Por Andres Bossio
En Rosario Central podría escribirse sólo una historia con tos arqueros que defendieron a la institución, tantos y tan buenos fueron los que pasaron por sus filas. Desde 'los legendarios Cornejo y Serapio Acosta pasando por Octavio J. Díaz (el mejor de todos los tiempos según quienes lo vieron jugar) hasta llegar a Quatrocchi, el "Negro" Ricardo o Daniel Carnevali, hay cantidad de excelentes arqueros centralistas. Naturalmente que en esa supuesta historia, un sitio preferencial, entre los más encumbrados, le corresponderá sin discusión posible a Edgardo Norberto Andrada.
Desde pibe siguió Andrada caminos distintos al que le tenía reservado su destino. Ninguna do las sendas comprendidas pasaba por Rosario Central, quizás presumiendo que ése era un sueño demasiado alto para él, un •modesto muchachito nacido y criado en el barrio de Tiro Suizo. Allí despuntaba su pasión por el deporte jugando al .básquet (lo hacia muy bien) en Olegario Víctor Andrade. Un día alguien le arrimó la posibilidad de probar suerte en San Lorenzo de Almagro y allá se fue. No tardó mucho en volver a su ciudad. Y poco después, encontró por fin la senda que desembocaba en Arroyito. Como tantas historias repetidas (como la que cuenta un tango de Yiso) empezó en la cuarta, después llegó a la primera local. Después... la consagración.
Era titular de Ja escuadra superior Juan Carlos Bertoldi, quien decidió abandonar la institución. Allí apareció Andrada, enfrentando a Rácing, en primera división profesional. Fue un acto simbólico mediante el cual, por casi nueve temporadas consecutivas "escrituró" los tres palos del arco centralista con su nombre y apellido. Muy pocas veces durante ese prolongado lapso se lo "presté" a quienes le sucedieron. Muchos de ellos debieron dedicarse a otra cosa. O buscarse otro club. Andrada era insustituible y, además, "irrompible". Alguna vez discutimos sobre eso con gente que opinaba que era pura suerte. Para nosotros —que lo conocimos, que sabemos cómo es y cómo fue "Gato"— su perdurabilidad en el arco centralista (y en los equipos que posteriormente defendió) no es atribuible a la suerte. Es, nada 'más y nada menos, que el producto de una extraordinaria conciencia profesional, de una exacta toma de noción de su propia responsabilidad, que trasciende en una actitud meramente personal ya que la misma se extiende a un contexto altamente motivado por razones sentimentales que deben respetarse. Y Andrada respeté siempre a Pa gente de Central —a sus hinchas fundamentalmente— entrenando como nadie, sacrificándose como el que más, preparándose durante toda la semana para ser el mejor de cada domingo.
Su excepcional capacidad física fue incentivada y estimulada por su ejemplar conducta como profesional, lo que permitió —hasta después de pasados los 40— alternar en primera división sin mengua alguna de sus notables condiciones. Lamentablemente, cuando estaba en la plenitud de su carrera, reconocido, querido y admirado en Rosario Central y convocado cada vez que se reunía la selección nacional, un técnico dijo que no 'lo necesitaba. Y Andrada debió emigrar al Brasil, dedicándole casi una década entera al Vasco Da Gama de Río de Janeiro, que todavía hoy le reconoce la calidad de número uno de todos los arqueros que conocieron en su rica historia futbolista los habitantes de aquella ciudad.
Alguna vez también discutimos con esos teóricos qué nunca faltan en el fútbol acerca de dos estilos, de dos fundamentos técnicos tal corno podían apreciarse en "atajadores" como Andrada y otros colegas cuyas bondades comenzaron a exaltarse a partir de Amadeo Carrizo y convertirse en dogma con el posterior advenimiento de Hugo Gatti. Y respecto a eso dijimos que todo es bueno en tanto sirve. O que todo sirve cuando es bueno. Pero más allá de discusiones bizantinas, Andrada fue el tipo de arquero que cualquier futbolista y cualquier hincha quiere tener en su equipo. Infundía seguridad, daba toda la sensación de invulnerabilidad que tranquiliza al más impaciente. Hizo escuela en Rosario Central y mucho después repitió sus clases magistrales de cómo evitar un gol —retornado al país tras la brillante experiencia carioca— en Colón de Santa Fe, en Renato Cesarini o en el interno de Provincial. La misma pinta, el mismo físico, las mismas ganas el mismo amor propio de cuan do defendía la casaca nacional o entraba a la cancha de Boca precediendo a sus diez compañeros de Central.
Un día se cansó. Ocurrió hace muy poco. Y Andrada dijo basta. Privó todavía de unas cuantas clases magistrales de cómo se debe atajar, a unos cuantos aficionados al fútbol. No dejó escrito ningún tratada de cómo hacerlo. No explicó en diarios ni revistas "especializados" acerca del arte de achicar el ángulo, de anticipar o de tapar; pero dejó la evidencia irrebatible para quienes lo vimos jugar de que las atajaba a todas. Que, de última, es lo que le interesa al hincha de su equipo. Andrada se preparó toda su vida para ser e! mejor, y a fe que lo consiguió.
La hinchada centralista —que no lo olvida.— aguarda que el "Gato" vuelva cualquier día de éstos a hacer cualquier cosa, pero en Rosario Central. Al fin de cuentas, ésa et su casa. Y en la propia casa, por más rencillas que hubieran ocurrido, uno es siempre bien recibido.
Fuente: Extraído de la colección de Andres Bossio