Los rosarinos adinerados fueron los que darían origen al pueblo de
Alberdi, nacido para ser, en esencia, la posibilidad de escapar -en la época veraniega- del centro de un
Rosario cada vez más poblado. A orillas del Paraná, con barrancas que le daban
un aire agreste que mantendría mucho tiempo, se constituiría en ámbito de emplazamiento de las grandes mansiones de algunas familias
de apellido notorio, que se trasladaban hacia el norte apenas los calores
amenazaban con instalarse en la ciudad.
El pueblito había nacido en realidad como promisorio proyecto de un
miembro de la clase acó modada rosarina. José Nicolás Puccio. que en julio de 1876 dio por iniciada la epopeya de poblar esos terrenos cercanos al Paraná, para entonces loteados y listos para recibir a nuevos vecinos. Los mismos serían adquiridos por muchas de las
familias ilustres de la ciudad, que tomarían a la nueva urbanización como lugar
de descanso, capaz de hacer soportables los tórridos veranos pero también por
inmigrantes decididos a instalarse lejos del centro, pero con casa y lote
propio.
Puccio debió esperar una década para que
-va asociado entonces con Alvarado- su perspicacia comercial recibiera
recompensa al incrementarse la demanda de terrenos en la zona y elevarse consecuentemente"
el valor de los mismos, convirtiendo el proyecto inicial de consolidación de un
reducto veraniego en un formidable negocio inmobiliario. Lo sería, por
ejemplo, para quienes, como Ciro Echesortu, se convirtieron en
propietarios de grandes extensiones de terreno a las que vendieron luego con
ganancias considerables.
Sería sobre el Bvard.
San Martín (actual Rondeau) y sobre las barrancas de la costa, hacia el este,
donde se levantarían las residencias de muchas de aquellas familias de la
ciudad que elegían a Alberdi como su descanso. Allí, las quintas albergarían
mansiones más o menos ostentosas. más o menos pretenciosas o de mayor o menor
buen gusto según los casos, contrastando con el paisaje de casas bajas de las
calles laterales, escasamente pobladas por lo demás,
y con los modestos rancheríos del la costa, donde se arracimaba el criollaje de
la zona y mucha gente de escasos recursos y posibilidades, y donde más de una
de esas familias veraneantes iba a buscar el personal de servicio para los
meses de verano...
El centro de la vida
social era la Plaza Alberdi, rodeada a principios de
siglo por el mercado, el edificio de la Comisión de Fomento -que servía de
ámbito para todo tipo de actividades recreativas y de interés vecinal, y en
cuyo predio se levanta hoy el Hospital Alberdi- y la modesta capilla. Los
bailes de la Comisión de Fomento eran, junto a los del Rowing Club (los famosos bailes blancos), verdaderos
acontecimientos para una concurrencia que mezclaba a las familias de pro con
los vecinos afincados en la zona.
Aquella condición de "villa veraniega" se mantendría desde
finales del siglo XIX hasta superada la década del 30, con las quintas
tradicionales que exhibían sus "castillos" o "palacios" y
las residencias familiares de gran porte: las de Sotomayor, Pita.
Clérice, Muzzio. Castagnino. la de. Cánovas (propiedad luego de la familia Montserrat). Goyenechea. Escauriza o la de Puccio, que sería originariamente de éste y cuya construcción
estuvo a cargo de Juan Canals, en la época de la construcción también por el
mismo de los Tribunales de Justicia.
La residencia de
Puccio, ubicada con entrada sobre calle Warnes frente a la Plaza Alberdi, que
pasaría a ser luego Palacio Echesortu y finalmente Villa Hortensia, propiedad de la familia Rouillón, hoy adquirida por la Municipalidad
de Rosario para una de sus dependencias descentralizadas, rivalizaba con otras
construcciones notorias, como la citada de los Montserrat -conocida
mayoritariamente como Casa de las Cadenas, en Bvard. Rondeau al
1400, de la que sobrevive un sector- o la de Alfredo Castagnino, rodeada de altos muros coronados de verjas de hierro, cuya parte
trasera daba a las barrancas del Paraná.
Otra opción veraniega,
desde finales del siglo pasado, estaría dada por Carcarañá, entonces pueblito
cercano, al que la llegada y radicación de suizos primero e ingleses después,
pertenecientes a la empresa británica de ferrocarriles, transformaría de modo
importante. Estos nuevos vecinos se instalaron allí y construyeron sus grandes
mansiones, la mayor parte de ellas con extensos parques, canchas de tenis y
amplias cocheras, como la que perteneciera a sir Thomas Thomas, con sus 24 habitaciones y sus 10 Has. de parquización, cuyos terrenos
pertenecen hoy a la familia Goytía, o las de Hall o Coffin
Coincidentemente al
alejamiento de varios de ellos, seguramente por traslados de destino por sus
tareas en la empresa ferroviaria, Carcarañá fue elegido como lugar de veraneo
por muchas de las familias de la burguesía rosarina. quienes entre 1880 y 1890
aproximadamente comienzan a edificar sus residencias -de distintas dimensiones
y estilos- y se mudan al pueblo durante los tres o cuatro meses estivales,
desde noviembre a marzo por lo general, trasladando consigo la vida social de
Rosario a esos agrestes pero serenos paisajes.
Pioneras en ese traslado y edificación de
viviendas en el lugar serían familias como la de Fernando Pessán, cuya mansión de aspecto señorial es recordada aún por sus jardines, su
amplia recepción con balaustradas de mármoles blancos y negros e incluso por
una jaula donde -se dice-supo haber leones encerrados. Pes-sán, educado en
Londres y París, integró la empresa familiar dedicada al comercio de granos y
como muchos miembros de su ciase social (Pinasco, Sugasti, Castagnino) fue
concejal e integró las comisiones directivas, en altos cargos, del Banco Provincial,
la compañía de seguros "La Tercera" y la Bolsa de Comercio, lo que no
era obstáculo para que lo recordaran en una publicación también como "un
buen motorista..."
Veraneaban asimismo en
sus viviendas carcarañenses las familias Munuce, Pinasco, Censi,
Larrechea (cuya casa es una de las escasas
sobrevivientes), Berlin-gieri. de la Torre. Carranza. Semino. Guiñazú. Delpino y otras. Los hombres -la mayor parte de ellos ocupados en negocios y
en el comercio rosarino- viajaban a la ciudad de cuando en cuando en ferrocarril,
mientras señoras y señoritas tomaban baños en el Carcarañá -cuya greda tenía,
según se afirmaba, propiedades curativas para enfermedades de tipo reumático- o
se entretenían en la lectura, la charla, los juegos de sociedad o el baile.
El Prado Español - como la Sociedad
Española- congregaba a la colectividad, muy numerosa, en las verbenas, fiestas populares en las que se mezclaban más de una vez los rosarinos
y rosarinas residentes en el pueblo. El hotel de Monsieur Mercenac. también constando en el siglo XIX, era uno de los ambientes más
notorios del pueblito veraniego y a menudo centro de reuniones sociales y
agasajos.
La Capital cita, en 1910, algunos de los lugares de
veraneo de los rosarinos de la alta sociedad, que eran los únicos que podían
hacerlo: Miramar, Quequén, Necochea, Mar del Plata, el Tigre, Morón, Temperley,
Quilmes, las sierras de Córdoba y la propia provincia de Santa Fe, "con
sus hermosas estancias y las grandes comarcas donde la vista se
prolonga..." Sin tanta pretensión, otros rosarinos -consigna el diario-
eligen lugares menos sofisticados: "Un numeroso grupo de familias veranea
en San Lorenzo, donde a diario se efectúan tertulias y reuniones muy amenas.
Para mañana se I proyecta una cabalgata
organizada por un núcleo de familias veraneantes a uno de los pueblitos
cercanos".
En 1911, Monos y Monadas da noticias de las familias del Rosario que parten de vacaciones y en
la información se advierte la predilección por los paisajes serranos y la
fascinación que ya ejerce Mar del Plata sobre los sectores más pudientes. De
ese modo, no extraña que familias como las de Casablanca, Albarracín y Hernández García enfilen hacia "la
perla del Atlántico", para usar un calificativo en boga; que Martín de Sarratea viajara a Punta del Este, los Tiscornia a la Playa Ramírez montevideana y los Melián a Pocitos, mientras Odilo Estévez elegía Capilla del
Monte, los Colombo Berra la ciudad de Córdoba. Nicanor de Elía las
afueras de Ascochinga.
Excepción sería un conspicuo, que de
todos modos había cruzado ya varias veces el Atlántico y ocupado cargos de todo
tipo, desde concejal a diputado: Santiago Pinasco, que ese verano "se
traslada a su lujosa mansión del Saladillo, donde pasará la temporada de
verano". Sobre el final de ese mismo verano, sin embargo, la revista
fotografía a don Luis y a su familia en la Rambla marplatense, del mismo modo a
los Pellerano, acompañados por Ciro Echesortu, en la Avenida Marítima.
Mientras tanto, la
imponencia del Hotel Bristol, construido en el siglo
pasado, era un imán para quienes, como muchos miembros de la burguesía
rosarina, tenían a la figuración como una imposición social. Alojarse en él,
como lo hacían los Pinasco, los Echesortu y otros, era visible muestra del
status social; los altos precios del hotel hacían las veces de
"filtro" para impedir cualquier posibilidad de promiscuidad social y
su arquitectura europea y su confort eran tentadores para las familias de pro
del Rosario de comienzos de siglo.
Jules Huret, siempre
presto a opinar sobre lo que veía en el país, anota respecto a Mar del Plata:
"Se va allí para exhibirse y hacer ostentación de las riquezas, para
divertir a las jóvenes y anudar las primeras intrigas, que tendrán como
resultado los esponsales del próximo verano. Las jóvenes de Rosario o de
Córdoba que quieren lanzarse no necesitan menos de un mes para lucir sus
vestidos", agregando respecto del otro atractivo de la ciudad: "No es
costumbre bañarse, las mujeres por lo menos. Por pudor, según me dicen..."
Un pudor difícil de comprender hoy, aun teniendo en cuenta que el
primer código de baños vigente se iniciaba con estas dos tranquilizadoras
disposiciones de estricto cumplimiento y penalización consecuente en caso de transgresión:
"1º) Es prohibido bañarse desnudo. 2º) El traje de
baño admitido es todo aquel que cubra el cuerpo desde
el cuello hasta la rodilla..."
Una vez habilitado el
tendido ferroviario que la uniría con las grandes ciudades del país, Mar del
Plata comenzó a convertirse de inmediato en el lugar de
veraneo por excelencia tanto de la oligarquía porteña y bonaerense como de los
ricos burgueses del Litoral fluvial y en especial de Rosario. Es en ese momento
de irrupción de las nuevas riquezas en el balneario aristocrático cuando la
burguesía rosarina comienza a ser presencia habitual en Mar del Plata. Entre
1910 y 1915, pueden detectarse en la prensa rosarina avisos de este tenor:
"Es sabido que las familias más eminentes se alojan en el Bristol
Hotel", mientras en el mismo período se anuncia la construcción y se
promociona como un gran centro turístico al Balneario Hotel La
Perla.
En la Capital Federal, mientras tanto, lo
chic para los rosarinos de buen pasar lo constituía el Hotel Plaza, de Florida y Charcas, publicitado hacia 1915 como "el hotel más
lujoso de Buenos AL es" y sobre el que Huret opina: "El más elegante,
el mejor instalado y el más agradable a pesar de sus precios elevados, a los
cuales acaba uno por acostumbrarse en esta atmósfera embriagadora".
Entre 1900 y 1930,
algunas de las localidades cordobesas de la zona serrana tenían ofertas de
confort que atraían asimismo a las familias notables de Rosario. En La Falda,
el Edén Hotel, con su imponencia y el encanto de su
entorno, publicitaba sus servicios en los del Centenario con tarifas desde $ 10
diarios. El establecimiento, emplazado en lo que hacia 1890 era una zona
agreste de la serranía, con sus magníficos salones con espejos, su pileta
climatizada, los bosques aledaños aptos para organizar cacerías y su concurrencia selecta, era ámbito ideal para aquellos rosarinos
acostumbrados a "lo mejor". Convertido en poco menos que una ruina
hoy, sigue admirando sin embargo su estructura, custodiada por dos leones
testigos de su decadencia.
El verano era para
todos -aun los que no veraneaban, que aprovechaban como podían otros placeres
bucólicos menos onerosos y en la propia ciudad-una posibilidad de recreación
compartida, con matices que iban desde las playas atlánticas a las más
modestas pero no menos entrañables zambullidas en las aguas del Saladillo
Extraído la Bibliografía
usada de la Colección “Vida Cotidiana de 1900-1930 del Autor Rafael Ielpi del
fascículo N• 5