Alguien dijo una vez que la arquitectura es historia detenida. En realidad cuando observamos un edificio como el Palacio Fuentes no sólo nos cautiva su monumentalidad y la perfección de sus detalles, sino básicamente el mundo que nos muestra y la historia que nos cuenta. La ciudad aparece como una gran obra de arte, en realidad como un libro de historia abierto a aquellos que se animen a leerlo, al placer del paseante, del caminante urbano. Fue la Argentina pujante de comienzos del siglo XX quien quiso mostrar, como dice Eduardo Rinesi, su grandeza épica, su proyecto histórico y la ostentación de un linaje. Y fue Rosario, como ciudad clave de aquella Argentina agroexportadora del Orden Conservador, quien escribió en su fantástica arquitectura las páginas de esa historia general. El Palacio Fuentes expresa esa Argentina opulenta y generosa de oportunidades para los inmigrantes que venían con la esperanza como alimento del alma. Y es testimonio del agradecimiento hacia esas esperanzas cumplidas por parte de uno de ellos que hizo aquí su lugar en el mundo. Así, de este modo, la arquitectura como testimonio de una esperanza le devuelve al arquitecto toda su dimensión de artista y de historiador, como dice Jean Nouvel "el oficio del arquitecto gira en torno al modo de seducción". La historia de Juan Fuentes Echevarría fue la historia de miles de inmigrantes que, escapando de las pesadillas del viejo mundo, soñaron sueños de futuro. Lavacopas; cochero de mateos y al final próspero empresario agroganadero Juan Fuentes Echevarría hizo fortuna y no se olvidó de la ciudad que hizo realidad aquellos sueños de grandeza. Y como si esos sueños pudieran hacerse realidad por medio de la arquitectura, legó a la ciudad su majestuoso Palacio Fuentes. Él solía decir que "donde se come pescado hay que dejar plantadas las espinas", justificando de esa forma el porqué de la construcción del Palacio, uno más en la lista de hitos urbanos rosarinos que expresaron esa época opulenta de la Argentina próspera: el Palacio Cabanellas; Palacio Minetti; el Edificio Astengo; etc.
Desde 1923 hasta 1928 le llevó al reconocido arquitecto Juan B. Durand construir el monumental edificio de Santa Fe y Sarmiento, que fue el primero de estructura de hormigón armado. La obra costó la friolera de siete millones doscientos mil dólares de aquel momento, una real fortuna para comienzos del siglo XX que hoy ascendería a cifras impresionantes. Todos los materiales con los cuales se construyó el Palacio Fuentes fueron traídos del exterior, por ejemplo: el frente del edificio hasta el balcón del segundo piso está hecho de granito de Colonia (Alemania), con la particularidad que se trajo cortado y pulido en bloque desde Alemania. Todos los elementos de herrería se trajeron de Inglaterra y los pisos de madera y las puertas desde el Paraguay; los sanitarios desde Estados Unidos y sus cañerías de Francia. La avanzada (para aquella época) calefacción central y sistema de calderas se importaron desde Alemania, sistema que aún funciona aunque las calderas se hayan remozado Detalle interesante aparece en sus puertas. Semejan la base del portal del Baptisterio de la Catedral de Florencia, verdadera escultura figurativa que, a modo de libro, nos cuenta una historia interesante. Los pórticos de las catedrales europeas estaban plagados de imágenes que hacían referencia al relato bíblico enseñando los evangelios por medio de pocos, pero poderosos signos. Los paseantes y habitantes de la ciudad al contemplar las figuras y los signos de las puertas en realidad están leyendo la historia que queremos contarles. Genial reconocimiento de Don Juan Fuentes a esa tradición impresionante del catolicismo medieval y su utilización del arte y la arquitectura como mecanismos pedagógicos. Corona al Palacio una torre que aún asombra a los que se animan a romper la lógica direccional de la mirada urbana. Su reloj (uno más de la tradición relojera de esta ciudad), fue obviamente construido en Inglaterra (cuna del apego al respeto del tiempo), y encuentra su remate en un faro colocado encima de la torre del reloj. Esta referencia al faro seguramente es un homenaje (en realidad todo el edificio es un enorme homenaje) al avance científico de la belle epoque del siglo XX. Un reflector General Electric provisto de una potente lente cóncava de 22 pulgadas, emite un poderoso rayo de luz de 12 km de alcance y visible a 50 km de la ciudad. De esa forma pareciera que el pasado expresado en su arquitectura termina fusionándose con el presente y el futuro proyectado en el haz de luz. Pequeña referencia haremos en este número a la rotisería Cifré ya que la trataremos in extensó en las próximas entregas, pero al menos no podemos evadir la tentación de contarles a todos la magnificencia y exclusividad de este verdadero ámbito de fiestas que Rosario tuvo en su pasado orgulloso. Ramón Cifré fue seguramente más que un amigo para Don Juan Fuentes, tanto que éste terminó ofreciéndole el subsuelo de su palacio para que instalase su confitería. Detalles decorativos de Guido, Fioravanti y Van Dick hicieron de este espacio un lugar de referencia para la vida social de aquellos años. Vajilla de limoge con oro y plata boliviana, y cristalería de primer nivel acompañaban mesas pensadas artísticamente. La Rotisería y Salón de Bailes Cifré fue el lugar de banquetes distinguidos de la vida social, política y económica de la Argentina opulenta. Todo lo que uno mire de las fotos de ese ámbito lo impresionan. Desde el simple tenedor hasta el impactante mostrador (hoy en el Jockey Club) pasando por el Palco de Música realizado en mármol de Carrara, o las arañas de bronce exquisitamente talladas, o sus escaleras ornamentadas con bronce, nos recuerdan lo mejor de la arquitectura y la decoración. Ramón Cifré era, y se notaba, un perfeccionista amante del arte. El Palacio Fuentes es tan singular que escapa asimismo a los vanos intentos de clasificarlo según estilos constructivos y decorativos. Coincide sincréticamente en su estructura una mezcla variopinta de estilos que van desde el renacentismo italiano hasta detalles franceses y de construcciones españolas. En realidad es un edificio cosmopolita y ecuménico que anula esas discrepancias por medio de su presencia urbana. No fue hecho con un afán económico sino como un agradecimiento, un regalo para esta ciudad y para este país de parte de una persona que con veinte centavos encaró sus sueños.
EL CIFRE
Más de un capítulo aparte se merece la historia de la Rotisería, Bar, Comedor y Salón de Baile "Cifré", ubicado antiguamente en el subsuelo del magnífico Palacio Fuentes.
De algún modo podemos decir que el Bar Cifré estuvo ubicado en ese lugar de privilegio en honor a la amistad. Es que justamente fue la amistad profesada por Juan Fuentes, promotor del Palacio, a su amigo Ramón Cifré, lo que permitió instalar allí el salón.
Ramón Cifré fue también un inmigrante español, como su amigo Juan Fuentes, con la diferencia de que la tierra amada dejada atrás se llamaba Mallorca.
Las caracterizaciones que se hacen de este personaje repiten casi siempre las mismas palabras: obsesivo, detallista, perfeccionista y amante del arte. Quizá estos detalles de su carácter fueron transmitidos perfectamente a sus emprendimientos gastronómicos, tanto el Bar Victoria (Córdoba y San Martín, actual Victoria Malí), como a nuestra famosísima Rotisería El Cifré.
El subsuelo del Palacio Fuentes albergaba una exquisita y refinada obra de arte que combinaba los más finos detalles de época en el ornamento de un bar y Salón de Fiestas. Guido, Fioravanti y Van Dick se dieron cita para transformar al Cifré en un hito urbano representativo del esplendor y la gloria del Rosario de los albores del siglo XX. Por él pasaron desde el Príncipe de Gales hasta todos los Presidentes del período, salvo extrañamente el austero Hipólito Yrigoyen. Un enorme salón de veinticinco metros por veinticinco albergaba detalles de lujo y refinamiento desde las columnas con capiteles y base de bronce rematados en el cielorraso pintado con pinturas en base a anilinas naturales, desde el cual colgaban impresionantes arañas de bronce, hasta un increíble palco de música realizado en mármol de Carrara. Obviamente eso tenía correspondencia directa con la vajilla de Limoges y plata boliviana, y la cristalería, así como los detalles fastuosos de sus centros de mesa. Epicentro de vida social de la Rosario pujante de principios de siglo, en ese enorme salón se desarrollaron actividades de restaurante, salón de té, desfiles de moda y casamientos, convocando a lo más distinguido de la sociedad rosarina. Hacia 1959 El Cifré cerró, vendiéndose el subsuelo a una sucursal de un banco extranjero, el cual, en su afán de dar una imagen de modernidad y solidez bancaria, terminó con el estilo y las características arquitectónicas y decorativas del que fuera seguramente uno de los salones de fiestas más lujosos del país.
Se cuenta que Ramón Cifré, en su afán de perfeccionismo, poseía un martillo de pequeñas dimensiones pero muy efectivo con el cual rompía la vajilla que presentaba la más mínima rajadura o imperfección. Por esas finas ironías de la historia a la cual, como diría Borges, le agradan las repeticiones y las simetrías, un martillo de dimensiones más grandes terminó destrozando pedazos de ese cielorraso único sin ningún miramiento perfeccionista.
Con la frase que destacamos a la izquierda de este escrito comienza el "Libro de las Ciudades", de Guillermo Cabrera Infante; y viene como anillo al dedo para intentar explicar y transmitir qué es el Palacio Fuentes.
Si la arquitectura es música congelada, nuestro Palacio Fuentes ¿qué tipo de música sería? Probablemente una marcha majestuosa de Wagner como "La Cabalgata de las Valkirias", o el "Himno a la
Alegría" que Beethoven incluyó en el final de su soberbia novena sinfonía; quizá le caería justo el "Concierto para bandoneón y orquesta", de Astor Piazzolla; o, cambiando categóricamente de género musical, se entusiasmaría con la "Rapsodia Bohemia" de Queen.
Lo cierto es que allí está. Y existe como testigo y protagonista de aquél opulento pasado de la Rosario portuaria De los años veinte, en la que se apretujaban 407.000 habitantes, de los que 223.853 eran extranjeros, con predominio de italianos y españoles. Desde ese pasado de ciudad símbolo de un orden económico sustentado en la agroexportación, el Palacio Fuentes se erigió como símbolo de un progreso económico, y como agradecimiento de uno de aquellos más de doscientos mil inmigrantes. Y junto a él aparecieron el Jockey Club de la mano del academicismo francés; el Correo Central y la "Joya arquitectónica y artística, el Palacio Fuentes recordará siempre al hombre que amalgamó a su extraordinaria capacidad de realización, para crear con hechos concretos el anhelo de expresar su sentimiento de gratitud y amor a la ciudad de adopción"; concluía allá por diciembre de 1982 el gran historiador rosarino Wladimir Mikielievich, en el desaparecido diario Rosario. Mikielievich fue un privilegiado testigo de la historia del Palacio Fuentes, cuando desde su juventud miraba cómo la transitada esquina de Sarmiento (antes Libertad) y Santa Fe, transformaba su fisonomía de pequeña aldea en gran ciudad. A partir de sus ojos y su sabia pluma, nosotros, los habitantes de la Rosario de hoy, nos asomamos a aquella Rosario explosiva.
Escribió Mikielievich: "Desde bastante más de un siglo atrás, esa esquina sudoeste de las calles Sarmiento y Santa Fe, (...) fue sitio de intenso tránsito. Dos puertas inmediatas a la esquina, una por cada calle, eran accesos a la pulpería y casa de billares de Manuel Suárez, concurridísimo local posteriormente ampliado cuando ya lo ocupaba el 'Kaiserhalle', café con salón para bailes y reuniones atendido por el rubicundo alemán Richard Hellwig, punto de cita no sólo de quiénes hablaban la lengua de Goethe y adornaban sus rostros con enhiestos bigotes rematados en punta y gustaban paladear helada cerveza en robustos vasos, sino también por la 'high life' de notoria actuación social y política. De allí que el amplio recinto donde veíanse amontonados en un rincón barriles de roble conteniendo la espumante bebida en espera de ser vaciados, fuese escenario de asambleas de todo género, color y propósitos, unas veces de pacífico desarrollo y otras de tumultuoso trámite."
Dice Cabrera Infante que "...el hombre no inventó a la ciudad, más bien la ciudad creó al hombre y sus costumbres..." Conjeturamos nosotros entonces que la Rosario donde dominó el Palacio Fuentes inventó un rosarino orgulloso del trabajo y la constancia.
Una ciudad producto de su esfuerzo; como siempre se la hareconocido.
LA
MIRADA TRANSFORMADORA
La ciudad se arma a partir de la mirada de sus habitantes. De alguna manera en tiempos de antaño era posible mirar más tranquilamente la ciudad. Todo transcurría más lento. Era posible ser testigo privilegiado del cambio urbano...
Volvemos a Wladimir Mikielievich y a sus ojos de testigo de aquel Rosario en transformación: "cuando Juan Fuentes proyectó levantar el Palacio, a comienzos del 20, en la esquina donde medio siglo atrás estuviera la pulpería de Manuel Suárez, se inquietaron los locatarios de pequeños negocios existentes a los costados del bar Los Bancos. En uno de lotería y también dedicado a la compraventa de estampillas y monedas para coleccionistas que daba a calle Santa Fe tuvimos la oportunidad de adquirir, por tres pesos, dos monedas de plata que conservamos: una romana acuñada antes de Cristo y la otra macuquina salida de la ceca de Potosí en 1723. Por la otra calle, Sarmiento, atendía su negocio de librería un viejo y amable músico, Mario Sormani, estrecho local donde podíamos adquirir impresos, antigüedades, partituras, postales y libros de viejas ediciones, todo a precio modestísimo como para fomentar interés por el pasado entre los
jóvenes. Próximo a comenzar los demoledores su trabajo, el bar "Los Bancos" instalado en 1915 por Llabrés y Cía, fue trasladado al subsuelo de la esquina noroeste, es decir enfrente (calle Santa Fe por medio), del anterior edificio que fuera la ropería Me Hardy y, en aquellos días, de la Sastrería Inglesa
de Batistella; pocos años después aquel subsuelo transformóse en lugar de jarandón con el nombre de Franz y Fritz, local que hizo época por los frecuentes incidentes y tumultos de que fue escenario, sin escasear trompadas recibidas por émulos del tenorio donjuán." Son los ojos del narrador de historias urbanas. Es la mirada de un rosarino de principios de siglo metido en una ciudad que aceleradamente entraba en la modernidad. Ese trabajo de los demoledores que limpiarían el terreno para el futuro Palacio Fuentes, y que Mikielievich nos cuenta con el detalle del testigo memorioso, es el trabajo que preanuncia que allí la ciudad construirá otro ejemplo de su avance y opulencia.
En realidad son varias miradas las que se cruzan sobre el solar donde los trabajos comienzan...no sólo está el joven historiador, sino también las miradas temerosas de aquellos locatarios recelosos y naturalmente conservadores que verían asombrados cómo en la próxima década esa esquina de Santa Fe y Sarmiento estaría ocupada por el edificio más señorial de la ciudad. ¿Y cómo son las miradas del habitante de la ciudad de hoy?. Seguramente poco asombradas. Nos acostumbramos a ver todo con la misma mirada y los mismos ojos, perdiendo la necesaria y entrañable sensación de lo nuevo. Quizá porque miramos sin ver. Quizá porque perdimos el placer del paseo y el vagabundeo urbano que nos permitía paladear el sabor de la ciudad. Miramos sin detenernos, lo cual a la larga conspira contra la mirada atenta y el descubrimiento. Porque para descubrir, primero hay que curiosear, y luego detenerse. Eso nos pasa cuando miramos con un poco más de atención las imponentes puertas de nuestro Palacio Fuentes, o los detalles arquitectónicos y decorativos de sus frentes, o su impresionante cúpula. Allí nos asombramos y ese edificio donde vamos a buscar un servicio pasa a ser un espacio histórico y relacional para todos. De alguna manera cuando miramos al Palacio Fuentes sospechamos solidez, prosperidad y básicamente orgullo
Volvemos a Wladimir Mikielievich y a sus ojos de testigo de aquel Rosario en transformación: "cuando Juan Fuentes proyectó levantar el Palacio, a comienzos del 20, en la esquina donde medio siglo atrás estuviera la pulpería de Manuel Suárez, se inquietaron los locatarios de pequeños negocios existentes a los costados del bar Los Bancos. En uno de lotería y también dedicado a la compraventa de estampillas y monedas para coleccionistas que daba a calle Santa Fe tuvimos la oportunidad de adquirir, por tres pesos, dos monedas de plata que conservamos: una romana acuñada antes de Cristo y la otra macuquina salida de la ceca de Potosí en 1723. Por la otra calle, Sarmiento, atendía su negocio de librería un viejo y amable músico, Mario Sormani, estrecho local donde podíamos adquirir impresos, antigüedades, partituras, postales y libros de viejas ediciones, todo a precio modestísimo como para fomentar interés por el pasado entre los
jóvenes. Próximo a comenzar los demoledores su trabajo, el bar "Los Bancos" instalado en 1915 por Llabrés y Cía, fue trasladado al subsuelo de la esquina noroeste, es decir enfrente (calle Santa Fe por medio), del anterior edificio que fuera la ropería Me Hardy y, en aquellos días, de la Sastrería Inglesa
de Batistella; pocos años después aquel subsuelo transformóse en lugar de jarandón con el nombre de Franz y Fritz, local que hizo época por los frecuentes incidentes y tumultos de que fue escenario, sin escasear trompadas recibidas por émulos del tenorio donjuán." Son los ojos del narrador de historias urbanas. Es la mirada de un rosarino de principios de siglo metido en una ciudad que aceleradamente entraba en la modernidad. Ese trabajo de los demoledores que limpiarían el terreno para el futuro Palacio Fuentes, y que Mikielievich nos cuenta con el detalle del testigo memorioso, es el trabajo que preanuncia que allí la ciudad construirá otro ejemplo de su avance y opulencia.
En realidad son varias miradas las que se cruzan sobre el solar donde los trabajos comienzan...no sólo está el joven historiador, sino también las miradas temerosas de aquellos locatarios recelosos y naturalmente conservadores que verían asombrados cómo en la próxima década esa esquina de Santa Fe y Sarmiento estaría ocupada por el edificio más señorial de la ciudad. ¿Y cómo son las miradas del habitante de la ciudad de hoy?. Seguramente poco asombradas. Nos acostumbramos a ver todo con la misma mirada y los mismos ojos, perdiendo la necesaria y entrañable sensación de lo nuevo. Quizá porque miramos sin ver. Quizá porque perdimos el placer del paseo y el vagabundeo urbano que nos permitía paladear el sabor de la ciudad. Miramos sin detenernos, lo cual a la larga conspira contra la mirada atenta y el descubrimiento. Porque para descubrir, primero hay que curiosear, y luego detenerse. Eso nos pasa cuando miramos con un poco más de atención las imponentes puertas de nuestro Palacio Fuentes, o los detalles arquitectónicos y decorativos de sus frentes, o su impresionante cúpula. Allí nos asombramos y ese edificio donde vamos a buscar un servicio pasa a ser un espacio histórico y relacional para todos. De alguna manera cuando miramos al Palacio Fuentes sospechamos solidez, prosperidad y básicamente orgullo
DE
TESTIGOS Y PROTAGONISTAS
Es extraño, pero las letras impresas de los historiadores tienen cierta sonoridad, como si fuesen una grabación de la lejana voz de los hombres, los hechos y las cosas
Vladimir Mikielievich, el célebre historiador que conoció como pocos la vida y las circunstancias de nuestra ciudad, nos cuenta desde las columnas del desaparecido diario Rosario del 12 de diciembre de 1982, quien era Juan Fuentes. De ese modo seguimos recordando, no sólo la historia del Palacio Fuentes y de su impulsor, sino del propio historiador, que nos hace revivir las secuencias a través de sus palabras impresas en letras de molde, pero a la vez sonoras: "Volvamos a Juan Fuentes, el gallego nacido en Caldas del Rey en 1852, que quince años después, y con dos pesetas en el bolsillo, llegó como muchos de sus paisanos al río de la Plata, radicándose al principio en Paraná, donde fue operario en una fábrica de cortinas y después dependiente de comercio. En esta última actividad se entusiasmó manejando libros de caja, entradas y salidas, y otros de administración, es decir, aprendió a calcular equivalencias de reales, pesos bolivianos, pesos fuertes, onzas y otras monedas circulantes en nuestro país; momento que lo decidió a trasladarse a Rosario para asegurar su porvenir, trabajando incansablemente y ahorrando Patacones, que luego invirtió en operaciones de compra y venta de campos hasta acumular una enorme fortuna. Frisaba Fuentes los setenta años cuando decidió invertir parte de su cuantioso capital en hacer construir un palacio: perpetuaría su nombre en la esquina donde tantas veces aplacara la sed en días caniculares, la del bar Los Bancos.
A la pregunta de amigos y allegados inquiriéndole los motivos para encarar la obra, respondíales con estas simples palabras: 'donde se come el pescado se deben dejar las espinas', breve y simplificada explicación equivalente a, 'si hice mi fortuna en Rosario, justo es que aquí quede la prueba'. Joya arquitectónica y artística, el Palacio Fuentes recordará siempre al hombre que amalgamó a su extraordinaria capacidad de realización, la posibilidad de crear con hechos concretos el anhelo de expresar su sentimiento de gratitud y amor a la ciudad de adopción."
Y ya se apaga la voz de Mikielievich, apagándose de alguna manera los últimos ojos que quizá vieron a Juan Fuentes parado en la esquina de Santa Fe y Sarmiento mirando la enorme construcción que expresaría sus sueños, deseos y orgullos. No sabemos, pero quizá se cruzaron en algún momento como nos cruzamos diariamente con amigos y
extraños por esta esquina mágica de nuestra ciudad.
Cruzaron miradas diferentes pero de alguna manera emparentadas: la mirada del testigo de la historia y la mirada del protagonista. Dos miradas y un edificio que casi sin quererlo construyeron nuestra historia grande.
Vladimir Mikielievich, el célebre historiador que conoció como pocos la vida y las circunstancias de nuestra ciudad, nos cuenta desde las columnas del desaparecido diario Rosario del 12 de diciembre de 1982, quien era Juan Fuentes. De ese modo seguimos recordando, no sólo la historia del Palacio Fuentes y de su impulsor, sino del propio historiador, que nos hace revivir las secuencias a través de sus palabras impresas en letras de molde, pero a la vez sonoras: "Volvamos a Juan Fuentes, el gallego nacido en Caldas del Rey en 1852, que quince años después, y con dos pesetas en el bolsillo, llegó como muchos de sus paisanos al río de la Plata, radicándose al principio en Paraná, donde fue operario en una fábrica de cortinas y después dependiente de comercio. En esta última actividad se entusiasmó manejando libros de caja, entradas y salidas, y otros de administración, es decir, aprendió a calcular equivalencias de reales, pesos bolivianos, pesos fuertes, onzas y otras monedas circulantes en nuestro país; momento que lo decidió a trasladarse a Rosario para asegurar su porvenir, trabajando incansablemente y ahorrando Patacones, que luego invirtió en operaciones de compra y venta de campos hasta acumular una enorme fortuna. Frisaba Fuentes los setenta años cuando decidió invertir parte de su cuantioso capital en hacer construir un palacio: perpetuaría su nombre en la esquina donde tantas veces aplacara la sed en días caniculares, la del bar Los Bancos.
A la pregunta de amigos y allegados inquiriéndole los motivos para encarar la obra, respondíales con estas simples palabras: 'donde se come el pescado se deben dejar las espinas', breve y simplificada explicación equivalente a, 'si hice mi fortuna en Rosario, justo es que aquí quede la prueba'. Joya arquitectónica y artística, el Palacio Fuentes recordará siempre al hombre que amalgamó a su extraordinaria capacidad de realización, la posibilidad de crear con hechos concretos el anhelo de expresar su sentimiento de gratitud y amor a la ciudad de adopción."
Y ya se apaga la voz de Mikielievich, apagándose de alguna manera los últimos ojos que quizá vieron a Juan Fuentes parado en la esquina de Santa Fe y Sarmiento mirando la enorme construcción que expresaría sus sueños, deseos y orgullos. No sabemos, pero quizá se cruzaron en algún momento como nos cruzamos diariamente con amigos y
extraños por esta esquina mágica de nuestra ciudad.
Cruzaron miradas diferentes pero de alguna manera emparentadas: la mirada del testigo de la historia y la mirada del protagonista. Dos miradas y un edificio que casi sin quererlo construyeron nuestra historia grande.
Fuente:
Extraído de la Revista “Parte de su Vida” de “Unión
Provincial – Asociación Cutural – Fascículos Nº. 3 de Mayo de
2004; Nº 4 de Junio-2004; Nº 5 de Julio de 2004 y Nº 6 de Agosto
2004