Por Andres Bossio
Conocerlo al "Gitano", compartir un café con él, charlar de mil cosas, aseguraba una cuota de cotidiano placer que, más tarde o más temprano desembocaría en una verdadera y férrea amistad. Traía desde su nativa Salta la calma proverbial de los norteños y una paciencia infinita para "esquivar" los elogios de sus interlocutores. Entendía que todo lo que hacía dentro de una cancha de fútbol era lo suficientemente simple y elemental como para merecer los enjundiosos calificativos que despertaba cada una de sus actuaciones. En algo tenía razón: lo que el "Gitano" hacía en la cancha aparentaba ser fácil, simple, sencillo: pero era así de fácil, simple y sencilo nada más que porque él lo hacía era él, Miguel Antonio Juárez, un salteño culto, bohemio y conversador, que Central ha. bía descubierto luminosamente en Córdoba, en la pretemporada de 1956.
Junto a sus "paisanos" Alberto Dolores Sánchez y Juan Alberto Castro llegó en el inicio de temporada, debutando en la primera fecha ante Gimnasia y Esgrima un domingo 15 de abril de 1956. Central había producido el año anterior un hecho curioso: se salvó apenas del descenso —terminé penúltimo—, pero el máximo goleador de! año (Oscar A. 'Massei) lucía la casaca azul y amarilla. Y justamente Massei llevó su cuota de roles. y su estupenda calidad al fútbol de Italia. Los dirigentes centralistas confiaron en aquel salteño talentoso recién arribado y le confiaron la camiseta que había dejado vacante el riocuartense. Juárez demostró que aquellos no estaban equivocados.
Durante nueve temporadas consecutivas el "Gitano" Juárez fue ingresando de a poco pero definitivamente en la mitología centralista. Sin ser un goleador nato estaba presente siempre en el marcador. Pero a su lado se lucían otros que usufructuaban su juego cerebral, inteligente, fino, veloz, mucho más veloz que lo que indicaba el trance por momentos parsimonioso de Juárez. es que el salteño solía transformarse con la pelota en los pies, convertirse en un rayo veloz e imparable, que terminaba inexorablemente con el pase exacto para el gol del "Negro" Castro, del "Flaco" Menotti o del "Pibe" Pagani.
Aquel año inicial de Juárez en Central coincidió con la mejor actuación del equipo desde que ingresó a la AFA y marcó también la presencia de Castro al tope de la tabla de goleadores. Nadie ponía en duda por entonces que el "Gitano" tenía mucho que ver en aquella levantada. Su fama y sus goles llegaron a Buenos Aires y en 1957 participó de aquel seleccionado espectacularmente eficiente que ganó en Lima el Sudamericano.
Sus actuaciones despertaron el interés de clubes, especialmente San Lorenzo e Independiente, que en varias oportunidades tentaron su incorporación a tan gloriosas entidades. Pero el "Gitano" tardó muy poco en ambientarse en Rosario, rodearse de una legión de amibos. Y aquí quedó atrapado para siempre. Con sus afectos, con su bohemía impenitente y su corazón inundado de pasión auriazul.
Jugó 172 partidos oficiales luciendo la azul y amarilla. Era un centrodelantero nato pero jamás se quejó cuando lo ponían de puntero o de volante. Marcó 68 goles y es lástima que no haya forma de registrar la cantidad que hizo anotar a sus compañeros de ataque. Sus últimos años estuvieron signados por lesiones persistentes, quizás complicadas con reapariciones apresuradas o tratamientos no seguidos al pie de la letra. Lo cierto es que sus rodillas le jugaron una mala pasada y pudieron más que su voluntad y su tesón. Unos pocos partidos en la la temporada del '63 y los últimos esfuerzos en la del año siguiente pusieron el telón final a una carrera que fue decididamente brillante. El 18 de octubre de 1964. en cancha de Vélez, Miguel Antonio Juárez jugó por ultima vez para Rosario Central. Su rodilla dijo basta y se alejó de la actividad. Pero su nombre siguió alumbrando las marquesinas del escenario futbolístico nacional. Dirigiendo, aconsejando, comprendiendo, enseñando, dejó una estela imborrable en nuestra ciudad y trascendió a la propia e inmensa familia centralista. Su paso por Newell's, por Central Córdoba, no hicieron más que agrandar desmesuradamente el círculo de los afectos que su nombre siempre despertó. Pero "nació" rosarino en Central. Y su hinchada resolvió —nadie sabe cómo ni cuándo— ungirlo ídolo, otorgándole un lugar de privilegio en el nedestal de los nobles 'i varoniles afectos centralistas.
Fuente: Extraído de la colección de Andres Bossio