaban los afiches publicitarios. López cantó
e improvisó como parte del espectáculo y la velada se convirtió en todo un
acontecimiento, aunque la película no entraría tampoco en la historia del cine
argentino por sus méritos.
Sin embargo, se proyectó durante casi una
semana en la aludida sala, un hecho inusual entonces, para comenzar después su
periplo por distintos cines y locales de la ciudad y continuar luego por el
interior, en especial en localidades de Santa Fe, Entre Ríos, sur de Córdoba y
norte bonaerense. Más de un lustro después, todavía los rollos de La
leyenda del mojón eran transportados de
pueblo en pueblo para ser exhibidos.
El
propio Soprani, después del estreno, recorrería kilómetros con su película bajo
el brazo, presentándola durante varios meses con el aditamento de un cantor,
que le ponía emoción en vivo a la historia filmada. El director recordaría esos
avatares, mucho después, en una nota
evocativa de La Capital, en noviembre de 1965, cuatro décadas más tarde: Concluida la
función, a medianoche, ya todos tranquilos, venía la churrasqueada, en la que
no faltaban nunca criollos que desafiaran a un contrapunto a mi cantor y la
reunión se transformaba en una fiesta que duraba hasta el amanecer...
También de 1927 es la aparición, en la
programación del cine "San Martín", y siguiendo la moda de los temas
gauchescos en el incipiente cine nacional, de una versión nacional de Martín Fierro, con Nello Cosimi, el actor de las
primeras películas mudas en el país, junto a El velorio del angelito, que pese a su dramático nombre era, según
el programa, un divertido sainete.
Un
intento anterior, de 1918, iba a ser mucho más interesante y digno de atención:
El último malón, dirigida y escrita por Alcides Greca,
única experiencia cinematográfica del novelista, cuentista, abogado y político
radical santafesino, cuyos Cuentos
del comité constituyen un aporte valioso a la literatura
costumbrista. Couselo ponderó objetivamente sus valores: Por el lado documental, se adelantó
al cine-verdad, reconstruyendo la última rebeldía indígena, que fue la de los
mocovíes en San Javier, en el norte de Santa Fe, en 1904. Del enfoque
equidistante y la representación de los hechos en los lugares donde habían
ocurrido, hasta con algunos de sus personajes reales, quedó un pasmoso
testimonio, que apenas merece el reproche mínimo de una interpolación
romántica.
Ya
sobre 1930, el furor del teatro había decrecido en la ciudad, y los grandes
espectáculos operísticos y las grandes compañías empezaban a ralear
definitivamente. Sería el cine, entonces, en especial con la irrupción del
sonoro, quien posibilitaría a hombres y mujeres un.i recreación regular y
económica, a la vez que el acceso a un arte en permanente superación estética
y técnica.
Superado el primer momento de
rechazo, el cine sonoro terminaría imponiéndose de manera absoluta y el mudo
quedaría confinado a los archivos y colecciones de cinéfilos. Si bien muchos
rasgos de la etapa inicial, la heroica, se mudaron al espectáculo que hoy
conocemos, no menos cierto es que, con la retirada de circulación de aquellos
filmes todo un mundo de múltiples amores desapareció.
(Pujol:
op. cit)
La magia del cine seguiría siendo
parte entrañable de la vida de varias generaciones y en algunos casos (para
muchos rosarinos) una real
pasión cotidiana, cuando ya sobre el filo de la
década del 30 con la
aparición del sonoro, muchos de los grandes actores
y actrices del cine mudo entraban definitivamente en el ocaso, condenados por
sus voces o por la falta de adaptación a aquella peligrosa novedad, que para algunos de ellos iba a ser todo lo contrario del "happy end"
tan caro, a Hollywood.
Fuente: extraído de libro rosario del
900 a la “década infame” tomo VI editado 2005 por la Editorial homo
Sapiens Ediciones