Por Rafael Ielpi
Entre los años del Centenario y los primeros de la década del 20, algunos hechos sacan a la luz el nombre de José Cuffaro, por ejemplo, al que se vincula al resonante asalto a un tren de pasajeros del Central Argentino el 24 de mayo de 1916, en viaje desde Rosario a Retiro, que posibilitaría a la banda que lideraba apropiarse de la caja de caudales del convoy y de las joyas y dinero de todo el pasaje.
Aquella acción fulminante, casi cinematográfica, sería sucedida en esos años por una serie de secuestros y asesinatos, mientras buena parte de la clase alta rosarina se debatía en el temor de acceder a las extorsiones o de denunciarlas a la policía, un riesgo que pocos querían asumir. Sería el secuestro del hijo de un cochero de apellido Zapater -humilde auriga de uno de los cientos de coches de plaza que poblaban las calles de la ciudad- el que daría un toque de real atención acerca del poder de la organización.
Los mafiosos, al parecer no conformes con el rescate de 400 pesos abonado por el infeliz Zapater por la libertad de su vástago, decidieron su eliminación el 6 de septiembre de 1916. Eüo desató una inusitada actividad policial que dio frutos rápidamente: el 16 del mismo mes un desprevenido cónclave de miembros de la incipiente mafia es interrumpido por un operativo en una casa de 9 de Julio al 2400. La reunión congregaba a peces grandes y chicos: el mencionado Cuffaro, que logra darse a la fuga, Vicente y Antonio Amato, Juan, Esteban y Luis Curaba (estos dos últimos incluidos entre los que consiguieron evadirse) y otros como Casalicchio, Schianza Nocera, Schiaviglia, Ansaldi y Farruggia. Algunos de estos apellidos se reiterarían lúgubremente -como el de Curaba- hasta ya superado 1930, cuando se derrumba la mafia en Argentina.
También reiterada sería entre 1916 y 1934 la mención de otro mañoso, Juan Avena, que ingresaría a la cronología del delito con su alias de Senza Pavura y cuyo prontuario ostentaba en 1926 entradas por lesiones, hurto, extorsión y homicidio; este ultimo lo llevaría a la cárcel entre 1921 y 1924. En 1929 trabaja como peón en un puesto de verduras del Mercado Central, en una de cuyas paradas de taxis coincidían algunos chóferes que formaban parte de la organización, como Romeo Capuani y Santos Gerardi.
La historia grande había comenzado a gestarse sin embargo dos décadas antes, en el puerto de Buenos Aires, cuando ataviados a la usanza de los habitantes de la Italia meridional arriban siete inmigrantes que se declaran cultivadores de olivas -una ocupación habitual en Sicilia- pero que en realidad vienen con contactos ya establecidos con la mafia afincada en Argentina: Juan Galiffi, Filippo Dainotto, Luisino Andrea Garccio, Benito Ferrarotti, Giuseppe Ambrosetti, José Albarracín y Pepe Anchoristi.
Fuente:
Extraído de la colección “Vida Cotidiana – Rosario (
1930-1960) Editada por diario la “La Capital