por Nicolás E. De Vita
Alentados por la gran masa de inmigrantes que constantemente arribaban desde la última parte del siglo anterior a nuestro país, unos pocos de éllos, adjudicándose de por sí el título de "capos", pretendieron por cuenta propia insertar dentro del mismo una semilla de esa delictiva organización. Pero, si nos proponemos estudiar a fondo la cuestión, a poco veremos que, a pesar de los réditos que ese temerario propósito pudo haberles producido, poco o nada hicieron o pudieron hacer en tal carácter, pues al no poder contar, presumiblemente, en ningún momento con el aval de la organización madre y más aún por carecer de una total y efectiva capacidad intelectual delictiva para poder organizarla y encuadrarla debidamente dentro de los cánones de aquella, con más el agregado del estado deplorable de la economía en general, sus acciones nunca habrían de pasar de ser nada más que hechos aislados, consumados por inadaptados sociales, cuyo único objeto radicaba en el de procurarse un medio fácil y rápido de enriquecimiento, escudados tras el nombre y la triste fama adquirida por la mafia tanto en Italia como en Norteamérica.
Por ello, si analizamos a conciencia la actuación que le cupo a la mafia dentro de nuestro país, de seguro habremos de llegar a la conclusión que la misma, en ningún momento, pudo tener semejanza alguna con la originaria. La mafia, propiamente dicha, ya sea en los países anteriormente nombrados o en cualquier otra parte del mundo, acaparó desde un comienzo todas las actividades donde se movían grandes sumas de dinero. Pero la Ley seca, la prostitución, el juego, etc, nunca pudieron pasar a sus manos dentro de nuestro país. ¿Por qué?, pues precisamente porque, en el primer caso, aquí no existió una ley similar; en el segundo, porque ella estaba administrada y dirigida por otras poderosas y aberrantes instituciones mundiales especialistas en la trata de blancas, tales como la Zwa-Migdal y La Varsovia, regenteadas en su mayoría por notorios judíos internacionales; y, la última, porque el juego también lo estaba en manos de esas organizaciones y de otros fuertes capitalistas, como lo fuera en aquella época en nuestra ciudad un sujeto llamado Pedro Mendoza, con un garito instalado primero en calle Pichincha, hoy Riccheri 151 y luego en la hermosa residencia que el mismo hiciera construir a tal efecto en la esquina formada por las calles Mendoza y Guatemala, en el antigüo Barrio Vila hoy Belgrano, mansión que al caer en desgracia el recordado capitalista y con ello producida su total bancarrota, pasó a ser de propiedad del fuerte comerciante rosarino, don José Boglione y que en la actualidad, ya perdida en gran parte su fastuosidad de antaño, está ocupada por un Instituto Psiquiátrico.
Entonces, el açcionar de la pseudo-mafia dentro de la República, se circunscribió casi en su totalidad dentro de nuestra provincia y dedicada al secuestro, al chantaje y la extorsión, pues al crimen llegó en casos muy especiales, como lo fuera contra el periodista Silvio Alzugaray del que nos habremos de referir más adelante; al ejecutado por un lamentable error, como lo fuera contra Abel Ayerza; o a las infaltables vendettas o ajuste de cuentas entre los mismos integrantes como consecuencia de la falta de cumplimiento de órdenes impartidas, infidelidad o por la inobservancia del rígido código del silencio. Basta hacer solamente un simple repiso a la crónica policial de aquella época para llegar a la conclusión qué, en realidad los crímenes perpetrados por los mafiosos no fueron muchos, ya que acciones sangrientas por pate dé los mismos nunca, salvo contadas excepciones, pasaron más allá dejos límites del secuestro y de las agresiones físicas sin consecuencia mortal alguna.
En cuanto a la diligencia de tales grupos, como ya lo hemos expresado, tampoco hubieron jefes, capos o dones, propiamente dichos, pues en ningún momento se tuvo conocimiento cierto de la existencia, ya-sea dentro de nuestra ciudad o del país, de un individuo con antecedentes valederos como para que, aún por aproximación, pudiera adjudicársele oficialmente algunos de dichos títulos; y silos hubo, cosa que nos resistimos a creer, nunca pasaron de ser simples aventureros delictivos como por ejemplo lo fueron Juan Galiffi(Chicho grande), Alí Ben Amar de Sharpe (Chicho chico) o cualquier otro de los de la extensa nómina de mafiosos que en su época llenaron las páginas policiales de todos los diarios de nuestro país.
En definitiva, a título personal, consideramos que esos pseudoscapos fueron tan sólo simples cabezas de unos pocos insignificantes grupos de delincuentes comunes, sin personalidad ni predicamento alguno como para que se los tuviera en cuenta como subalternos directos de la entidad madre, pero no por ello exentos de suma peligrosidad.
Fuente:
Extraído del Libro ¡Echesortu! ( Ciudad pequeña, metida en la
ciudad) Apuntes para su futura historia ( ensayo) y Segunda Parte
(Miscelaneas de la Ciudad). Editorial Amalevi. Agosto 1994.