Por Julio Chiappini
1- Una
benemérita iniciativa
En 2006 la municipalidad de Rosario editó un bello volumen sobre
Emilia Bertolé: excelentes artes gráficas y reproducciones de sus obras. Y
elaborados textos de Nora Avaro, Rafael Sendra y Raúl D'Amelio. Se trascriben
también 51 poesías de Emilia (a quien ahora llamamos así de puro confianzudos
que somos). Patentizan a la mujer superior: gran pintora y poetisa cuyos
versos no delatan ningún esfuerzo de su parte. Tersas líneas que incluso acaso
deriven más que del estro poético espontáneo de impresiones acerca de su
propia vida. De ser así, lleva razón Proust en el libro XV de "En búsqueda
del tiempo perdido": "Yo había llegado a la conclusión de que para
nada somos libres frente a la obra de arte; que no la hacemos a nuestro
albedrío sino que, preexistente en nosotros, debemos descubrirla; puesto que
es necesaria y, a la vez, está escondida, tal como una ley de la
naturaleza".
2- Sumarios
datos
Emilia Isabel Bertolé nació en El Trébol el 21 de junio de 1896. Diego
A. de Santillán, que en realidad se llamaba Sinesio García Fernández, por
discreción de caballero omite consignar la techa de nacimiento. José León
Pagano ("El arte de los argentinos", edic. 1981, p. 193) habla de
1898. Y lo mismo Slullitel en su "Cronología". La copiosa y hasta
oceánica Enciclopedia Espasa también tiró sus dados: 1900. Y tanto Lily Sosa
de Newton como Gloria de Bertero la remontan a 1901. Cuando la exposición
"50 años de pintura argentina" que el Museo Castagnino hizo en 1980,
Bertolé, que en realidad debiera escribirse con acento grave, de izquierda a
derecha, típico de Italia del sur, aparece en el catálogo, de vuelta, como
nacida en 1898. Otros historiadores, en cambio, la prescinden. Abstención que
justifica el gracejo de María Elena Walsh: "antojo-lías". Una
demostración de que no todo retruécano es un idiotismo. Bertolé murió en
Rosario el 25 de julio de 1949. Según Manuel Gálvez, en "Recuerdos de la
vida literaria", de tuberculosis. Según su familia, de un derrame
cerebral. Según otra versión, de cáncer: estaba completamente desmejorada y
pesaba 48 kilos. Como vemos, disparidad de datos. Lo cual no significa que las
crónicas resulten un acertijo. Y después de todo están sujetas a que el error
sea posible, probable y hasta inevitable. Y si no existiera, tendríamos que
inventarlo. Antonio Francesco Marino, su padre, era italiano de Cazal
Monferrato, provincia de Alessandria; y llegó a la Argentina en 1870. En 1887
se casó con Rita Enriqueta Gilli. Tuvieron cuatro hijos, de los cuales Emilia
la menor. En 1891 el matrimonio se instaló en El Trébol. El Trébol derivó de
ventas de fracciones a colonos que en 1889 hizo la Argentine Land Investiment
Company Limited. En 1890 se inauguró su primer servicio ferroviario: las
arterias del país que con los años desmantelamos. Lo cierto es que Antonio
atendía en un despacho de bebidas. Luego se progresó lo consabido en la
incipiente villa: juez de paz, comisario, telégrafo y hasta elecciones
comunales en 1913. Los Bertolé vivieron en distintos lugares seguramente que
en búsqueda de mejor supervivencia. A fin de siglo en Rosario; a la que
volvieron en 1905 enseguida domiciliados en Córdoba 3745. Emilia estudió dibujo
y pintura con Matteo Casella. En cuya escuela expusieron, en 1912, Alfredo
Guido, Caggiano, Musto, Cochet, Herminio Blotta y, con cierto revuelo, la
joven-císima Emilia. Que en 1919 se radicó en Buenos Aires sobre todo para
pintar retratos encargados por la "burguesía". Palabra que a veces se
usa despectivamente pese a que es un lecho de rosas si es que ahí accedemos;
tras los codazos, garrochismos y ocasionalmente méritos de rigor. En tanto,
los retratos que decíamos eran una moda, y la moda no incomoda, en las clases
medias y altas. Un símbolo de prestigio social y una manera metafórica de
perpetuarse. Es que ya de entrada alerta y hasta alarma Heidegger: "el
hombre es un ser hacia la muerte".
Emilia también tenía anhelos intelectuales ajenos a la pintura de
caballete. De manera que se incorporó al grupo Anaconda, más tertulias que otra
cosa, comandado por Horacio Quiroga. Que se enamoró de ella. Lo cual resulta
bien previsible pues era muy atractiva y Quiroga, como Borges, un enamorado
del amor. Desoyéndose así cierto proverbio hindú: "Quien va en busca del
amor, se pierde a sí mismo".
En 1927, de Emilia y con tapa del rosarino Alfredo Guido (1892-1967),
se editó su único libro de poesías: "Espejo en sombra". Título ya
insinuamos que algo autobiográfico. No obstante, por suerte quedaron sueltos
muchos otros versos. Publicó además notas periodísticas varias en revistas de
actualidad. Incluso tapas de El Hogar, cuyo ciclo fue 1904-1962, y Sintonía.
Julio de Caro, Libertad Lamarque, Ignacio Corsini, Hugo del Carril y Ada Falcón
fueron algunos de los favorecidos por su moderadamente abigarrada paleta.
Apareció incluso en propagandas en esas revistas. Por ejemplo con el esmalte
Cutex y ella que decía: "No importa lo que haga: mis uñas son más
brillantes más tiempo". Digo al pasar que "Sintonía" era de
1933; "Radiolandia" de 1927 y "Antena" de 1930. El
semanario "La canción moderna", de 1928; y "Micrófono" de
1935. Eran tiempos en los que la farándula (radio, teatro, cantantes, la
revista porteña, el cine y la discografía iniciáticos, los escándalos y
pecadillos de "los famosos") convocaba casi hasta la locura. Casi
tanto como ahora. En los años veinte habían principiado los radioteatros con
grandes protestas de los adustos en cuanto a la broadcasting. Bien que,
seguramente, estos fiscales los escuchaban a hurtadillas: la fascinación por lo
prohibido. Además la radiotelefonía crecía de lo lindo: de 1000 receptores en
1922 a 1.500.000 en 1936.
Radios Belgrano, Splendid, El Mundo, Porteña. En 1937 una radio por
ejemplo Ethersone o Superb valía $ 150, bastante plata, una buena revista
costaba 20 centavos. Eran radios a válvula en general llamadas, por su forma,
"capillitas". Demoraban en oírse pues las válvulas tenían que
calentarse un poco. ¡Paciencia, mis amigos! Y os prometo que habrá más noticias
para este boletín. Retomamos ahora, y ojalá que sin haber perdido demasiado la
ilación: en 1944, con apremios económicos, Emilia volvió a Rosario. Muertos
sus padres, ella, que era muy familiera, se desbarranca. Primero alojada en el
hotel Palace, de Corrientes y Córdoba, y luego en casa de su prima Chona Gilli,
Córdoba 3969. Ya había presagiado que "Estoy desganada. Vivo descontenta.
No creo haberlo dado todo. Y a pesar de ello, me siento superior a mi obra.
Tal vez eso sea fatiga. He sido precoz y de aquí probablemente mi cansancio...
Presiento que voy a morir joven... Quisiera morir en posesión de la belleza y
estar sola en ese instante".
Fue enterrada en el cementerio de La Piedad. En 1954, sus restos
trasladados a El Salvador: la municipalidad donó un nicho a perpetuidad en su
memoria. Desperdigada, queda su prolífica obra. Uno se pregunta, incurriendo en
la ucronía de la historia o historia contra fáctica: ¿adonde hubiera llegado de
vivir diez años más y haber podido pintar lo que quería y sin apuros de
dineros? A nada, clamarán los que emplazan en la desdicha la mejor fuente de la
creación. Sería algo así como el precio que paga la felicidad. Esto es como el
honor ajeno: el que lo compra, siempre paga más de lo que vale.
En Rosario, el Centro municipal suroeste, que está en Francia al
4400, se llama "Emilia Bertolé". Y en Ovidio Lagos al 6.900 desemboca
una calle con doble nombre: 2133 o Bertolé. Estampillas que la conmemoren, en
cambio, ninguna. Algo inexplicable.
3- "Yo no
me quiero casar. ¿Y usted?"
De joven, hacia 1918, Emilia tuvo un novio, Nito Cairola, oriundo de
Máximo Paz. Siempre resultó muy guapa, casualmente porque lo era, para los
hombres; por lo cual candidatos y pretendientes no le faltaron. Pero prefirió
quedarse soltera; por destino o por inteligencia; ya que los hombres somos
desagradables (cierto que en distintas escalas zoológicas). Probablemente
escapaba a los halagos. Y, entonces, a la consagradas reglas: los hombres aman
con los ojos y las mujeres con los oídos. Y las mujeres quieren que las
quieran y los hombres quieren -queremos- que nos admiren. De allí el fenomenal
éxito que lucen todas las parejas en este rumboso mundo.
Como sea, ella comenta así su celibato, que a veces mal equiparamos a
la castidad: "A menudo la soltería es una casualidad como la inapetencia.
En mí se produce un definitivo horror a los formalismos... Ya estaría casada si
hubiera encontrado el hombre que me tomara de improviso; que, por ejemplo, al
salir de mi casa me sujetara de un brazo llevándome sin trámites al registro civil.
Quedarían salvados numerosos e inconcebibles detalles del aparato nupcial. ..
Todos esos conocidos momentos del noviazgo me parecen un antídoto del amor...
¿El amor? Creo en el amor: lo veo pasar fatal y magnífico desde el rincón de mi
indolencia -de mi infinita indolencia-, y mis ojos que aman las cosas indecisas
y lejanas, más de una vez lo han seguido curiosamente hasta verlo desaparecer
más allá de todos los caminos".
Por lo que cuenta al principio, se ve que quería un casamiento exprés.
Tal vez ninguno como el de Stephen Robert Koek Koek: caminando en Rosario y por
la calle vio a una mujer en un dintel y le preguntó si quería casarse con él.
La mujer le contestó que sí. Más celeridad imposible. Pero Oscar Wilde:
"En el amor hay una pequeña tragedia y una gran tragedia. La pequeña tragedia
consiste en que te digan que no. La gran tragedia consiste en que te digan que
sí".
Recordemos que en tiempos de Emilia regenteaba la frase de la madre de
Bor-ges: "La carrera de la mujer es el matrimonio". Pasa que Emilia
había emprendido su propio camino que era su refugio. Además probablemente
sabía, o al menos intuía, que detrás de toda gran mujer hay un hombre que la
quiere detener. Y entonces capaz que pensó: "conmigo no".
4- La obra
artística
Bertolé creo que fue, y ¿me atreveré a opinarlo?, la mejor pintora que
dio el país. Juicio desde luego falible y apelable. Porque muchos se embelesan,
verbigracia, con los astroseres de Raquel Forner; y con tantas otras sublimes
obras surgidas de las aristocráticas manos femeninas. Siempre con poco dinero
(mantenía a parte de su familia), lo que más pintó Emilia fueron pasteles, su
caballito de batalla. El pastel, como la tempera, es una técnica intermedia
entre el óleo y la acuarela.
El pastel, que encontró en Degas su cumbrera (por ejemplo, cantidad de
sus bailarinas y desnudos son pasteles) y que entre nosotros fatigó Victorica,
se hace más rápido y con materiales menos onerosos: tiza blanca molida y
colores en polvo. Se presta mucho a traducir la luz. Y lo mismo los crayones y
"ceritas", que hacen las veces. El asunto es que Emilia dejó óleos espléndidos:
fue al pastel lo que Uriarte fue a la acuarela. Su modus vivendi. Por ingresos
o por la súbita impaciencia de los talentos. De todos modos hay que medirlos
por sus mejores obras que son, y no queda otra, los óleos. Y vaya que fueron
pintores. Juan Carlos Lier, en "Breve evocación de Emilia Bertolé"
("La Capital", 20 de enero de 1963), asesta que sus cuadros
"parecen haber sido pintados a la luz de la luna. Sus caras de mujeres y
entre ellas, destacándose, su autorretrato, parecen imágenes de ensueño,
hechas con humo coloreado, capaz de disolverse a la primera ráfaga de viento.
Ejercen con ello la sugestión de lo sobrenatural". Al margen de alguna
hipérbole, que uno también hubiera suscripto máxime tratándose de damas, una
manera de describir su pintura. Que se repartió entre retratística (su
fuerte), naturalezas muertas, flores y no muchos más motivos. De manera que no
abarcó tanto pero apretó mucho. Tuvo un gran futuro en el pasado. Por sus
apuros, su arte tuvo que condescender con el oficio y, como todos los pintores
pues todos se repiten en temáticas, con la artesanía. Con lo decorativo pues
había que vender, y con lo que Slullitel le endilgó: "soluciones
académicas". Que son, uno supone, el principio y el fin de la pintura
figurativa convencional.
Lo cierto es que, a diferencia por ejemplo de Musto o Schiavoni, se
negó a los colores estridentes. Gustaba más a veces, sobre todo en los
pasteles, de cierta languidez, de veladuras, de la luz vaga de alguno de los
dos crepúsculos del día.
Que Bertolé fue también una eximia dibujante lo acreditan su miríada de carbonillas. Firmaba sus obras pero no fechaba todas. Y entonces el crítico de arte, que suele ser un pobre que indica a los ricos dónde están los tesoros, ha de reconstruir aunque sea a los ponchazos. Acerca de una mujer que demostró con creces que la pintura no cuenta con un monopolio de varones. Por algo Cochet le impuso fronteras: "No se puede exagerar la trascendencia de su obra de pintora". No contento, agregó que elevó "un poco" a las gentes "por sobre su craso materialismo". Un poco. No olvidaba comentar que el Museo Castagnino cuenta con varias obras de Bertolé. Y creo que debería deslizar algunas en la llamada "exposición permanente". Bien que, y como me retó Vanzo una vez, "El gusto no es un juicio estético".
FUENTE: Extraído de la
Revista “ Rosario, su Historia y Región. Fascículo Nº 135 de Noviembre de 2014