Por
María Laura Cicerchia
Un
día de 1935 eligio
quedarse
en un remoto paraje del norte de Formosa y Así inicio a una
leyenda. Su abnegación iba de la mano de la humildad y su
conocimiento. Los aborígenes lo veneraban
El
hombre que perdió el tren
El
tren hizo un alto en un paraje perdido en el monte formoseño. Era
1935. Unos lugareños se acercaron a la formación buscando ayuda
para
una mujer que agonizaba por un parto complicado y un esmirriado
pasajero de 40 años
acudió al pedido: abandonó su viaje a Tucumán y se internó en
sulky entre las malezas para salvar a la esposa de un empleado
ferroviario que dio a luz a una beba.
Esteban
Laureano Maradona dejó partir ese y muchos trenes más de los
que pasaron por Estanislao del Campo: 52 años permaneció allí
ayudando a los olvidados del poder, curando y alfabetizando a los
indígenas. Allí forjó una tarea que le valdría distinciones
(de las que renegaba) y dos nominaciones al Nobel de la paz.
En
la vida de los hombres ilustres hay
un momento mítico. En la biografía de Maradona fue cuando el
azar
tropezó con las ruedas de un
tren. En la imagen de ese viaje
interrumpido se revela el alcance
de su elección: pudo optar por una vida cómoda, pero rechazó un
ofrecimiento de trabajo en Buenos Aires para quedarse medio siglo en
un pueblo sin agua ni electricidad, sin aceptar jamás pago por
sus curaciones. Se radicó entre indios y criollos harapientos,
en una casa de ladrillo sin revocar, alero de chapa y un solo
cuarto que fue laboratorio, consultorio y hospital.
Maradona
fue el noveno de 14 hermanos. Se recibió de médico en Buenos
Aires en 1928 y dos años después instaló un consultorio en
Resistencia. Sus disertaciones sobre legislación laboral le valieron
la persecución en la dictadura capitalistas me tenían e
recordaba esos días).
En condujo a Paraguay, a su novia a manos de
la solitario, no se volvió a e paraba con el coatí, "que anda
solo”
La
selva vio envejecer asombrosa al "hombre que perdió el tren
como lo llamaron. Apenas superada en medio y medio de
estatura-pañuelo blanco al cuello sombrero, se ganó la confianza de
los tobas, matacos, mocovíes y pilagás. Vivió pobre y rechazó
premios. Escribió e ilustró libros de
lingüística,
sociología, etnografía, animales y plantas de la región.
Rosario
lo recibió a los 91 años. Pasó últimos años de su vida en la
casa de su sobrino nieto, en Castellano el 14 de enero de 1995. Casi
cien años, la ciudad lo reconoció como hijo ilustre.
A
pesar de su
humildad,
Maradona
se
convirtió
en personaje
en un escenario
olvidado.
El mismo que hoy ve el drama de
indios
expulsados por el desmonte.
Invirtió
todo en mitigar
la miseria de esas
vidas invisibles. De
quienes
se consideró
alumno: "Les construí a a cambio, me dieron otra visión del
mundo .Yo aprendí mucho y
as
vida, cursando la universidad de los indios” Quienes lo bautizaron
Piognak ( doctor
Dios)
aunque él eligiera presentarse con "el desconocido de la selva”
o “ el médico zaparrastroso" del norte argentino.
Fuente: Extraído de la
Revista del diario “ La Capital de los 140 aniversarios” . De
2007