Por Osvaldo Aguirre
Militante ejemplar
Médico de barrio y hombre de izquierda, fue secuestrado por la policía en 1955 y asesinado en la mesa torturas. Quisieron borrar su memoria, pero no pudieron.
En la noche del 16 de junio de 1955, horas después que aviones de la Marina y de la Fuerza Aérea masacraran a la población reunida en Plaza de Mayo en defensa del presidente Juan Domingo Perón, un puñado de militantes comunistas repartió en Rosario un volante de repudio a lo que había sido un intento de golpe militar. Esa breve declaración fue la excusa para que el entonces jefe de policía de Rosario, Emilio Gazcón, ordenanza una razzia.
Juan Ingallinella estaba entre aquellos militantes. Era médico y tenía 43 años. Se había hecho comunista durante su etapa como estudiante universitario. Desde entonces conocía el rigor de las persecuciones políticas y la cárcel. Ya en 1944 había denunciado las brutales torturas que aplicaba la policía de Rosario.
La policía fue a buscarlo a su casa de Saavedra 667, donde vivía con su esposa, Rosa Trumper, docente cesanteada por no afiliarse al peronismo, y su hija. De civil y sin identificarse, sin órdenes. Entre la tarde y la noche del 17 de junio, unos sesenta dirigentes y militantes comunistas ingresaron como detenidos en la vieja Jefatura de Policía, ese monumento a la represión que tiene Rosario.
Francisco Lozón, jefe de leyes especiales, dirigió los interrogatorios. Querían encontrar el mimeógrafo donde se había impreso aquel volante. Ese era el delito. Y los medios fueron las torturas y la picana eléctrica. Como en 1930, cuando la policía secuestró y torturó al anarquista Joaquín Penina, el primer desaparecido de la historia política argentina, y como en 1976, con Agustín Feced y la patota del Servicio de Informaciones.
Con Lozón estuvieron, entre otros, el comisario Félix Monzón, los subcomisarios Santos Barrera y Fortunato Desimone y los oficiales Arturo Lleonart, Rogelio Tixe, Ricardo Rey y Héctor Andrés Godoy. Todos se confabularon más tarde para encubrir los hechos, en un intento por ocultar también su responsabilidad. "Lozón ordenó al doctor Ingallinella que se desnudara —dijo Tixe, el policía que rompió el pacto de silencio—, luego de lo cual le ordenó que se acostara sobre una mesa (...). Le expresó que quería el fichero del partido y el mimeógrafo que se utilizaba para hacer los volantes. Ingallinella no contestó ninguna palabra, entonces Lozón le pasó la picana eléctrica por el cuerpo".
Ingallinella falleció en la mesa de tortura. Los policías enterraron su cuerpo en Ibarlucea y luego lo trasladaron a un sitio que nunca pudo ser determinado. La reacción social frustró, no obstante, sus planes para quedar impunes. Hubo paros de abogados y de médicos, movilizaciones estudiantiles, actos relámpago en distintos puntos de la ciudad. Después de un largo proceso, el juez Juan Antonio Vitullo condenó a prisión perpetua a los principales res sables. Habían querido borrar los rasgo de aquel médico de Tablada, convertido en pura ausencia; pero desde entonces su figura se afirmó con mayor fuer persiste como ejemplo de militancia entrega a una causa.
Imágenes de los asesinos. Tras un proceso judicial principales responsables fueron condena cadena perpetua. La reacción social fue clave para enfrentar impunidad.
Fuente: Extraído de la “Revista del diario La Capital” Aniversario 140 años de 1997.