Por Rafael Ielpi
La Generación del 60 estaría integrada por quienes, nacidos entre 1930 y 1940 y entre 1940 y 1950, coincidirían en la elaboración de obras de distintas características que señalaron, incluso fuera de Rosario, la capacidad de la ciudad para generar valiosas experiencias poeticas. En ese primer grupo se agrupan Lydia Alfonso (1928), con una temática de compromiso social en "Tiempo compartido" o "Itinerario del grito",ambos de 1967; Guillermo Harvey (1931-1982), de atormentada vida y con una obra de indagación permanente sobre el hombre y la creación poética y Rubén Sevlever (1932) también exponente de un rigor formal y de un ordenamiento del lenguaje donde lo cotidiano cede lugar a una indagación casi filosófica.
Estrictos contemporáneos de los anteriores y asimismo reconocidos son Alberto C. Vila Ortiz (1935), también de valorada trayectoria en el periodismo, cuya poesía transitaría un itinerario que iría, señala D'Anna, desde las iniciales "alusiones surrealistas y cierta desorganización lingüística" a una sincera y muchas veces coloquial aproximación a lo cotidiano; ambas etapas visibles, por ejemplo, en "Poemas", (1961), "Poemas y maderas" (1992) o en "Los poemas de Philip Marlowe" (1993); Armando Raúl Santillán (1935), cuya obra rescata asimismo la cotidianeidad a través de la memoria del pasado como en "Diario de un adolescente" (1967)0 "Retrato con persona adentro" (1982); y Orlando Calgaro (1939-1986), en el que el firme compromiso de modificación de la realidad sostenido desde lo ideológico, visible en "Los métodos" (1970), "Además del río" (1972) y "La vida en general" (1974), daría lugar a una válida visión lírica de paisajes para él entrañables en "El país de los arroyos", (1979).
Al segundo grupo pertenecen, entre otros, Beatriz Pozzoli (1940), Rubén Plaza (1946), Héctor Roberto Paruzzo (1944), Carlos Piccione (1945), con una poesía de despojamiento formal; Alejandro PidelIo (1947), Guillermo Ibáñez (1949), también ejercitando una síntesis formal que caracteriza su poesía desde "Tiempos" (1969) e "Introspección" (1970) a "Los espejos del aire" (1990); y tres voces femeninas que deben ser destacadas: Celia Fontán (1946), de hondo lirismo en "Hijas del mar" (1981) o "Los habitantes de Valdrada (Premio Municipal Manuel Musto en 1989); Concepción Bertone (1947), atenta a la presencia de lo cotidiano en "El vuelo inmóvil" (1983), y en especial Mirta Rosenberg (1951), en cuya poesía se aúnan, valiosamente, otra vez lo cotidiano con refinadas incorporaciones culturales, como en "Pasajes" (1984) y "Madam" (1988): rueda la edad, canta la alondra y el leve maquillaje en las mejillas ha cobrado una espesura/de mitad de la vida que adelanta/. Será el recelo de la mala figura o la blusa candorosa/ olanes y satines de la vejez pasada?
Cuatro poetas de estricta contemporaneidad y características diferentes deben ser señalados en especial por el reconocimiento a su obra: Hugo Diz (1942), Jorge Isaías (1946), Eduardo D'Anna (1948) y Héctor Píccoli (1950).
Hugo Diz edita su primer libro al filo de lo, años 70, con textos de un visible compromiso, rastreable en "El amor dejado en las esquinas", de 1969 y "Poemas insurrectos" de 1971 y en "Algunas críticas y otros homenajes" (1972) y "Contradicciones" (1973). Una impronta irónica que se sostendría como un signo (y que es asimismo advertible en la poesía de D'Anna) y algunas experimentaciones con el lenguaje son asimismo características de su producción posterior: "Historias veras historias" (1974), "Manual de utilidades (1976), "Canciones del jardín de Robinson (1983), "Las alas y las ráfagas" (1986) y los últimos poemarios "Balada para Marie" (,,1 988) y "Ventanal" (1990), sin renunciar por ello, muchas veces, a un hondo lirismo: Caías entonces, exhausta entre las fibras,1 sobre los ecos, cerca, cada vez más cercal de las incertidumbres y los alumbramientos.
Jorge Isaías, en cambio, ha concretado una obra en la que prima casi con exclusividad la poetización de elementos entrañables de su propia historia personal, desde la recuperación del terruño (es nacido en Los Quirquinchos, en
el sur santafesino) a sus personajes y desde la gesta inmigratoria a los afectos y la melancólica recuperación del "tiempo perdido". Esos elementos están presentes en "La búsqueda incesante" (1970) tanto como en libros como "Oficios de Abdul" (1975), su "Crónica gringa" (1976), obra reeditada y aumentada con nuevos poemas, "La memoria más antigua", "Pintando la aldea" (1989) o "El fabtador y otras sepias" (1990).
Eduardo D'Anna, con puntos de contacto con Diz en lo que hace a un uso módico pero efectivo de la ironía e incluso del humor en su poesía, trabaja sobre lo cotidiano pero decantado éste a través de una sensible búsqueda en el territorio del compromiso, en algunos casos, y en la reflexión acerca de la propia creación poética y de la condición humana, en otros. D'Anna, el primero en emprender la tarea de investigación y crítica del quehacer literario en la ciudad en su valioso estudio "La literatura de Rosario", tres tomos publicados entre 1991 y 1992, inicia una valiosa trayectoria creadora con "Muy muy que digamos" (1967), al que seguirían "Aventuras con usted" (1975), "Carne de la flaca" (1978), "A la intemperie" (1982), "Calendas argentinas" (1986), "Los rollos del mar vivo" (1986) y "Obra siguiente" (1999), que reunió cuatro poemarios inéditos. Singular es, mientras tanto, la poesía de Héctor Píccoli, una experiencia creativa sostenida en una cultura refinada, en la que se unen la indagación sobre lo artístico y las búsquedas formales: "Y reiteras a tu vez: "aquel en/ que la víspera no amaine/ será el único, el madurado día '"Agraz de vos/ lo inmóvil/ Junto al nadie de tu sien un rubro arde. Su obra, breve, no ha impedido su reconocimiento, sobre todo a partir de la publicación de "Si no a enhestar el oro oído", en 1983.
Un nombre que no debe ser omitido es el de Francisco Gandolfo (1921), quien es cronológicamente anterior a todos los mencionados pero que publica su primer libro "Mitos" en 1968. Uno de los fundadores de la recordada "El lagrimal trifurca", en su poesía, de indudable originalidad, está también, en parte, presente una visión irónica del mundo, en obras como "El sueño de los pronombres" (1980), "Plenitud del mito" (1982), "Poemas joviales" (1977), Presencia del secreto" (1987) y "Pesadillas" (1990) "Las cartas y el espía" (1992)" y "Versos de un jubilado" (1999). Sus hijos Elvio Gandolfo, con una obra poética que se conociera en revistas de la ciudad y Sergio Kern (1954), autor de "Escuchen" (1982), deben ser incluidos entre los poetas del período.
Una nómina que admite necesariamente omisiones por la brevedad de un fascículo, debe contener otros nombres como los de Lina Macho Vidal (1930), Susana Valenti (1943), Felipe De Mauro (1947), Malena Cirasa (1948), Humberto Lobbosco (1948), Enrique Diego Gallego (1951), Reynaldo Uribe (1952), Rafael Bielsa (1953), con "Palabra contra palabra", o "Cerro Wenceslao"; Guillermo Thomas (1953), Ana Victoria LovelI (1953), Eduardo Valverde (1955) y la última generación de poetas como Daniel García Helder (1961), con el "Faro de Guereño" o Martín Prieto (1961), con "Verde y blanco"; Eugenio Previgliano (1958), con "Poesía de cuarta" (1981), "Algunos poemas, ciertos autores" (1982), "Los territorios de Bibiana y otros lugares" (1994), quien dirigiera con Prieto, durante cinco años, en pleno Proceso Militar, la "Hoja mensual de poesía";'Reynaldo Sietecase (1961), con "Cierta curiosidad por las tetas"; Sebastián Riestra (1963), con "El ácido en las manos"; Gabriela De Cicco (1965), con "Jazz me blues"; Verónica Montenegro (1969), con "Cuerpos enmarañados" y algunos más jóvenes aún como Lisandro González (1973), entre otros, con "Esta música abanica cualquier corazón" y "Leña del árbol erguido".
Fuente: Extraído de la colección de Vida Cotidiana de 1930-1960. Editado por el diario “La Capital