Pocos periodos de nuestra historia han sido tan determinantes como el de la década del "30. La crisis económica mundial que desató el 'jueves negro" de Wall Street (24.10.1929) hizo tambalear todas las estructuras del poder. En la Argentina pastoril de esos años la experiencia popular del gobierno de Hipólito Yrigoyen era observada con desconfianza y recelo. Unas elecciones provinciales en la región cuyana - que asegurarían mayoría parlamentaria al viejo caudillo de Balvanera para sancionar su proyecto de nacionalización del petróleo- tendría no poco que ver con la decisión de una élite integrada por militares y civiles para derrocar al gobierno constitucional. Tomado el poder se legalizó el fraude y, con él, el manejo discrecional de la cosa pública. Comenzaba a perfilarse lo que José Luis Torres denominó gráficamente como "la década infame". La solitaria voz de Lisandro de la Torre en el Senado, la casi suicida actitud contestataria de unos pocos dirigentes obreros y la acometida tremenda aunque minoritaria de los integrantes de FORJA (Scálabrini Ortiz, Jauretche, Manzi, Ortiz Pereyra, del Río, García Mellid y otros) no fueron obstáculo para que se legalizara la entrega. El país se derrumbaba y aplastaba a las mayorías empobrecidas. Aparecían las villas miseria y la olla popular en Puerto Nuevo. "Eran los tiempos de los desesperados, de los ingeniosos y de las raterías", recordaría amargamente Angel Perelman. Buenos Aires se había convertido para Raúl González Tunan en "la ciudad del hambre", mientras su hermano Enrique escribía "Camas desde un peso" y Elias Castelnuovo acumulaba experiencias para decir, años después, "lo que más recuerdo es la miseria", Juan José Real anotaba que muy pocos obreros alcanzaban a ganar cinco pesos diarios, Torres recopilaba "Algunas maneras de vender la patria" y FORJA clamaba su lema: "Somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre". En una palabra, mientras Discépolo desgarraba su alma en cada verso. Roca, Prebisch, Leguizamón. Pinedo, etc., firmaban lo que Jauretche llamó el "estatuto legal del coloniaje" mediante el cual se entregaba al capital inglés los transportes, el carbón, los ferrocarriles, la energía.
El fútbol, ya afianzado y consolidado como pasión popular, no podía ser ajeno a semeje desbarajuste. Esa pasión era prolijamente alimentada y exacerbada desde los grandes diarios en manos de la oligarquía, ame no se ocupaban tanto del pan pero sí mucho del circo. Los jugadores de fútbol advirtieron pronto su protagonismo, y exigieron, el tratamiento preferencial que por entonces monopolizaban los intérpretes del tango y las estrellas de la radiotelefonía, el teatro y la naciente industria cinematográfica. Dos países, dos estilos, dos formas de vida, que ron definidas y enfrentadas: Argentina visible y la Argentina invisible, según la definición de Eduardo Mollea, un escritor del sistema que se quedó en el sector que en sus obras vitupere La Argentina visible era la minoría estentórea, superficial, elitista y acaudalada; la otra, la mayoría silenciosa, taciturna, ham- brienta y humillada. Los futbolistas -sin quererlo y sin pensarlo- formaron parte, como meros instrumentos del sistema, de la Argentina del privilegio. Pero el fútbol siempre encontró su sustento en la masa anónima que quedó en el otro extremo de la cuerda social. Eso lo salvó, aunque no se pudo evitar que la corrupción generalizada salpicara también a algunos de sus protagonistas. Hubo numerosos conflictos, desencuentros, deferencias, hasta que en 1931, recién comenzada "la década infame' el profesionalismo legalizó los pagos recibidos "en negro" y dio comienzo a otra época en el fútbol nacional.
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La
historia de Rosario
Central “, por Andrés Bossio.
Fuente: Extraído de la
Revista “ Rosario aquí a la vuelta” Fascículo N • 2 . Autor
Andrés Bossio. Abril 1991.