Durante agosto y septiembre del año 1933 el escritor Roberto Arlt (famoso por sus novelas y aguafuertes) efectuó una travesía en barco entre las ciudades de Buenos Aires y Corrientes por encargo del diario “El Mundo”, donde se desempeñaba como periodista. Sus impresiones de viaje llevaron el título de “Aguafuertes fluviales”.
Reproducimos a continuación la parte referida a la ciudad de Rosario.
“Son las siete de la noche. Hemos amarrado hace dos horas en el puerto de Rosario. Cuando levanto la cabeza del teclado de la máquina de escribir, veo a estribor el murallón de piedra del dique enrejado por las sombras de los soportes de la toldilla. La argolla de amarre, tensa bajo el tironeo del cable de acero que mantiene inmóvil nuestra nave. Más allá, tinieblas.
Hace un rato que he terminado de cenar y don Gregorio levanta la mesa porque Nicomedes ha bajado a tierra en compañía de su tío, el patrón del barco. Ambos han ido a visitar a su familia.
Yo también bajé a tierra para desentumecer las piernas. Di unas cuantas vueltas por Rosario y en cuanto llegué a la primera calle absorbí, ávidamente, la atmósfera provinciana que flota sobre la ciudad y se refleja en sus ochavas pintadas de verde claro, aluminio o chocolate aguado.
Me he detenido a mirar parroquianos que aguardaban el turno en barberías encaladas, y también he saboreado el espectáculo de otros señores en sillas junto a mostradores, conversando apaciblemente con los dueños o dependientes. He marchado como en tierra extraña a lo largo de veredas y calles más limpias que el paño de un billar, mirando amistosamente caras de mujeres desconocidas, y de pronto me he sentido marinero, comprendí la tristeza de navegar toda la vida, de estar alejado de las hermosas ciudades ¡porque las ciudades son hermosas aunque no lo creamos cuando estamos en ellas! Para amar a las ciudades hay que perderlas de vista durante treinta horas.”
Ricardo Accurso