Por ADA LATTUCA*
ALICIA S. MORENO**
Considerando válida la interacción establecida entre la explotación agrícola y el surgimiento de talleres artesanales convertidos a posteriori en establecimientos fabriles, creemos de sumo interés identificar el crecimiento de Rosario con la actividad manufacturera, para poder así comprender y valorar la participación activa que le cupo a los inmigrantes, especialmente a los italianos, en la evolución económica y social de esta ciudad.
La decepción provocada por la carencia de leyes protectoras de la inmigración ante la imposibilidad de acceder a la propiedad de la tierra, la pérdida consecutiva de cosechas por sequías y el acecho permanente de plagas rurales, provocó que un gran número de los trabajadores del campo se vieran expulsados y se aglutinaran en centros urbanos,' cuyas capacidades receptivas eran limitadas para cubrir sus más acuciantes necesidades.
No obstante Rosario abrió sus puertas y en pocos años cambió su fisonomía adquiriendo características peculiares aportadas por el elemento extranjero y desempeñándose en uno de los roles más importantes de la red fabril Paraná Plata.
Uno de los primeros pasos de esta actividad fue la transformación de materias primas que el campo ofrecía —granos, maderas, carnes, etc.— permitiendo la elaboración de sus derivados.
La Argentina finisecular acusó un brusco cambio al convenirse de país importador en proveedor de harinas. Nuestra ciudad, que no se mantuvo al margen de tal transformación, incrementó la elaboración de productos afines merced a la construcción por ejemplo de importantes molinos dotados de modernas maquinarias, técnicas avanzadas y numeroso personal, como el Molino La Estrella de Marcelino Semino y el Molino Nuevo de la firma D. Ferrari Hnos. entre otros.
Si bien ya señalamos la importancia de la creciente evolución en el procesamiento del trigo, no podemos desconocer el incremento del consumo de dicho producto para la fabricación de "pastas", hábito alimenticio que habían introducido los emigrados itálicos, consumidas por un mercado que pronto asimiló el degustar dicho plato.
La participación de los peninsulares en la industria de panificación fue muy activa, perteneciéndoles un 50 % de los establecimientos hacia fines de siglo. Era común verificar la elaboración de diversos tipos de pan, de acuerdo a las nacionalidades asentadas en nuestro medio.
A los piamonteses se les debe la introducción de una variedad denominada "pan grissino" con características nuevas como ser el carecer de miga, logrando una amplia difusión. No obstante, al preocuparse las panaderías por ofrecer un buen producto a la población migrante, había descuidado el destinado a una gran masa de población nativa, que todavía no se había adecuado a esos nuevos tipos de elaboración. De acuerdo ala documentación consultada se comprueba una constante denuncia en periódicos y ante organismos municipales, por la baja calidad de los ingredientes utilizados en el "pan para los nativos", provocando la promulgación de sucesivas ordenanzas reglamentarias de calidad y pesos, que dieron como resultado reiteradas huelgas de panaderos que se veían constreñidos normativamente en su labor.
Resultaron, además, estos establecimientos un centro de trabajo para ci inmigrante sin oficio que, ante la carencia de adecuadas ofertas en el sector agropecuario, debía permanecer en la ciudad. El desempeñarse en calidad de ayudante le significaba, pese al magro salario recibido, la seguridad de hallar un lugar para su reposo, destinando a ese fin un incómodo camastro o la dura tabla de elaboración del plan, lo que provocó Una serie de movimientos reivindicatorios de este sector a lo largo del pasado siglo.
Dentro de los hábitos transplantados por los inmigrantes, detectamos un relevante incremento en el consumo de leche y sus derivados: la ntca y los quesos, no - obstante el vedádo acceso a la población de escasos recursos por el precio relativamente ajto de estos productos. En un editorial, se expresan juicios muy severos al respecto: "En el país de las vacas el queso, la manteca y la leche es un artículo de lujo y no están al alcance de todos" (La Capital, 19/03/1890).
Una de las primeras fábricas expendedoras de leche y manteca, perteneció a la firma Cánepa y Quarantelli, bajo la denominación de "Río Paraná" y poseía amplias instalaciones frigoríficas, cubriendo todos los repartos en los diferentes sectores de la ciudad por medio de una vasta flota de jardineras.
En el siglo pasado, la vida social se desenvolvía en torno a los "cafés", negocios que expendían bebidas alcohólicas, consumidas por los habitantes de Rosario. Famoso fue el Café de Peyrano en calle Córdoba entre Comercio (Laprida) y Aduana (Maipú), que congregaba a los protagonistas de la vida política e intelectual de la urbe. El dueño de este establecimiento, de origen itálico, desarrolló una polifacética actividad como comerciante, industrial y colonizador, fundando el pueblo que lleva su nombre en el Departamento de Villa Constitución.
Se verifica una correspondencia directa entre el incremento de la consumición de bebidas y el de la población debido al elemento extranjero en la ciudad, especialmente de procedencia latina. Si bien se debe mencionar el aporte concurrente de diversas colectividades en el crecimiento de la producción de bebidas alcohólicas, cada una de ellas fue adquiriendo una especialización determinada, destacándose los italianos en la fabricación de licores.
En la década del '80, funcionaban en nuestra ciudad seis licorerías, entre las importantes destacamos la de Tiscornia y Sturla (ubicada en la calle Comercio 129) y la Licorería Universal, de propiedad de Costa y Falcone (en Progreso 290). Esta última se abocaba a la elaboración de vino, verrnouth, limonada, horchata, refrescos; contando con un plantel de 28 empleados.
El hábito de tomar cerveza se popularizó como consecuencia de la radicación de inmigrantes anglosajones, pero también la consumían los nativos y otros extranjeros, especialmente franceses e italianos. Si bien este rubro contaba mayoritariamente con el aporte de técnicas y capitales alemanes, destacamos la actividad desplegada por Saverio Palermo, quien fundó la "Cervecería Palermo", ubicada en la calle Puerto entre 9 de Julio y General López.
Comparando los datos proporcionados por los censos se puede comprobar el aumento que evidenció la construcción entre 1900 y 1906, quizás uno de los más fuertes que se observan en el análisis de la evolución industrial rosarina. De 82 establecimientos existentes en 1900 se pasó a 202 en 1906, de lo que se deduce que el aumento absoluto fue de 120 y en valor relativo de 147,56 %. Si bien el índice de aumento de población fue elevado, tal progreso también se explica por el auspicioso resultado de las cosechas en dicho período que permitió inversiones en este rubro de la industria.
Entre los años intercensales, la población de la ciudad se elevó de 23.169 en 1869 a 225.101 habitantes en 1914, provocando una carencia de viviendas al no cubrir las necesidades que dicho crecimiento requería. Las familias de escasos recursos habitaron las casas de inquilinatos o conventillos. Estas casas compartidas, en las que con una sola puerta a la calle vivían tres familias o más, se caracterizaron por ofrecer pésimas condiciones de vida, abundando las enfermedades infecto-contagiosas como la tuberculosis, septicemia, gripe, viruela, cólera y tifus, teniendo en cuenta que a principios de este siglo eran aproximadamente 35.000 las personas encalidad de inquilinos para más de 1.200 conventillos. Se componían de un cuarto por cada familia, el cual estaba generalmente mal ventilado e iluminado; utilizado como comedor, cocina y dormitorio, con profusión de insectos.
Los italianos se asentaron en barrios identificados por su origen, construyendo viviendas en las que imprimían rasgos típicos de su nacionalidad, como las "casas chorizo", que tenían como objetivo la posible continuación de la construcción sobre la base de una planta de casa colonial. Los más beneficiados económicamente ornamentaron las fachadas con un estilo italianizante.
El establecimiento denominado "Cerámica Alberdi", productor de artículos que gozan por su calidad, de un alto prestigio en todo el país, tuvo su origen en el año 1907 ante la inquietud de cuatro vecinos italianos del pueblo Alberdi para abocarse a la fabricación de ladrillos y mosaicos, iniciando sus actividades con una planta y un horno.
Con la urbanización acelerada —aunque despareja— de la ciudad, se acompañó un plan de pavimentación —o empedrado— que abarcó fundamentalmente los sectores céntricos. En 1900 la única fábrica de asfalto pertenecía a la firma Bautista Deambroggi Hermanos, sita en la calle Independencia.
Las actividades anexas a la construcción también acusaron un alza en su producción al introducir el elemento extranjero el gusto por la decoración y la suntuosidad que reemplazaba la austeridad de las líneas primitivas, ingresando como elementos de primer orden en los diseños arquitectónicos el yeso y el mármol.
En el arte escultórico sobresalieron los señores Righetti, Peña y Fontana quienes crearon en sus respectivos talleres, obras de indiscutible valor artístico. Luis Fontana, oriundo de Italia y Juan Scarabelli, nativo de Bolonia, establecieron en 1900 una empresa industrial para trabajar la escultura, siendo requeridos por diversos gobiernos provinciales, para la ejecución de obras como los bajorrelieves del monumento a San Martín en Córdoba y los del Monumento a la Agricultura en Esperanza (Provincia de Santa Fe). Gerónimo Fontana asociado con Righetti y Gusella inició una empresa que funcionó entre 1904 y 1909, dedicada a esculturas y decoración de frentes de edificios. Fue el artífice de la figura de la Justicia que se encuentra ubicada en la parte superior del ex Palacio de los Tribunales —actual Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario—.
Las fábricas que se ocupaban de la utilización de la madera como materia prima, presentan cierta dificultad para cuantificarlas ya que las primeras referencias y los primeros censos difieren al clasificar y agrupar los diferentes rubros. Entre las más trascendentales cabe nombrar la fábrica de camas de Pedro Cardini, industrial italiano de reconocidos méritos en esta ciudad, que contaba con un plantel de 35 operarios. Esta actividad se complementaba con la de los torneros que utilizaban máquinas accionadas a vapor y a sangre. Se pagaban salarios dignos lo que traía aparejado una mínima desocupación por la creciente demanda de muebles que al uso de la época requerían trabajo de torneado para las piezas de estilo.
Rosario se destacó progresivamente en el rubro de Vestido y Tocador. Si bien no existieron grandes establecimientos concentradores en esta especialidad, alimentó una red de pequeños talleres subsidiarios en la que participó especialmente el sexo femenino. Las costureras o camiseras eran requeridas por una población en aumento y que a la par de una adhesión a la moda europea difundida en lujosos figurines, cambiaba también sus gustos en el vestir.
En las primeras décadas de este siglo la aparición de amplios talleres con modernas maquinarias ocupaban un proletariado en incremento constante, como el perteneciente a Angel Zamboni, fundado en 1891 en modestas instalaciones. Ya en 1902 detentaba un suntuoso decorado en sus salones de ventas y un perfeccionamiento constante en la calidad de sus artículos. Amplios talleres con modernas maquinarias ocupaban en 1910 a 200 empleados y 200 confeccionistas que en sus hogares producían a destajo.
Sin embargo la retribución a tan floreciente actividad era muy escasa. La precaria alimentación y las malsanas condiciones de habitalidad, eran conductoras de una de las enfermedades que causó más estragos entre la población proletaria migrante: la tuberculosis.
En la industria del calzado las materias primas que se trabajaron, fueron por lo general la lona, que se importaba de Inglaterra para elaborar un calzado muy en boga entre la clase proletaria, la madera que constituía la suela de un producto muy difundido entre los inmigrantes especialmente italianos, y el cuero que abarcaba una amplia gama de calzados. En 1888 abrió sus puertas un establecimiento que pertenecía a Carlos Machello, el cual ocupaba a 200 operarios y a principios de siglo el de R. Bosio e hijo fabricaba mensualmente 6.200 pares de zapatos, apoyado en una estructura que contenía tres mmáquinas para coser, 19 para descarnar, asentar, cortar, planchar, 200 sacabocados y 450 pares de hormas, brindando trabajo a 25 operarios internos y 75 externos.
La elaboración y procesamiento del papel tuvo como uno de los pioneros a Santiago Marietta, oriundo de Florencia, que al arribar al país en 1880 y no teniendo los elementos necesarios, obvió las dificultades y con un alto espíritu de empresa, construyó las maquinarias para fabricar papel a orillas del Arroyo Saladillo. Esta pequeña pero eficaz fábrica utilizaba como materia prima el papel en desuso para la elaboración del papel de estraza. La fuerza motriz que impulsaba las máquinas era hidráulica proporcionada por el arroyo.
Cabe destacar en este rubro el inestimable aporte de Humberto Pomilo, ingeniero industrial nacido en Chieti y que utilizó un procedimiento, aplicado ya en su establecimiento de Nápoles, originando así la primera planta industrial denominada Celulosa Argentina. Su ciclo de producción se basa en ese procedimiento al cloro, gas por el cual se transforma la paja dé trigo, de arroz y de lino en una espléndida celulosa apta para fabricar papeles de las calidades más finas.
La venta de cigarrillos era en este municipio muy relevante. La industria tabacalera no sólo abasteció la demanda local, sino que proveyó al sur de la provincia y a las de Córdoba y Buenos Aires. Una fecunda actividad cumplió en este rubro la firma Testoni, Chiesa y Cía., fundada en 1889 bajo el nombre de "La Suiza". Este centro fabril que ocupaba a 300 operarios, de los cuales más de la mitad eran mujeres preparaba 17 diferentes clases de tabaco. Entre los cigarros de hoja figuraban; los de paja, Cavour, Falst Aff, Barletta, Toscani, La Luce, Andine, Chiaravalle, Montegeneroso, Trabucos y Perales. La fuerza motriz utilizada era el vapor que accionaba los motores de las maquinarias. En la elaboración de los cigarrillos, cigarros italianos, cigarros de hoja, se utilizaban distintos tabacos: el "correntino" que procedía de los lugares de mejor cosecha como Saladas, Mburucuyá y Caa Catí; el "salteño" de las provincias de Salta y Jujuy, producidos en Lerma, Chicoana y Orná. También se elaboraba tabaco cosechado en Tucumán y los de importación de Bahía, Río Grande y otros estados del Brasil. El establecimiento cerró sus puertas en la década de 1920.
De los primeros grupos de industriales y comerciantes italianos surgió la inquietud de agruparse en núcleos que apoyaran el desenvolvimiento de sus actividades.
Santiago Caccia, nacido en Caravaggio, Lombardía, especialista en grabado y cincelado, dio origen a la Sociedad Cosmopolita de Artesanos en 1875, con el propósito de difundir y facilitar los conocimientos sobre las ciencias, artes y manufacturas, estimular y proteger a los artesanos. Presidió la Sociedad Unión y Fomento de Artesanos. El 12 de setiembre de 1879 surgió el Club Industrial Protección al Trabajo, encontrando en Caccia a su más entusiasta propulsor, para fomentar las industrias, organizar conferencias, crear una escuela de artes y oficios, y editar una publicación periódica.
CONCLUSION
Esta suscinta referencia al desarrollo de Rosario, merced a la participación de los italianos, indicaría la manifestación de características puntuales en el mencionado desenvolvimiento.
La inserción en el sector urbano —obligada en muchos casos por una deficiente legislación— si bien se produjo de diversos modos, de acuerdo a la capacidad de origen, evidencia una manera de actuar cauta, aunque progresiva.
Tanto el italiano radicado en el sector urbano como en el rural practicó un sistema de ahorro que le permitió pese a las magras retribuciones girar remesas de dinero a Italia, adquirir vivienda propia, convertirse de mediero en propietario rural y agrandar las instalaciones de su primitivo taller.
La búsqueda de seguridad que utiliza el migrante como resguardo de la inestabilidad de su vida, quizás retrajo un expansionismo en la inversión en aras a un desenvolvimiento más rápido del lugar que los cobijó. Sin desconocer que nuestra economía ingresaba en el circuito de la planificación nacional, creemos que podría haber sido factible una movilización mayor de lo cual resultaría recipiendaria la ciudad y por ende su población.
La adhesión durante mucho tiempo a fórmulas tradicionales de fabricación ganaron para el empresario, márgenes de estabilidad que retaceó el índice de movilidad. Por otra parte el valor cooperación fue quizás practicado más sólidamente entre los migrantes italianos de escasos recursos, sin embargo no tan fuerte como para nuclearlos en sociedades específicas. El dueño de un taller
Lo posterior directivo de un establecimiento fabril apeló en su comportamiento, al exclusivo valor utilidad, que no lo lanzó decididamente hacia el futuro por temor quizás de su pasado no muy lejano.
* Investigadora del CI.U.N.R. Directora del Centro de Estudios Migratorios
** Investigadora del C.I.U.N.R.
Fuente: Articulo del Libro “ Presencia Italiana en Argentina” Universidad Nacional de Rosario. “Congreso de las Regiones Italianas en Argentina. Sede Rosario Argentina 1985
Centro de estudios Migratorios. Consulado General de Italia en Rosario.
Publicación editada en Rosario en la Dirección de Publicaciones de Universidad Nacional de Rosario- Junio 1988.