Como ningún otro barrio, Saladillo muestra situaciones contradictorias y opuestas: el río y la ciudad: canillas públicas al lado mismo del Paraná; zonas verdes estructuradas en amplias veredas y barrancas salpicadas de árboles; plazas delimitadas por calles prolijámente pavimentadas (O'Higgins y Las Heras) y sinuosas calles de tierra que orillan el antiguo lecho del brazo norte del arroyo y que denominadas Avenida Argentina y Avenida Fausta —esta última en homenaje a la esposa de Manuel Arijón, el pionero— se unen con pequeños puentes salvando el zanjón que quedó de lo que fuera el arroyo.
Pero estas no son las únicas diferencias. También se verifican en las gentes que viven en el barrio, descendientes de los inmigrantes polacos, rusos, yugoslavos e italianos, y los nativos llegados fundamentalmente de las provincias litoralenses. Los primeros configuran el proletariado industrial y los segundos la permanencia de los antiguos oficios del rio. Extraña conjunción de mazurcas y de chamamés que mantienen vigentes a las culturas originales.
Si alguna de las calles orientadas de este a oeste es recorrida desde Avenida San Martín —limite del barrio— hasta el río, se pueden reconocer los distintos sectores sociales que componen una ciudad: desde viviendas de varias plantas realizadas con materiales costosos hasta los ranchos de adobe sobre la costa del río; desde coches lujosos hasta los carritos tirados a mano; desde comercios sofisticados de electrodomésticos hasta la venta de lombrices. Si la calle que se recorre es Anchorena se pueden ver árboles de naranjos cubiertos de fruta amarga... Porque todos los elementos presentes en una ciudad están en Saladillo.
Fuente:
Extraído de la revista “Rosario, Historias de aquí a la vuelta”. Fascículo Nº
15 de Julio 1991. Autores: Sandra A.
Bembo-Nelly I. Sander de Foster – Marisa Richa