El martes 12 de febrero de 1963 la ciudad se queda definitivamente sin tranvías eléctricos, servicio de transporte utilizado, contando con los vehículos de tracción a sangre, durante más de 90 años por los rosarinos. Con un poco de angustia y nostalgia, que se acrecienta en los mayores, el comisionado municipal Eduardo Hertz —ese mismo día renunció a su cargo ante el interventor federal de la provincia por el estado crítico de las finanzas de la comuna—interrumpe el fluido eléctrico que motoriza a las maquinas y pone fin a un medio de transporte cuyas características abastecieron de anécdotas a sus usuarios, pero que se ha convertido en lento y antieconómico.
Ese día circulan por última vez las líneas 1, 2, 4, 6, 10 y 21. La recaudación de la jornada, a 4 pesos moneda nacional el boleto, se destina al Instituto de Lucha Antipoliomielítica y Rehabilitación del Lisiado (lLAR). Se recaudan 98.000 pesos de esa moneda.
En la Municipalidad se realiza el acto de despedida. Los internos 278 y 287 de las líneas 6 y 1, respectivamente, se estacionan frente al Palacio de los Leones para ser abordados por el comisionado municipal y otras autoridades locales. El viaje final de los tranvías se efectúa por calle Santa Fe, Laprida hasta Pellegrini y, desde allí, los vehículos se orientan hacia las instalaciones de la ex Compañía Belga, en la intersección con Ovidio Lagos.
A partir de entonces los ómnibus y trolebuses —ya en manos de empresas privadas— reemplazan definitivamente al legendario tranvía.
Fuente: Extraído la Revista del diario “ La Capital de 125 aniversarios” año 1992