Una primera escisión en el seno de la Sociedad Varsovia iba a posibilitar el surgimiento de otra comandita de rufianes, la Sociedad Asquenasum, en la que militarían en forma mayoritaria los tratantes judíos de origen ruso y rumano, en tanto los polacos permanecerían fieles a la entidad original, transformada luego en Zwi Migdal. La Asquenasum iba a tratar también de disfrazar sus actividades principales tras la cortina de otros negocios legales, aun cuando algunos de sus dirigentes más conocidos tuvieran también mucho de lo excéntrico de la personalidad de Trauman, el pionero.
Los judíos
rumanos y rusos, por diferencias de
matices,fundaron la Sociedad de Socorros Mutuos Asquenasum. Su jefe fue Simón
Rubinstein, que había llegado a la Argentina desde su lejana Odesa. Llegó sin
un centavo, más pobre que una rata, como solía decir. Pero a los pocos años ya
era dueño de 30 prostíbulos. Ambicioso, con la esperanza de poder ingresar en
la sociedad de los hombres decentes, Rubinstein se dedicó a otro negocio: la
industria textil. Instaló, también, dos importantes negocios en pleno centro de
Buenos Aires. Mi padre, gran coronel en Rusia; yo, cabecita loca, rufián en la
Argentina, se jactaba delante de sus amigos. Sus herederos, hoy, gozan de
fortuna y prestigio. Otros apellidos ilustres de la Argentina actual también
hay que rastrearlos en esos empecinados, tenaces, ordenados y disciplinados
judíos polacos y rumanos y rusos, que edificaron su fortuna con la explotación
de un nutrido, abnegado y patético ejército de mujeres...
(Vázquez-Rial: "El
cementerio"..., op. cit.)
La nómina de socios de la Varsovia, una vez convertida en Zwi Migdal, ascendía hacia 1930, según el propio registro de miembros de la cofradía, a 453, entre los que figuraban, además de los de Migdal y Trauman, algunos nombres de peso como los de Simón Brutkevich, que presidiría la sociedad y era propietario de un restaurante junto a Mauricio Caro en el que se efectuaban remates de mujeres, y Federico Glück o Glick, dueño de prostíbulos en el partido bonaerense de Florencio Varela, entre ellos el famoso "Pabellón de los Placeres", regenteado por su compañera Aída Mearovich, y de uno en la ciudad de Mendoza, frecuentado por los políticos provinciales.
A ellos pueden agregarse los de José Boreztein, Leopoldo e Isaac Rosemberg, Felipe Schon, Isaac Drayman,Wolf Brockman, Zacarías Zitnitzky (estos dos últimos también presidentes de la Zwi Migdal en distintos períodos), Benjamín Harry, vicepresidente de la cofradía, León Marvich y Carlos Jacobovich, propietarios de prostíbulos en el área bonaerense cuando no conspicuos miembros de la organización.
El comisario Julio L. Alsogaray, en su Trilogía del placer en la Argentina, editado en 1931 y escrito para denunciar la complicidad de la policía y la justicia con los rufianes pero también para exhibir su enemistad personal con el exonerado Jefe de Investigaciones de la Policía Federal, Eduardo Santiago (además del empeño en asignar sólo a los judíos el monopolio del negocio prostibulario en el país) consigna junto a una nómina de 233 rufianes propietarios de otros tantos "quilombos" en la Capital Federal, la lista de los socios de la Asquenasum, que por entonces ascendían a 146.
El más notorio de ellos era sin duda el aludido Simón Rubinstein, que a sus prostíbulos porteños sumaba otros en el interior del país, entre ellos el "Venecia" y "El Elegante", de disímiles características y tarifas, en el barrio de Pichincha.
Llegado al
país hace 30 años, su primera ocupación fue —¡hay fuerzas ancestrales!— la de
empleado en una fábrica de preservativos de un cofrade de apellido Baron.
Pronto ganó la confianza de su patrón, captóse su estima y fue puesto al tanto
del giro y los secretos del comercio. Logró así destacarse de los demás
compañeros y frecuentó el trato de su principal y de la esposa de éste.
Transcurrieron años de intimidad entre ambos personajes hasta que le puso
término cierto acontecimiento imprevisto para muchos. Una noche del Carnaval de
1917, Baron apareció muerto en su domicilio de Rodríguez Peña 426, suceso que
se presentaba rodeado de circunstancias misteriosas, como dicen los gacetilleros
policiales. El más elemental buen sentido común aconsejaba iniciar una prudente
investigación. No obstante, nada se hizo, y poco después la muerte de Baron fue
un episodio que pasó inadvertido para el gran público. Enseguida, Rubinstein
olvidó reparos que hasta entonces simuló tener y comenzó a vivir en concubinato
con la viuda de Baron. Al mismo tiempo, y de facto, quedó dueño de la fábrica y
de la viuda...
(Julio L. Alsogaray: La
trilogía del placer en la Argentina, Buenos Aires, Sin pie editorial, 1931)
Rubinstein instalaría unos años después, a mediados de la década del 20, un comercio en la zona céntrica de Buenos Aires, en Cerrito 557, que servía además de depósito de almacenamiento de la gran cantidad de mercaderías llegadas de contrabando, actividad que el tratante desarrolló impunemente por mucho tiempo. Poco más tarde, el crecimiento de esos negocios "legales" lo obligó a la apertura de otro local en Corrientes 2538, donde, consigna Alsogaray, numeroso personal se distribuye en las distintas secciones del establecimiento, bajo la mirada atenta del rufián, que ha reservado para sí la exclusiva atención de un renglón importante: la venta de preservativos. El comisario señala con resignación en su libro: Todo el mundo lo sabe, todo el mundo lo comenta, pero lo ignoran las autoridades que permanecen ciegas, sordas y mudas. Quizás lo estén, pero quizás —también— no puedan hablar, ni ver ni oír...
La impunidad de que gozaba el personaje es descripta también por el mismo jefe policial: Un viejo pesquisa me expresó que Rubinstein recibía 140 mil pesos mensuales de 700 tenebrosos, que aportaban cuotas iguales para formar esa suma, destinada al ex Jefe de Investigaciones. Basta el detalle para explicar, ya que no es posible justificar, el predominio de los rufianes. Al poco tiempo de mi retiro de la Comisaría de Ordenes, Rubinstein fue detenido en una casa de la calle Chubut, en la que guardaba tejidos de seda cuyo valor excedía los 200 mil pesos, que según las crónicas de los diarios procedían de un contrabando mayor, denunciado al juez federal de La Plata. Las mismas informaciones aseguraron que Rubinstein fue enviado a disposición de aquel magistrado, quien lo devolvió a la policía metropolitana por faita de responsabilidad en el asunto...
A nadie debe extrañar la veracidad de estos hechos si se piensa que una de las actividades más lucrativas de la Policía Federal porteña era, entre 1920 y 1930, la emisión de documentos falsos para su utilización por el mundillo prostibulario. Las preciadas cédulas de identidad, en las que se adulteraba la edad de las menores para hacer legal su situación como pupilas, obligaban a los rufianes a oblar 300 pesos por cada una, que subían a 500 cuando se trataba de la obtención de una carta de ciudadanía.
Que Rubinstein gozara de impunidad ante jueces y policías tampoco sorprende si se tiene en cuenta que con la placidez de un caballero y pese a su condición reconocida de rufián, se desplazaba por la ciudad, consigna Alsogaray, en el automóvil con chapa oficial del entonces diputado nacional Leopoldo Bard. Junto a su compañera Marta Faincuj (la viuda de Baron) iba a manejar sus negocios con la impunidad y la rumbosidad que le otorgaban su poderío económico y sus contactos con las altas esferas oficiales.
En 1925, La Razón consignaba, mencionando sólo las iniciales S. R., las andanzas y actividades del individuo al que el diario menciona como el rey del gremio de los rufianes, y que no era Otro que Rubinstein. El vespertino porteño le adjudica la propiedad de una treintena de prostíbulos en la zona bonaerense de San Fernando y en distintas ciudades del país, entre las que se contaba Rosario.
El caso de Mauricio Caro es otro ejemplo del poder de los rufianes enrolados en algunas de las sociedades que los nucleaban. Al contrario de Rubinstein, que exhibía como público escudo su condición de respetable comerciante, Caro se había dedicado directamente a la explotación de mujeres, lo que lo proveyó de una módica fortuna inicial, que sumada a la protección del área de Investigaciones lo convertirían pronto en "Don Mauricio", como lo llamaban los funcionarios de gobierno, policías y magistrados.
Pese a una denuncia en su contra interpuesta por dos mujeres a las que explotaba, Caro fue absuelto en la década del 20 con la ayuda judicial y ello contribuyó a aumentar la impresión general de que se trataba de un real "influyente", al que iban a pedir ayuda incluso muchos delincuentes no vinculados a la prostitución cuando enfrentaban problemas con la Policía o los Tribunales.
Del
prestigio conquistado aprovechó para nuevas aventuras y sin dejar a las mujeres
que explotaba, se unió en matrimonio con Brandia Kersberg, dueña de un
lenocinio en Santa Fe y poseedora de una cuantiosa fortuna, que paulatinamente
fue pasando a su poder, hasta dejar en la miseria a la infeliz. Luego la
abandonó para emprender otra empresa de mayor enjundia. Fue así como embaucaría
a Softa Schwartzman, una de las comanditarias de los prostíbulos existentes en
las localidades de Tigre y San Fernando. Puede afirmarse que no hubo negocio
turbio que no realizara ni propósito que no consiguiera. Tenía dinero,
vinculaciones y fama de pródigo. Una prodigalidad espléndida que le abría todas
las puertas.
(Alsogaray: op. cit.)
Sería esa prodigalidad, en efecto, la que lo salvaría de la cárcel al desatarse, después de 1930, la persecución judicial a los rufianes. Ante la certeza de que su nombre estaba incluido en las órdenes de detención emitidas por el juez Rodríguez Ocampo, que tendría a su cargo el "caso Liberman", Caro decide huir del país. La carencia de pasaporte le es solucionada en apenas tres horas por sus amigos de Investigaciones, que le extienden el documento, un certificado de buena conducta y el resto de los papeles necesarios para su ingreso a Brasil.
Al enterarse el juez de la fuga, pide a sus colegas brasileños la detención del que era por entonces nada menos que tesorero de la Zwi Migdal; mientras tanto, la Policía Federal envía a dos de sus empleados para trasladarlo detenido a Buenos Aires. El final del episodio es previsible: los policías retornan con las manos vacías, informando que a su llegada a Brasil, ya el Ministerio de Justicia había dejado en libertad al buscado. Caro embarcó tranquilamente en poco tiempo más hacia Europa, donde se perdería su rastro.
El posterior allanamiento de una caja de caudales que el personaje poseía en el Banco Anglo Sudamericano de Reconquista 46 permitiría detectar siquiera una parte de la fortuna amasada por Caro y la Schwartzman con los "quilombos" de Tigre y San Fernando: cerca de 183 mil pesos en pagarés, algunos de ellos firmados por apellidos resonantes; 1.760.000 pesos en títulos hipotecarios y unos 300 mil en alhajas...
Fuente: extraído de libro rosario del 900 a la
“década infame” tomo IV editado 2005 por la Editorial homo Sapiens
Ediciones