Por Matías Loja
El arte de la mi
Su talento como creador cedió terreno a una incansable actividad vinculada a la defensa de los derechos humanos y la educación pública. Era un enamorado de las utopías
Pasión y coherencia orientaron su participación en los diversos proyectos con los que soñó. Las mismas que hasta sus últimos días lo mantuvieron en pie de lucha por la recuperación de la Biblioteca Vigil y por la necesidad de darles oportunidades que la sociedad les niega a los pibes de la calle. Pero: ¿cómo reseñar en pocas líneas una existencia tan prolífica, llena de matices, todos dignos de rescatar? A dos años de su desaparición física, el legado que dejó en la comunidad Rubén Naranjo es una marca indeleble que aún está fresca. La huella del humanista, artista, escritor y defensor de los derechos humanos y la enseñanza pública nacido el 27 de noviembre 1929 en Buenos Aires, pero que desde chico se crió en las calles de Rosario.
Pintor y profesor de Bellas Artes, integró a fines de los 60 junto a otros colegas el Grupo de Artistas de Vanguardia, con quienes participó de la experiencia político-cultural de Tucumán Arde, en 1968. Pero ya desde 1964 inicia el vínculo con la Biblioteca Popular Constancio Vigil, donde es protagonista escencial de la creación de la Escuela Provincial de Artes Visuales y la editorial de la institución, con más de un centenar de publicaciones.
En su labor académica se desempeñó por más de quince años como docente en la Facultad de Arquitectura, labor que desarrolló hasta que la larga noche de la última dictadura militar decidió dejarlo cesante, por lo que tuvo que exiliarse en Buenos Aires. Recién sería reincorporado a sus funciones con la vuelta de la democracia, además de ser designado director de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Rosario.
Desde la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos trabajó incansablemente junto a las Madres de Plaza de Mayo, a quienes acompañaba en las rondas de los jueves. La memoria, los sueños truncados y la construcción de un espacio de dignidad por una sociedad más justa eran los ejes que motorizaron su vida.
Casi un año después de haber sido declarado ciudadano ilustre por el Concejo Municipal de Rosario, su luz se apagó el 3 de octubre de 2005. Militante incansable e inabarcable, dedicó con entusiasmo sus últimos días a la participación en distintas luchas por escuchar aquellas voces acalladas. Como la de los "chicos de la calle, Rosario y del mundo", a quienes dedicó el libro que escribió en 2001 para reivindicar la acción del educador polaco Janusz Korczak, preocupado como Naranjo por el dramático destino de los pibes de la calle.
También se jugó a fondo como miembro de la comisión investigadora de los crímenes del 19 y 20 de diciembre de 2001 de Rosario, como colaborador de la Asociación Chicos, parte sustancial de la Asociación por la Recuperación de la Biblioteca Vigil o acompañando en cada marcha a los docentes, a quienes también
brindó su apoyo desde la dirección de editorial de Amsafé.
Un artista que hizo de la militancia y el compromiso con su tiempo su carta de presentación.
Humilde, tratando de no hacerse notar, marchaba cada 24 de marzo en las movilizaciones por la memoria. A su paso se le acercaban chicos, jóvenes y grandes a saludar al. maestro. El de la sonrisa generosa y la actividad constante cuando de defender los derechos y las utopía trataba. Porque como escribiera Daniel Halpérin, era en realidad un niño que había disfrazado de adulto.
Fuente: Extraído de la revista del diario “ La Capital” 140 aniversario. Año 2007